Mendes, Sam Mendes
Quienes esperaban un cambio de dirección en este segmento de la franquicia Bond protagonizada por Daniel Craig, quedarán sorprendidos. Quienes esperaban otro intento por profundizar la atmósfera montada en Casino Royal (2006) y la caracterización falible de 007 también quedarán sorprendidos. En símiles proporciones.
M16 es atacado. Una lista de agentes infiltrados es extraída, poniendo en riesgo de vida a todos los valientes encubiertos. La misión de Bond (Daniel Craig) es recuperarla. Falla y se retira por tiempo indefinido. M16 es atacado nuevamente. Está vez, una explosión detonada desde la computadora de la directora, M (Judi Dench), destruye el edificio central. “Piensa en tus pecados” es el mensaje para la jefa. Mientras la identidad del terrorista se devela, Bond batalla contra el paso del tiempo para volver a su mejor forma.
El proceso de concepción creativa de Sam Mendes es lento y disfruta de ello demasiado como para apresurarlo. Así lo afirma. En 1999 estrenaba su primer largometraje para cine, Belleza Americana (American Beauty, 1999). Debut auspicioso, si los hay. Allí comenzaría su excéntrica incursión por los Estados Unidos, que tendría a los suburbios y sus habitantes de clase media como protagonistas estelares. Desde ese momento, con un minúsculo hiato para Soldado anónimo (Jarhead, 2005), Mendes horadó de manera incesante en la impavidez de una burguesía conformista con súbitos lapsos de claridad e ímpetu de cambio. El escenario y la brillantez son las dos características que tienen todas en común. Belleza Americana pone el foco sobre una familia en los 90’. Camino a la perdición (Road to Perdition, 2002) lo hace durante los 30’. Solo un Sueño (Revolutionary Road, 2008) en los 50’. En todas ellas, Mendes logra deslizarse tenuemente en la percepción de los espectadores para realizar daños irreparables. Algo así como una gentil sodomización mental. No por taciturna menos significativa.
¿De qué recoveco norteamericano surgió Sam Mendes, entonces? Ninguno. El director es oriundo de Berkshire, Inglaterra. Y además, créase o no, Operación Skyfall (SkyFall, 2012) es la primera película situada en su país natal. Podría ser el comienzo de una serie de retratos de la singularidad británica o podría ser un incidente aislado. En esta, la película que nos convoca, demuestra eficacia para capturar un ritmo y atmósfera londinense muy peculiar en donde coquetea constantemente con los arquetipos actitudinales y evidencia cierta comodidad con la idiosincrasia de la ciudad. Si hay algo que impacta, como en el resto de su repertorio, es la estética distintiva, con una fotografía invariablemente idílica y una sensación persistente de austeridad que indica que ninguna escena está de más. Todo está perfectamente orquestado.
En Operación Skyfall se vuelve a marcar el rumbo para la franquicia. Uno creería que la esencia es mucho más próxima a las primeras películas que a las últimas. Pero hay un giro difícil de clasificar, una especie de cualidad invisible que sugiere que se está en presencia de algo completamente nuevo. Quizá sea su sentido del humor, la capacidad de reírse de sí misma. Es estructuralmente clásica, quizás a modo de homenaje, pero el contenido es original. Esa sucesión de tributos se vuelve más evidente en la construcción de los personajes, como el villano en igual medida estremecedor e hilarante compuesto magistralmente por Javier Bardem.