OSITO BOBITO La nueva película de Winnie Pooh nos habla más a los adultos que somos, que a los niños que fuimos De chiquita miraba las películas de Winnie Pooh una y otra vez en replay, en especial la original, donde había una escena donde Pooh se quedaba dormido en un plan de conejo y en vez de hacerse cargo decia que tenía una pelusa en la oreja. O cuando se quedaba atorado en un agujero de conejo y volvían a su culo un ornamento decorativo para que nadie notara que estaba atorado. No sólo ésto me hace reír aún hoy, sino que guarda un lugar re especial en mi corazón, y con eso fui a ver ésta película. Christopher Robin cambió mucho con los años. Trabaja muy duro en un lugar que odia, siempre está de mal humor y es hasta insensible con su hija Madelaine. La película dirigida por Marc Forster basada en los personajes de A.A. Milne y E.H. Shepard, es la película que no sabías que tu corazón necesitaba. Las imágenes promocionales la vendían como la película más deprimente de la década y contrastaba con la imagen bañada de miel que teníamos en la memoria. Pero la película es encantadora, hermosa, y está manchada con un aire de melancolía de que hoy es hoy y cuando fue ayer fue más bello. Es muy linda para ir con chicos a verla, pero es quizá mejor de ver con adultos que quizás necesiten un recordatorio de cómo era ser chicos. Ewan McGregor protagoniza ésta película como la versión adulta de Christopher Robin, el niño que en éste mundo de fantasía jugaba en el bosque de los 100 Acres con sus amigos de peluche, y su mejor amigo, Winnie Pooh. Antes de verlo como un adulto que perdió las ganas de vivir, lo vemos despidiéndose de sus amigos en el bosque diciendo adiós también a su niñez, para irse a un internado. El CGI de los peluches es precioso, y se sienten reales y abrazables. Pero Christopher Robin tiene que ir a la escuela, y después a la segunda guerra mundial. Pero vuelve y se enamora de Evelyn y ambos tienen una hija, Madelaine. Todo ésto es el preludio de la película, que dura dos horas. Pero se enfoca en mostrarnos que pasó con Christopher Robin: Tiene un trabajo que odia, muy estresante como fabricante de valijas. Vive como contador y eso lo obliga a pasar tiempo lejos de su familia, incluso teniendo que cancelar un viaje familiar que habían planeado por trabajo. Y es entonces cuando Pooh, quien extraño a Christopher Robin todos y cada uno de los hoy, se escapa del bosque de los 100 Acres para terminar en Londres en busca de su amigo. Y en contraste con lo feliz que el osito bobito está de ver a su amigo, él no está feliz de verlo, tiene mucho trabajo que hacer. Entonces lo arrastra hasta la estación de tren donde lo quiere devolver al bosque. Pooh, emocionado de ver a su amigo, le habla incesablemente, pero sus movimientos y palabras son visibles para todos. Y lo fuerza a Christopher a ser agresivo con Pooh. Toma un tiempo pero finalmente se ablanda, y por un segundo vuelve a divertirse de nuevo. Y cuando vuelve al bosque para devolver a su amigo, se reúne con el resto de la manada, quienes con actuaciones de voz magistrales, nos hacen mecha en nuestros corazones sobre la lección más grande y más necesaria de hoy -aunque también, es una obvia-: Tenemos que bajar un cambio y disfrutar más de las cosas. Nadie quiere volverse un Efelante, todos teníamos miedo de ser adultos, y de adultos entendemos que no son las responsabilidades las que nos daban miedo, sino perder el entendimiento del mundo de ser chicos. Y si podemos de alguna forma ponernos en contacto con ese niño interno, entonces quizás, logremos volver a ser felices en un mundo que no perdona a nadie y donde la ansiedad y la depresión están teniendo picos históricos. En las manos de Forster, ésto no se siente forzado, obvio o tonto, funciona maravillosamente. Te llena el corazón con la misma alegría que daba verlo a Pooh de chica jugar con Christopher Robin y haciéndose preguntas que quizás sonaban tontas pero eran extremadamente profundas. La fotografía es preciosa, mutando de satura a desatura a tono con la narrativa, con un fondo puramente inglés. Por momentos, la acción se fusiona con un mundo imaginario de dibujos como los de Shepard y luego vuelve al mundo real. Sobre todo, la película funciona porque McGregor vuelve la ansiedad de Christopher Robin de ser un buen padre y proveer a su familia en un peso grande como un Efelante, la clase de efelantes que rogamos no escuchar por las noches y sin embargo siempre los encontramos en la oscuridad. Y al mismo tiempo mostrar la más dulce de las sonrisas cuando realmente se suelta y deja ser al viejo -y que siempre fue- Christopher Robin. Y eso, que parece nada, nos muestra que a veces nada es lo mejor que podemos hacer en todo el mundo.
