¡Oh, mis ojos, mis ojos! Pocas veces una película resultó tan visualmente dolorosa como Casi muerta, la coproducción argentino-uruguaya remake de la película española By Pass. Desde los planos iniciales se entiende que la tarea será ardua y más vale que el espectador tenga la vista descansada, porque ni el Alex, el protagonista de La naranja mecánica, tuvo que tolerar una tortura como la que significa permanecer con los ojos abiertos durante todo la duración de esta comedia romántica dramática. María y Javi son amigos de toda la vida. Sin embargo están distanciados hace más de un año. Cuando María sufre un accidente que la deja al borde de la muerte, los amigos se reencuentran y descubren que siempre estuvieron enamorados. Ahora Javi debe decidir si seguir con su nueva vida, con novia incluida, o apostar a un amor de juventud que puede morir en cualquier momento. María (Natalia Oreiro) es diagnosticada con un trastorno cardíaco y los médicos le diagnostican un mes de vida. Sus mejores amigos Paula, Lucas y Javi acuden al hospital para recibir la mala noticia. Javi deja a su novia en Uruguay para llegar cuanto antes. Pero Javi y María descubren que ambos han estado enamorados mutuamente toda su vida. El reencuentro de los cuatro amigos será también una última oportunidad para concretar ese postergado romance. Es un mes, pero la película parece que durara un siglo. En el comienzo del largometraje no es solo lo visual lo agotador, sino también su banda de sonido. La versión de Desconfío, el clásico de Pappo que también cantara en su momento Celeste Carballo es destrozado con la misma alegría con la cual la comedia romántica es asesinada en cada una de las escenas que siguen. Es muy pero muy difícil ver una película con diálogos tan malos, una puesta en escena tan poco interesante o aunque sea fluida y un grupo de actores que aceptan formar parte de esto, mostrándose perdidos en cada momento. Pero si la comedia nace muerta desde el inicio, la parte romántica es otra calamidad digna de destaque. Y se asoma, claro, algún que otro esbozo de reflexión acerca de la existencia humana. En esto último hay que darle la razón a Casi muerta, porque estar en un cine viendo esto nos lleva a una profunda reflexión acerca del sinsentido de la vida. El director es Fernán Mirás, cuya carrera como actor no será mencionada aquí. Mirás intenta decirnos en varios momentos que él es un buen director y hace unos planos insólitos y sin justificación alguna. El primero de los que tengo la desgracia de recordar es con los tres amigos esperando un parte en el hospital. Los sienta de forma tal que quede lindo el cuadro, pero los obliga a reclinarse de manera imposible para conseguir su imagen. Podía imaginar el dolor de cuello de los actores con solo ver esos planos. Natalia Oreiro tiene grandes actuaciones en cine y también varios bodrios. Casi muerta va directo a bodrios, posiblemente en lo más alto de un ranking adverso. Diego Velázquez está tan cómodo en su rol de comedia romántica como estaría Charles Bronson haciendo del dinosaurio Barney. Paola Barrientos es un cliché sin rumbo y Ariel Staltari casi logra sobrevivir por momentos. Es una tarea muy difícil llegar hasta el final de la película, pero es necesario si uno quiere certificar que las escenas sin sentido y completamente fuera de toda lógica llegan hasta el desenlace. Hay tantos momentos que no llevan a ningún lado y no hacen a la trama que uno no puede terminar de adivinar si le sacaron escenas a la película (ojo, está mal, pero no tan mal si nos ahorraron minutos de vida) o si en el guión de la película española tenían un sentido hoy perdido en su versión rioplatense. El alivió de poder salir del cine y seguir con nuestra jornada es el único punto para destacar de esta película que es muy mala pero que además falla incluso en todo lo que se propone. No es romántica ni es graciosa y no está casi muerta, está completamente fallecida del primer plano hasta el último.
