Muppets 2: Los más buscados:
El karma de las secuelas
Después de un regreso prometedor, de una espera con ansias, el temor se vuelve realidad. Los Muppets van por todo, pero sin medir las consecuencias. Buscan lo espectacular, el despliegue, las explosiones, los musicales. En definitiva buscan a Hollywood y su cine efectista. Aunque (por suerte) no olvidan su esencia, la sencillez de los gags clásicos y la irreverencia que les permite reírse y criticar al mismo tiempo. Y esto es lo que los mantiene a flote.
Los Muppets acaban de terminar la película que los trajo de regreso cuando, entre las propuestas que surgen para continuar, se topan con Dominic Badguy (Ricky Gervais) que se hace pasar por un representante de giras mundiales. A pesar de la -siempre desconfiada- opinión de Kermit la rana, el resto de elenco se entusiasma con la idea y juntos salen hacia Europa. Allí es donde la historia policial transcurre. Constantine; una rana idéntica al líder de los muñecos salvo por el clásico lunar malvado; reemplaza a Kermit y logra que lo manden a una prisión en Siberia. Liberado de la persecución Constantine se unirá a la gira y junto a Dominic Badguy, su número dos, buscarán cumplir con el plan delictivo que tienen en mente. Mientras son investigados por un par de policías bastante especiales, Sam el Águila y Jean Pierre Napoleón (Ty Burrell), al tiempo que deben lidiar con la gira de Los Muppets para que nadie sospeche. Lejos de allí, en el invierno soviético, Kermit intentará escapar de la prisión y de la marca personal que le impone la guardia cárcel Nadya (Tina Fey).
La dupla entre el director James Bobin y el guionista Nicholas Stoller, mismo equipo que en Los Muppets (The Muppets, 2011), parece olvidarse de la sencillez con que abordaron el regreso y salen a contar una historia con demasiados condimentos, desbordada por la intención de espectacularidad. Sin darse cuenta caen en los mismos errores, en el karma de las secuelas (previas al 2000) donde Kermit y su banda, intentando impresionar, se distanciaron del público. Algo que previó Jason Segel (quien interpretó a Gary, el hermano de Walter, en la primera película) y que en su rol de co-guionista impulsó un film más mesurado, nostálgico, dónde los Muppets se volvían a insertar en nuestro mundo respetando la base de su humor. En esta secuela el actor de ¿Cómo sobrevivir a mi novia? (Forgetting Sarah Marshall, 2008) no estuvo involucrado y eso se nota.
Desde el principio, los Muppets, se dan cuenta que vuelven a estar solos. Les gana la desesperación y cuando parece que el vacío los inundará una vez más descubren una cámara prendida, otra oportunidad, y se arrojan a ella. El musical del comienzo nos muestra el despliegue de Hollywood y las superproducciones en que se sustenta, mezclando estilos y caos. Algo de eso se mantendrá a lo largo de la historia con referencias a clásicos como El silencio de los inocentes (The Silence of the Lambs, 1991), Sueños de Libertad (The Shawshank Redemption, 1994), El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1957) de Ingmar Bergman, o la mezcla entre Yoda y el senador Palpatine, de la saga Star Wars, que desarrolla Constantine en el primer encuentro con Kermit.
Muchas explosiones, desplazamientos geográficos, cameos y delirios hacen que el nudo narrativo pierda fuerza. Apenas Walter, Animal, Fozzie y Miss Piggy logran sobresalir del segundo plano en que terminan los muñecos. El trío de comediantes principales (Ricky Gervais, Ty Burrell y Tina Fey) tampoco aportan demasiado. En cambio lo que más abunda hasta la exageración son los musicales y, a pesar de eso, ninguno alcanza la contundencia de Man or Muppet (ganadora de un Oscar a la Mejor Canción Original 2012 por su aparición en la primera película).
Aun así no todo está perdido cuando los Muppets se vuelcan a su humor. Son capaces de los chistes más sencillos, más tontos y divertidos, como de la irreverencia más cruda. Se burlan de sí mismo, de lo ilógicas que pueden ser algunas escenas, de los desastres que hicieron en las secuelas anteriores, de aburrir al público, del descontrol con que se manejan y la sociedad patriarcal en la que se mueven (donde Kermit debe ser la voz de mando, el que mantiene el caos organizado). También explotan las diferencias entre Estados Unidos y Europa, en especial con los franceses. Los Muppets continúan siendo un juego, por eso tantas apariciones estelares, por eso tanta risa cómplice ante los absurdos movimientos de las marionetas, por eso tantas ganas de volver a verlos pero en una historia donde los protagonistas sean ellos y no el merchandising.
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