El espíritu y la carne El relato de Jesús, de su ascenso y su debacle, sus periplos y proezas sobrenaturales, nunca va a dejar de ser relevante. Nunca va a perder vigencia porque atraviesa al espíritu humano de una forma inextricable. Y tiene tantos estratos distintos; Jesús el hombre, el superhombre, el anhelo de trascender su condición humana y la colisión con todas sus inquietudes terrenales. El cinismo destronado por la ratificación de su propio ensimismamiento. Jesús el mártir, Jesús el santo, y la confirmación de su potestad divina. Esa dualidad entre carne y espíritu que tan bien describe Nikcos Kazantzakis en su novela La Última Tentación de Cristo y que con tanta sensibilidad retrata Martin Scorsese en su adaptación se achata por completo ante la infusión de banalidad que ofrece Hijo de Dios (Son of God, 2014). La indignación frente a este tipo de películas debería ser universal. De la gente religiosa por la trivialización de su figura de culto y de quienes no lo somos, a quienes nos gusta el cine, por lo execrable del concepto de narrar linealmente los “hechos” de una versión oficial exprimida y abordada por todos los ángulos posibles en un tono desprovisto de ímpetu y carácter con el único propósito de explotar la convocatoria masiva y la polémica inmediata que despierta la vida del hombre más importante de todos, el hijo del Señor. Hijo de Dios es un recuento de toda la estadía de Jesús de Nazareth sobre la tierra. Desde su nacimiento bajo el cielo estrellado de Belén hasta su crucifixión en Jerusalem 33 años después, bajo el azote implacable de Poncio Pilato. Con una progresión más bien fiel al Nuevo Testamento, la película hace uso de recursos digitales considerablemente rudimentarios para recrear la serie de milagros que estructuró la fama de Jesús. Tal vez este estreno posibilite revisitar otros clásicos para regodearse o lamentarse en su contraste. Con estas producciones, la llegada de Noé (Noah, 2014) todavía fresca en las grillas, las fábulas bíblicas parecen perder cada día más prestigio. ¿Algo nuevo que valga la pena? En vísperas de esta nueva celebración de la consumación de Cristo no dejen de buscar Fist of Jesus en Youtube, un corto español de una mirada poco convencional sobre el rostro humano de la santa trinidad.
Estamos juntos en esto La única forma de presentar esta película con honestidad implica establecer que no es otra cosa más que entretenimiento puro. No tiene ningún tipo de pretensión artística. No aspira a conmover ni a subvertir ni a explorar ni a resignificar. Lo cual no es automáticamente negativo, para nada. A veces en nombre del arte se inviste de solemnidad a un concepto igualmente soporífero y esa motivación aislada no supone de forma alguna un valor extra cualitativo. Y a veces el entretenimiento, vejado por esa implícita vacuidad, logra perfeccionarse hasta un punto de consumación suprema. Muchas veces, sin embargo, también es caca. Caca visualmente amena, auditivamente coherente. No tan diferente a cualquier otro tipo de caca audiovisual que consumimos en otros formatos y que nos resulta tan imperiosa y narcotizante. Nos nutrimos de esa clase de excremento todo el tiempo. Y nos gusta y volvemos por más y emitimos opiniones forjadas en caca sobre la misma caca que las cimienta. Así como la mosca que se reposa, come, defeca y vomita al mismo tiempo en esa especie de compulsión escatológica retroalimentativa nos sumergimos en estos estímulos. Algunos con intermitencia, los más persistentes con cierta religiosidad. Las novias de mis amigos (That Awkward Moment, 2014) llega a las salas argentinas con el heroísmo taciturno de todas las de su clase para suplir esa urgencia y nadie que pretenda tener la experiencia cinematográfica más ordinaria del mundo debería dejar de verla. Tres amigos se reconocen a sí mismos en la decepción amorosa. Como si estuviera pactado, cada vez que se aproximan al momento de oficializar una relación, se escabullen y así evitan la formalidad y el compromiso. Sus vidas se ven convulsionadas cuando conocen a tres mujeres con características parecidas y la trama comienza a complejizarse cuando los sentimientos toman protagonismo y el caos emocional empieza a desenvolverse. Las novias de mis amigos cuenta