Un maravilloso encuentro de estrellas Lo que Gilda era capaz de transmitir desde el escenario, Natalia Oreiro lo contagia desde la pantalla. En este punto de la historia, a 20 años de la muerte de la heroína de la cumbia, dos estrellas se encontraron en el firmamento artístico para provocar un brillo absolutamente magnético. Por momentos, Gilda y Oreiro son las caras de la misma moneda en el filme de Lorena Muñoz. Cuando se plantea dónde termina una y empieza la otra estamos hablando del corazón de una película notable y celebratoria. Desde que Oreiro se enamoró de todo lo que Gilda significa para la cultura popular pugnó por protagonizar esta película. No fue sencillo, pero el tiempo invertido le permitió investigar y descubrir numerosas facetas del personaje. La película le saca el jugo a ese buceo por la vida de Gilda y la expone en todos los planos. La Gilda pública y la privada conviven en una actuación formidable de Oreiro, cuyo impresionante crecimiento profesional -incluso canta los hits de Gilda- se refleja en su versatilidad. Oreiro acapara las dos horas de película. Es un ejercicio extenuante, del que sale airosa. La cámara apenas la abandona cuando Muñoz usa flashbacks como pequeñas viñetas de la relación padre-hija (Ángela Torres como la joven Gilda junto al gran Daniel Melingo). El resto es la historia de la maestra jardinera cuyo encuentro con el arreglador “Toti” Giménez (Javier Drolas) es el inicio de su ascenso a la cumbre de la música tropical. Emocionante, bien escrita y bien filmada, abrevando por momentos en cierto costumbrismo tan caro a nuestro cine, la película fluye al compás de las alegrías y los dolores de la estrella cuya muerte, tan prematura, no hizo más que agigantar su figura y dotarla de un aura de misticismo que Muñoz narra en algunos pasajes: la mujer que le pide a Gilda su bendición, los presos que le acercan estampitas para que las bese. Al cine nacional le sobran personajes que piden a gritos una película. Bien hecho, como en este caos, el biopic es un género ineludible. Gilda, Oreiro, la música, el amor popular, son componentes irresistibles.
MATAR Y DEJAR MORIR La muerte en el universo Bond no había tenido tanto peso desde que Daniel Craig se puso el traje del espía. Desde CASINO ROYALE (2016) hasta SPECTRE (2015), y sobre todo en la entrega más reciente de la saga, el peso y las consecuencias de la mortalidad fueron haciéndose cada vez evidentes en esta reinvención más oscura de 007. Claro que el personaje principal siempre estuvo adentro de una burbuja protectora: sabemos que, no importa cuantos golpes y disparos reciba, nada puede pasarle. Sin embargo, la muerte rodea al personaje: está en los seres queridos que pierde en el camino y en los villanos que liquida en sus misiones (sin contar a los secuaces menores, claro, que esos caen como Stormtroopers sin que a nadie le importe). Y aunque suene raro poner el foco sobre la muerte en una saga inmortal sobre un personaje prácticamente invulnerable, hacía allí apuntaron los realizadores del film número 24 de la franquicia. No es casualidad, entonces, que esta nueva aventura comience en la celebración del Día de los Muertos, en México, con un magnífico plano secuencia cortesía del director Sam Mendes. Este atractivo inicio da pie a una serie de intensas escenas de acción que dejan la vara demasiado alta para el resto de la película. Sin el apoyo de la organización para la que trabaja, Bond (un Craig muy seguro y bien plantado, ya totalmente metido en el papel y haciéndolo de taquito, sin que eso le quite méritos) comienza a investigar a una misteriosa y muy poderosa organización terrorista conocida como SPECTRE. Las pistas van apareciendo de manera algo forzada y llevan al protagonista de un lado a otro del mundo, sin que el cambio de países este justificado de forma totalmente orgánica. Como debe ser, en la misión habrá persecuciones, luchas y tiroteos, pero ninguna de estas secuencias logra ser tan asombrosa como la inicial. En sus andanzas, Bond estará acompañado por Madeleine Swann (Léa Seydoux), una joven bella y resuelta, pero cuya presencia no tiene el peso suficiente como para superar, ni por asomo, a la gran chica