Un cuento de hadas
Elisa es una empleada de limpieza muda en un edificio supersecreto del gobierno que descubre una enigmática criatura acuática, objeto de experimentos y abusos de sus empleadores, con la que entabla una relación única y especial que le va a cambiar la vida.
Me animo a decir que La forma del agua es probablemente la mejor película de Guillermo del Toro. Al menos a la misma altura de El laberinto del Fauno o El espinazo del Diablo. Pero sin lugar a dudas es la más adulta. A diferencia de las anteriores, este cuento de hadas deja en claro que es una historia de grandes y para grandes en los primeros minutos con una escena clave del personaje principal, Elisa, interpretada de manera brillante por Sally Hawkings en su bañera. A partir de entonces Del Toro nos presenta el elenco.
Ella, muda, solitaria pero independiente, que no solo carga con su vida, su incapacidad y heridas del paso, sino también con su vecino (Richard jenkins), un dibujante sin empleo fijo y al filo de la jubilación o retiro forzado, a quién le hace la comida, acompaña y cuida junto con sus gatos. Es a través de la curiosidad y los ojos de Elisa que descubrimos una misteriosa criatura acuática que el gobierno mantiene encerrada en las instalaciones supersecretas donde ella trabaja como empleada de limpieza. Este “monstruo” es víctima de abusos, experimentos y torturas a manos del sádico Coronel Stickland (Michael Shannon), quien está a cargo del lugar. Elisa empatiza inmediatamente con esta criatura, logra comunicarse y comienza una relación amorosa con ella.
La trama, el cuento, es simple, sí. Es la historia de la Bella y la Bestia, podría decirse. ¿Entonces? Por qué es maravillosa La forma de agua? Porque cuenta esa historia de una manera bellísima, tierna, romántica, diferente y además utiliza el contexto de la Guerra Fría para hablar de temas actuales como la discriminación, la tolerancia, el acoso, el machismo y por supuesto el sexo. Es una historia contada mil veces antes, pero Del Toro le agrega su sensibilidad, sus ganas de narrar cuentos fantásticos, su amor por las criaturas extrañas, sus miedos. Es un discurso de tolerancia y diferencia. Es una película de amor y de amor a esas diferencias. De preguntarse qué es el amor. De amar al otro no por lo que es o ve todo el mundo, sino por lo que ve cada uno en el otro. Y donde las obsesiones del director (monstruos, criaturas fantásticas, el “cuco” debajo de la cama o dentro del placard), tan presentes y exageradas en sus anteriores películas, parece como si ya no le preocuparan tanto pero sin embargo están ahí, contenidas y controladas, eso sí.
Las actuaciones de Hawkins y Shannon son excelentes. Hawkings actúa con los ojos y es increíble lo que logra comunicar con sus expresiones y miradas. Y Shannon está impecable y perfecto, tanto que no hay un segundo en la película en el que no lo odiemos.
Otro acierto de Del Toro fue haberse decidido por filmar en color (durante la preproducción se pensó en hacer la película en blanco y negro): la paleta es hermosa y los contrastes entre el celeste y gris del laboratorio, con los verdes y azules del agua y el “monstruo”, y los naranjas, amarillos y rojos del “afuera” están elegidos y cuidados a la perfección y hacen que los sets, los ambientes (el laboratorio, la casa de Elisa) sean un personaje más de la película. La manera en que el director mexicano pone la cámara, corta, y nos encuadra a los personajes y las acciones me hicieron acordar al cine clásico de Hollywood. De hecho, La forma del agua es una película de cine clásico, que homenajea a ese cine, que está llena de referencias cinematográficas y que deja en claro que es la obra de un cinéfilo, para cinéfilos.
*Crítica de Rodrigo Álvarez