con tres columnas vertebrales que sostienen el argumento. Entre sus tres actores principales hay dos estrellas en claro ascenso; Miles Teller de Aquí y Ahora (The Spectacular Now, 2013) y Divergente (Divergent, 2014) y Michael B. Jordan, de tradición televisiva, que alguna vez representó la muerte de la inocencia con su entrañable personaje de Wallace en la fantástica The Wire (The Wire, 2002-2006). El tercero es quizá el más reconocido, Zac Efron que luego de vender su alma al diablo por fama y fortuna participando en High School Musical intenta recomponer o revitalizar su carrera de intérprete con esfuerzos realmente admirables que incluyen Yo y Orson Welles (Me and Orson Welles, 2009), Amor y Letras (Liberal Arts, 2012) y El chico del periódico (The Paperboy, 2012). El guión es una pieza decente pero sin mucho potencial fílmico. Por eso la ejecución es mediocre, de todos los gags muy pocos vuelan y aún menos cuentan con la conclusión básica del remate. La película contó con un presupuesto de 8 millones de dólares. Tiene dos escenarios recurrentes (interiores, departamentos) y tres o cuatro en exteriores. La mejor forma de sintetizarla es decir que son un grupo de jóvenes conversando, teniendo sexo (con mujeres, no entre ellos) y conversando sobre el sexo que tuvieron con esas mujeres. Peleando, con las mujeres y entre ellos y reconciliándose en un gran acto de amor universal. La recaudación total, hasta la fecha, es de 26 millones. Más del 200% en relación al costo original.
Joie de vivre Probablemente Francia + Comedia romántica sea la combinación más desdeñable de género y nacionalidad. A esa fórmula se agrega un tercer componente; Francia + Comedia romántica + Audrey Tautou. A esta altura o estamos hablando de Amelie (Le fabuleux destin d'Amélie Poulain, 2001), o estamos hablando de un pobre intento de emularla. El gran artesano Jean-Pierre Jeunet, sin saberlo, sentó ese precedente maldito en el cine francés que generaciones enteras de realizadores se empecinan en resucitar a través de la idiosincrasia de sus personajes femeninos. Y aunque esta película tenga poco que ver con Amelie, Tautou es tan indisociablemente su protagonista que te revuelve el estómago. Luego de décadas enteras de espontaneidad y exploración, Xavier (Romain Duris) siente que la afabilidad de su existencia se ve amenazada por la voluntad de su ex esposa, que decide trasladar a toda la familia a Nueva York para hacer borrón y cuenta nueva, recorriendo muchísimos kilómetros y husos horarios. Esta es una tercera entrega, posiblemente el tercio final de la trilogía inaugurada en 2002 con Una Casa de Locos (L'auberge espagnole) y continuada en 2005 con Las Muñecas Rusas (Les poupées russes). No muy popular en esta esquina del mundo, pero definitivamente reconocida entre galos. Las primeras dos partes narran las conquistas y desencuentros amorosos entre jóvenes adultos, estudiantes desinhibidos, articulando a través de sus recorridos espirituales una declaración sobre la vida, las amistades y el amor. La intención de ese concepto original se mantiene, pero con quince años de experiencias gratificantes y deterioros emocionales como la maternidad, el afianzamiento y la fractura familiar cargando en sus espaldas, uno creería que la cosmovisión de sus participantes estuvo sujeta a modificaciones dramáticas hasta que una nueva forma de ver las cosas emerge entre las grietas de la madurez. No. Las actitudes no cambiaron mucho, quince años de globalización e histeria universal no repercutieron en el ánimo de estos personajes, parece. Todo igual. Todo feel good. C’est la vie. Otra de las características distintivas de la saga es la inclusión de múltiples colisiones culturales. Cada una transcurre en un punto diferente del mundo, siendo el último escenario elegido la ciudad de Nueva York. De alguna forma el marco visual que provee es coherente y perfectamente complementario. También trillado, y bastante reiterativo. Hay pequeños momentos de consagración cómica, hay que admitir. Y si esta película cuenta con un logro, es que es completamente tolerable. Puede no parecer mucho. Y no lo es. Pero estas iniciativas suelen ser peores. Así que alcemos las manos en reconocimiento a esta comedia, mediocre y digerible.
