HITCHCOCK DECÍA QUE CON UN BUEN VILLANO ALCANZA, PERO... Ni David Tennant haciendo de villano salva a este chasco Estamos en tiempos en los que el terror en cine viene pisando fuerte. Las grandes joyitas ya escapan del circuito de festivales y películas como Get Out (2017) y Hereditary (2018) se estrenan en salas masivas, ¡incluso en nuestro país! Bad Samaritan (2018), con la promesa de tener al impecable David Tennant como villano, tiene el potencial de ser otra pequeña gran joya de género. Pero no. Se queda a la mitad, porque, aunque entretiene, no sale nunca de lo predecible y hasta roza lo ridículo. Bad Samaritan (2018) levantó algo de expectativa antes de su estreno y no solamente por tener a un queridísimo Doctor Who en su elenco. La película parte de una premisa con una clara carga moral: tenemos que hacernos cargo de nuestras acciones porque pueden escalar a un punto en el que se nos salen de las manos. La cinta de Dean Devlin (Geostorm, Independence Day) toca ese tema, pero lo hace de manera tan superficial que toda expectativa previa con la que uno puede llegar no hace más que empeorar las cosas. La trama sigue a Sean Falco (Robert Sheehan), un tipo que trabaja de valet parking en un restaurant junto a su mejor amigo. El trabajo es una fachada para su accionar criminal. Cuando reciben la llave del auto de un cliente, aprovechan para conducir hasta la casa de los dueños y robarles mientras cenan. Lo que nunca esperó Sean es descubrir que uno de ellos (David Tennant) es un sádico que tiene secuestrada a una chica en su propia casa. Lo que sigue es Sean lidiando con la culpa de haberse ido de la casa sin ayudar a la joven y haciendo lo imposible para que la policía, y después el FBI, vayan a rescatarla. El villano de turno se entera y comienza un juego de “el gato y el ratón” que es llevadero, pero poco creíble también. Bad Samaritan (2018) tarda en arrancar. Hay más o menos media hora de escenas innecesarias. También hay personajes que terminan pesando menos en la trama de lo que deberían, como Riley (Jacqueline Byers), la novia del protagonista. De alguna forma se le intentó dar una humanidad a Sean, tal vez para que conectemos con él, mostrando que tiene novia, padres y un hermano. El problema es que son personajes tan superfluos que no nos suma nada que estén ahí. Casi toda la cámara se la lleva Tennant, quien no decepciona en su papel de maniático. El actor inglés es impecable en estos roles, pero el personaje está tan mal escrito que ni él lo salva. Es un asesino en serie con motivaciones que no se entienden y accionares muy tirados de los pelos. El enfrentamiento con el protagonista llega a una escala tal que huye de la lógica. Hay escenas que rozan lo cómico, como cuando el villano espera a Sean afuera de las oficinas del FBI con una jeringa en la mano… en pleno día... para dormirlo a escondidas de, ¿quién? Si es imposible que no lo descubran. Para colmo el director hace foco total en la jeringa. Hay un momento de reencuentro que está musicalizado con una canción de felicidad, con un tono noventoso que parece salido de una ficción de Chris Morena. Y mejor ni hablar del flashback a la niñez del asesino, que parece ser importante inicialmente porque es la primera escena del film. Al final no suma en nada. En cuanto al suspense que plantea, hay muy poco clima de thriller. El asesino no es cauteloso. No hay misterio en casi ningún momento. La primera mitad de la película es terror de home invasion y es cuando se concentran las escenas más oscuras y atrapantes. La segunda mitad deriva en una solución sencilla que solo es posible en un mundo donde los humanos aguantamos más de tres palazos en la cara. Sí. Tres. Bad Samaritan se convirtió en una comedia negra “tan gradualmente que no me di cuenta”… No es lógica. No tiene nada que no hayamos visto. Al menos David Tennant la hace entretenida, pero nada más. LO MEJOR: - David Tennant se pone tanto en el papel de desquiciado que lo queremos... LO PEOR - ... pero el guion no le ayuda y el resultado es más chistoso que aterrador - De thriller a comedia en cuestión de minutos - El ritmo es terrible