Bond de la era Craig, Eva Green. En cuanto al villano, la interpretación de Christoph Waltz puede dividirse en dos: al principio del film hace su ya clásico "loquito contenido y controlador"; después, se desata un poco con un villano más siniestro, algo caricaturesco y retro-bondiano. De todos modos, no se trata de un antagonista demasiado jugoso, aunque el problema es del guión, no del actor. Por su parte, Dave Bautista es puro músculo y presencia física, un matón al estilo de Oddjob en GOLDFINGER (1964): a pesar del efecto nostálgico (que está diseminado aquí y allá, en todo la película) y de una sola brutal pelea, queda la sensación (sobre todo para los que lo vimos en GUARDIANES DE LA GALAXIA) de que al grandote el rol le quedó chico. Para satisfacción de los fans del Bond de Craig, SPECTRE ata algunos cabos sueltos de entregas anteriores y reflota, aunque más no sea en menciones, a algunos personajes de CASINO ROYALE y sus continuaciones. Al mismo tiempo, resulta un acierto que Q (Ben Whishaw) y M (Ralph Fiennes) tengan un poco más de participación en el desenlace. Por otra parte, el concepto de la muerte, bien planteado a lo largo de toda la trama, resulta más que adecuado para este film con cierto sabor a despedida. Sabemos: los actores vienen y van, pero Bond es tan eterno como los diamantes y la muerte.
DOS CONTRA EL MUNDO Felipe Quiroga Si Guy Ritchie figura como director sabemos, incluso antes de que las luces del cine se apaguen y se encienda el proyector, que no vamos a ver una película cualquiera. Antes de los créditos iniciales, entre las butacas flota una promesa. Y con su nuevo film, EL AGENTE DE C.I.P.O.L. (THE MAN FROM U.N.C.L.E., 2015), el cineasta británico vuelve a demostrar su virtuosismo en cuanto a lo visual: la cámara se mueve como sólo él sabe hacerlo. Pero no se emocionen todavía. Y es que, más allá de la química entre los protagonistas, Henry Cavill y Armie Hammer, y de algunos buenos gags, es la trama de esta superproducción de espías lo que tiene gusto a poco. El estilo sofisticado y vertiginoso (por momentos muy comiquero) de Ritchie, y un gran trabajo de ambientación sesentera (al que contribuye en gran parte la excelente banda sonora) conforman un marco demasiado elegante para un lienzo que no siempre está a la altura. El problema radica, principalmente, en la misión que deben cumplir nuestros héroes, misión que termina siendo una "aventura de manual" a la que le faltan villanos interesantes y secuencias de acción que impacten de verdad, y a la que ni la excusa de homenaje retro puede reivindicar. Pero mejor retrocedamos: EL AGENTE DE C.I.P.O.L. arranca con todo. Una tensa e intrincada persecución por una siniestra Berlín de posguerra nos presenta de la mejor manera a los personajes principales, el confiado y pedante Napoleon Solo (Cavill) y el implacable y reservado Illya Kuryakin (Hammer). Así de diferentes como son sus personalidades son sus orígenes: el primero trabaja para la CIA; el segundo es un agente de la KGB. Y al calor de la Guerra Fría, las circunstancias los obligarán a trabajar juntos para detener un mal mayor, una organización criminal que está desarrollando sus propias bombas nucleares. Para tratar de cumplir su objetivo contarán con la ayuda de la hija de un científico llamada Gaby, a quien la actriz Alicia Vikander interpreta con las dosis justas de sensualidad, viveza y frescura. La historia avanza, gira y amaga: por momentos juega a dejar al espectador desconcertado para después regresar y poner las piezas en su lugar. Sí, el recurso será muy cool, pero si uno lo piensa con detenimiento no deja de ser una trampita de guión que no tiene razón de ser y que intenta distraernos de lo que en realidad sucede: cuando Cavill y Hammer no están juntos, la película empieza a renguear. Esos choques de personalidades son el combustible para los mejores momentos del film. Sin embargo, ese nervio narrativo que es el vínculo de sus protagonistas está rodeado por una estructura algo tosca que no apuntala ni apoya. Ritchie, especialista en bromances, sabe sacarle el jugo a la relación entre ambos héroes y nos mima visualmente, pero en muchas ocasiones parece olvidarse del resto.
