Con licencia para seguir
Lindas contradicciones generan estas nuevas películas de James Bond. Mucho más esta Operación Skyfall, la más redonda de la saga protagonizada por Daniel Craig: es que se trata de un film de acción bien narrado, con secuencias de alto impacto y con una serie de giros y situaciones que intentan (y logran) darle más carnadura al histórico personaje, a la vez que se aleja deliberadamente del estilo de las películas del agente británico. Una de las contradicciones que se genera es la siguiente: ¿es un conflicto sobre el paso del tiempo y los orígenes de James Bond lo que venimos a ver? Si el personaje fue siempre pura superficie ¿por qué intentar profundizar en ese sentido? ¿No es ese un rol que deberían cumplir -y ya han cumplido sagas como las de Bourne, por ejemplo- otras películas? En defensa de Operación Skyfall hay que decir que la solemnidad de la franquicia ya fue instalada con la interesante Casino Royale y fue continuada con la pésima Quantum of solace. Por eso, a nadie debería llamarle ya la atención y tendríamos que estar seguros de que esta va a ser la tónica de acá en adelante. Mientras los guiños a lo Bond pueden ser encontrados en películas como Misión: imposible IV o Encuentro explosivo, el 007 modifica su ADN en busca de un realismo más sucio y del puro melodrama.
Las películas de Bond han sido siempre un diseño de producción y nunca un trabajo autoral. Pero precisamente en esa bendita búsqueda del melodrama que señalábamos antes, es que se ha decidido emplear a nombres más “prestigiosos” para llevar las riendas: primero fue Marc Forster y ahora le toca el turno a Sam Mendes (Martin Campbell en Casino Royale significó un puente de la vieja guardia a lo nuevo). Desde la producción se entiende que lo que precisan estas nuevas entregas es que aquellas secuencias que van de una escena de acción a la siguiente, que antes no importaban demasiado, ahora estén bien actuadas y puedan alumbrar algo del interior de los personajes. El drama surge, pues, cuando descubrimos la inoperancia de un tipo como Forster para filmar una escena de acción decente y allí todo se desbarranca: el melodrama, el entretenimiento, la película. Con Operación Skyfall la lección fue aprendida y a sabiendas de que la acción no era el fuerte de Mendes, se contrató un director de segunda unidad experimentado como Alexander Witt. Por eso las secuencias de acción lucen bien narradas y con cierta espectacularidad.
Hay un nombre aquí que resulta clave para entender algunas críticas que se han hecho sobre Operación Skyfall: Sam Mendes. Si bien cierto sector de la crítica quiere hacer ver que se trata de un director importante, hay otro (entre los que me puedo incluir) que cuestiona sus procedimientos y deja en evidencia al oportunista que desde esa copia mainstream del cine indie que fue Belleza americana ha evidenciado una pulsión por autodefinirse como trascendente. Por eso se escuchan acusaciones de solemnidad y pesadez sobre este Bond, pero acá hay que hacer un parate y, como dijimos antes, reiterar que esas cuestiones ya estaban en el germen de este nuevo agente 007 interpretado por Craig. Sin embargo el trabajo de Mendes aquí es acertado cuando imprime cierto estilo sin ponerse por encima del personaje, a la vez que deja que la mitología ligera y desprejuiciada contamine su cine habitualmente acartonado.
Es cierto también que hay algo que sigue sin cuajar en esta nueva era del 007, y es que si bien las escenas de acción son grandotas y generosas, carecen del nivel de fantasía y creatividad que eran marca de estilo: acá no veremos nunca a un Pierce Brosnan tirándose de cabeza para agarrar una avioneta al vuelo o a Roger Moore partiendo el techo de su Renault 11. Ese verosímil áspero y seco que se pretende resulta impersonal y quita parte del encanto del personaje. Porque, convengamos, los conflictos que se construyen alrededor del agente, con ese villano tan pintoresco que interpreta Javier Bardem (un intento algo fallido de Joker a lo Nolan), no son tampoco tan importantes como para sostener un relato que se alarga hasta los 143 minutos. El problema no es de dirección, sino más bien de producción: tiene que ver con los objetivos acerca del personaje en el presente. Pero si hay algo juega a favor de Operación Skyfall, es que a diferencia de las anteriores (que parecían querer sepultar toda la iconografía Bond) hay aquí un placer por regurgitar lo simbólico: aparece esa lascivia grasa con las mujeres que bordea la misoginia, se recuperan piezas históricas como el viejo Aston Martin, aparece algo de humor y sobre el final (sin querer anticipar mucho) se revela el nombre de un personaje que tiene que ver con la genealogía. Posiblemente esa necesidad de la continuidad, que no existía en el original (donde sólo importaba la misión y la habilidad del agente para escapar cientos de veces de una muerte segura), y que pretende darle una unidad a la serie de películas pueda parecer una infidelidad para con el original, pero es cierto que como trabaja aquí los elementos Mendes hacen que se genere un interés en eso que vendrá más adelante. Es decir, si analizamos Operación Skyfall sobre los parámetros de este nuevo Bond, podemos decir que se trata de un muy buen entretenimiento. Lo demás será cuestión de gustos. Y que quede claro, yo también prefiero al viejo 007.