007: LICENCIA PARA MATAR DE ABURRIMIENTO
50 años cumple James Bond en el cine, y los productores no encontraron mejor idea que destrozar la franquicia poniendo a un director que ignora el entretenimiento y un villano preso de la sobreactuación. Una verdadera traición a 007.
James Bond es la franquicia más longeva y fructífera de la historia del cine. Cincuenta años cumple el personaje en la pantalla y esta nueva entrega venía muy recomendada, con un rumor de que era “el mejor Bond de todos los tiempos”. Los rumores incluso, parecían ir tan atrás en el tiempo que hasta podría dudarse de su origen. Pero la bola empezó a correr y tanto el número redondo como la aparición de un director ajeno al género produjeron una revolución. De los escasos méritos de Sam Mendes como director se puede decir mucho, sus films, siempre tendientes al trazo grueso, la reflexión superficial y la solemnidad a prueba de balas, no se parecían en nada a la serie de James Bond. Pero como ha quedado demostrado, la fuerza del personaje equipara a todos los directores, que deben renunciar a su mundo personal para entregarse a los mandatos del famoso agente. Sin embargo, Sam Mendes cae en el peor de los escenarios: no aporta nada valioso como director, pero a la vez impide el normal desarrollo de una historia de acción y espionaje al estilo Bond. Operación Skyfall (en el original sólo Skyfall, sin ninguna operación) es una película hecha desde el desprecio por la franquicia, desde el menosprecio por el entretenimiento y el gran espectáculo. Mendes es un palo en la rueda, no aporta nada nuevo ni nada bueno. Pero claro, frente a un proyecto tan grande culpar sólo al director es demasiado. No se puede saber hasta que punto es responsable, pero es muy posible que lo sea. Pero la idea de colocar al director de Belleza americana frente un film de James Bond parece un plan nefasto. Y de hecho lo es. La franquicia que en algún momento no quiso abrirle la puerta a Spielberg, hoy la entrega a este desastre. Peor aun, el villano no es otro que Javier Bardem, el protagonista de Biutiful de Alejandro González Iñarritu. Es decir, films de prestigio prefabricado, de solemnidad absoluta. Y lo peor es que eso se nota a lo largo de toda la película. Los guionistas –tres en total- provienen de la franquicia Bond en dos de los casos y el tercero tiene un interesan curriculum con buenas películas, así que el director vuelve a ser el punto más bajo. Operación Skyfall intenta refundar la serie, darle giros nuevos, renovar temas, bucear en espacios nuevos. Pero genera una tensión que no resuelve: seguir la tradición o subvertirla. Todo el tiempo en la trama se habla de hacer las cosas al viejo estilo, pero en la película esto no se evidencia. Salvo una buena escena inicial, el resto de la película no tiene nada de la tradición, excepto algunos detalles que llevan al comienzo de todo este fenómeno. Pero el supuesto realismo que apareció con Daniel Craig (esta es su tercera película Bond) no cede acá ni un milímetro y los aires de melodrama que intenta plasmar el director terminan por convertirse en un aburrimiento sin precedentes. No hay película de toda la saga de Bond, más aburrida que Operación Skyfall. Dos horas treinta minutos dura este film. Es cierto que los films de Bond nunca fueron obras maestras, aun cuando muchas de ellas tuvieran encanto o simpatía. Alguna canción excelente o chicas muy lindas o memorables villanos, eran elementos que funcionaron mejor o peor según la combinación de cada título. Se extraña a Sean Connery al ver esta película, y más aun a Roger Moore, y se extraña también a Pierce Brosnan. Incluso se extraña a George Lazenby, quien en su momento protagonizó un Bond con algo de melodrama llamado Al servicio secreto de su majestad. Algunos pequeños detalles sobreviven bien a esta debacle, como por ejemplo de Ralph Fiennes, quien interpreta a Gareth Mallory, un personaje ambiguo que en realidad no tiene misterio para quien conozca la mitología artúrica. Y sin duda el mejor logro es la presencia de Roger Deakins como director de fotografía. Gracias a él, hay grandes momentos visuales, sobre todo en la primera mitad del largometraje. Por aportar belleza y complejidad, hay que agradecerle. El resto son muchas, no pocas, escenas aburridas, sin magia, sólo con diálogos y solemnidad teñida de psicoanálisis barato. Las escenas finales, irónicamente, parecen filmadas en locaciones que hubiera disfrutado y aprovechado un director como John Woo. Al recordarlo uno entiende que más allá de la traición al género, el problema es que a Mendes le falta corazón y compromiso con la película. Si hubiera visto The Killer, tal vez podría haber rescatado al menos algo digno en el final. Pero ni eso. El éxito mundial de Operación Skyfall será el fracaso del entretenimiento y la fantasía, en manos del aburrimiento y la gravedad. No son buenas noticias, claramente.