CRECER HACIA ABAJO Felipe Quiroga ANT-MAN (2015) es justo lo que Marvel necesitaba. Algunos tropiezos en AVENGERS: AGE OF ULTRON (2015), en la que todo era grande y ruidoso, parecían señalar que la dirección elegida no era del todo adecuada: con temor fuimos testigos de los primeros sutiles indicios de que la fórmula no es perfecta y de que incluso Marvel puede repetirse e incluso llegar a abrumar hasta el punto del cansancio. Parecía que ya lo habíamos visto todo, que nada podía sorprendernos. Y entonces, el estudio decidió sabiamente: llegó la hora de crecer hacia abajo. El cierre de la Fase 2 de este universo cinematográfico se produce a puro desparpajo y frescura, en una película que se destaca por su humor y por el agradable hecho de no tomarse nunca en serio a sí misma. ANT-MAN es un bicho raro que pica y hace cosquillas, que entiende lo que es y que, inteligentemente, se aleja de lo épico y lo grandilocuente para pararse firme y recordarnos que los mejores héroes son los que se hacen desde abajo. Tras un prólogo con guiños a los fans que apuntala la cohesión del universo Marvel (algo que la película nunca descuida), la trama arranca dejando establecida a lo bruto la nobleza del protagonista. El ladrón y ex-convicto-en-busca-de-redención Scott Lang (Paul Rudd) se verá obligado a unirse a Hank Pym (Michael Douglas), un científico y héroe retirado que busca impedir que su tecnología que le permite encogerse caiga en malas manos. Es aquí, en la preparación para el golpe y en el entrenamiento de Scott, cuando el film cae en una especie de meseta: se trata de un tramo forzado que, a pesar de contar con buenos gags, no funciona del todo bien ni siquiera como excusa para desarrollar las relaciones entre los personajes. Claro que Lang y Pym no están solos en su misión. No se puede dejar de mencionar la divertidísima participación de Michael Peña como Luis, responsable de muchos de los mejores momentos humorísticos de la película. Por el lado femenino, Evangeline Lilly no tiene mucho que hacer como Hope, más allá de ser la mujer fuerte que había que poner para que nadie acusara a Marvel de compañía machista. Y con respecto al villano, Darren Cross (Corey Stoll), lamentablemente parece que el estudio no aprende de sus errores pasados: otra vez tenemos a un malvado unidimensionalmente malvado, tan pero tan malvado que incluso [CUIDADO, SPOILERS, SELECCIONÁ EL TEXTO PARA LEER]¡tortura cabritos! [FIN DE SPOILERS]. Aunque las secuencias de acción en ANT-MAN no están del todo aprovechadas (las escenas en las que el héroe usa sus poderes no siempre nos hacen sentir miniaturizados), tienen el mérito de ofrecer algo nuevo con respecto a las ya típicas batallas épicas en las que se destruyen edificios. Incluso en las peleas, el factor humorístico es lo que predomina, hecho que claramente está vinculado a que tanto el director, Peyton Reed, como los guionistas y el actor principal provienen del ámbito de la comedia. Aquí todo es un chiste, todo es de juguete: la nueva fórmula funciona y le da a Marvel la posibilidad de jugar a otro juego.
