Se podría decir que el ex-profesor de filosofía en el MIT, Terence Malick, trabaja demasiado y a la vez que trabaja muy poco. Si bien solamente ha dirigido la increíble cantidad de ¡6 películas! en casi cuatro décadas (empezando con Badlands (1973) una joyita que después sería sutilmente homenajeada por Tony Scott en True Romance (1993)) todas y cada una de estas películas se sienten muy trabajadas, como si Malick las hubiera pensado por años antes de empezarlas a filmar.
Esta pequeña digresión viene al caso porque lo anterior jamás ha sido más cierto que en The tree of life, híper-ambiciosa película ganadora de la prestigiosa Palma de Oro en el Festival de Cannes 2011. A grosso modo, la película es la historia de una niñez marcada por un padre severo (Brad Pitt) mezclada con sendas meditaciones sobre el origen de la vida en el Universo, pero la verdad es que el film es más que eso: es un tratado filosófico acerca del sentido que le damos a la vida, y cómo éste queda marcado a partir de nuestra niñez, además de un argumento para, como dice Saramago, dejarnos llevar por el niño que fuimos (Las pequeñas memorias, Punto de Lectura, 2009). O al menos esto fue lo que entendí, porque The tree of life es, como todo film ambicioso que se precie, profundamente ambiguo.
Quizá lo más interesante de la película es su narrativa: retazos aquí y allá de recuerdos caprichosos de la infancia de Jack O’Brien (Sean Penn de adulto, Hunter McCracken de niño) se mezclan con secuencias que tratan de ambientar el origen de la vida en el Universo, y con escenas del propio Jack ya adulto, quizá tratando de darle sentido a toda su niñez. Si tuviera que emparentar a esta película con alguna otra, tendría que ser con 2001, de Stanley Kubrick y, más recientemente, con Enter theVoid, de Gaspar Noé. Con la primera por la grandiosidad de sus temas, sobre todo los que tienen que ver con el Universo; y con la segunda por la forma de armar una narrativa a través de retazos de memorias que, quizá sin tener que ver una con la otra, terminan de dar sentido a la existencia de un ser humano. Por supuesto que estéticamente el cine de Malick está muy alejado del de Noé: mientras el de Noé es sucio y claramente atraído por las luces neón del Tokyo nocturno, el de Malick es una belleza, repleto de luz natural y con movimiento de cámara tan sutiles que parecería que ésta está flotando sin que nos demos cuenta. Mucho de esto, supongo, se debe a la labor del cinefotógrafo Emmanuel “El Chivo Lubezki”, regular colaborador de Malick y quizá el mejor cinefotógrafo trabajando en el mundo.
Por supuesto que The tree of life dista de ser perfecta: la película es tan grande que a ratos pareciera que a Malick se le va de las manos (¿qué onda con los dinosaurios?), es fácil perderse y quizá una narrativa más convencional habría sido más conveniente para la historia humana del film. Estoy seguro que la película va a dividir opiniones: unos van a dejarse llevar por su lirismo, mientras que otros encontrarán insoportable su aparente sinsentido. Lo que es innegable es que Malick ha realizado algo completamente original, a contracorriente y propositivo. Solamente por esto, The tree of life merece que la veamos, la meditemos, la discutamos, y después la volvamos a ver.