Esplendor y degradación
La nueva Bond empieza de forma esplendorosa. La secuencia antes de los glamorosos títulos es realmente impactante: en la procesión del Día de Muertos en México D.F., Bond va con una chica a un hotel, pero interrumpe los besos para una misión. Todo fluye, todo es trepidante, casi no hay diálogos, la arquitectura colonial y la gente disfrazada dan un marco atractivo a la acción que no necesita de base argumental. Un primer segmento de encanto puro, de diversión sin complejos, de buen uso de los delirantes recursos de producción.
Pero Spectre no dura 15 minutos. Y lo que vemos a partir de ahí es una lenta degradación de ese principio que tantas ilusiones nos había provocado. Quedan todavía atractivos: la secuencia del palacio en Roma genera una gran tensión, y Léa Seydoux parece haber nacido para atraer miradas en este tipo de propuestas que incluyen el mejor vestuario posible en las condiciones más inverosímiles. Daniel Craig probablemente sea el Bond que mejor calza un traje, y su controlada gracia para los movimientos es poesía pura. Este Bond rubio maneja el humor deadpan, casi sin gestos, imperturbable, seco como pocos, pero, a diferencia del impar Pierce Brosnan, no es especialmente hábil para diálogos más extensos y afilados. La propia película, en general, no acierta demasiado en los diálogos: se vuelven fallidos (muchos remates cómicos en palabras), ridículos en su solemnidad ("tener licencia para matar es también tener licencia para no matar") y cada vez más explicativos.
Una película Bond sin un villano fuerte tiene un techo bajo. En este caso el malo interpretado por Christoph Waltz -con una excusa familiar detrás indigna de la serie- es muy insatisfactorio: porque no es más grande que la vida, porque Waltz ya ha abusado y agotado su "interpretación resbaladiza" y porque cada situación en la que aparece es más inaceptable que la anterior. Es difícil soslayar la torpeza de este malo y su falta de eficacia, sobre todo cuando se lo ha presentado como letal e implacable. Con cada secuencia con el villano, la película se va desdibujando, y la falta de coherencia deja la sensación de estiramiento. Una vez más, la serie Bond prueba que no debería ir contra su naturaleza: no debería buscar consistencia en una trama que le es muy difícil de desplegar, sino en secuencias que puedan funcionar de forma independiente, puro episodio.
Apuntar el argumento de una de 007 tiene escaso sentido, y entrar en detalles acerca de este combate contra "una organización siniestra" revelaría información que es bueno descubrir en la primera mitad, la que todavía mantiene el misterio mientras se suceden las persecuciones. Por otro lado sería no entender el juego burbujeante y pretendidamente sofisticado de la serie, esa gran fantochada de deleite visual y sonoro que esta película brinda sólo a medias, sobre todo gracias a los aportes de México con sus esqueletos, de Francia con Léa Seydoux y del Reino Unido con Daniel Craig y el poder y la belleza de Londres.