AL FIN, EL FIN Por más lindo que sea una viaje, cuando se hace demasiado largo lo único que queremos es volver a casa. Al experimentar ese sentimiento, ninguna de las maravillas exóticas que veamos nos puede sorprender. EL HOBBIT: LA BATALLA DE LOS CINCO EJÉRCITOS (THE HOBBIT: THE BATTLE OF THE FIVE ARMIES, 2014) se siente como el cierre de una aventura que se volvió demasiado larga y grande, demasiado pesada, en la que ahora, al final, ya casi no quedaran fuerzas para seguir. Lo que se ve en pantalla transmite la idea de que el impulso de los realizadores para mantenerse en movimiento nace de un compromiso de terminar, pero no tanto de la pasión. El agotamiento se nota en el guión, en las actuaciones, en los efectos digitales e incluso en la banda sonora, que es la menos inspirada de esta saga de precuelas. Es aquí, en esta tercera parte de más de dos horas, donde el problema del estiramiento de la trama se vuelve más grave que nunca. Los parches ideados por el guionista y director Peter Jackson para llenar los huecos en la narración de Tolkien resaltan demasiado y se sienten ajenos al espíritu del relato. Luego de un breve e intenso prólogo, que tal vez sea lo mejor del film, la trama pasa a ser la preparación para la batalla del título. En esta primera mitad, los personajes van y vienen y se juntan para debatir sobre qué hacer, nada más. Aquí, los conflictos están gastados y ya no resultan interesantes ni la codicia de Thorin (Richard Armitage), ni los temores de Bilbo (Martin Freeman) ni las preocupaciones de Gandalf (Ian McKellen). Y entonces, llega la guerra, una secuencia muy extensa y repetitiva que decepciona por su incoherencia y por unos efectos digitales poco pulidos y demasiado notorios. Hay algunos chispazos de intensidad, pero no ayuda mucho a la tensión y al suspenso el hecho de conocer de antemano el destino de los personajes centrales e incluso de algunos secundarios en el caso de los espectadores que leyeron la novela. Sabiendo que no puede hacer que los personajes hagan cosas que no hacen en el libro (algo que no siempre cumple, de todos modos), Jackson comete varios errores. Por ejemplo, decide sumar minutos y poner el foco sobre Alfrid (Ryan Gage), el ayudante del gobernador de Lake Town, que es un fallido intento de ser el desahogo humorístico. En otras ocasiones, el director trata de sorprender visualmente con secuencias que se vuelven demasiado ridículas a causa de (otra vez) un deslucido trabajo de efectos generados por computadora, como pasa con [CUIDADO, SPOILER. SELECCIONÁ EL TEXTO PARA LEER] la batalla entre Galadriel, Elrond y Saruman contra los Nazgul; y casi todas los momentos protagonizados por Legolas, como cuando usa un murciélago para volar (??) o cuando sube entre los escombros de un puente que se derrumba como si se tratara de un videojuego. [FIN DEL SPOILER] El final se recibe con alivio. Tal vez no sea la mejor manera de despedirse de la Tierra Media, pero los fallos del film (fallos que se vienen acumulando desde las dos entregas anteriores) indican que la aventura debe terminar de una vez por todas. En la trilogía de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS, más respetuosa del material original, nuestro verdadero guía de viaje había sido Tolkien, con Jackson como apoyo. Pero ahora es el director neozelandés quien se apropió del rol. Y es él quien nos indica, a los gritos, que disfrutemos de las maravillas del paisaje, mientras aprovecha la distracción y nos mete la mano en los bolsillos.
