LAS VIDAS QUE IMAGINAMOS Una tarde de verano en Barcelona. Ocho, argentino, poeta que vive en Nueva York, conoce a Javi, que vive en Berlín pero está visitando a sus padres. El encuentro inicia en la playa pero no prospera. Más tarde, Ocho ve a Javi desde el balcón, y como no conoce su nombre lo llama por la remera que tiene puesta. “¡Ey, Kiss!”, le grita. Después viene la intimidad, las charlas, el vino, el atardecer, hasta que Ocho comenta, con algo de pudor, que tiene la extraña sensación de que se conocen de antes. Y Javi, sin dudarlo, le dice que es verdad: que ya se habían conocido. Así arranca Fin de siglo, la ópera prima de Lucio Castro, una historia de amor entre dos hombres que parece comenzar de manera convencional, para convertirse luego en un juego con el tiempo y el destino, que es a su vez una reflexión y una pregunta sobre las vidas posibles que se ganan o se pierden con cada decisión. Juan Barberini encarna a Ocho, un personaje al que el director nos introduce mediante silencios y la rutina clásica del turista aburrido, pero que va ganando espesura a medida que su experiencia se cruza con la de Javi, interpretado por el español Ramón Pujol. En las conversaciones que mantienen, salen a la luz las contradicciones de un entramado complejo como es el de las relaciones amorosas, donde se ponen en crisis las propias identidades, la sexualidad y los anhelos de cada uno. Castro elige contar su historia a través de tres episodios que desafían el paso del tiempo, y es de ese modo que los actores interpretan a sus personajes en momentos separados por veinte años (o más, en el caso del tercer segmento), y su apariencia nunca varía. No hay envejecimiento porque quizás lo que vemos nunca pasó, pero el director plantea la duda y de manera acertada no da la respuesta. No sabemos si Ocho y Javi efectivamente se conocieron veinte años atrás, o si terminaron casados y tuvieron una hija, o si Ocho se imaginó todo mientras miraba desde el balcón a Javi, que se alejaba con una sonrisa. Lo que podría pasar por fantástico en el cambio de escenarios fluye de manera natural a través de un gesto, o de un acto mínimo como pisar un patito de goma, y sólo una leve desorientación por parte de Ocho hace temblar el verosímil. Castro tampoco evita poner la cámara sobre el cuerpo de sus protagonistas y su intimidad, pero evade cualquier manipulación ausentando la música y los lugares comunes en este tipo de escenas. La película podría apuntar a la nostalgia o a la derrota, pero prefiere ubicarse en un lugar intermedio, agridulce, un espacio de oportunidades donde no todo está dicho. Tal vez la participación de Mía Maestro en el rol de Sonia no llega a encajar del todo en la propuesta, porque detiene el relato en una larga reflexión que, más allá de sus méritos interpretativos (más cercanos al teatro), termina por alejarse del tono general. En suma, Fin de siglo es una película ágil (a pesar de cierta pose indie, de tomas largas con un personaje comiendo), que se permite reflexionar sin vocación aforística sobre el amor, la paternidad, la familia y también la amistad, con dos actores cuya química crece hasta volverse entrañable, y con un resultado final que, sin ser brillante, es atendible y no decepciona.