Arde la ciudad Pompeii: La furia del volcán (Pompeii, 2014) es una película que parece irrumpir en el momento menos propicio. Con títulos de monstruoso despliegue publicitario y toda la solemnidad de la temporada de premiación Hollywoodense arraigada en las carteleras argentinas, una producción como la de Pompeii: La furia del volcán, que trata sobre el volcán y su erupción trágica, que está protagonizada por el bastardo de Juego de Tronos (Game of Thrones, 2011) y esa suerte de paradigma lolita corrompida por obra propia, y para congoja u onanismo de miles de pedófilos alrededor del mundo, que es Emily Browning, garantiza su lugar en las cadenas de cine más concurridas del país. Además del modesto conjunto de seguidores que el director Paul W.S. Anderson (Resident Evil 5: La venganza) pueda llegar a congregar en este margen del continente americano, Pompeii: La furia del volcán se aprovecha del hueco que deja la opulencia hollywoodense y se nutre de las famélicas audiencias populares que deambulan por los shoppings reclamando algún tipo de saciedad para su necesidad de dispersión. Un porcentaje de público para nada descartable. Entonces la industria provee de esta forma: Una disaster movie con apelativo romántico, el contorno humano de la tragedia, como Titanic (1997) pero más balcánica y orientada a la acción. Ah, sí. Porque a todo esto también existe una sub-trama de gladiadores y una rebelión al imperio romano que se entrelaza y se complejiza con la historia de amor del insurrecto y la muchacha cautiva del senador encumbrado, que acá lo encarna Kiefer Sutherland. El elenco es incuestionablemente bueno. Están también Jared Harris, que colaboró con Anderson en una de sus adaptaciones un poco libres de Resident Evil (2002), y Carrie-Anne Moss, que no trabajó nunca con Anderson pero fue Trinity en Matrix (1999), por ejemplo. La aldea natal de Milo (Kit Harington) es brutalmente arrasada por hordas del ejército romano. Sobreviviendo a la masacre y después de ser capturado por las fuerzas enemigas y vendido a esclavistas celtas que no tardan en perfeccionarlo como instrumento de muerte para las arenas romanas. Milo incuba el odio hacia la gran civilización que lo subyuga y al representante de su toxicidad, el senador Corvus (Kiefer Sutherland). Una joven aristócrata es cautivada por el joven gladiador durante uno de los juegos y luego arrebatada ante sus ojos por el mismo déspota que asesinó a toda su familia. Con más de un par de motivaciones, el joven Milo emprende una travesía épica para reunirse con su amada mientras su ciudad, oportunamente, sufre una de las peores catástrofes naturales de la historia. En esta semana contamos con una propuesta de acción romántica, de violencia inofensiva y efectos visuales llamativos como contraposición a la sobrecarga de densidad artística predominante. Es esto o la promesa de un buen rato con dos horas de un concepto tan original como una introspección espiritual al sur antebellum de los Estados Unidos por un director que filmó una película sobre un preso irlandés que decoraba las paredes de su celda con excremento y termina muriendo de hambre.
El Retorno del Rey Resulta innecesario afirmar que Peter Jackson siempre caerá preso de las comparaciones. Aunque, en realidad, el neozelandés parece no contemplar ese tipo de asociaciones. Después de todo la remake que decidió confeccionar en el 2005 no fue adaptada de una pieza particularmente intrascendente. Pero esta vez corría el gran riesgo ante el cual sucumbieron muchos grandes directores que son expuestos al éxito y terminan recluidos en sus propias esferas de gloria y se vuelven aburridos, muy aburridos, e intolerablemente autorreferenciales. Pero Jackson prevalece y El Hobbit: La desolación de Smaug (2013) es una gran película. El Hobbit: La desolación de Smaug - Trailer 2 subtitulado Ir a la galería de imágenes Película relacionada El Hobbit: La desolación de Smaug (2013) Los enanos, el hobbit, y Gandalf continúan su travesía hacia la montaña solitaria. A las viejas adversidades, las aberraciones fantásticas y la persecución incansable de Azog el trasgo, se suma la aparición de un nuevo enemigo que articula todo desde las sombras: El Nigromante (Benedict Cumberbatch). La historia es cíclica y el fenómeno de El Señor de los Anillos parece volver a repetirse. El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo (2001) a mucha gente no terminó por seducirla. Las primeras partes siempre cuentan con ese carácter introductorio, poco conclusivo, en donde la prioridad está