NO ESTAMOS MOTIVADOS Llega un momento en la vida de todo hombre en que debe decidir entre convertirse en su propio jefe o seguir trabajando para otro. Es una jugada arriesgada, pero que si sale bien puede dar muchas satisfacciones. Podría decirse que algo parecido pasa con las películas, si entendemos a la original como la jefa y a sus secuelas como las empleadas (sí, estoy delirando, pero sigan conmigo un poco más). Hablando de Hollywood en general, las segundas partes prefieren las relaciones de dependencia: constantemente les chupan las medias al film que encabeza el organigrama con guiños que remiten a lo ya visto, a todo aquello que está comprobado que funcionó (o no, en el caso de la famosa risa de compromiso ante el chiste malo del jefe). Muy pocas veces estas subalternas toman una actitud proactiva, porque prefieren quedarse a la cómoda sombra de la patrona. Y sabemos que sólo se vuelven memorables aquellas sagas en las que las empleadas generan algo nuevo o le dan una vuelta de tuerca a las fórmulas ya conocidas. QUIERO MATAR A MI JEFE 2 (HORRIBLE BOSSES 2, 2014) es mitad y mitad: las referencias (y reverencias) a la primera parte están (a veces de manera algo forzada, como la aparición de ciertos personajes), pero también tiene su propio empuje en algunos momentos. Lástima que sean más las veces que falla que aquellas en las que acierta. Luego de los eventos de QUIERO MATAR A MI JEFE (HORRIBLE BOSSES, 2011), Nick (Jason Bateman), Kurt (Jason Sudeikis) y Dale (Charlie Day) también están en una etapa inestable, un periodo de prueba y error en el que buscan abrirse paso en el mundo sin depender de nadie. Para eso inventan un producto, el "Shower Buddy" (una especie de complemento para la ducha que arroja el shampoo junto con el agua), con el que esperan ganarse la vida. Con toda su inocencia, terminan haciendo un trato con la persona equivocada, el adinerado empresario Bert Hanson (un desaprovechado Christoph Waltz), y su negocio parece haber fracasado incluso antes de empezar. Pero la clave para salvar su emprendimiento podría estar en Rex (Chris Pine, pura energía), el hijo del millonario, a quien planean secuestrar para pedir a cambio un jugoso rescate. La trama se complica con varios giros, algunos ingeniosos pero otros dignos del más vago de los guionistas de la historia del cine: con tal de ofrecer más intensidad, más risas y más sorpresas, la película parece estar dispuesta a inmolarse, destrozando su verosimilitud hasta el punto del absurdo total (y me refiero a la delirante y tontísima persecución final) y otorgándole a sus protagonistas (especialmente a Kurt y al irritante Dale) un grado de imbecilidad tan alto que deja de ser gracioso. Para una secuela (y por definición), buscar su propia identidad es sumamente difícil: QUIERO MATAR A MI JEFE 2 lo intenta, aunque con poca convicción, y es ahí donde termina su camino.
PENSAR EN NADA Una secuela de TONTO Y RETONTO (DUMB AND DUMBER, 1994) no sonaba como una buena idea. Teniendo en cuenta los últimos films de los directores responsables, los hermanos Farrelly, lo más sensato parecía ser prepararse para lo peor. Pero incluso después de eso y de ver las primeras fotos del rodaje, que permitieron comprobar el arrugado estado de los protagonistas, había algo que todavía nos hacía tener ganas de ver una continuación. El cariño que todos le tenemos a la original era y siempre fue el principal factor que le aseguraba espectadores a la segunda parte, pero tal vez había algo de morbo o de una especie de sentimiento compartido de custodia o de defensa sobre unos personajes, chistes y situaciones que el público hizo suyos: ahí estaba el deseo de confirmar si el mismo tipo de humor funcionaría dos décadas después y de comprobar si la química entre Jim Carrey y Jeff Daniels seguía intacta. ¿Y saben qué? No hay nada que temer. TONTO Y RETONTO 2 (DUMB AND DUMBER TO, 2014) no llega a ponerse a la altura de la primera (en el fondo sabíamos que nunca lo lograría), pero al menos no es tan mala como podría haber sido y mucho menos si uno tiene en claro qué es lo que fue a ver. En esta nueva aventura de Lloyd (Carrey) y Harry (Daniels), que salen a la ruta para encontrar a la hija del segundo, hay bastantes referencias al primer film, como era de esperar: muchos chistes se complementan con lo sucedido en el pasado, como boomerangs que hubieran estado girando de regreso durante 20 años, dándole un nuevo sentido a eso del timing humorístico. Y aunque los Farrelly repiten momentos y situaciones, muchas veces se preocupan por ir un poco más allá y retorcer algunos gags aunque sea media vuelta más con tal de no entregar dos veces la misma película, como fue el caso de ¿QUÉ PASÓ AYER? (THE HANGOVER, 2009) y su secuela. A 20 años, el impacto del humor irreverente y escatológico de los Farrelly tal vez no sea el mismo, pero Lloyd y Harry lograrán sacarle al menos una risa hasta al espectador más exigente. Quizás, y sólo por esta vez, lo mejor sea homenajear a este par de tontos y mirar a la pantalla pensando en nada. Ellos se lo merecen.
