El agente 007 llega a su vigésima cuarta aventura cinematográfica, una entrega que pretende redondear el paso de Daniel Craig por la legendaria franquicia y traer de vuelta a los fantasmas de su pasado.
James Bond perdió el alma. No nos referimos al personaje en sí, un ícono del séptimo arte que, en la piel de Daniel Craig, se volvió mucho más introspectivo, violento y “realista”. Un personaje más cercano al Jack Bauer de “24” (2001-2010) o Jason Bourne, agentes más descarnados que encajan a la perfección en la era “post 11/09”.
La creación de Ian Fleming nunca perdió el encanto, el glamour o las ganas de patear traseros, pero se fue diluyendo, ante una solemnidad que se arraigó a ciertos productos del cine de acción contemporáneo, en este caso también, con la clara intención de despegarse de aquella ridiculez e inverosimilitud (casi fantasiosa) que ostentó durante décadas en la gran pantalla.
Hoy por hoy, franquicias como “Misión: Imposible” (Mission: Impossible) parecen haber tomado el testigo de Fleming, mientras que James Bond se convertía en otra cosa, perdiendo su esencia por el camino.
En el año 2006, el director Martin Campbell tuvo la difícil tarea de volver a reflotar la franquicia con “Casino Royale” –ya lo había hecho con “Goldeneye” (1995)- y volvió a triunfar en el proceso con una historia que se apega, como nunca, al relato original del autor.
Tras el increíble suceso de “Operación Skyfall” (Skyfall, 2012), la más exitosa de las entregas hasta el momento, su director, el oscarizado Sam Mendes, no tenía intención de volver a ponerse tras las cámaras, pero la gente de MGM y Sony Pictures logró convencerlo para esta nueva aventura que trae de regreso a una de las organizaciones más emblemáticas del universo del 007: SPECTRE.
“007: Spectre” (Spectre, 2015) encuentra a Bond, más o menos, donde lo dejamos después de la muerte de M (Judi Dench) y sus quilombos personales, siguiendo una pista en Ciudad de México, en medio de la parafernalia de los festejos del Día de los Muertos.
Así arranca la película -como una gran obra de acción y espionaje se lo merece-, con un despliegue visual increíble, una cantidad de extras inimaginables y un plano secuencia impresionante a cargo de Hoyte Van Hoytema, director de fotografía de “Interestelar” (Interstellar, 2014), entre otras cosas. Acá, James es más Bond que nunca, y en apenas unos minutos demuestra por qué es el agente más “polémico” de todos los 00.
Sus actos tienen consecuencias, obviamente, que repercuten en lo burocrático. Mientras él destruye edificios en América Latina, en Londres, los altos directivos están tratando de ponerle fin al programa que lo avala.
Pero Bond nunca se preocupó por seguir las reglas y, desoyendo las órdenes del nuevo M (Ralph Fiennes), y con la ayuda incondicional de Q (Ben Whishaw) y Moneypenny (Naomie Harris), enfila rumbo a Roma para intentar develar que se esconde tras una serie de atentados.
Lo que descubre es una misteriosa organización ligada a los peores males de este mundo con tentáculos que lo controlan todo. Su líder resulta ser una cara demasiado conocida en su pasado, Franz Oberhauser (Christoph Waltz), un tipo maquiavélico que no suele ensuciarse las manos.
Lo que sigue es un juego del gato y el ratón a través de las calles de Roma, los Alpes Austríacos, Tánger y de vuelta en Londres. Un sinfín de situaciones de peligro entre Bond, Hinx (Dave Bautista), el matón enviado por Oberhauser para seguirle los pasos y acabar con los cabos sueltos, y Madeleine Swann (Léa Seydoux), una astuta psicóloga que no piensa largar la información tan fácilmente.
No se puede contar gran cosa de la trama sin caer en el spoiler. Las escenas de acción no dejan de ser fabulosas, sobre todo por el nivel de “realismo” y efectos en cámara que exhiben. El problema es esa falta de “alma” en el relato que hace que todo sea vea perfecto pero carente de emociones.
Los hechos se suceden así como las explosiones, entre un montón de referencias y guiños a momentos y personajes clásicos de la franquicia, así también como a los del pasado de este Bond que ahora debe sufrir las consecuencias de todas sus pérdidas y errores.
Los personajes entran y salen de cámara sin dejar su huella (todo un desperdicio el de Monica Bellucci), con la excusa de redondear esta historia y el paso de este 007 por la gran pantalla. A partir de acá las cuentas quedan en orden para los que vendrán después, sea Craig y compañía o un nuevo reboot cinematográfico.
El Bond de Craig se volvió demasiado frío y calculador. Más robótico que humano y hasta sus conquistas parecen de manual. El fino humor inglés, como siempre, viene de la mano de los actores secundarios, pero no alcanza para generar ese gran golpe de efecto.
“007: Spectre” sigue siendo una gran película de entretenimiento y una de las mejores de este reinicio (tiene muchísima más coherencia), pero algo le falta para entrar en el panteón de las mejores. Mendes hace su trabajo a la perfección (tal vez demasiado perfecto), pero se olvida de emocionarnos.
Si para “Operación Skyfall” el realizador tomó nota del tratamiento que Christopher Nolan le da a sus blockbusters (no es coincidencia que use a su director de fotografía y a su montajista de cabecera), acá se apega demasiado a la norma y al “homenaje” cinematográfico, y se olvida de darle rienda suelta a su propio estilo y a la verdadera esencia de James Bond que parece haber quedado abandonado, como si fuera un pariente lejano que los hace pasar vergüenza.
El futuro ya nos dirá que le depara a este personaje tan emblemático de la literatura y el arte cinematográfico. “Spectre” tal vez sea el final de una era, una era muy exitosa por cierto, pero una demasiado solemne para el espía seductor que ya está necesitando un poco de sangre fresca.
Dirección: Sam Mendes
Guión: John Logan, Neal Purvis, Robert Wade, Jez Butterworth.
Elenco: Daniel Craig, Christoph Waltz, Léa Seydoux, Ben Whishaw, Naomie Harris, Dave Bautista, Monica Bellucci, Ralph Fiennes, Andrew Scott.