LA FAMILIA ¿UNIDA? Llega a cines la película más incómoda del último año. Para no dejar de morderse las uñas. El nombre de Yorgos Lanthimos probablemente no haga eco con facilidad en sus mentes, pero si les digo que se trata del realizador griego que filmó Dogtooth (Kynodontas, 2009) y The Lobster (2015), hay chances de que sepan en qué terreno estamos parados ahora. The Killing of a Sacred Deer (2017) es la sexta película del director, un drama de terror psicológico que explora los mismos conceptos que tanto le gustan a Lanthimos, quien a su vez es co-guionista. Steven (Colin Farrell) y Anna (Nicole Kidman) son un matrimonio exitoso, el ejemplo perfecto de familia aburguesada. Él es un exitoso cirujano, ella una odontóloga reconocida. Tienen dos hijos, Kim (Raffey Cassidy) y Bob (Sunny Suljic). Hasta acá, el retrato parece el de una familia feliz con los privilegios y comodidades del materialismo ostentoso. Pero me falta mencionar una pieza más en el tablero: Martin (Barry Keoghan), un joven de modales extraños a quien Steven ha estado apadrinando en secreto por largo tiempo. El primer acto de The Killing of a Sacred Deer (2017) es extraño. Sentimos que hay algo que no cuadra en esos personajes, en sus costumbres y en los lazos que los unen. Pero la verdadera incomodidad no se cuela en el clima del film hasta que llega el conflicto, que le abre la puerta a la magia, dando lugar a lo que conocemos como realismo mágico. Martin le pide a Steven que tome una decisión terrible para igualar los tantos en la balanza de la vida. Hace un tiempo, el joven perdió a su padre durante una operación y parece que todo fue por culpa de Steven. Un caso de mala praxis. De ahí que el cirujano quiera redimir la culpa dándole regalitos al chico, ¿pero por qué lo hace a espaldas de su familia? No voy a contarles mucho más para no sembrar expectativas. Lanthimos, nuevamente, vuelve a derruir el concepto de familia tradicional, como en Dogtooth, y lo pervierte al extremo, con una película que por momentos tiene un ritmo glacial, pero que no deja de ser hipnótica porque lo que nos muestra es muy difícil de ver y de creer. No hay surrealismo acá ni ruptura de la estructura de la narración, hay personajes que toman decisiones muy sensibles desde un punto de vista moral y eso siempre choca. El relato nos atormenta psicológicamente porque los personajes no responden a los valores morales que conocemos, sino que terminan dotados de rasgos divinos, casi bíblicos, y ahí es cuando la noción de sacrificio cobra otro significado para ellos, que no deja de molestarnos a nosotros. Hay recursos de tragedia griega que no son casualidad y es porque se trata de una adaptación moderna del mito del sacrificio de Ifigenia en manos de Agamenon. En última instancia, el relato funciona como parábola y nos hace cuestionarnos nuestros propios principios. Kidman y Farrell están perfectos en sus papeles, pero el que realmente sorprende es Barry Keoghan, quien nos da un personaje frío y calculador que aterra, aunque por momentos también llega a conmovernos. Alicia Silverstone tiene un pequeño papel que está correcto. Se comparó en más de una oportunidad la construcción narrativa del film con el cine de Kubrick. Lo cierto es que es fácil pensar en películas como The Shining y Eyes Wide Shut (también protagonizada por Kidman) cuando nos llegan esos planos estáticos, los silencios que incomodan y los momentos de comedia negra. En The Killing of a Sacred Deer lo simbólico forma parte de lo real, como en las pesadillas, y ahí reside su crueldad tan efectiva. Nos hace pasar un mal rato, pero nos deja reflexionando sobre muchas cosas. LO MEJOR: Barry Keoghan da miedo, en serio. Llámenlo realismo mágico o como quieran, no todos los días vemos esto en cine Es un buen ejemplo de terror psicológico. No hay monstruo, no hay sustos, pero aún así te tortura. LO PEOR: Se les va un poquito la mano con la frialdad de los personajes. Entiendo que la idea es incomodar, pero...
