Un largo anuncio publicitario Mara es una adolescente que abandonó sus sueños de viajar por el mundo para criar y mantener a su hermano menor luego de que sus padres mueran en un accidente. Sin embargo, recuperará ese espíritu explorador cuando descubra con su hermano una mágica exposición de juguetes que los llevará a vivir aventuras rodeados de vikingos, vaqueros, piratas y robots. Lino DiSalvo, animador made in Disney, responsable de Frozen y supervisor en Enredados (Tangled) y Bolt, presenta Playmobil: la película, su primer film como director. La propuesta es simple: Mara, una adolescente que cuando era chica tenía un pasaporte como objeto más preciado y soñaba con viajar y conocer el mundo, de un día para el otro tiene que hacerse cargo de su hermanito, Charlie. Unos años después, harto de nueva vida, triste, con obligaciones y sin tiempo para jugar con sus playmobils, el menor se escapa de su hermana y de su casa para ir a una fiesta, encuentra una exposición de juguetes y se mete. Mara descubre que su hermano se escapó y decide ir a buscarlo. Así, se encuentran en la expo y en medio de una sala llena de los famosos muñequitos que le dan nombre a la peli, pelean hasta que por arte de magia (sí, por magia y de manera inexplicable) ambos son transportados a una dimensión en donde todos son Playmobils, incluso ellos mismo. Charlie, transformado en vikingo, es secuestrado por unos piratas y llevado a un circo romano para entretenimiento de un emperador malvado; y Mara, transformada en un simple Playmobil de mujer, emprende el rescate por una gran variedad de escenarios, sets y personajes. El problema con la película es que casi nada tiene sentido. Por empezar, lo que ya mencionamos: no hay razón, ni explicación de porqué los jóvenes se transportan al mundo de los Playmobils. Superado ese detalle, el sinsentido sigue a lo largo de las casi dos horas que dura la película. Los personajes, Mara y un Playmobil medio hippie que se encuentra por ahí, recorren diferentes sets medio al azar y teniendo pequeñas aventuras en cada uno de ellos con escenas completamente descartables y que no hacen avanzar la trama ni son graciosas. En el medio de todo aparecen un Playmobil espía muy James Bond, el clásico robotito del set del espacio (hay un cameo de la famosa nave espacial Playmobil), un hada y un unicornio y en una escena se suben al juguete más preciado de la colección: el barco pirata. Y así, luego de un par de idas y vueltas, dos o tres momentos musicales, caídas y persecuciones, llegan al set romano para enfrentarse con el emperador y liberar a su hermano. En resumen, es una película sin humor ni ironía, por no decir un guion. Y sin ánimo de subestimar a los más chicos, no es una película que los adultos vayan a disfrutar. Ni siquiera por el lado de la nostalgia (casi todos hemos tenido y jugado con estos juguetes). Es un producto orientado completamente a los niños y niñas de entre 5 y 8 años, quienes se van a copar con el espía, los piratas, el hada y el unicornio. Los de menos se van a aburrir por la longitud y los más grandes por la falta de trama, chistes e inteligencia de una película cuyo único objetivo es intentar poner de nuevo en el mercado los juguetes que enamoraron a toda una generación.
La joven Indiana Jones En plena era de remakes, reboots, reversiones y películas basadas en éxitos de la tv, llega a la cartelera local la versión live action de uno de los dibujitos preferidos de los sub 8: Dora, la exploradora. Y, créanme, no defrauda ni decepciona como otros productos del mismo estilo. Dora y la ciudad perdida es la versión con humanos del popular dibujo animado Dora, la exploradora, protagonizado por la curiosa niña que le da nombre a la serie. En la versión original, animada, Dora es una chica curiosa que debe sortear diferentes acertijos o problemas en la selva con la ayuda de un monito, su primo Diego y con la complicidad e interacción de los espectadores, con el objetivo no solo de entretener sino de enseñarle a los más chicos diferentes palabras en inglés. Como es de esperarse, esta parte “educativa” de la animación original queda solo como un chiste en la película. Veamos entonces de qué se trata. La película comienza con una Dora de la misma edad que en el dibujito. Una niña divertida, curiosa, optimista, intrépida y soñadora que vive en medio de la jungla sudamericana junto a sus padres y su primo Diego, de visita por las vacaciones. Todo es felicidad y aventura hasta que Diego debe irse a la ciudad para empezar el colegio. Dora, cuyos padres son exploradores, se queda en la selva siendo educada en casa por ellos. Se despiden y corte a Dora adolescente. El cambio que vemos en pantalla es solo físico. Dora sigue siendo la misma niña curiosa, optimista, etc., etc., que conocimos al principio de la pel´cula, pero en el cuerpo de una chica ya grande. Es entonces que sus padres, Eva Longoria y Michael Peña, deciden enviarla a la gran ciudad a estudiar mientras ellos van en búsqueda de un tesoro perdido de los Incas. Dora deberá entonces primero encajar en una secundaria típica, llena de apáticos adolescentes, nerds, bullies y todos los estereotipos conocidos para luego, casi sin quererlo, verse envuelta en una peligrosa búsqueda en medio de la jungla junto a un puñado de compañeres de clase. Dora y la ciudad perdida es una mezcla perfecta de (pre) coming of age con película de aventuras. Una versión femenina y para chicos de 5 a 8 años de Indiana Jones. Está llena de acción y los pocos momentos de la trama en los que nadie corre, salta o gesticula en primer plano, mantienen la atención del público infantil con escenas y chistes en las dosis justas tanto para los más chicos como para los más grandecitos. Los guiños relacionados a la versión animada junto con la acción constante y el magnetismo y complicidad con los espectadores de la protagonista, interpretada por Isabela Moner, son lo mejor. En resumen, Dora y la ciudad perdida es una muy digna película, y una muy buena adaptación de un dibujito animado llevado a la pantalla grande con personas reales y un excelente primer paso para introducir a los chicos al cine de Spielberg, por ejemplo.
