La razón de estar contigo:
No será Marley y yo, pero tampoco el despropósito que muchos auguraban. Otra película de perros y, esta vez, es imposible que no se escape algún lagrimón.
De existir algo así como la dog-exploitation en el mundo del cine, el sueco Lasse Hallström (¿A quién ama Gilbert Grape?, Chocolate, Un amor imposible, Un viaje de diez metros) podría calificar para formar parte de sus cultores. Es que no sólo la película que aquí se conoció en 1987 como El año del arco iris tenía el título mucho más pertinente de My Life as a Dog (por la referencia a las desventuras de la perra Laika) sino que, más cerca en el tiempo, había realizado la inolvidable (y aquí el adjetivo no posee una carga valorativa positiva) Siempre a su lado (Hachiko, a Dog’s Tale, de 2009, estrenada aquí al año siguiente).
Uno, que ama a los perros, que no puede dejar de disfrutar al verlos (en la vida o en la pantalla), podría argumentar en torno a la habilidad de tal tipo de explotación, en razón de lo redituable del artilugio. Además, esa argumentación podría entenderse particularmente pertinente en este caso, al estar frente a un director tan fláccido y melifluo como mercachifle y calculador. Sin embargo, no acaece aquí lo que pasaba con la película citada en último término, en la cual la única duda era en que orden iba a suceder aquello que ya sabíamos desde el primer fotograma. Tal cualidad, que Marcos Vieytes relacionaba con el porno en su lúcida crítica publicada en El Amante N° 217 de junio de 2010, en nada se relaciona con la última producción canina de Hallström. Y eso no tiene que ver con el hecho de que descubramos bien desde el inicio de la narración que los perros no sólo parecen poder re-encarnar indefinidamente (y en otros perros) sino que tienen una clara y accesible memoria de sus vidas anteriores. Lo que sorprende en una película que no se priva de una música excesiva que a veces pretende operar como GPS emocional, de chistes básicos y predecibles, de algunas actuaciones lineales y de cierto abuso de los arquetipos, es la pintura de un mundo oscuro, no exento de varias vueltas de tuerca que contradicen el contexto antes mencionado.
Las distintas historias que se van entrelazando por la presencia del mismo perro (en alma, que externamente los pichichos van cambiando) son más o menos cortas pero todas están puntuadas por la soledad y la frustración. Lejos de la crueldad, y sin que el final pueda controvertir todo lo antes construido, la narración no esquiva la oscuridad y hasta el sinsentido, dato poco habitual que desmiente la idea de explotación canina, usualmente más ligada al buenismo y a la pura belleza. De hecho, hasta la propia selección de los perros evita las razas absolutamente puras o la artificial exposición de la fotogenia de algún ejemplar excepcional. Por lo demás, en la que terminará siendo la historia principal (única en la que historia de amor entre humanos ocupa el mismo espacio que la que se da entre perros y hombre), los claroscuros y el tono agridulce funcionan, las sucesivas partes femeninas de la pareja convencen y conmueven (Britt Robertson y Peggy Lipton) y en el final nos espera el placer de encontrarnos con el inoxidable Dennis Quaid.
Así, La razón de estar contigo logra por momentos descolocar. No es que se dejen de advertir unos cuantos golpes bajos (que así y todo, hacen efecto y alguna lagrimilla se escapa por ahí); pero sea de manera azarosa o involuntaria, sea por influjo de la novela original, el resultado dista de la lustrosa fábula que uno podía imaginar de la cruza de perros y Hallström. Pareciera que, por más domesticados que estén, estos animales tienen una cualidad que logra traspasar los límites de la prolijidad y el cálculo de un realizador que difícilmente supere la medianía. No podemos dejar de pensar en cuánto hubiera ganado la película en otras manos, en las de alguien con un poco más de alma y amor por el cine. Y, ya que pedimos, sin la omnipresente voz en off del particularmente inadecuado Josh Gad (De amor y otra adicciones, Jobs, Angry Birds), que no solo pone en palabras todo lo que se cuenta en la acción, sino que lo hace de manera crasa, subrayada y demagógica. En fin, tampoco podíamos pretender que Hallström filmara Marley y yo...
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