Los cazadores del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981) es una de las películas más influyentes de la historia del cine mundial. Su peso en la cultura popular excede por mucho al cine de aventuras y alcanza a la televisión, los videojuegos, la música, los cómics e incluso la literatura. Hace tiempo que pasó a la categoría de película citada e imitada incluso por aquellos que jamás la han visto. Pero para esa inmensidad de espectadores que han podido disfrutarla, Los cazadores del arca perdida es el nacimiento de uno de los más grandes héroes de todos los tiempos: Indiana Jones. Nos encontramos ahora en el año 2023, frente a su última aventura tal cual hemos conocido al personaje, es decir interpretado por Harrison Ford. Es el fin de una era el estreno de esta quinta película, pero el imaginario de este largometraje no morirá nunca. Indiana Jones y el dial del destino (Indiana Jones & The Dial of Destiny, 2023) tiene muy presente el lugar que ocupa y su director, James Mangold, sabe perfectamente que no puede competir contra el realizador de los cuatro primeros largometrajes, Steven Spielberg. Los guionistas toman la historia escrita originalmente por George Lucas y Philip Kaufman y hacen una recreación respetuosa e inteligente de los cuatro films anteriores. El propio director James Mangold participó del guión, así como también David Koepp (Jurassic Park, Carlito´s Way, Misión: Imposible, Ojos de serpiente, Guerra de los mundos) y finalmente los dos guionistas principales Jez Butterworth y John-Henry Butterworth, autores previamente de Ford vs Ferrari y Edge of Tomorrow. El equipo hizo lo mejor que se puede hacer hoy en día con un personaje así y es estar a su servicio. Claro que ha cambiado con el paso de las décadas, pero desde el punto de vista cinematográfico es impecable como se ha encontrado la forma de darle lógica y continuidad. El personaje de Indiana Jones tiene su primera aventura en el año 1936 en Los cazadores del arca perdida y 1935 en Indiana Jones y el templo de la perdición. En Indiana Jones y la última cruzada la historia central está ubicada en 1938 y el prólogo de su adolescencia en 1912. Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal transcurre en 1957 y finalmente Indiana Jones y el dial del destino en 1944 y 1969. Cuarenta y dos años de historia del cine en los cuales su actor y varios secundarios envejecieron a la par del personaje. Pero dentro de los largometrajes el tiempo transcurrido es menor, de tan solo treinta y tres años desde que lo conocimos hasta hoy. Por suerte las últimas dos películas han puesto esto como parte de la trama, asumiendo la vejez del Dr. Jones en lugar de intentar disimularla. Es sabido que Harrison Ford pidió expresamente, y con mucho sentido común, que su vejez fuera parte de la trama. Indiana Jones y el dial del destino tiene un espectacular prólogo en 1944, donde el protagonista pelea contra los nazis junto con la ayuda de su amigo Basil Shaw (Toby Jones) y encuentran el artefacto que será el MacGuffin de la trama, como antes lo fueron otros objetos. Es decir un objeto que dispara la búsqueda y la aventura, que hace avanzar la trama. Es verdad que en este caso esta excusa tiene una fuerza extra que la conecta con todo el espíritu de la película. Pero siempre es un punto de partida para lanzarse de lleno al entretenimiento. Allí, en ese gran prólogo, se presenta al villano, el científico nazi Jürgen Voller (Mads Mikkelsen), quien disputará ese trofeo cuyo valor puede definir la historia de la humanidad. La acción principal transcurrirá en 1969. Un Indiana Jones viejo, aturdido por la música de The Beatles a todo volumen –Magical Mistery Tour, nada menos- y en el día de su jubilación como profesor. A nadie le importa la arqueología y el pasado, el mundo se rinde a los pies de la llegada del hombre a la Luna y la era espacial. Las alumnas ya no están enamoradas del profesor y no hay interés en sus clases. La única excepción a esta falta de amor por la historia es una joven desconocida, que resultará ser Helena Shaw (Phoebe Waller-Bridge) la hija de Basil, ahijada de Indy, tan conocedora de la historia como él. Ella renovará el espíritu de aventuras del héroe y lo lanzará a una nueva y final búsqueda del tesoro. Indiana Jones y el dial del destino encierra en estas primeras secuencias dos elementos fundamentales de su ética y su mirada del mundo. Por un lado los nazis son siempre nazis y se los combate, en cualquier época y lugar, aunque el propio gobierno de Estados Unidos les haya dado un espacio para ganar la carrera espacial (Jürgen Voller es la versión de ficción de Wernher von Braun, el