Todo a mitad de camino. Una idea jugada, incómoda de contar. Retratar la grave discapacidad de una persona, pero con un tono cómico jocoso, rozando lo negro, alivia la carga prejuiciosa de lo que uno espera de este tipo de historias. En Seis sesiones de sexo se plantea un juego, que va y viene de los extremos, de llegar a conmover, hasta provocar la risa incrédula por lo que se cuenta en pantalla.
La historia se basa en la vida de Mark O’Brien, un poeta estadounidense, que sufrió una poliomielitis cuando era chico y las secuelas fueron que sólo pueda controlar el movimiento de su cabeza, y depende de un pulmón de acero para respirar. Lejos de caer en un dramón personal, enumerando las frustraciones sufridas, el dolor por la imposibilidad de cambiar ese presente, se vuelca a contar, con un peculiar positivismo, sobre un tema tabú: el sexo de los discapacitados. Si el sexo en sí escasea como temática. El espectador, ajeno a esa realidad y negador por elección, se encuentra con una liviandad en el retrato, con una fluidez amistosa, que lo acerca, que lo divierte, que vuelve común una historia anormal. Ben Lewin hace que Seis Sesiones de Sexo pose para la foto. Da su mejor cara. Un registro sencillo, convencional, sin estar dotado de un gran virtuosismo elocuente, que no se necesitaba, ilustrando recuerdos montados eficazmente. Con extremada simpleza pese a estar hablando de un tema difícil...