NI FU NI FA Ojalá hubiese habido dos sin tres... Jeepers Creepers (2001) y su secuela se estrenaron con apenas dos años de diferencia. La primera pegó muy fuerte, especialmente si consideramos las pocas pretensiones y niveles de producción que tenía, y aunque Jeepers Creepers 2 (2003) resultó ser totalmente indeseable, podría haber nacido una saga de culto si continuaban con la racha de secuelas. “Jeepers Creepers: The Cathedral”, título con el que se rumoró a la tercera parte por muchos años, estuvo en boca de los fans por largo tiempo hasta que la emoción se apagó. Ahora, catorce años después, llega la tercera película, en un momento en que nadie la pidió. ¿Será que nos sorprende, como esas películas de las que no esperamos nada y nos dan todo? Lamentablemente no, la cosa viene más oxidada de lo que esperábamos. Situada entre los sucesos de las primeras dos entregas, Jeepers Creepers 3 (2017) toma lugar en el último día de matanza del monstruo asesino que solo ataca una vez cada 23 años durante 23 días. La película avanza a medida que el Creeper se mueve buscando nuevas víctimas y, en paralelo, tenemos la historia de quienes quieren cazarlo –una brigada de policías liderados por Dan Tashtego, un sheriff que parece saber todo sobre la entidad a quien se enfrentan–, y de un par de jóvenes que zafaron y escapan para que no los mate. Hay varios problemas en Jeepers Creepers 3 y el principal de ellos es lo unidimensional que son sus personajes. En Jeepers Creepers 2 ya habíamos aprendido que con el monstruo solo no alcanza. Es cierto que el Creeper tiene un trasfondo atractivo y modos de matar divertidos, pero la primera película no sería lo que es sin el personaje de Trish Jenner (Gina Philips), una final girl que rompe varios estereotipos y se carga la película al hombro, codo a codo con el bicho. En la nueva película, todos los personajes son una mera anécdota, sin historia ni personalidad, con los que no llegamos nunca a empatizar porque no llegamos a saber nada de ellos. Y tampoco cumplen el rol de ser buena carne de cañón porque nadie muere de manera precisamente original. En el elenco destaca Meg Foster (They Live), pero el personaje que le dan, Gaylen, la madre de una de las víctimas de la primera película, no es justo para la actriz y se queda sin propósito cuando la película da un giro que directamente le toma el pelo al espectador. En pocas palabras, gran parte de la película gira en torno a un objeto perdido que permite acceder al secreto del Creeper. Gaylen es quien lo encuentra y hasta consigue que el sheriff Tashtego tome contacto con él. Ambos terminan sabiendo cuál es el secreto del asesino y la razón de por qué mata cada 23 años. ¿Se piensan que lo comparten con el espectador? Adivinaron… No. Nos lo dejan picando y la película pasa a “otra cosa mariposa” como si nada. Cuando el misterio se desinfla a razón de nada, lo que nos queda es un tercer acto flaco, con acción banal, que no sabe abrazar siquiera la originalidad y lo bizarro del cine de clase B. Hay mucha ametralladora, persecución en auto y explosiones mal animadas –que confiesan los terribles efectos de CGI. No hay momentos de terror, los tonos cómicos dejan gusto a nada y la inventiva para crear muertes inquietantes y situaciones tensas se la dejaron en casa. Todo lo que tiene para dar Jeepers Creepers 3 ya lo vimos, no solo en otras películas, sino también dentro de la misma saga. Queda la puerta abierta para una cuarta entrega cuando la película cierra con un cameo de Gina Philips. ¿Volverá Trish Jenner a cargarse al Creeper de una vez y por todas? Si lo hace, tal vez sea mejor que suceda sin Victor Salva, creador, guionista y director de la saga. Además de ser un exconvicto degenerado, ya ni siquiera sabe hacer películas.