científico nazi que fue reclutado por la NASA). Y por otro lado, hay una declaración de principios con respecto al cine. Indiana Jones es una aventura de la vieja escuela, no sólo por un personaje de otra época, sino por la limitación a los disparates propios del cine actual que arrasan (o arrasaban hasta un par de años) en la taquilla. La película se ve de otra época no sólo por lo que hace sino por lo que evita hacer. No es un largometraje barroco, excesivo ni confuso. Todo está concentrado -en el guión y la puesta en escena- en sus personajes centrales, sin estar perdiendo el tiempo con una multiplicación de sub historias o detalles visuales inútiles. Aunque es una fantasía, transcurre en un mundo cinematográficamente real. Indiana Jones y el dial del destino debería servir también para explicar porqué fue tan injustamente maltratada Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Luego de una trilogía perfecta cuyo legado es inmortal, pasaron muchos años y la revolución digital en el medio. En el 2008 fue demasiado impactante ver ese cambio. La forma condiciona el contenido, pero el contenido no era malo en ese caso, simplemente había cambiado el mundo, el del cine y el de Indiana. Del imaginario del cine de aventuras al de la Guerra fría y la ciencia ficción. Fue demasiado para aceptar en aquel momento. Ahora se lo puede aceptar y sumarle este quinto film, que busca no chocar contra los límites ni pedirle al espectador un giro tan violento de paradigma como lo había el cuarto título de la serie. Digamos que la cuarta película pagó el precio del cambio de época y ahora ya no es un problema. Indiana Jones es Harrison Ford y él se siente tan a gusto con el papel como cualquiera pueda imaginar. Es el personaje de su vida y el éxito de la película se debe en gran parte a él. Lo mismo que se podría decir de la música de John Williams, hoy tan identificada con la historia como el propio Ford. Pero ninguno de ellos habría alcanzado sin las ideas de George Lucas y su deseo de homenajear al cine de las primeras décadas del siglo XX y su pasión por el folletín decimonónico. Aquella creación no pudo encontrar mejor director que Steven Spielberg. En la cumbre de su energía el realizador puso todo en Los cazadores del Arca perdida (hoy llamada Indiana Jones y los cazadores del Arca perdida) y eso fue la que la convirtió en el clásico absoluto de la historia del cine. En este, el primer film de Indiana Jones sin él, su ausencia intenta pasar desapercibida al no imitar su estilo. James Mangold es un buen director, pero no es Spielberg y, por suerte, no intenta serlo. La chispa de la perfección juguetona que Spielberg utilizó en sus películas de Indiana Jones es incomparable. Tampoco Phedon Papamichael, sin duda un gran director de fotografía, tiene el talento de Douglas Slocombe, el responsable de la luz en los primeros tres films. Cuando Spielberg dirigió la cuarta, no le quedó otra elección que trabajar con otro fotógrafo, pero eligió al enorme Janusz Kamiński quien ha sido su mano derecha durante décadas. Kamiński sí imitó al estilo Slocombe de forma asombrosa, pero esto tenía lógica al conocer a fondo a Spielberg. Acá la estética tiene mucho en común, pero es otro rumbo. Y, por supuesto, tampoco está Michael Kahn, el gran montajista de Spielberg. Sin embargo, gran parte del equipo que trabaja en Indiana Jones y el dial del destino es el de Ford vs Ferrari, una gran película de sensibilidad clásica ambientada también en la década del sesenta. Le llamamos narración clásica a las películas que están bien filmadas, cosa que hoy en día ocurre cada vez menos. Los tiempos cambian y, como el Dr. Jones, también debemos aceptar que cambia la forma de contar. El clasicismo ha evolucionado. Lo que hace ochenta años conocíamos como narración clásica hoy sería llamativamente moderno por la diferencia con el resto del cine. En esta quinta entrega simplemente se disfruta de una historia bien contada, un relato sobre el paso del tiempo y también un renunciamiento al espíritu trágico. Indiana Jones tuvo, desde siempre, un gran corazón por las personas más que por los objetos que buscaba. Siempre era más importante rescatar a alguien o salvarle la vida que conseguir un logro para la posteridad. En eso también consiste su ligereza y su falta de solemnidad, incluso al tratar temas importantes o sucesos terribles de la historia. Indiana Jones es la única saga que hace chistes contra los nazis, siempre los hizo y hoy parece más osado que nunca. El humor también está presente aquí y responde a la misma sensibilidad que los títulos anteriores. Tal vez sea incomprensible para las nuevas generaciones o