La vida anterior:
Sólo la voz de Elena
En el inicio de esta película de Ariel Broitman los personajes representados por Elena Roger y Sergio Suracco mantienen su primer conversación, inverosímil y forzada, un diálogo anodino que prefigura el acervo de la película. Es notorio ya desde el comienzo que no hay intención del autor de que así sea, que no es la búsqueda de un clima –que nunca se logra-, sino la consecuencia de un mal casting, de un personaje (el de Suracco, lo más flojo) débil y estereotipado, cumpliendo los pasos de un guión plagado de sentimentalismos recurrentes y lugares comunes.
Juan José Camero no se aparta del plan. La película gira entorno a la música y él representa quizá la parte que le toca al tango, y a modo de ejemplo de lo que intenta hacer Broitman y de lo que sale, claro está, expone a un bandoneonísta derrotado, alcohólico, oscuro y errante, el fresco más obvio y frívolo que se le puede dar al género. Lo mismo pasa con la metáfora de la ópera, buscada acaso en cierta ampulosidad, cierta solemnidad que caracterizan los diálogos y el guión, un guión que por momentos intenta ser poético pero no es más que un mal artificio de la poesía, en tanto cursi y naif. Una solemnidad que sobra y que aburre, que duplica la duración de la película.
Recuerdo que en aquél primer diálogo que referíamos, Federico (Suracco), responde a una pregunta acerca de a qué se dedica, y responde, entre otras cosas, “que también escribe poesía cuando está triste o cuando llueve”. Esa poesía, ya anunciada de esa manera ordinaria y poco feliz, será el hilo conductor de la historia, y no pasará de un corpus sencillo y elocuente, que roza la mediocridad y la cursilería.
Broitman no esconde nada. Por momentos “La vida anterior” intenta ser pretenciosa y bella, pero está todo expresado de una forma muy explícita, previsible y muy trillada, una forma que no desentona con el guión, ni con la voz en off del personaje de Suracco, que por cierto es insufrible.
Rescato a Elena Roger. En el trágico resultado final de una película aburrida y vacía, que no dice nada ni provoca nada más allá del aburrimiento, su representación es auténtica y las escenas en las que canta son bellísimas. Me deja la optimista sensación, que en el marco de una historia mejor contada, y en manos de un director menos fallido, hubiera sido un feliz descubrimiento. Quizá sea un consuelo.
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