UN COLLAGE ENOJADO El más reciente documental de Andrea Schellemberg aborda una problemática surgida en las entrañas del Congreso de la Nación: el cese de actividades de la muestra destinada a visibilizar los libros prohibidos durante las últimas dictaduras, desde la Biblioteca Peronista incautada por la Revolución Libertadora, hasta los textos que sufrieron la censura desde 1976 en adelante. La directora establece como eje el relato de Silvana Castro, que trabaja en la Biblioteca del Congreso y es la principal responsable de los intentos por restaurar el proyecto, pero desde el primer momento la película toma una decisión que, durante sus 65, va a atentar contra sí misma hasta verse afectada de manera irreversible, incluso invalidándose. Lo primero que vemos es una conferencia en donde el ex presidente Mauricio Macri habla sobre clausurar el pasado y mirar hacia el futuro, haciendo hincapié en la “estafa” que para él representa la cantidad de empleados con los que cuenta la Biblioteca del Congreso. En unos pocos minutos queda clara cuál es la intención de Schellemberg: denunciar la gestión de Cambiemos a través de la historia de una de las tantas actividades desmanteladas durante los cuatro años de gobierno macrista. Basta con escuchar la retórica sin recursos del ex presidente, su desdén por la memoria manifestado a través de frases que parecen decir una cosa pero dicen otra, para entender por qué el documental elige arrancar así. Es un inicio que declara posición, que se juega por una parte; el problema viene después, cuando avanza sin hacer caso a su premisa y se entrega a una ejecución proselitista sin tener, en apariencia, ambición cinematográfica alguna. La directora deja de lado el formato de entrevistas y hace que su cámara recorra los pasillos del Congreso y las calles que lo rodean en un estilo observacional, casi sin entrometerse, a la manera de Frederick Wiseman (uno podría pensar en su documental Ex Libris, donde da cuenta de la vida diaria en la Biblioteca Pública de Nueva York). Pero mientras el director norteamericano recorre pasillos y dependencias como un testigo, buscando naturalidad en lo que vemos y formando finalmente una imagen orgánica y completa de la institución, Schellemberg somete a sus protagonistas a situaciones forzadas que intentan mostrar la rutina de la Biblioteca y del trabajo en el archivo, pero que no son más que recreaciones donde sobresale el artificio. A esto se le suman las reiteradas intervenciones de material televisivo sobre la marginalidad con la que se vive afuera del Congreso, o sobre las manifestaciones reprimidas por la policía, y que Silvana Castro observa desde un sillón junto a su marido y su gato. Es evidente que el film intenta, a través de estos fragmentos (o de otros episodios donde se pueden ver sesiones de diputados y senadores, o una reunión donde se habla del conflicto entre Manaos y las comunidades de pueblos originarios), que su denuncia no se quede sólo en la problemática de los libros prohibidos, y abarque todo el espectro afectado por las políticas del macrismo, pero es la forma en que organiza el relato que la cuestión de los libros y la censura termina quedando anulada. Incluso el segmento donde Castro habla de su experiencia en los años del Proceso, donde estuvo detenida durante dos meses, (y que abre aristas de interés sobre el rol de la familia y su complicidad en los casos de estudiantes secuestrados), no termina de cuajar en una propuesta que, por más curioso que parezca, no puede parar de evitar su tema central. Porque el documental se llama Los prohibidos y pese a que la cámara registra algunas conversaciones al respecto, la mayor parte del tiempo la película se parece más a un recorrido turístico por el Congreso de la Nación, remarcando la importancia de la Biblioteca para el trabajo de investigadores; un recorrido intervenido por clips sobre el deterioro del país a manos de un gobierno neoliberal. Schellemberg subraya una y otra vez que la censura aún existe, pero en lugar de hacer uso de un material de base sumamente rico, intenta más de una película a la vez y, al final, termina con un collage fallido, a pesar de sus buenas intenciones. Lo que se dice, una lástima.