tal vez no, pero los seguidores originales de la saga reconocerán absolutamente todo, incluyendo uno de los finales más bellos que se hayan podido escribir para el personaje. La búsqueda del Grial era la búsqueda final de la mitología artúrica y así se cerraba la trilogía inicial. Acá el tiempo es la pieza clave y el mencionado final alude justamente a eso. Indiana Jones y el dial del destino es una gran película que no intenta superar a las películas de Spielberg, sino tomar la posta para acompañar al personaje. En ese aspecto es humilde y muy noble, pero también inteligente, porque eso la eleva. Tiene todo aquello que buscamos y también han usado todos luego de la aparición del personaje en la historia del cine. La nostalgia puede afectarnos a los que nos hemos sentido parte de esta historia cinematográfica de cuarenta y dos años. Pero nuestro amor por estas películas no es nostálgico, es auténtico. Nos enamoramos del cine y permitimos que nos cambie la vida por películas así. Yo no nací en el siglo XIX pero amo las novelas de aventura que se publicaban en esa época. Tampoco había nacido cuando el cine de Fritz Lang o el Hollywood clásico nos mostraba la versión audiovisual de esas historias. Hay que pensar que una nueva generación entenderá y disfrutará de Indiana Jones como ya lo está haciendo desde hace años. También es un sincero y contundente relato sobre un héroe viejo y cansado, pero peleando por encontrar el rumbo. Una última aventura es la mejor manera de mantenerse en carrera y los nuevos personajes traen esa energía en forma renovación generacional pero de forma más armónica que en la entrega anterior. Cuesta despedirse, pero la tarea está cumplida. Sólo resta sentirse agradecidos por haber sido contemporáneos de estas cinco películas a las que podemos volver una y mil veces por el resto del tiempo que nos quede por delante.
Elementos coquetea tanto con los lugares comunes de Pixar que desde su campaña de difusión parecía una secuela de Intensamente. No lo es ni tiene conexión alguna salvo la división de categorías de personajes, pero es casi la antítesis de aquella película. Mientras que aquella tenía muchas ideas de guión, esta tiene uno de los guiones más pobres y menos atractivos que haya creado el estudio. La pandemia y las dudas golpearon fuerte a Pixar. Sus últimos tres con historia original, Soul, Luca y Red se habían estrenado directamente en Disney +, sólo Lightyear, un spin off de Toy Story, había pasado por los cines. Las tres películas que fueron directo a streaming son mejores que Elementos, pero así lo ha querido la suerte. La sofisticación visual de la película es enorme pero la historia no está a la altura. En la Ciudad Elemento conviven habitantes de fuego, agua, tierra y aire. Una familia de fuego que ha dejado atrás su lugar de origen, decide instalarse allí. Son una nada disimulada versión de inmigrantes orientales en modo metáfora. Estos fuegos terminan abriendo un negocio lejos del centro, en la zona más de los barrios más pobres, donde nace una niña llamada Ember. Eligen ese lugar porque en las partes más pobladas la discriminación elemental/racial les hace complicada la vida. El padre sueña con que Ember herede el negocio, pero la joven, inteligente, apasionada y con mal carácter, sueña con algo diferente para su vida. Cuando el azar quiere que llegue al lugar Wade, un sensible y amable joven de agua, la conexión entre ambos los hace cuestionarse acerca de lo que creen sobre sus vidas y los otros elementos. Todo en la familia de Ember remite a una clásica familia oriental instalándose en Estados Unidos y los propios realizadores se refieren a la experiencia de una familia coreana como modelo a seguir para el guión. La familia de Wade, por su parte, es de clase alta y viven en un permanente estado de emoción, aunque nunca han pasado por las penurias del papá y la mamá de Ember. Se trata de una historia de amor entre diferentes elementos, diferentes razas y diferentes clases sociales. Todo, claro, con mucho humor y una animación de gran calidad. Un tenue Romeo y Julieta con una resistencia mínima por parte de la familia de Ember. La belleza del fuego y el agua en la construcción de personajes es muy delicada y de una destacable complejidad. Hay muchas escenas que resultan innovadoras y marcan un avance constante en el desarrollo técnico de Pixar. Pero el agotamiento de las fórmulas se nota y no parece haber un horizonte luminoso hacia el futuro. De hecho la confirmación de una Toy Story 5 confirma que no saben para donde huir. Lo peor de Elementos es que para los adultos es un producto insulso y para los niños un entretenimiento pobre.
