Sibila:
La imposibilidad del enajenamiento
El tipo de registro fluye. La fusión de la pasión periodística que tiene innata el realizador de un documental con cualquier estilo de los que existen en un género tan amplio como éste, otorga al espectador una amplia gama de opciones para definir su gusto. Desde el mero hecho de querer informar, al de también combinar un estilo de mostrar la realidad a transmitir.
Cuando comienza Sibila, la identificación es inmediata. La historia se narra como si fuera un diario, con una voz en off protagonista. La persona que habla es la directora, la persona que necesita respuestas que, en su momento, nadie le dio. No es una búsqueda de identidad, no es un drama que le quite el sueño. Es una cuenta pendiente, es una ausencia repentina que se volvió permanente, es un hueco que nadie supo rellenar. Teresa Arredondo pregunta pero no exige, comprende. Es su familia, que por una causa más o menos valida que otra, decide abstraerse de la realidad vivida, al menos discursivamente. Su tía Sibila, perteneciente al grupo terrorista Sendero Luminoso en Perú, donde por esta causa termina encarcelada 15 años, parece ser tema prohibido en su seno familiar. Esa incomodidad de no saber, esa fuerza por querer encontrar las respuestas es transmitida por la cámara, que no parece ser más que una subjetiva que refuerza esta idea de identificación para con el espectador. Esta tensión generada por el vínculo, ese amor de la niñez puro e inefable para con su tía, vuelve su camino intenso pero recto hacia el encuentro que se hace desear.
La aparición de Sibila en el plano conmueve tanto, que se necesita una reformulación desde el recurso cinematográfico para poder lograr expresar lo que siente esta Teresa niña. Y escribo esta niña, porque parecería ser un viaje en el tiempo. Una atemporalidad, un universo paralelo donde se busca esa inocencia en el lazo, esa unión básica e inquebrantable. Esa inspección minuciosa de una persona, esa conexión automática con el recuerdo, hace de esta película una especie de introspección. Hay dos cuestiones que parecen buscar respuestas; por un lado, la de poder saber lo que por parte de su familia no va a poder, ir a la fuente, volver atrás, entender, y por el otro, y mucho menos evidente, el de encontrarse a sí misma, y buscar una referencia, drenar esa admiración. Esta ambigüedad expuesta vuelve al film mucho más profundo. Abre su mente y su corazón a la pantalla.
Sibila va más allá de los hechos vividos, más allá de un discurso político, de una postura frente al mundo en sociedad. Sibila muestra la nostalgia, la ansiedad, la verdad, con tanta transparencia, con tanta textura que se asemeja a lo que logró transmitir Naomi Kawase en Embracing (1992). Transforma a la cámara, dejando de lado el concepto de dispositivo para volverla casi como sus ojos. Las respuestas ya no necesitan palabras, las imágenes ya las suplantaron.
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