en cubrir las formalidades más elementales. Tanto El Señor de los Anillos como El Hobbit fueron pensadas en formato de trilogía. En la distribución de los conflictos y las tensiones fueron estrictamente respetadas las diferentes funciones de las instancias narrativas. Cada una cumple un objetivo y tiene una utilidad específica. El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey (2003) es la mejor de todas. ¿Pero puede atribuírsele el mayor mérito cinematográfico? Quizá sea simplemente la conclusión anhelada de una saga de proporciones astronómicas. Y quizá nunca hubiese funcionado sin la preparación preliminar de las películas anteriores. Sin esa perfecta orquestación de Peter Jackson. Sin esa admirable proyección estratégica. En esta nueva saga eso es lo que viene sucediendo. La primera fue sólida pero careció de mucha espectacularidad. Esta segunda parta lo compensa y termina excediendo ampliamente a su antecesora. Muchos en comparación encontrarán a El Hobbit aburrida o prescindible. Aburrida no es. Lo que pasa es que hay mucho menos en juego. Y es que en El Señor de los Anillos pasan tantas cosas simultáneamente que es difícil no sumergirse en el entusiasmo y entregarse ante tantas manifestaciones de lo épico. La superación del débil, resignar el paraíso por un propósito noble, la lealtad, la traición, la redención del humano, el coraje del Hobbit, el sacrificio del Elfo, una inmortalidad tediosa o una mortalidad intensa, la alienación de la codicia, la voluntad de supervivencia, el amor al prójimo. Prescindible puede ser. Es que, en rigor, parece no sumar nada a la historia de la epopeya emprendida por la comunidad del anillo. El gran error está en depositarle tanta presión a una historia que ni siquiera narra un paralelismo o hecha luz sobre una posible bifurcación. Esto es anterior. Es precuela. Tiene su propia autonomía, aunque va entrelazándose cada vez más. Jackson se mantuvo fiel a la historia, efectuó una jugada osada y ofreció atisbos y conexiones estrechas con la historia del resurgimiento de Sauron y la destrucción frustrada de la tierra media. ¿Algún desliz? Bueno, uno puede observar que la excesiva digitalización de las criaturas fantásticas de alguna forman reducen el impacto que producían los orcos de El Señor de los Anillos. Pero no es difícil deducir que se trata de una decisión deliberada que responde a la naturaleza ingenua de la historia de El Hobbit. El esquema tradicional de Introducción-Nudo-Desenlace se conserva con rigor. Este vendría a ser el nudo. Y, por el amor de Isildur, qué manera de anudar.
Hermanos Detectives Con olor a Oscar, La sospecha (Prisioners, 2013) estrena este jueves en Argentina. Primera incursión en la industria estadounidense del canadiense Denis Villeneuve, director de la aclamada Incendies (Incendies, 2010). Día de acción de Gracias. Dos familias se reúnen para el festejo tradicional. Los adolescentes miran asténicamente televisión. Las nenas, cantan villancicos. La menor, Hannah, decide salir a buscar un viejo silbato perdido y olvidado. Su padre (Hugh Jackman) le insiste en que requiera la presencia y supervisión de su hermano mayor. Hannah desobedece, sale y desaparece. La sospecha empieza con una oración. Un padre nuestro casi susurrado. En primer plano comienza a imponerse la punta de un cañón. A lo lejos, un venado. Silencio. Disparo. Así inaugura la película una cadena de ambiguos simbolismos religiosos. Dios da y Dios quita. Priva y provee al mismo tiempo subyugando el destino del hombre a una perversa y asimétrica ley de compensación. ¿Su propósito? Divino. ¿Voluntad? Incuestionable. La película es un policial de una clase específica: Abducción. Y dentro de ese subgénero pertenece a otro incluso más delimitado: Abducción de menores. Como en Desapareció una noche (Gone Baby Gone, 2007) el conflicto emerge con el desvanecimiento súbito de un pequeño infante a plena luz del día. En La sospecha son dos las nenas secuestradas pero sin embargo, a grandes rasgos, la cinta comparte el diseño estructural de la ópera prima de Ben Affleck. Dos líneas de investigación, una oficial y otra al margen de la ley, se sostienen paralelamente con el objetivo común de hallar el paradero de los menores y capturar a quienes decidieron reducirlos a una vida en cautiverio. Son dos enfoques de búsqueda antagónicos, ya que representan la eterna disputa entre lo legal y lo legítimo. Entre lo accesible y lo necesario. A veces se complementan involuntariamente y a veces atentan entre sí. La sospecha trata también sobre