Maremoto (Nordsjøen/The Burning Sea, Noruega, 2021) se suma a una lista de películas de cine catástrofe de ese país que han funcionado muy bien en la taquilla de estos países y han extendido su éxito a otros lugares del mundo. Aprovechando los avances de los efectos visuales digitales, hoy estos países pueden construir escenas espectaculares que compitan dignamente con las producciones gigantes de Estados Unidos. A The Wave (2015) y The Quake (2018) se le suma ahora The Burning Sea, que repite virtudes y limitaciones de estos otros films, pero que apunta a una trama más concentrada en personajes y locaciones. Aquí una plataforma petrolífera se hunde de forma inusual en la costa noruega, y los investigadores intentan averiguar qué ha pasado cuando se dan cuenta de que esto es solo el comienzo de algo aún más grave. Uno de los personajes dimensiona el desastre diciendo que el desastre al que se enfrentan puede ser 350 veces peor que el de Deepwater Horizon ocurrido en el año 2010. Sobre ese desastre ecológico se hizo una película en el año 2016 y hay que decir que Maremoto no puede -ni quiere- superar la dimensión de aquella producción. Lo que identifica a este largometraje es la exploración del costado humano, tratando con un poco más de sobriedad los lugares comunes del género. Sin caer en los excesos habituales, la película tampoco se aleja del todo, ya que son esos elementos lo que más atraen. Tampoco tiene una calidad de efectos sublime, pero en varios momentos logra el impacto necesario. Le falta un poco de fuerza para cerrar la historia y son sólo algunos los grandes momentos. Digna, pero no relevante.
Maremoto (Nordsjøen/The Burning Sea, Noruega, 2021) se suma a una lista de películas de cine catástrofe de ese país que han funcionado muy bien en la taquilla de estos países y han extendido su éxito a otros lugares del mundo. Aprovechando los avances de los efectos visuales digitales, hoy estos países pueden construir escenas espectaculares que compitan dignamente con las producciones gigantes de Estados Unidos. A The Wave (2015) y The Quake (2018) se le suma ahora The Burning Sea, que repite virtudes y limitaciones de estos otros films, pero que apunta a una trama más concentrada en personajes y locaciones. Aquí una plataforma petrolífera se hunde de forma inusual en la costa noruega, y los investigadores intentan averiguar qué ha pasado cuando se dan cuenta de que esto es solo el comienzo de algo aún más grave. Uno de los personajes dimensiona el desastre diciendo que el desastre al que se enfrentan puede ser 350 veces peor que el de Deepwater Horizon ocurrido en el año 2010. Sobre ese desastre ecológico se hizo una película en el año 2016 y hay que decir que Maremoto no puede -ni quiere- superar la dimensión de aquella producción. Lo que identifica a este largometraje es la exploración del costado humano, tratando con un poco más de sobriedad los lugares comunes del género. Sin caer en los excesos habituales, la película tampoco se aleja del todo, ya que son esos elementos lo que más atraen. Tampoco tiene una calidad de efectos sublime, pero en varios momentos logra el impacto necesario. Le falta un poco de fuerza para cerrar la historia y son sólo algunos los grandes momentos. Digna, pero no relevante.