A LA SOMBRA Aunque también hay secuestros, CAMINANDO ENTRE TUMBAS (A WALK AMONG TOMBSTONES, 2014) no es otra BÚSQUEDA IMPLACABLE (TAKE, 2008). En este nuevo film, Liam Neeson pasa mayor tiempo haciendo trabajo detectivesco que repartiendo tiros y golpes. Lo que no cambia (ni siquiera con respecto a otras películas recientes con el actor) es la personalidad del protagonista, el detective privado Matthew Scudder, en lo que se acerca peligrosamente a un caso de posible encasillamiento: ya hemos visto antes a Liam como un tipo duro, solitario, cínico y resuelto. Quizás aquí esas características tengan más sentido que nunca, teniendo en cuenta que el film (y la novela en la que se basa el guión) toma mucho del género noir. La influencia se blanquea en un curioso guiño meta-lingüístico en una escena (uno de los personajes menciona a Sam Spade y otros detectives de la novela policial negra), pero es uno de los pocos momentos en los que la película intenta levantar vuelo más allá del marco de su género. CAMINANDO ENTRE TUMBAS se mantiene siempre a la sombra: es un thriller detectivesco convencional que, a pesar de los giros argumentales, nunca logra sorprender del todo, pero al menos no aburre, lo que ya es algo. Scudder, el protagonista, investiga a unos secuestradores que siempre atacan a mujeres relacionadas con traficantes de droga. A pesar de que se cruza con mucha gente en el camino (incluido un chico abandonado/enfermo/dibujante que se supone debe conmovernos pero es más bien insoportable), el personaje de Neeson resulta ser el único interesante (y lo seria más si no fuera el mismo papel que hace casi siempre). Y no es tanto por el guión, sino por la presencia y experiencia del actor que lo interpreta. Sin embargo, la vulnerabilidad que se le quiere dar con su pasado de alcohólico nunca tiene el peso necesario como para otorgarle otra capa al detective. Más allá de todo, CAMINANDO ENTRE TUMBAS justifica su existencia brindándonos una nueva escena de Neeson hablando con los malos por teléfono, así con ese tono bad-ass, las frases rudas y las promesas que dan miedo. Me gustaría hablar por teléfono como él.
CUANDO LOS MUNDOS CHOCAN En el EL PLANETA DE LOS SIMIOS: (R)EVOLUCIÓN (RISE OF THE PLANET OF THE APES, 2011) vimos al chimpancé Caesar (Andy Serkis, travestido digitalmente) guiando una rebelión de los de su especie contra los humanos. Aquella precuela/reboot de la franquicia fue un estallido de libertad: ahora, en EL PLANETA DE LOS SIMIOS: CONFRONTACIÓN (DAWN OF THE PLANET OF THE APES, 2014), el liderazgo que había conseguido el peludo protagonista es puesto a prueba. El conflicto se desata cuando los animales rebeldes, que construyeron una civilización en lo profundo del bosque en las afueras de San Francisco, se topan con algunos de los humanos sobrevivientes a la epidemia que arrasó con el planeta en los últimos años. Y es que esa Tierra aún no es el planeta de los simios, pero tampoco ha dejado de ser del todo el planeta de los hombres. Allí, con un buen manejo de la tensión, arrancará una narración mucho más contenida y con menos despliegue que la del primer film, lo que no quiere decir que falten potentes secuencias de acción, especialmente en los momentos finales. Sin embargo, se hace evidente que la intención del director Matt Reeves no fue poner el acento en las balas y explosiones, sino