Un cuento de hadas Elisa es una empleada de limpieza muda en un edificio supersecreto del gobierno que descubre una enigmática criatura acuática, objeto de experimentos y abusos de sus empleadores, con la que entabla una relación única y especial que le va a cambiar la vida. Me animo a decir que La forma del agua es probablemente la mejor película de Guillermo del Toro. Al menos a la misma altura de El laberinto del Fauno o El espinazo del Diablo. Pero sin lugar a dudas es la más adulta. A diferencia de las anteriores, este cuento de hadas deja en claro que es una historia de grandes y para grandes en los primeros minutos con una escena clave del personaje principal, Elisa, interpretada de manera brillante por Sally Hawkings en su bañera. A partir de entonces Del Toro nos presenta el elenco. Ella, muda, solitaria pero independiente, que no solo carga con su vida, su incapacidad y heridas del paso, sino también con su vecino (Richard jenkins), un dibujante sin empleo fijo y al filo de la jubilación o retiro forzado, a quién le hace la comida, acompaña y cuida junto con sus gatos. Es a través de la curiosidad y los ojos de Elisa que descubrimos una misteriosa criatura acuática que el gobierno mantiene encerrada en las instalaciones supersecretas donde ella trabaja como empleada de limpieza. Este “monstruo” es víctima de abusos, experimentos y torturas a manos del sádico Coronel Stickland (Michael Shannon), quien está a cargo del lugar. Elisa empatiza inmediatamente con esta criatura, logra comunicarse y comienza una relación amorosa con ella. La trama, el cuento, es simple, sí. Es la historia de la Bella y la Bestia, podría decirse. ¿Entonces? Por qué es maravillosa La forma de agua? Porque cuenta esa historia de una manera bellísima, tierna, romántica, diferente y además utiliza el contexto de la Guerra Fría para hablar de temas actuales como la discriminación, la tolerancia, el acoso, el machismo y por supuesto el sexo. Es una historia contada mil veces antes, pero Del Toro le agrega su sensibilidad, sus ganas de narrar cuentos fantásticos, su amor por las criaturas extrañas, sus miedos. Es un discurso de tolerancia y diferencia. Es una película de amor y de amor a esas diferencias. De preguntarse qué es el amor. De amar al otro no por lo que es o ve todo el mundo, sino por lo que ve cada uno en el otro. Y donde las obsesiones del director (monstruos, criaturas fantásticas, el “cuco” debajo de la cama o dentro del placard), tan presentes y exageradas en sus anteriores películas, parece como si ya no le preocuparan tanto pero sin embargo están ahí, contenidas y controladas, eso sí. Las actuaciones de Hawkins y Shannon son excelentes. Hawkings actúa con los ojos y es increíble lo que logra comunicar con sus expresiones y miradas. Y Shannon está impecable y perfecto, tanto que no hay un segundo en la película en el que no lo odiemos. Otro acierto de Del Toro fue haberse decidido por filmar en color (durante la preproducción se pensó en hacer la película en blanco y negro): la paleta es hermosa y los contrastes entre el celeste y gris del laboratorio, con los verdes y azules del agua y el “monstruo”, y los naranjas, amarillos y rojos del “afuera” están elegidos y cuidados a la perfección y hacen que los sets, los ambientes (el laboratorio, la casa de Elisa) sean un personaje más de la película. La manera en que el director mexicano pone la cámara, corta, y nos encuadra a los personajes y las acciones me hicieron acordar al cine clásico de Hollywood. De hecho, La forma del agua es una película de cine clásico, que homenajea a ese cine, que está llena de referencias cinematográficas y que deja en claro que es la obra de un cinéfilo, para cinéfilos. *Crítica de Rodrigo Álvarez