La sirenita (The Little Mermaid, 2023) es una remake de la película del mismo nombre del año 1989, que a su vez se basaba en el cuento de Hans Christian Andersen publicado en 1837. De la misma manera que la película de animación de la década de los ochenta alteraba notablemente el cuento original, la película del 2023 tiene enormes diferencias con su antecesora, aunque utilice la mayoría de las canciones y gran parte de su guión. La gran diferencia es que una es de animación y la nueva es con actores reales, o algo así como actores reales, ya que están rodeados de digitalización por todos lados. La mayoría de las películas reflejan los valores, los temas y las modas de la época en la que se hacen. La sirenita no es una excepción, pero siempre es bueno recordar que las demagogias ideológicas no son un invento actual, aunque hoy se sientan más exageradas que nunca. Siempre será menos interesante una película desesperada por encajar como La sirenita que una que busque explorar los límites y cuestionar la coyuntura. No hay nada innovador, ni sofisticado, ni artístico en este musical de dos horas quince minutos de duración, una extensión que prueba la incapacidad de narrar de forma económica una historia simple, incluso cuando su público sea mayoritariamente infantil. Las canciones de Alan Menken y Howard Ashman marcaron un hito dentro de la historia de los estudios Disney a punto tal que fueron el comienzo de una nueva edad de oro para el estudio cuando La sirenita (1989) se convirtió en un éxito enorme que se extendió a los títulos siguientes. No habría remake de la película sin esas canciones y de hecho todo el chiste es ver nuevamente la historia que todos amaron. Pero no es la misma película ni tampoco tiene el mismo espíritu. Lo más justo sería no compararlas, pero cuesta no hacerlo. Dicho de otro modo, si no las comparamos La sirenita (2023) es tan solo una película horrible con un par de buenas canciones. No es justo compararlas porque de alguna manera se le da entidad a un largometraje irrelevante. Ariel (Halle Bailey) es una sirenita rebelde que sueña con el mundo de los humanos. Su padre, Tritón (Javier Bardem, desopilante, pero en el mal sentido) le ha prohibido subir a la superficie, avisándole lo peligrosa que es la especie humana. Ariel, por supuesto, no hace caso y es así como descubre al príncipe Eric (Jonah Hauer-King) mientras espía lo que ocurre en un barco. Una tormenta hace naufragar al príncipe y a la tripulación y Ariel lo salva. Ambos se enamoran a primera vista, pero el príncipe es abandonado en la playa por Ariel antes de que él descubra que ella es una sirena. Dispuesta a todo para poder estar con su amado, Ariel hace un pacto con Úrsula (Melissa McCarthy) la bruja del mar para obtener piernas durante tres días, finalizados los cuales perderá su alma. El precio por el intercambio es la voz de Ariel, aquella que enamoró también al príncipe. Pasar de la animación al live action tiene sus problemas. Para empezar los amigos de Ariel, el pez Flounder es un bochorno insalvable, simplemente porque al buscarle realismo solo tienen un pescado digital que mueve su pequeña boca sin mayor expresión. El cangrejo Sebastian está un poco mejor, pero aún muy lejos de tener una personalidad. Y Scuttle cambió de especie y de sexo -ahora es hembra-, para amoldarse a la lógica del guión y la época. El resto sufrió las comprensibles actualizaciones, cómo ocurre siempre con las remakes, pero ninguna de ellas en pos de mejorar la película. En la animación que todos hablen bajo el agua funciona, en el mundo de los actores reales es una distracción permanente. Eso sí, cuando se lo ve fuera del agua a Tritón, parece una publicidad de piletas prefabricadas, así que mejor que se quede bajo el agua. Otro elemento insólito es la oscuridad de la película. No me refiero a la historia, sino a la imagen. Hay al menos un puñado de escenas en las que casi no se ve lo que pasa. El color feliz de La sirenita (1989) ha desaparecido casi por completo. La nueva versión no tiene alegría. El único momento luminoso es su canción más importante, Bajo el mar, donde casi se disfruta de la película que pudo ser. El resto es un incómodo sinfín de ideas pobres para tratar de hacer un remake razonable. El esfuerzo ya es una muy mala señal. Y acá es donde entran los dos responsables de la catástrofe. El director Rob Marshall y el letrista Lin-Manuel