Lo que fue y lo que será
No soy un fanático de James Bond, ni mucho menos. De hecho, vi muy pocas de sus películas, ya sea las viejitas o las más nuevas. Recuerdo haber escuchado maravillas de Casino Royale y -ajeno a la saga como siempre fui- no prestarle demasiada atención más allá de haber visto partes en el cable, muy entretenidas, dicho sea de paso. Por eso, cuando me acerqué a ver Skyfall, al calor de las geniales críticas, tuve que abstraerme un poco de pensarla como un producto más de la franquicia (que desconozco casi en su totalidad) y asimilarla como un filme de acción específico, más allá de los Martinis, los "Bond, James Bond", las chicas sensuales y los aparatitos modernos. Lo extraño es que esta Bond es una película a la cual considerarla como un producto de franquicia es equivocado: Skyfall es un filme que carece casi por completo del espíritu que hizo famoso a la marca, para dar lugar a una progresiva añoranza al pasado en donde lo moderno y los guiños al personaje que todos conocemos pasan desapercibidos, como si fueran cameos de películas pasadas.
Una de las cosas que llamó la atención de Skyfall desde el comienzo de su producción fue la elección del director. Sam Mendes, ganador del Oscar por Belleza Americana, es un director cuya única incursión en algo parecido al género de acción fue Camino a la perdición, por allá por el año 2002, un filme que está lejos del rimbombante estilo que propone James Bond. De todas formas, no habrán sido tantos los que dudaron de su capacidad para ponerse al hombro una película de este calibre siendo que Mendes siempre salió bien parado de sus producciones. Menos aún cuando se eligió al maestro Alexander Witt como director de segunda unidad, el responsable de las escenas de acción de las películas más impactantes que se les ocurran (Gladiador, La Caída del Halcón Negro, Casino Royale, American Gangster, The Town, Safe House o la escena del robo al tren en la última de Rápido y Furioso), un verdadero genio en el ámbito de la acción. Aquí no se quedan atrás y desde el primer minuto del filme nos encontramos con trepidantes persecuciones, tiros, patadas, trenes, motocicletas, accidentes, explosiones y caídas de 100 metros al vacío. Todo con la calidad que estos dos grandes artistas suelen proponer en sus trabajos.
El guión de Neal Purvis y Robert Wade (usuales colaboradores de la saga) sumados a otro talento, John Logan (guionista de Gladiador, La Invención de Hugo Cabret, El Aviador, El Último Samurai, entre otras) plantea un motor principal para el villano: la venganza. Mediante una ordenada construcción, distribuye el relato de manera intrigante y aprovecha bien su texto para plantear problemas interesantes: la ambigüedad de M, por ejemplo, quién es responsable de tomar las decisiones y dejar a su suerte a sus agentes llegará a un punto de quiebre que mantendrá el suspenso durante toda la trama. Por supuesto, los clisés y las frases cómicas antes y después de cada disparo estarán presentes banalizando un poco la historia y también habrá situaciones típicas en donde el villano tiene todo en sus manos y desaprovecha la oportunidad de eliminar a sus víctimas, como en casi todas las películas de acción de la historia.
Otra de las cuestiones destacables aún sin haber visto la película era la presencia de Javier Bardem interpretando al enemigo de turno, en lo que se esperaba una especie de revival del personaje que lo catapultó a la fama hollywoodense (y me hizo tener ganas de escribir sobre cine, dicho sea de paso) Anton Chigurh, el villano de Sin Lugar para los Débiles. La sola idea de que el personaje de Bardem se acercara a aquel mítico asesino que imaginó Cormac McCarthy ya era un motivo suficiente como para ir corriendo al cine. De más está decir que toda expectativa alta no logrará ser llenada en la mayoría de los casos. Este es uno de ellos. Silva es un buen villano, extrañamente amanerado (su elección sexual no le suma ni resta al personaje), interpretado con corrección y naturalidad por el actor español. Está a años luz de aquel Chigurh, pero es lógico que así sea.
El resto del elenco (Judi Dench, Ralph Fiennes, Naomi Harris) aporta la sobriedad necesaria para una nueva entrega de esté personaje renovado y terrenal, alejado de los artilugios y las peripecias de superhéroe. El Bond de Craig ya se había vuelto más humano, más verosímil, pero aquí es un personaje prácticamente despojado, afectado, envejecido. Ya no es el fiero luchador, ni el arma más rápida de la agencia. Como Batman en The Dark Knight Rises, Bond sufre los achaques de la edad y los golpes de la vida. Se refugia en las tecnologías más antiguas y no utiliza ni lapiceras explosivas ni relojes que disparen. Y cuando el villano lo pone en aprietos, elige la austeridad y el despojo de una casa en medio de la campiña y la escopeta de caza de su padre como su último bastión y refugio. Es especialmente en esa última media hora en donde la calidad de la fotografía pegará un salto destacado para ofrecer imágenes imponentes y bellas, colores e iluminaciones bien pensadas y puestas en escena que no solo embellecen sino que aportan a que el cuento se cuente mejor.
Skyfall, vista como una más dentro del género y no como la última de la franquicia, es una estupenda película de acción que no aburre a pesar de sus más de dos horas de metraje. Mucho más cercana a Duro de Matar o a El Último Boy Scout que la del famoso agente secreto inglés, es una película que se aprecia mejor como un exponente del género que como un eslabón más en esta historia que cumplió ya 50 años. Aunque es de esperar que muchos fanáticos festejen este Bond recio y despojado, más terrenal y austero como la gran resurrección de un personaje que se hallaba algo raído. En ambos casos, será cuestión de disfrutarlo.