EL PASADO Y LO QUE VENDRÁ
El pasado puede ser una pesada ancla que empuja hacia el fondo y no deja avanzar. Pero también puede ser los cimientos sobre los cuales construir el futuro. Y OPERACIÓN SKYFALL, la película número 23 de James Bond, es una reflexión en torno a eso, a la misma esencia de un espía que tras 50 años de aventuras cinematográficas se sigue reinventando. El film se planeta qué hacer con un personaje casi convertido en cliché, luego de Bournes y parodias varias. ¿Reinventarse o morir? ¿Vale la pena seguir resucitando? ¿Y qué hacer con medio siglo de misiones, chicas Bond, martinis agitados no revueltos? El pasado también se convierte en un elemento central en la trama, cuando M (Judi Dench) y toda la organización MI6 es amenazada por un terrorista, alguien que quiere que la jefa de 007 piense en sus pecados, en lo que hizo, tal como le dice en un mensaje cuando hackea su computadora. Bond (Daniel Craig), quien había sido dado por muerto en una misión en Turquía al comienzo del film, regresa (resucita) y será el único capaz de detener al villano. La trama también profundiza en la relación entre M y Bond y nos permitirá conocer algo del pasado del protagonista, más allá de la superficie, más allá de sus trajes elegantes.
OPERACIÓN SKYFALL (que, nota aparte, es un pésimo título traducido porque en la película no hay ninguna “Operación Skyfall”) regresa a las raíces de Bond, en cuanto creación y en cuanto personaje/persona, algo curioso porque, tras medio siglo, nos damos cuenta de que no sabemos mucho acerca de él y de su historia personal (hasta ahora se había mostrado como un hombre sin pasado). Aquí, 007 es presentado como un agente maduro y experimentado, que prefiere hacer las cosas a la vieja usanza (se afeita con una navaja, por ejemplo). Hay constantemente una tensión con el futuro, con lo que vendrá: así, Bond se muestra algo reacio a trabajar con el nuevo Q, personaje característico de la saga (ese que le da a Bond sus artefactos tecnológicos) que regresa ahora convertido en un joven nerd. En su primer encuentro, 007 le dice que “juventud no garantiza innovación”.
El jokerístico villano Raoul Silva (Javier Bardem) también está vinculado al pasado de M y de la organización MI6: tarda en aparecer, pero cuando lo hace, lo primero que llama la atención es su aspecto, más rubio que Bond, sus movimientos amanerados y sus gestos, que mezclan locura y agobio. Es para destacar su presentación, con un largo monólogo mientras camina, y su contradictoria filosofía anti-pasado (“Perseguir espías es tan anticuado”, dice), pero al mismo tiempo es el pasado lo que impulsa su venganza. Lamentablemente sus planes resultan ser algo estúpidos y le quitan fuerza como antagonista. Lo más importante que hace Silva es obligar a los personajes a recordar, a pensar en lo que hicieron mal. Y esto, indefectiblemente, lleva a mirar hacia el futuro: ¿Cómo seguir? ¿Qué cambiar? ¿Qué mantener?
Quizás sea simplemente la nostalgia por el festejo de los 50 años del personaje, pero la etapa Daniel Craig, que comenzó con CASINO ROYALE (2006), parece haber tomado un nuevo rumbo. De hecho, en OPERACIÓN SKYFALL no hay ningún punto de contacto con la historia que se venía contando hasta ahora sobre la organización terrorista Quantum. Esto puede verse como un paso atrás, pero fue necesario luego del tropezón que supuso QUANTUM OF SOLACE. Esta es una película que reflexiona sobre sí misma y sobre toda la saga, con varios homenajes a entregas anteriores, como la reaparición de ciertos personajes (por ejemplo, Q) y del famoso auto Aston Martin DB5. Hasta ahora, el Bond de Craig se había parado frente al mundo como un héroe realista, tratando de mostrarse moderno y alejado de los Bond anteriores y sus clichés. En OPERACIÓN SKYFALL, abraza y acepta su pasado: se reconoce, se admite, reivindica su esencia. Bond volverá, como siempre, para seguir avanzando hacia el futuro, pero sin dejar de mirar nunca hacia el pasado.