Miranda, ambos productores de la película. Marshall es un gran destructor del musical, un hombre que ha puesto lo mejor de sí para hacer un puñado de películas que parecen producto de un enemigo del género. En cuanto al insoportable y sobrevalorado Lin-Manuel Miranda simplemente hay que decir que su tarea principal aquí fue la de cambiar las letras de algunas canciones para no herir sensibilidades. No es tan grave el casting daltónico porque al final de cuentas no es resulta relevante, así que aprobado y a otra cosa. Sabemos que no podría hacer el cambio inverso, pero la protagonista está bien, no pasa nada. Pero lo de las letras sí es malo. Le quitaron las frases que Úrsula -la villana- le dice a Ariel, por ejemplo. La bruja le dice que los hombres no quieren que una mujer tenga voz y así la convence. ¡Es la villana, por eso miente! Pero el mundo actual no soporta ni los argumentos de la villana para engañar a la heroína. Al menos sigue siendo villana, porque a esta altura hasta los malos corren riesgo de seguir existiendo. Le quitaron alguna canción buena y le agregaron alguna mala, todo para que dure las mencionadas más de dos horas. Rob Marshall dijo que si la película tenía éxito iba a tener secuelas. No le deseamos un fracaso a nadie, pero las secuelas más graves serían que alguien piense que Howard Ashman, que falleció hace décadas y a quien le dedican la película, hubiera escrito las letras cambiadas y las nuevas canciones que aparecen aquí. Hace mucho que Disney ha dejado de preocuparse por el legado cultural de su cine, pero estas películas dan tanta tristeza como bronca. La sirenita (2023) nunca logra encontrar identidad o tono, así como tampoco un montajista que le saque un tercio de su duración, que está claramente de más.
Llama la atención que una película documental ambientada en el sistema del derecho penal en Argentina tenga un nombre directamente asociado a La Biblia. El libro de los jueces es un libro del Antiguo Testamento ubicado entre el libro de Josué y el libro de Rut. Por supuesto que estamos obligados a interpretar la película en relación a este libro. Lo que se cuenta en dicho libro es lo siguiente: “Una vez que el Señor guió a los israelitas a la tierra prometida mediante un milagroso poder, ellos no siguieron progresando en su fe ni cumpliendo con sus obligaciones espirituales. No echaron del lugar a todos los cananeos e incluso comenzaron a adoptar algunas de sus prácticas malignas. Como consecuencia, los hijos de Israel perdieron su unidad y se dividieron en tribus y en familias. Una y otra vez en el libro de los Jueces vemos cómo se suscita un ciclo de apostasía y liberación. Ese ciclo comenzaba cuando el pueblo, habiendo sido bendecido por Dios, se olvidaba de Él y participaban en prácticas prohibidas, tal como en las religiones que profesaban los cananeos. Los pecados e iniquidades que eso traía como resultado tenían sus consecuencias. Una consecuencia importante era que los israelitas perdían la protección contra sus enemigos que el Señor les brindaba y eran tomados cautivos. Finalmente, después de una sincera humildad y un arrepentimiento también sincero, el Señor liberaba a Su pueblo y éste prosperaba nuevamente.” El largometraje dirigido por Matías Scarvaci tiene como protagonistas a dos jueces que ejercen el derecho penal restaurativo. Así es como en El libro de los jueces vemos a víctimas y victimarios trabajar sobre el perdón y tratar de construir un futuro a partir de superar el trauma que ha llevado a ambas partes a diferentes formas de trauma personal. Las víctimas han perdido a algún ser querido o han sido las receptoras directas de un delito y los victimarios han comenzado un camino en la cárcel en el cuál pueden crecer y arrepentirse o mantenerse en su rol de criminales. Los dos jueces tienen estilos muy distintos y uno de ellos insiste en la no participación de Dios en ninguna parte del sistema penal. Algunos delincuentes son creíbles y otros se adivinan mentirosos para obtener la libertad. Algunas víctimas han perdonado y otras no. La película no busca jamás perdonar los crímenes porque no es la función del cineasta, tan sólo observa las diferentes opciones de un sistema lleno de fallas pero con un pequeño espacio de humanidad que puede y debe ser trabajada. Observar las conversaciones y los procesos nos acercan a un mundo desconocido del cuál sabemos poco y nada.