en los choques entre las formas de ver el mundo de los personajes: Caesar, ahora convertido en padre y líder de cientos, intenta mantener la paz con los humanos para así proteger a su pueblo, lo que para algunos representa debilidad. Uno de los que desafía a Caesar es el desfigurado Koba (enorme actuación de Toby Kebbell), que ya había aparecido en la película anterior en un rol secundario y ahora se convierte en uno de los principales antagonistas (y, también, en uno de los mayores aciertos). Eso no significa que Koba sea un villano con todas las letras: sólo tiene una mirada diferente con respecto a cómo hacer las cosas. En esta tensa relación (y en el deseo idealista de Caesar de ser mejores que los humanos) está el núcleo de la historia: el resto son sub-tramas sin desarrollar o posibilidades desaprovechadas. Para un film que no se regodea con sus escenas de acción, EL PLANETA DE LOS SIMIOS: CONFRONTACIÓN exhibe una llamativa falta de desarrollo de personajes. A excepción del hijo de Caesar (que es parte de una minúscula y trillada sub-trama de rebeldía juvenil) o del orangután Maurice (presentado en la entrega anterior), no llegamos a conocer a ninguno de los otros simios, lo que representa una oportunidad desperdiciada de enriquecer el conflicto principal o de generar líneas narrativas secundarias que podrían haber ayudado a tapar algunos de los tiempos muertos de la historia. ¿Y por el lado de la raza humana? Nada. Jason Clarke interpreta a un obvio y desabrido "buen tipo", mientras que Gary Oldman apenas tiene tiempo de mostrar de lo que es capaz en sus cinco o seis escenas. El resto de los humanos son totalmente descartables. Formalmente, se destacan en la película ciertos recursos que la ponen por encima del típico blockbuster hollywoodense. Va un ejemplo: obviando una penosa exposición hecha con fragmentos de noticieros (que funcionan como un resumen de la primera parte), la historia arranca sin voces, prácticamente en silencio si no fuera por los sonidos de la naturaleza. En esos primeros minutos, los simios se comunican con señas (no todos pueden hablar) y los diálogos están subtitulados, en una admirable y arriesgada decisión narrativa. Otro ejemplo está en [CUIDADO, SPOILER: SELECCIONÁ EL TEXTO PARA LEER] esa fantástica secuencia durante una batalla en la que la cámara gira 360° montada sobre la torreta de un tanque. [FIN DE SPOILER] EL PLANETA DE LOS SIMIOS: CONFRONTACIÓN pone en curso de colisión a dos civilizaciones en una era post-civilización: ¿es posible no caer en la barbarie después de que el mundo se ha derrumbado? ¿Vale la pena el esfuerzo? ¿Pueden los simios llegar a ser menos salvajes que los humanos? No hay dudas de que la película nos lleva a reflexionar, pero se siente como si los conflictos que presenta no alcanzaran para llenar esas dos horas de duración, desperdiciando así la tensión creciente del relato. Todo lo bueno del film (los efectos especiales, la complejidad de los planteos de Caesar, los momentos de Koba, los aciertos en la dirección) choca contra las limitaciones del guión (pocos personajes interesantes, baches en el ritmo de la narración). Y así, con tantas fuerzas en oposición, esta se convierte en una de esas raras ocasiones en las que el título en español, por más feo que suene, resulta ser más adecuado para la película que el original.
