Bond no es para siempre
El espíritu de James Bond ya no está en las películas de Bond: ‘Spectre’ no logra transmitir la sensualidad y el humor que alguna vez tuvo la serie.
En el principio fue James Bond. Cuando los productores Harry Saltzman y Cubby Broccoli compraron los derechos del personaje de Ian Fleming y contrataron al inglés Terence Young para que lo traslade a la pantalla grande, seguramente no imaginaron que sería el comienzo de una serie que llegó ya a las 24 películas en medio siglo y, sobre todo, que creo un estilo de espías cool, con aventuras y humor, sensualidad y chicas en bikini. En Dr. No, Young logró transportar la historia de los '50 al swinging London de los '60 y fabricar con el escocés Sean Connery una estrella, y con la suiza Ursula Andress una bomba sexual emergiendo de una piscina en un traje de dos piezas.
Pero pasó más de medio siglo y la serie parece haber tomado un camino equivocado o, al menos, no estar pudiendo aprovechar sus virtudes intrínsecas adaptándolas a los usos y costumbres de hoy. La idiosincrasia Bond ya se extendió a otras películas que la representan con mucho más ingenio y talento.
La última película, la número 24, es Spectre. La primera secuencia -anterior a los títulos- promete mucho: es un festival de ideas con un helicóptero fuera de control sobre una multitud en el DF mexicano. Aunque sólo a un borracho se le pudo haber ocurrido encargarle esto a Sam Mendes, que también dirigió la anterior Operación Skyfall pero es reconocido por Belleza americana y es un tipo que no tiene la habilidad para manejar escenas “grandes”. De todas formas, la originalidad del concepto supera la ejecución torpe y la cosa parece que puede funcionar.
Después viene la escena de títulos que siempre es una estrella en las películas de Bond -empezando por aquella famosa creada por Maurice Binder desde adentro del barril de una pistola- y nos encontramos con otra decisión digna de un ebrio a cargo de un estudio cinematográfico: la canción “Writing’s on the Wall” de Sam Smith no sólo no pega con la secuencia de títulos -que es extraordinaria si le sacamos el sonido- sino que es un anticlímax total respecto de la secuencia anterior.
Para ese momento ya sabemos que hay algo que no funciona y todavía quedan más de dos horas de película, porque además de todo Spectre dura dos horas y media. La película falla también en sus personajes secundarios: el villano Christoph Waltz y la chica Bond Léa Seydoux son perfectos en los papeles -aunque Waltz villano ya quedó quemado desde Bastardos sin gloria- pero acá no se lucen, no tienen diálogos picantes, ni escenas en las que puedan brillar. Lo de Seydoux es casi milagroso en el mal sentido: la despojaron de todo sex appeal. La elección del henchman Dave Bautista, una de las revelaciones de Guardianes de la galaxia, es muy buena, pero no le dieron ni una línea de diálogo. Es como si hubiera hecho el camino inverso: primero un mudo forzudo en Spectre, y después un forzudo con un twist humorístico en Guardianes. Pero no, Spectre le disminuyó el registro.
Fue imposible no recordar dos muy buenas películas de este año: Misión imposible: Nación secreta y El agente de C.I.P.O.L. Ambas son claras deudoras de James Bond -MI5 hasta tiene a su protagonista femenina emergiendo en bikini de una pileta- pero logran, cada una a su manera, transmitir el humor, la sensualidad y la originalidad que tuvo en su momento Dr. No. Sin dudas Christopher McQuarrie y Guy Ritchie son mucho más capaces para este tipo de películas que Sam Mendes, pero el problema es previo y está en la gente que eligió a Mendes, la misma gente que eligió la canción de Sam Smith, los vestidos feos de Léa Seydoux y que fue incapaz de cortar la película para que, por lo menos, dure 90 minutos.