LO QUE HE VIVIDO CONTIGO Cuentan las malas lenguas que casi echan del cine a Johanna por bailar en la sala. Es innegable el talento, carisma y magnetismo de Rodrigo como ícono nacional. Hayamos sido más cercanos al movimiento de la música de bailanta en esa época, casamiento, cumpleaños de quince o cumpleaños que suene un cuarteto y esa tonada… Todos movemos los pies. Amado por muchos, querido por todos, “esos ojos, esa carita” diría mi mamá. Rodrigo Bueno traspasó las barreras de fronteras provinciales, clases sociales y estratos. Su muerte a los 27 años, quizás hizo mecha en exaltar su figura, pero su lugar como ícono cultural en nuestro país está. Después de un excelentísimo trabajo como directora de “Gilda: No me arrepiento de éste amor”, Lorena Muñoz vuelve a contarnos la historia del mítico cordobés. Y el resultado es más que satisfactorio. Con una estructura similar de biopic, la directora nos muestra una historia por momentos honesta, por momentos demasiado cruda, de quién fue Rodrigo Bueno. Quién desde joven triunfó como “El Bebote” y se transformó en el Potro sin domar que conocimos tomando vino sin soda, porque así, pega más. Siempre con el apoyo familiar presente, fallece en un accidente automovilístico que lo incluye en el mítico club de los 27. Pero desde ese muchacho de pelo largo que tiraba chupetes a las chicas, a llenar 13 Luna Parks (es canon que una pequeña Johanna con su madre estuvo ahí), con altos y bajos en carrera y su vida personal que no tuvieron miedo de mostrar en pos de hacerlo ver más agradable repitiendo el compromiso de su biopic anterior. Sin caer en comparaciones con la película de Gilda, la película tiene buen ritmo, es entretenida y se mueve al tono de la música que avanza y marca cada una de las etapas en la vida del músico. Está muy bien narrada, sin baches, personajes familiares pero sin caer en que quieras que te caigan bien, no tiene miedo de mostrar que algo está mal con alguno de los personajes en orden de que los quieras. Son humanos. A diferencia de la peli de Gilda, ésta es mucho más rápida, dinámica y ecléctica, pero con una altísima carga emocional. Una de las grandes virtudes de ésta producción es el carisma natural del personaje principal, que constantemente está sacando sonrisas. Y al mismo tiempo, muestra un nivel de altibajos emocionales extremos que muestran un lado oscuro del personaje que quizás, no conocíamos. Ese baile entre la comedia y el drama, nada pierde fuerza y se muestra con una impactante brutalidad. Rodrigo Romero cumple con creces el rol del personaje, no sólo en su parecido físico sino además con un amplio registro como actor. El resto del reparto está totalmente a la altura, con mención especial a Florencia Peña, Daniel Araóz y un muy muy iluminado Fernan Mirás, con un rol muy conmovedor y altamente querible. Muñoz se arriesga mucho más en ésta película, en especial a contar ciertos aspectos en la vida del ícono. Es una película más madura y cruda. No tiene miedo de mostrar a Rodrigo como el carismático cordobés y como un hombre con serios problemas emocionales, con un problema de adicciones e ira, que dan a entender ciertos trastornos mal llevados y nunca diagnosticados, con todas las consecuencias que eso implica en la vida de aquellos cerca suyo. El Potro: Lo mejor del amor es una película redonda, que conmueve seas fan o no, hayas sufrido su pérdida o no, y creo que esa fuerza es posible gracias al choque de titanes que formaron parte de la producción y el talento de Muñoz para acercarnos íconos a un nivel humano con una destreza magistral. Si sólo vas a ver una película ésta semana, que sea ésta.