PATTINSON, ¿QUÉ TE PASÓ? Un thriller neo noir de esencia independiente que puede cautivar a las grandes audiencias Benny y Josh Safdie son directores del desencanto juvenil y lo urbano. Se ganaron un lugar de culto en el cine indie americano con su thriller romántico Heaven Knows What (2014), pero Good Time (2017) pegó el salto a lo grande cuando estuvo nominada para la Palma de Oro en Cannes este año. De estética neo noir y una banda sonora synthwave que quita el aliento, la película es un drama que no para nunca y nos presenta a Robert Pattinson como nunca lo vimos. Solo por eso último merece mucho la pena. Connie (Robert Pattinson) quiere mucho a su hermano Nick (Ben Safdie, quien además de dirigir, actúa), que tiene un retraso madurativo lo suficientemente agudo como para que peligre su vida si decide seguir los pasos de su hermano. Decidir es una palabra muy fuerte en su vida, de todas formas, ya que el personaje de Pattinson lo termina arrastrando a robar un banco. El acto criminal no sale como fue planeado y, pronto, Nick termina tras las rejas y Connie se decide a hacer todo lo posible por liberarlo. Y cuando digo todo, es todo. No es la primera vez que vemos a Pattinson en un papel que rompe con la ñoñez de Crepúsculo. Le fue bien en sus participaciones con el director David Cronenberg, Cosmopolis (2012) y Maps to the Stars (2014), por nombrar algunas, pero nunca había tenido un protagónico tan tenaz. Su personaje va perfecto con el mundo de la película, oscuro y de bajísimo estirpe. Good Time (2017) es un retrato del costado más inmundo y sucio de Nueva York y Connie es el arquetipo que transita esas calles, el avatar de generación desilusionada, que ya no cree en los valores de familia ni en la estabilidad económica o que los tiene distorsionados. El crimen y las drogas son moneda corriente en su día a día y la impulsividad y el egoísmo su lenguaje para lidiar con las demás personas y las distintas situaciones. Good Time (2017) es un thriller urbano que pisa el acelerador en varias ocasiones, aunque se detiene por momentos para dar un relato más detallado, crudo y humano de las vidas del bajomundo. Termina siendo una película de ritmo irregular, pero que sorprende justo en el momento en que sentimos que no va a ningún lado y aunque el final es predecible para Connie, resulta satisfactorio ver el destino de Nick, en una escena final que resignifica varios puntos. La odisea de Connie por salvar a su hermano parece una tragedia moderna llena de tretas y obstáculos que vencer y está orquestada de manera maravillosa a nivel visual, con tonos fluorescentes, neón por doquier y una estética heredera del cine de crimen de los 70, de directores como Martin Scorsese (que, de hecho, va a producir la nueva película de Benny y Josh Safdie). La banda sonora de sintetizadores retrofuturista proyecta la intensidad con la que avanza el thriller y es de ritmo tan agitado como la vida en las calles y los actos vandálicos de Connie. Los Safdie no escapan del cine de género, por lo que la película no deja de tener una impronta “de autor”, pero el elenco con actores y actrices de renombre –además de Pattinson está Jennifer Jason Leigh– y el ritmo llevadero, hilado por crímenes uno tras otro como si estuviesen guionados sobre rieles, hacen de Good Time (2017) una película para más audiencias que todo lo anterior que vimos de sus directores. Robert Pattinson encarna los males de un retrato crudo, pero atrapante del infierno que pueden ser los barrios bajos de Nueva York. Visualmente cuidada y de banda sonora electrizante, solo decae un poco en el segundo acto.
