Bond, el agente 007, siempre está volviendo
La fórmula de siempre esta vez no logra aportar nada nuevo. Eso sí, hay una escena inicial magistral, en México D.F., una secuencia impactante, muda vertiginosa en el Zócalo, con un gentío celebrando el Día de los Muertos bajo un helicóptero que no se decide a caer. Lo que viene después es lo de siempre: persecuciones de varios colores, organizaciones siniestras, encontronazos de todo calibre y una pelea interna (el internismo no respeta géneros) contra un recién llegado que quiere jubilar a 007 y sus métodos algo arcaicos.
El film funciona para los seguidores de la franquicia. Hay un gran villano (muy poco logrado) escenarios cambiantes, lujos y tecnología sofisticada. Pero el libro es pobre y al final la aventura que cuenta parece ser un catálogo turístico que deja poco lugar a los personajes.
Pese a todo, Mendes sabe lo que hace y la acción, como lo exige la serie, no decae, aunque los diálogos no tienen chispa. La historia se agotó, parece decirnos el guionista. La maldad del mundo de estos días ha dejado atrás las amenazas de estos malditos de pantalla grande que ni rozan a los verdaderos. Se extraña el glamour, esa mezcla de elegancia y peligro y hasta las chicas Bond, que fueron parte de su iconografía. Lo que queda es lo de siempre, vistoso y bien presentado.