MANDALE MECHA Celebrando el 45 aniversario de la primera publicación de Mazinger Z y los 50 años de Go Nagai como mangaka, llega al cine la última batalla de Koji Kabuto. Hace 10 años, Koji Kabuto y Tetsuya Tsurugi pelearon juntos con el Mazinger Z y el Great Mazinger para derrotar al Dr. Hell y sus legiones de monstruos robots, y así salvar al mundo. En la actualidad, están grandes y más centrados. Los robots son piezas de museo, el Dr. Yumi ahora es Primer Ministro de Japón, con Sayaka como directora de la planta de energía fotónica y Jun ahora está esperando un hijo de Tetsuya; y Koji ahora es un científico. La paz traida por la última batalla de Mazinger y la energía fotónica no dura demasiado, ya que el equipo de Sayaka descubre dentro del monte Fuji un Mazinger gigantezco y el ejército del Dr. Hell emerge de las sombras y terroriza al mundo. Sólo Koji y su equipo pueden salvar al mundo otra vez. Cincuenta años después de su debut como mangaka, el 2018 es el año de Go Nagai. Con el éxito rotundo de Devilman Crybaby, el hype de la espera de Cutie Honey Universe, tenemos una producción totalmente original, llena de acción, aventura y mechas, con el personaje más icónico de su carrera, Mazinger Z. Hilarante, cruda, algo infantil pero indudablemente entretenida, la serie de 1972 marcó un camino para como tenían que ser las series de robots que vinieron después de ella. Con infinidad de secuelas, spin-off, re-runs, Mazinger Z Infinity es el regreso del gigante de acero, quien dependiendo de quién lo pilotee, tiene el poder de volverlo un Dios o el peor de los Demonios. Y acá es donde se pone interesante, porque esa es la pregunta que se le plantea a Koji Kabuto, sobre lo que el podría convertirse al subirse al Mazinger Z. Cuarenta y cinco años después de la primera publicación del manga y muchos años después de su finalización, ésta pregunta vuelve a hacerse una vez más cuando nuestro protagonista, debe volver a enfrentarse con el inconcebible y casi ilimitado poder de un Majin. Plantea la fina línea entre ser un protector y un destructor, ante un poder totalmente amoral. Porque el propósito del mismo, lo define quien lo emplea, con sus propios valores y convicciones. Dato de trivia (que refuerza mi punto), éste concepto está planteado en el mismo nombre Mazinger, porque lo componen los caracteres ¨Ma¨ para demonio y ¨Jin¨ para dios -Majin Go!-. Con ésta idea, quizás un poco pretenciosa, la película se centra en las cosas más simples de la vida. En un universo lleno de figuras más grandes y poderosas que cualquier humano, con héroes y robots gigantes, es lo ordinario lo que define lo extraordinario al final del día. Y como una niña que miraba VHS piratas gallegos de Mazinger Z en Villa Lugano y que desde ese entonces creció para volverse más o menos un adulto; a la nena le encanta la acción y el despiole de CGI hermosamente animado y ejecutado, pero a la Johanna más actual, fue una grata sorpresa encontrarme con una trama que creció con sus fans. Si bien a la película le sobraron un par de minutos de exposición, la trama no se torna uber complicada, en gran parte porque no se olvida de donde viene. No se siente como un episodio de tele estirado, pero al mismo tiempo, no se averguenza de haber sido un show para chicos, y lo celebra cuando tiene que celebrarlo y se pone seria cuando lo necesita. Mazinger Z Infinity se mantiene fiel a todo lo que hacía sólida a la franquicia y lo ejecuta perfecto. Sus personajes interesantes y complejos con sus relaciones interpersonales, su humor simple y espectaculares escenas de acción. Esto no es un reboot o una reimaginación de la serie. Es la finalización de una serie que empezó hace 45 años, en forma de una carta de amor a los personajes, a la historia y a sus fans. Algo que considero que contribuyó a éste factor, fue que gran parte de la producción de la película y sobre todo su guionista, crecieron amando la franquicia, y se nota. Los personajes son una translación hermosa de esos amigos con los que tomabas la chocolatada todos los días, pero más adultos, pero siguen siendo en esencia esos amigos. Al final, la decisión que hay que tomar en Mazinger Z: Infinity no es sobre si elegir entre ser un dios o un demonio. Es sobre elegir ser humano, con todos los pequeños, simples e increíblemente significantes placeres que vienen con eso. El mundo no es perfecto, y no lo va a ser jamás, pero eso no quita que no esté lleno de pequeñas perfectas cosas que nos llenan. Esa es la lección de Mazinger y pega más duro que cualquier puño de acero. Y también es la razón por la que todo fan tiene que ver la peli, sea niño o con corazón de niño. Entre al cine con una mezcla gigante de emoción y miedo. En parte porque mi imagen de Mazinger era tan nítida y hermosa, que no quería que fuera manchada, y me llevé una grata grata sorpresa. Mis únicas críticas serían que, hay momentos en los que hay quizás mucha exposición que considero innecesaria, pero quizás está para el espectador más casual de la pelícla. Así que la puedo dejar pasar. Y que, la película en Argentina, sólo llega al cine doblada al español. No me malinterpreten, las actuaciones de voz están muy bien y son muy correctas, pero hubiera preferido verla subtitulada sin lugar a dudas. La peli se estrena en 170 salas en el país (insólito) así que no tienen excusa para no ir al cine. Por Mazinger y por ustedes.