TIEMPO DE MUTAR Hay que tener cuidado con las decisiones que tomamos. Las consecuencias de los caminos que elegimos se expanden en el tiempo, moldeando nuestro futuro de maneras inesperadas. Sucede en la vida, sucede en las películas. Y también sucede en las decisiones de producción y marketing detrás de las películas: el estudio Fox había empezado a corregir los errores cometidos con la franquicia X-Men (y me refiero a X-MEN ORIGINS: WOLVERINE y, en menor medida, X-MEN: THE LAST STAND) con el estreno de la intensa e inteligente X-MEN: PRIMERA GENERACIÓN (X-MEN: FIRST CLASS, 2011). Ahora, con X-MEN: DÍAS DEL FUTURO PASADO (X-MEN: DAYS OF FUTURE PAST, 2014), la saga de los mutantes apunta a entregar su propio film-evento, es decir, una película a la que se vende como un suceso importante y épico del que nadie puede quedarse afuera. Con esa idea en mente, Fox trajo de vuelta al director Bryan Singer (responsable de X-MEN y X-MEN 2), y reunió a los actores de PRIMERA GENERACIÓN (Jennifer Lawrence, James McAvoy, Michael Fassbender) con el elenco de la trilogía original (Hugh Jackman, Patrick Stewart, Ian McKellen, Halle Berry, entre otros), sumando además a otros actores para interpretar a personajes prescindibles (aunque hay una fugaz excepción). El resultado es un film entretenido que muta del humor a la oscuridad con la facilidad de la azulada piel de Mystique. Hay, además, un destacable trabajo de efectos especiales y secuencias de acción impactantes y muy bien resueltas. Por otra parte, los sucesos del film marcan un importante quiebre en la historia de la franquicia y funcionan a modo de guiño a los fans. Lamentablemente, X-MEN: DÍAS DEL FUTURO PASADO presenta trilladas reflexiones sobre el destino y algunos tropiezos del guión que impiden que se convierta en la mejor y más grandiosa entrega de la franquicia, tal como era el plan de Fox y Singer. Empecemos por el futuro: en un oscuro mundo post-apocalíptico, los X-Men luchan contra unos robots que fueron creados para cazarlos: los Centinelas. Gracias a los nuevos poderes de Kitty Pryde (Ellen Page), poderes cuyo origen el guión nunca se molesta en explicar, los mutantes aprovechan la ventaja de los viajes temporales de la consciencia para sobrevivir. Pero saben que no durarán mucho. Entonces, Magneto (McKellen) y el profesor Xavier (Stewart) idean un plan. Sí, Xavier, el profe paralítico, quien había muerto en X-MEN: THE LAST STAND pero trasladó su mente a un nuevo cuerpo tal como se vio en la escena post-créditos de aquel film, aunque eso nunca vuelve a ser mencionado en X-MEN: DÍAS DEL FUTURO PASADO, generando algo de confusión. Ah, cierto, el plan: enviar la consciencia de Wolverine (Hugh Jackman) a su yo del pasado para reunir al grupo y evitar que Mystique (Lawrence) mate al científico Bolivar Trask (Peter Dinklage) y genere toda una cadena de eventos que culminará en ese terrible futuro. Al regresar a los años 70', Wolverine también busca la ayuda de Quicksilver (Evan Peters), un veloz mutante que protagoniza una cinematográfica y muy humorística secuencia. El aspecto del personaje, tan criticado por los fans cuando se revelaron las primeras imágenes, no es de lo mejor, pero la interpretación es buena y la forma en que se muestran sus poderes con el uso de la cámara lenta hacen que su incorporación a la franquicia valga la pena, por más breve que sea. Una pena que no haya sido mejor aprovechado. De hecho, resulta algo ilógico que Wolverine y los demás no soliciten su colaboración para impedir el asesinato de Trask. Así de forzadas resultan otras decisiones del guionista Simon Kinberg, como la de incluir personajes de la franquicia en su juventud de manera no demasiado justificada (como Stryker o Sapo), o el abrupto cambio de Magneto (Fassbender) en relación con Mystique (Lawrence), que no está lo suficientemente desarrollado, y sin olvidar lo poco que le dan para hacer a un groso como Dinklage. Además de las escenas con Quicksilver o aquellas protagonizadas por la salvaje y sexy mutante azul, el otro gran momento de la película es su clímax, cuando de forma muy inteligente se combinan las batallas del pasado y del futuro, en un idea y vuelta dramático y de mucha intensidad. Sin embargo, más allá del explosivo espectáculo (que no suma nada original al género comiquero), el combate final en los 70' se siente contenido y no tan épico, como si en realidad no hubiera sucedido demasiado. También resulta interesante analizar la participación del antagonista: [¡CUIDADO, SPOILER! SELECCIONÁ EL TEXTO PARA LEER] Trask no es el villano y ni siquiera lo son los Centinelas. La franquicia se repite al poner a Magneto en el rol del enemigo a vencer, aunque más no sea para ese último enfrenamiento. [FIN DE SPOILER] Claramente, la película busca que la verdadera lucha suceda en el interior de los personajes (como es el caso de Xavier, Magneto y Mystique, y las decisiones que deben tomar). Aquí, lo que los mutantes combaten es el futuro: pelean por el derecho de elegir su destino.