HASTA EL PÓSTER ES UNA PARODIA El Día de la Marmota, versión terror. Un nuevo slasher cómico del director de Paranormal Activity: The Marked Ones Revivir el mismo día una y otra vez es una pesadilla y lo sabemos desde Día de la Marmota (Groundhog Day, 1993), la comedia clásica con Bill Murray que inspiró a producciones de otra estirpe como Edge of Tomorrow (2014) y muchos otras menos conocidas. Blumhouse, la productora de cine de terror que nos trajo joyas como Get Out (2017), Split (2016) o La Purga (2013), ahora nos trae una comedia de terror que agrega el matete temporal a uno de los géneros favoritos de la década de 1990, el slasher. Happy Death Day (Feliz Día de tu Muerte, 2017) es consciente de todos los tropos y clichés de su subgénero: hay un asesino enmascarado que ataca en un campus universitario de chicos y chicas carilindos y una protagonista bastante ingenua, pero que tiene todo para hacerle frente. Tree (Jessica Rothe) es la elegida, una universitaria que se despierta con mucha resaca en la habitación de un joven. No se acuerda de que se llama Carter (Israel Broussard) ni sabe si se acostó con él o no, pero poco le importa: agarra sus cosas y sigue su vida de parranda, lista para un nuevo baile esa misma noche. El problema es que un asesino la asecha y la pobre Tree termina apuñalada en la entrada de un túnel, justo antes de llegar a la fiesta, por un extraño que usa una máscara espeluznante. La acción vuelve al inicio. Tree se despierta nuevamente en la habitación de Carter y todo se repite. ¿Pesadilla o realidad? Lo cierto es que Tree vive una pesadilla en vida porque se da cuenta de que volverá a vivir el día de su muerte una y otra vez hasta que consiga detener al psicópata enmascarado. Happy Death Day aprovecha ese bucle de situaciones repetidas para dar lugar a lo que se siente como una comedia de situación, que explora los lugares típicos donde la suelen palmar los jóvenes en películas como Scream (1996), sus secuelas y I Know What You Did Last Summer (1997). Tree termina perfilándose como la parodia máxima de la scream queen y funciona con creces gracias a la multifacética Jessica Rothe, actriz que desconocía y que me sorprendió por lo creíbles que son sus versiones de un mismo personaje, que pasa del miedo, la depresión, la euforia y la indiferencia descarada en una misma película. Como parodia, se antoja divertidísima para fanáticos del género, aunque se le puede criticar que le sale un poco flojo el misterio. No es muy difícil predecir quién es el asesino y el giro de guion que intenta distraernos de la solución resulta flaco y no se lo cree nadie. La película es una buena broma, pero se queda muy en el molde y por ello no está al nivel de comedias como Drag Me to Hell (2009) y The Cabin in the Woods (2012), por mencionar algunas, ejemplos de cuando la parodia trasciende a resignificar y revitalizar un subgénero. Los sustos también resultan muy típicos. El miedo es subjetivo, pero las técnicas para generar terror de Happy Death Day están tan vistas que es difícil no sentir que muchos de sus momentos más tensos ya los vimos. Es un film poco lúgubre, de todas formas, y se hace extrañar un poco más de sangre. En definitiva, la película cuenta con una premisa revolucionaria, que termina siendo lo que le da combustible hasta el final, y aunque mucho de lo que propone ya lo probamos muchas veces, la fuerza de la protagonista –una final girl de otro mundo– y el humor ligerito hacen que valga la pena. Una película divertida que va a ser especialmente disfrutada por los fanáticos que puedan captar todos los estereotipos parodiados.