eso; La devoción de un policía por su trabajo y la dedicación desinteresada hacia un ideal supremo y estático de justicia y sus márgenes de decencia y la desesperación de un padre que deviene obsesión. Estos conceptos se radicalizan con el correr de las horas (dos y media) y son llevados al extremo de más de una forma y en más de una oportunidad. Destacar al ensamble de actores es un hincapié obligado y para nada redundante. Y es que tanto Hugh Jackman como Jake Gyllenhaal no gozan del prestigio que merecen. Jackman vuelve a ofrecer todos los matices interpretativos con los cuales supo enaltecer a Los Miserables (Les Misérables, 2012) y Gyllenhaal da clase con la composición austera e imperturbable de un oficial solitario de pueblo chico. El misterio alrededor del crimen despliega sus momentos de algidez y tensión. Mientras la resolución se aproxima la predictibilidad parece sobrevolar los aires y sí, la conclusión a la historia no es descabellada, pero el punto fuerte de la película es otro. El proceso, el contenido, el camino, es profundamente inmersivo. La fotografía es fantástica. El sonido, muy adecuado. Este conjunto de colaboraciones exitosas intervienen siempre en los instantes justos y rescatan al argumento siempre que parece comenzar a languidecer.
La Basurita A Richard Curtis no le cuesta desprenderse de sus creaciones. El tipo es un guionista hecho y derecho. Independientemente del contenido, dejando a un lado la naturaleza recurrente de todo su material, hay que destacar eso; el increíble volumen de su producción creativa. IMDB indica que participó en la composición de más de 40 títulos. Muchos de ellos, la mayoría, corresponden al formato televisivo. En cine, dejó su rúbrica en 11 películas. ¿Dirección? Sólo tres. Sobre la primera, Realmente Amor (Love Actually, 2003), se puede debatir eternamente. ¿Cursi o genuino? ¿Manipulación sentimental o declaración poética? Sobre la segunda, Los piratas del rock (The Boat That Rocked, 2009), aunque no tan popular, parece existir un consenso más generalizado sobre su mérito artístico y narrativo. Cuestión de tiempo (About Time, 2013) es la tercera (y parece que la última) película en donde Curtis asume, en conjunto con la elaboración del relato, el control absoluto sobre las decisiones técnicas. Resulta insólito como un escritor de sus características reviste de tanta singularidad a una obra que muchos podrán rotular de trivial y golpebajista, pero que ha perfeccionado hasta un punto francamente reverenciable. En su cumpleaños número 21, un joven británico recibe la clave para el secreto mejor guardado de todo su linaje. Los hombres de su familia, desde tiempos inmemoriales, gozan de la extraordinaria habilidad de viajar en el tiempo. Hay ciertas normas o mejor dicho ciertas fronteras en su travesía a través de la cuarta dimensión: sólo puede visitar, o volver a revivir, episodios de su pasado. No puede ir más atrás ni más adelante. Pronto el joven descubre los beneficios de este peculiar talento y reconoce una situación en particular como objetivo regular y fruto de sus obsesiones. Ya descartó la contemporaneidad con su primera película y el cine de época con su segunda. Esta vez coquetea con la ciencia ficción, aunque de ciencia carezca absolutamente. La excusa es el viaje en el tiempo, ese es el motivador de la historia. Actuando sobre la premisa, novedosa quizá hace 25 años, de la posibilidad de revivir una cantidad de veces indeterminada un pequeño fragmento de su vida, un instante en el tiempo, el protagonista se inmiscuye en sus propias telarañas cronológicas en un ejercicio perpetuo de especulación y moldeamiento temporal. Tim se llama en la ficción y Domhnall Gleeson en la realidad. Quizá conozcan mejor a su padre, el gigante irlandés, Brendan Gleeson. Su padre ficcional lo encarna un habitué en las cintas de Curtis, el maestro Bill Nighy. La bipolaridad interpretativa de Rachel McAdams afortunadamente, esta vez, logró agrupar todas las cualidades elogiables de una actriz sin mucho rango pero indudablemente eficaz. Algo nos quiere decir Curtis. Y a pesar de que la presentación varíe el mensaje siempre cuenta con un denominador común y tiene que ver con la condición humana y la consistencia de los vínculos interpersonales que enlazan o distancian a la gente. Afecto, lealtad, confianza. Cualquiera que sea la resolución del cuestionamiento sobre sus métodos y la profundidad de sus artificios, no se puede soslayar el alcance de su prédica y la capacidad de condensar emociones y encauzar el diluvio.