Buena luz, buen aire es un documental que conecta dos ciudades, dos épocas y dos historias de violaciones de derechos humanos. La comparación es tan forzada cómo cualquier otra y la conexión que ve el director está más conectada con la lucha por la verdad y la memoria de un grupo de madres. Las madres de Gwangju siguen luchando para preservar las evidencias y demandando que se revele la verdad. Las madres de Buenos Aires continúan su marcha en silencio en la Plaza de Mayo por sus hijos desaparecidos. No explica la película si las Madres coreanas vendieron su nombre a gobiernos populistas posteriores, aunque seguramente no lo hicieron. El realizador Im Heung-Soon no tiene idea alguna de la clase de hipócritas que entrevista, así como tampoco podemos nosotros saber si él es honesto. Un argentino descubrirá la forma sutilmente canalla con la que algunos de los entrevistados tocan la información para alterarla y adaptarla al relato actual. Este documental es un recordatorio de cómo aun una causa justa y universal como lo es la defensa de los derechos humanos puede caer en las trampas de los falsos testimonios. ¿Acaso no alcanza con la descripción de los crímenes para realizar una denuncia y luchar por la memoria? El director coreano tal vez crea que sí, pero en el contexto argentino hoy es difícil hacerlo de esa manera.
Los convencidos (Argentina, 2023) es un largometraje de 60 minutos dividido en cinco grandes bloques en los cuales los protagonistas de cada uno de ellos discuten o exponen sobre un tema con la absoluta certeza de tener razón. Inversiones, política, cine, economía, clases sociales. Cada uno de los episodios parece un poco más divertido e interesante que el anterior, aunque no todos los espectadores lo descubrirán, ya que el primero de ellos es una perfecta máquina de expulsar a cualquiera que quiera ver una buena película. Es un ejercicio cinematográfico con puntos de interés, con algunas ideas acerca del concepto de debate y con el genuino placer de la discusión civilizada entre personas que se conocen y tienen confianza entre sí. El director, guionista y editor Martín Farina plantea una búsqueda pero no produce a cambio una película relevante. Tal vez sea más un proceso que una obra terminada. Son opciones, por supuesto, pero si los sesenta minutos quedan un poco largos es porque no es tan satisfactorio el resultado.
Desde que la censura lo permitió, el cine de terror ha encontrado en los embarazos un buen punto de partida para contar historias. Tras años luchando por formar una familia, Julie Rivers (Melissa Barrera, la actriz de las nuevas Scream) está embarazada nuevamente y se muda a una nueva casa con su marido. Ambos cargan con la angustia y el temor a volver a perder al niño. Luego de un misterioso incidente que sufren en la casa, el médico de Julie le ordena guardar reposo absoluto. En un principio ella no está contenta con el plan, pero se resigna para cuidar su embarazo. Es entonces que aquel incidente que parecía aislado se transforma en algo constante. Julie comienza a sufrir unas visiones aterradoras que luego parecen ir más allá. No está segura si está enloqueciendo o si hay algo o alguien que tiene un interés particular en el bebé que ella lleva en su vientre. No descansarás, título en castellano insólito para la película Bed Rest, tiene ese problema insalvable de las películas que no tienen identidad o elemento claramente diferenciador. Estéticamente no aporta nada relevante y se mueve por los lugares más conocidos, avanzando de forma previsible por los pasos de esta clase de películas. Falla al mostrar el trauma de la protagonista y con eso pierde la chance de que nos importe todo lo demás. Un tema con el cuál es tan fácil conectar, resulta irrelevante, no importa los giros que aporte en la segunda mitad del largometraje. La responsable del guión y la dirección es Lori Evans Taylor, también productora. Esta es su opera prima, pero no parece un comienzo muy alentador.