EL REFUGIO DE LA PROPIA SOLEDAD Antes por cuestiones políticas, hoy por desinterés o desconocimiento (o quizás aún por cuestiones políticas), la figura de Vito Dumas permanece anclada en cierta marginalidad que la aleja del reconocimiento que podría tener. Aunque en vida recibió los máximos galardones internacionales, y su leyenda todavía subsiste entre los interesados por el arte de la navegación, su nombre no termina de ubicarse con comodidad en el podio de los héroes populares. Tal vez se deba a esa tensión entre lo popular y lo elitista que existe en Vito Dumas: popular por derecho propio, sin chapa ni escuela ni recursos, un hombre hecho a sí mismo que hizo estallar la envidia de los apellidos importantes del yachting argentino y de la Marina; y elitista a su pesar, porque sus hazañas no logran interesar demasiado fuera de los círculos especializados. La generación que aún lo recuerda transita sus últimos pasos: ancianos que recorren librerías buscando un ejemplar de Los cuarenta bramadores para regalarle al nieto que se anotó en Prefectura. Con la determinación de hacer justicia al respecto, el documental de Rodolfo Petriz da cuenta de las peripecias de Dumas sin perder de vista los factores políticos y sociales que fueron moldeando su experiencia. Con relatos extraídos de sus libros, sumado a un notable trabajo de archivo centrado en los diarios de la época, el documental arranca en Francia, en la localidad de Arcachon, desde donde Dumas partió rumbo a Buenos Aires, en la que sería la primera de sus gestas marítimas. Uno de los aciertos de Petriz es no dar demasiado lugar a las circunstancias de la vida de Dumas previas a su etapa de navegante: le basta con nombrar su origen humilde y sus logros en la natación, para después meterse de lleno en los pormenores de cada viaje. De esta manera, queda expuesto lo que más tarde confirmará uno de los entrevistados: que la vida de Dumas era el mar, que sus días en tierra firme lo enfermaban y entristecían, y que pese al paso de los años y a los estragos en su propio cuerpo, su pasión lo obligaba a embarcarse una y otra vez; incluso a costa de su propia familia. Como el personaje de Jeremy Renner en The hurt locker, que sobrevive a la guerra, vuelve a la tranquilidad del hogar, y en el último plano lo vemos nuevamente uniformado y caminando por el desierto. Con respecto a la pasión que quema y es incontrolable, otro de los aciertos de El navegante solitario es que, si bien pone el foco en la grandeza de Vito Dumas y lo extraordinario de sus viajes, también es sincero al nombrar las consecuencias personales y familiares que acarrea una vida como esta. Dumas vuelve de una de sus travesías para encontrarse con un matrimonio resquebrajado, y será la navegación quien lo salve una y otra vez; o visto de otro modo, será la navegación la que lo ayude a evadirse de una vida doméstica que aborrecía y para la que no estaba hecho. Mediante el testimonio de expertos y allegados, Petriz también realza la figura enigmática de la mujer que obsesionó a Dumas durante muchos años (y que no era su esposa), con quien mantuvo una turbulenta relación que terminó con un incendio, literal. Las iniciales de esta mujer, que el documental se cuida de no develar, pese a cierta insistencia juguetona de Petriz en rol de entrevistador, son las que dieron nombre a los dos barcos más importantes de Dumas, el LEGH y el LEGH II. Un comentario personal: el LEGH II se puede visitar en el Museo de la Armada en el Tigre, y admirarlo de cerca, teniendo en cuenta todo lo que se vivió en esa pequeña embarcación, resulta bastante emocionante. Más allá de la aventura, y como decíamos antes, El navegante solitario también se encarga de los problemas sociales y políticos que tuvo Dumas en su carrera. En principio, al ser tildado de “mufa” por los círculos más exclusivos de la navegación, los clubes náuticos y los oficiales de la Marina. Su nombre fue marginado y demonizado por quienes no toleraban su origen humilde y la realidad solitaria y sin recursos de sus hazañas, al tiempo que su status de héroe fue creciendo en el corazón del pueblo. Resulta interesante advertir que con cada viaje, Dumas dejaba a sus espaldas una Argentina que, a su vuelta, había cambiado completamente. Tanto el golpe de 1943 como el inicio de la Revolución Libertadora en 1955 sucedieron mientras estaba en el mar. Durante los primeros años de gobierno de Perón, Dumas recibió un cargo de teniente y percibió un sueldo, y se convirtió en uno de los deportistas destacados que acompañaban al presidente. Incluso, por aquellos años, se formó una escuela de navegantes a vela, con Dumas a la cabeza y apartada del bullicio de la aristocracia. Con el derrocamiento de Perón y su posterior exilio, Dumas fue injustamente perseguido e investigado, y aunque terminó libre de todo cargo, vivió sus últimos años alejado y olvidado por el ojo público. Como apunta su nieto, dormía en un catre en el balcón de su departamento en Vicente López, y en las noches de calor permanecía despierto, mirando las estrellas. A pesar de ciertas dramatizaciones innecesarias, que en esos episodios vuelven artificioso el relato, el documental de Rodolfo Petriz tiene pulso para la aventura y logra darle a la leyenda del navegante solitario la dimensión que se merece. La historia de Vito Dumas es una defensa en favor de la voluntad y la persistencia, que podría resumirse en aquella frase pronunciada por otro aventurero argentino, Alfredo Barragán, y que se convirtió en el slogan de su gesta, la Expedición Atlantis: “Que el hombre sepa que el hombre puede”.