COMPLICADA LA ADOLESCENCIA, CHE ¿Otra película sobre bullying? No, esta va más allá que el resto El drama adolescente viene pegando fuerte en nuestro lado del globo hace ya varios años con historias como ‘Bajo una Misma Estrella’ o el más reciente éxito de Netflix ’13 Reasons Why’. Lo que es claro es que el fenómeno no es exclusivo de occidente: Kimi no Na wa (Your Name) batió records a nivel mundial y terminó siendo solo una de las películas de animación niponas en presentarnos una historia emocional protagonizada por jóvenes que están por cruzar el umbral de la vida adulta. Koe no Katachi (Una Voz Silenciosa) destaca también como un retrato delicado del bullying y el suicidio, problemática que azota a los adolescentes japoneses. ¿Cómo es crecer en una sociedad donde prima la soledad y el individualismo? La película, desde lo cotidiano, nos trae una historia realista que nos deja al borde de la lágrima y que también se permite momentos de comedia. Koe no Katachi está basada en el manga homónimo de Yoshitoki Ōima, una obra de 7 volúmenes que fue adaptada en este film de 129 minutos. La tarea no debe haber sido fácil, pero la directora Naoko Yamada (K-On!) y la guionista Reiko Yoshida (Kaleido Star, Maria-sama ga Miteru) se las ingeniaron más que bien. Sin haber leído el manga, siento que la película encuentra su foco y que no le falta desarrollo para nada. La película nos cuenta la vida de Shoya Ishida, desde la primaria a la actualidad, cuando se encuentra en el último año de secundaria. Siendo pequeño, Shoya es un brabucón, pero también es sensible e inseguro. Algo así como Bart Simpson. Su paso por la escuela primaria es la historia de un bully que se convierte en victima luego de tomar de punto a Shoko Nishimiya, una chica sorda que la pasa muy mal por el constante hostigamiento de Shoya y sus compañeros. Cuando la chica se cambia de escuela debido al abuso constante, todos cargan contra Shoya, quien pasa a ser el nuevo abusado, víctima de sus negligentes compañeros que no aceptan que ellos también maltrataban de Nishimiya. Koe no Katachi no es condescendiente con el abusador arrepentido y eso la convierte en una película creíble. Las relaciones humanas no son simples y las heridas a veces no cierran nunca si no se trabaja para hacerlo. “Perdón” no es más que una palabra si tus actos no reflejan el arrepentimiento y la película retrata esa hipocresía a la perfección. Shoya, ahora casi un adulto, no puede superar lo que le hizo a Nishimiya y el nivel de marginación que da la sociedad nipona tampoco ayuda. Considera suicidarse, pero se arrepiente y ahí es cuando empieza su camino a la redención y a una nueva vida. Todo esto que les conté es apenas el primer cuarto de metraje, lo importante es lo que viene después. Redención es una palabra fuerte, casi de epopeya. Lo cierto es que la historia de la película viene desde lo cotidiano y es muy fácil empatizar con lo que sucede. Es una catarata de emociones para el espectador, que va conociendo a personajes que buscan encajar de alguna forma en el mundo y cuyo punto en común es conocer a Nishimiya. Es una historia sobre la amistad ante todo, pero también sobre el perdón, el miedo a estar solo y la falta de autoestima. Hay algunas situaciones dramáticas que son difíciles de entender para nosotros, los occidentales. La idea de bullying que tenemos es la idea norteamericana. La sociedad japonesa maneja conceptos muy distintos de privacidad, honor y afecto. Hay escenas que se nos vuelven inverosímiles quizás porque creemos que es imposible que alguien reaccione así. Pero basta con situarnos en Japón para entender el aislamiento y la apatía que se maneja por ese lado del mundo y como eso hace más difícil encontrar el perdón y hablar de lo que se siente. La mayoría de los personajes están más que bien, especialmente la dupla Shoya – Shoko, que tienen una química que nos llena de ternura. Hay algunos que se antojan casi de relleno y hay un personaje particular, Ueno, que, además de insufrible, hasta parece caricaturizado e inverosímil. Hay una escena que pierde todo el impacto por su intromisión y que hubiese tenido sentido si Koe no Katachi fuese una comedia, cosa que claramente no lo es. La animación maneja un nivel increíble, desde los gestos de personajes y los escenarios, hasta la iluminación y colores. La banda sonora es sensiblera, como pide el género, y aunque no hay temas que destaquen para escuchar después del visionado, acompaña bien los momentos y consigue un impacto particular en los momentos más tristes. Koe no Katachi retrata lo complicadas que son las relaciones humanas en la etapa más dura de la vida –la adolescencia. Como occidentales, hay algunos momentos que nos desconciertan, pero en general, es una película que cala hondo y que nos da un punto de vista distinto al que estamos acostumbrados cuando hablamos de bullying y suicidio. Es cálida, divertida y por sobretodo sensible. Llevate unos carilinas al cine.