Los malos duermen bien En china el cine parece atravesado por dos grandes tendencias. Aquella inclinada al cine de explotación de artes marciales y aquella reservada con propósitos de exploración artística. A veces trazan estrictos márgenes entre sí, a veces sus máximos expositores se declaran en guerra con las inclinaciones paralelas, pero llega también el momento en donde la fusión emerge y desvía toda la atención hacia ella. Como pasó con Héroe (Ying Xiong, 2002), Zatoichi (2003) o El Tigre y el dragón (Wo Hu Cang Long, 2000), para citar algunos ejemplos recientes y aclamados. El arte de la guerra (Yi Dai Zong Shi, 2013), aunque no alcanza ni por casualidad la consagración estética o espectacularidad narrativa de las anteriores, constituye un esfuerzo más que digno. La mente detrás del producto, el admirable Wong Kar Wai, capturó el elemento poético de la batalla en coreografías minuciosas y, en la mayoría de los casos, desprovisto del elemento sobrenatural que muchos otros utilizan como alimento visual. La historia de El arte de la guerra es la historia del periplo personal de Ip Man (Tony Leung Chiu Wai), un maestro de artes marciales que aspiró a unificar China en tiempos de invasión japonesa y que sostenía que la clave para la superación física consistía en la dominación precisa de sólo tres técnicas de lucha. También, de manera secundaria, se narra los orígenes de quien décadas después se convertiría en el mentor de la figura más grande y popular en la historia del Wing Chun y todas las expresiones de combate asiáticas, Bruce Lee. La película se empeña en reflejar, además de los conflictos y dinámica interna del círculo de artes marciales en una China desgarrada por una sucesión de guerras de distinto tipo y magnitud, los horrores, las carencias y la mutilación cultural y ética que sufren los pueblos en el núcleo de un enfrentamiento bélico con su nación vecina. El guión es sólido con breves instancias de una agudeza superior. Lo que pasa es lo que suele suceder en películas de este tipo. Los intercambios verbales se conceptualizan mucho, hasta adquirir la gracia, vehemencia y fluidez de sus secuencias de acción. No por nada el título seleccionado en la casa central del doblaje latino, ahora mucho menos arbitrario que en otras oportunidades, hace referencia a la monumental biblia de la estrategia militar escrita por Sun Tzu. Los diálogos entre los personajes son únicamente idas y vueltas de máximas y refranes de bajo vuelo que, por algún motivo extraviado en el sinuoso páramo de la metalingüística, funciona a la perfección. Buenas actuaciones. Gran visión y conducción de una mente talentosa del cine asiático. Buena trama también. Cautivante. Con el absorbente fantasma del producto de exportación más grande en la historia de China, Bruce Lee. Y con el segundo producto de exportación más grande: Ziyi Zhang.
La Reina de Salta Hay una película de John Huston de la década del 80’ que se llama Bajo el volcán (Under the Volcano, 1984) que comparte, junto a la nueva presentación de John Dickinson, sus mejores y peores características. Primero, sólidas interpretaciones por parte de sus protagonistas: Albert Finney hace de un diplomático británico radicado en México con una debilidad pronunciada por la bebida y la incapacidad de conciliar su pasado involuntariamente belicista y su presente de apariencias y burocracia. La guerra, la civil española, lo tortura y entumece en regresiones regulares. Luis Machín es un chofer de micro argentino, nada que ver. Pero Machín también es un ser humano al borde del abismo, sumergiéndose en un submundo sórdido que intenta repelerlo con cada recurso y artilugio que posee. Machín también se mortifica por resabios de su pasado. Ambos subliman un deseo suicida con la alienación de una rutina, ya sea perfectamente estipulada o caótica y arbitraria, aunque también, y por si fuera poco, en los dos se asoma una prerrogativa de redención. De purificación a través del sufrimiento. Ambos, Machín y Finney, Luis y Albert, clausuran su debacle de forma idéntica. Pero primero una coincidencia positiva: La mano del director. John Huston no es John Dickinson, aunque sí es verdad que comparten primer nombre y terminación de apellido, una coincidencia para nada relevante. Los dos incursionaron en el documental durante sus primeros años de carrera, lo cual no carece del todo de significado siendo que el documentalista quizá goce de una aproximación más genuina a la gente y sus idiosincrasias. Dickinson conoce y ejecuta con mucha gracia y coherencia estética todas las herramientas visuales a su disposición y compone con más y menos éxito, un panorama bucólico siniestro no completamente desprovisto de inquietud y misterio. Eso es un logro. En Bajo el volcán el criterio reverenciable de Huston también está presente pero de alguna manera resulta relegado de la historia del cine por la redundancia de su propia genialidad. Aquella era una adaptación de una novela de Malcolm Lowry, Destino anunciado es un guión original de Enrique Cortes, sobre una idea del director. La premisa sobreexplotada lo limita en sus puntos de acceso; se cae en repeticiones y encuentra recovecos acertados. Lo que pasaba con el guión de Huston era que empezaba con fuerza e iba languideciendo hacia el final. Acá pasa todo lo contrario, la apertura es un tanto genérica y el desarrollo lo enriquece con detalles y momentos de inflexión.
