Caballo de guerra:
Caballo de guerra es, después de esa decepción que resultó la cuarta entrega de las saga Indiana Jones, el regreso de Steven Spielberg a lo que mejor sabe hacer: emocionar (debo aclarar que por razones de agenda aún no he visto Las aventuras de Tintin que, por lo que he leído justo aquí en locoxelcine, también es una muestra del mejor Spielberg). En esta película, a Spielberg no le da pena sacar todo su armamento, ni muestra la menor mesura. No es cualquier película épica, es SU película épica, con todos los pros y contras que esto pueda conllevar.
En un pequeño pueblo de Inglaterra, en la segunda década del siglo XX, el granjero Ted Narracott (Peter Mullan) gasta todos sus ahorros (incluídos los reservados para pagarle la renta a su casero, el señor Lyons, interpretado por David Thewlis) en comprar un majestuoso caballo en una subasta. Su hijo, Albert (Jeremy Irvine) decide hacerse cargo del caballo, al que llama Joey, y pronto surge un gran lazo entre ellos. Pero la Primera Guerra Mundial empieza, y Joey pasará a convertirse en ese caballo de guerra del título. Cambiando de dueños y de bandos, Joey sobrevivirá no sólo por su propia valentía, sino también por la nobleza de las personas que va encontrando en su camino.
¿Suena ñoño, o incluso anticuado? Quizá, pero es justamente eso lo que hacen de Caballo de guerra una bocanada de aire fresco en la cartelera actual. Entre tanto cinismo cinematográfico (hasta en las películas infantiles), tenía que llegar Spielberg a recordarnos lo que es la inocencia en el cine. Lo que no quiere decir que Caballo de guerra esté desprovista de momentos intensos: los hay y al por mayor. Pero la película nunca se da por vencida en su optimismo hacia la condición humana, y nunca teme poner a Joey, un caballo, tanto como un héroe como un mártir.
Quizá esto último, darle personalidad a un caballo, era el gran reto de Spielberg en la película, y la buena noticia es que lo hace muy bien. Y cómo no, si estamos hablando de alguien que sabe cómo y dónde poner la cámara, y con qué música acompañar cada toma (si tu score lo hace John Williams, ya ganaste). Las secuencias en las que Joey está en peligro fácilmente se cuelan entre lo mejor de la filmografía de Spielberg, y en parte es porque realmente queremos que Joey sobreviva.
Si alguna falla tiene la película es que se siente episódica. La mayor parte del tiempo es ver a Joey cambiando de dueño. El film nunca se siente aburrido y no cansa en sus casi dos horas y media de duración pero, pensándolo con cuidado, es claro que hay episodios que se podrían quitar sin afectar el resultado final. Peor aún, terminan por quitarle peso a la historia principal, que es la de Joey y Albert. Es aquí donde los excesos de Spielberg funcionan para mal, pues bien podría haber hecho una mejor película con 20 minutos menos de duración.
Por último, debo mencionar que este es también el homenaje de Spielberg al gran cine de la época dorada de Hollywood. A Lo que el viento se llevó, Las viñas de la ira, Gigante… no puedo decir el lugar que ocupa entre esas películas, eso sólo el tiempo lo dirá. Pero sí puedo decir que es una película grandiosa, con tintes épicos, emocionante, y que para disfrutarla como es debido hay que dejar todo el cinismo en casa, y aventarse al cine como si aún fuéramos niños.
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