Fuga en el siglo XXI Riddick (2013) va y viene. Sube y baja con la misma arbitrariedad. Oscila entre dos caminos de una misma bifurcación fílmica. Uno profundiza la consistencia despojada de su primera parte. El otro se empeña en destruirla a través de convenciones anacrónicas y lugares comunes execrables. La película empieza muy bien, goza de una introducción sólida y escueta. Austera, se podría decir, como su protagonista. Con la sencillez y brutalidad de Riddick. Aquel antihéroe ambiguo, sádico o misericordioso en arrebatos provocados por las mismas motivaciones. ¿Qué impulsa a Riddick? ¿Qué estándares lo conducen? En su amorfo criterio moral, en el seno de lo impredecible, es donde reside todo su poder. Como Clint Eastwood en la trilogía del dólar, como Mel Gibson en la trilogía Mad Max. Son leyendas del mismo carácter, anónimas, e intrínsecamente deambulatorias. Quizá en su naufragio busquen algo, quizá sólo sean presos de las circunstancias. Al estar supeditada a esta fractura entre dos planteamientos narrativos excluyentes, esta tercera entrega de la saga que comenzó por allí, a principio de siglo, con La Batalla de Riddick (Pitch Black, 2000), sufre de una ciclotimia tiránica que dispone de los tiempos y las instancias argumentales intercalando sin ningún tipo de lógica momentos álgidos y absorbentes y sumergiéndose en intervalos de laxitud y tedio que pretenden destruir todas las virtudes que con tanto cuidado consolidaron un rato antes. Por momentos es el mejor tipo de Ciencia Ficción, la que sin esfuerzo va insinuando pequeños vestigios de la configuración de su universo, posibilitando la construcción mental y el relleno de espacios vacíos en el espectador sin caer en explicitudes, como Mad Max 2, El Guerrero de la Carretera (Mad Max 2, 1981). También posee lapsus de retrocesos en donde se transforma en la peor ciencia ficción, como El Sexto Día (The 6th Day, 2000), con su artificialidad y pseudo pulcritud. ¿Qué prevalece? Lo bueno, claro está. Además de Vin Diesel en un papel que le sienta perfecto, su compañía no dista mucho de ser ideal. Katee Sackhoff, reina del sci-fi, la gigantesca “Starbuck” de Battlestar Galactica (2003-2009), Karl Urban, breve pero presente y el multifacético Jordi Mollà conforman el elenco secundario con mucha precisión y efectividad. Luego de ser coronado líder de los necromongers, el criminal convicto Richard B. Riddick es puesto en un aprieto en donde la única alternativa es resignar su cargo y volver a su planeta de origen. Riddick cumple su parte del trato pero es traicionado por Vaako (Karl Urban), quien planea sin éxito su asesinato. Abandonado en la intemperie, dado por muerto, Riddick debe encaramarse en la cadena de depredadores del nuevo planeta desolado que lo tiene como habitante forzado y procurarse una improvisada vía de escape. “Trilogía” probablemente pruebe ser una condición transitoria para definir las etapas de esta historia. Esta secuela de secuela, que muchos presagiaban como la última, presenta un final sin mucha contundencia o seguridad, dejando paso, seguramente, a nuevos y más o menos intensos periplos futuristas.