NI MARVEL NI DC: Vin Diesel quiere su propia franquicia comiquera Vin Diesel insiste con las franquicias de súper acción, esta vez, de la mano de un personaje comiquero con poderes sobrehumanos y regenerativos. Asu manera, tanto Disney como Warner Bros. y Fox (ahora también parte de la compañía del ratón), lograron explotar exitosamente los derechos de sus propiedades intelectuales superheroicas. Sony Pictures hace lo propio con Spider-Man y un universo que se sigue expandiendo más allá de Peter Parker. Con “Bloodshot” (2020), el estudio busca sumar otro poroto y otra franquicia comiquera, esta vez, de la mano de Valiant Comics y el personaje homónimo creado por Kevin VanHook, Don Perlin y Bob Layton. Acá no hay “publicidad engañosa”, la idea de esta película es convertirse en la primera entrega de una serie historias agrupadas bajo el paraguas de Valiant, un nuevo universo compartido que, por supuesto, dependerá del triunfo del debut cinematográfico de David S. F. Wilson -su anterior trabajo detrás de las cámaras fue uno de los episodios de “Love, Death & Robots”-, el guión de Jeff Wadlow (“Kick-Ass 2”) y Eric Heisserer (“La Llegada”), y los músculos irrompibles de Vin Diesel. El problema principal de “Bloodshot” -como exponente del género de súper acción y el superheroico- es que no trae absolutamente nada nuevo a un panorama que, de entrada, ya está sobrecargado de opciones. Es más, su acercamiento, sus efectos especiales, sus arquetipos y giros narrativos quedan obsoletos al no poder evitar la comparación con mejores exponentes que la precedieron. Diesel es Ray Garrison, marine ultra patriota y aguerrido que, tras volver de una exitosa misión en Mombasa, se reencuentra con su adorable esposa Gina (Talulah Riley) en la Costa Amalfitana, donde las cosas se complican. Parece que alguien se la tiene jugada y se desquita con la señora, un acto cruel que Ray debe presenciar sin poder hacer nada al respecto, antes de pasar a mejor vida. Por suerte (o no) para él, el doctor Emil Harting (Guy Pearce) y su equipo científico logran resucitarlo gracias a la nanotecnología, convirtiendo a este ex soldado en una verdadera máquina de matar, también conocida como Bloodshot. Pero Ray no recuerda su pasado ni a esa esposa que tanto amó… hasta que lo hace y comienza su cruzada revanchista contra el hombre responsable de su propio asesinato: Martin Axe (Toby Kebbell). Nadie parece tener una chance al enfrentarse con este ser de fuerza sobrehumana y poderes regenerativos, casi invulnerable, pero hay mucho más detrás de sus actos. Vin te mira fijo y se acaba el problema Poco y nada se puede decir de la trama de “Bloodshot” si queremos mantener el mínimo misterio pergeñado por los realizadores. Claro que nada es lo que parece cuando se trata de estos personajes, que no siempre están en la vereda de lo correcto. Lo más importante de la película terminan siendo sus violentos enfrentamientos y escenas de acción, recargadas de tiros, explosiones, efectos no tan bien llevados y las nulas emociones de Vin Diesel que, tenemos que reconocerlo, ni el papel de resucitado le sienta muy bien. Wilson y sus guionistas no logran escapar de los arquetipos narrativos más desgastados que suelen aparecer en este estilo de historias. Todo, absolutamente todo, nos recuerda algo que ya vimos, sea “Robocop”, “Matrix” o el shooter videojueguil que primero se les venga a la cabeza. “Bloodshot” es un despliegue de todos esos lugares comunes, y ni siquiera entretiene lo suficiente, justamente, porque la ‘conspiración’ que se esconde detrás y las motivaciones de los protagonistas vienen un tanto flojita de papeles (o sea, de guion). El resto son elaboradas secuencias de efectos por computadora y personajes secundarios repletos de clichés. Estás muy lejos de Escocia, Sam KT (Eiza González), la chica linda y ruda del equipo, la que debe conectar emocionalmente con la humanidad del héroe y no dejar de mostrar el ombligo porque, ante todo, es una chica linda (¿?). Dalton (Sam Heughan) y Tibbs (Alex Hernandez), dos supersoldados compañeros de Garrison al servicio de Harting, demasiado bidimensionales como para sumar algo a la trama, más allá de su fuerza bruta y sus cuerpos mejorados cibernéticamente. O Wilfred Wigans (Lamorne Morris), el típico cerebrito que no responde ante nadie y viene a salvar las papas. Incluso el científico de Pearce no logra escapar de la megalomanía más clásica. Claro que los amantes de la acción por la acción misma y sin muchas pretenciones (o del pelado protagonista, que ya le conocen las mañas) van a salir satisfechos con este relato cosmopolita que nos lleva de paseo de ciudad en ciudad (Mombasa, Budapest, Londres) al mejor estilo James Bond o Ethan Hunt, aunque jamás está a la altura de sus aventuras. Tampoco es seguro que satisfaga a los seguidores del cómic original, pero sigue estableciendo a Vin Diesel como carismático protagonista de una nueva ¿franquicia? comiquera que, quizás, no pase de esta primera fallida entrega.
A LA ERIN BROCKOVICH: la justicia tarda, pero llega Todd Haynes nos sumerge en un drama legal basado en hechos reales, que se extendió a lo largo de dos décadas de lucha justiciera. Todd Haynes tiene en su haber películas bastante disímiles como “Carol” (2015), “Lejos del Paraíso” (Far from Heaven, 2002) y “Velvet Goldmine” (1998), pero un denominador común en sus historias: la impronta de sus personajes y las relaciones que establecen, mucho más allá de los artificios narrativos o visuales. Con “El Precio de la Verdad” (Dark Waters, 2019) entra en el terreno del thriller legal basado en hechos resales, camino que supo recorrer Steven Soderbergh de la mano de “Erin Brockovich” (2000) con la que, salvando las distancias y la exuberancia (o no) de sus protagonistas, mantiene varios puntos en común, sobre todo cuando se trata del “Quijote justiciero” que debe luchar contra los molinos de viento de las grandes empresas y los poderosos, muchas veces amparados por la política. Por ahí viene la historia de Robert Bilott (Mark Ruffalo), abogado corporativo de Cincinnati (Ohio) que se embarca en una cruzada de más de dos décadas contra la empresa DuPont y sus acciones contaminantes. Como nuevo socio de la firma Taft Stettinius & Hollister, Bilott está más que acostumbrado a defender a grandes corporaciones como DuPont, pero tras un pedido personal de su abuela, acepta investigar el caso de Wilbur Tennant (Bill Camp), un granjero de Parkersburg, West Virginia, que está perdiendo todo su ganado por culpa de un vertedero cercano conectado con la compañía en cuestión. Robert se resiste al principio, pero siente que la moral lo empuja y emprende una pequeña acción legal contra DuPont -con el visto bueno de su jefe Tom Terp (Tim Robbins)- como una forma de dar el ejemplo y, de paso, poder acceder a más información sobre los químicos desechados por la empresa. Componentes que, pronto descubre, no están regulados por ningún organismo oficial, y por esta razón nadie sabe si son o no peligrosos para los seres humanos y los animales. Mientras los abogados de DuPont pretenden ahogarlo en una montaña de papeles, él empieza a desentrañar una verdad nociva oculta por más de cuatro décadas, causante de malformaciones y enfermedades mortales: un compuesto utilizado para la fabricación del teflón, un elemento común en millones de viviendas norteamericanas e incluso en su propio hogar. La batalla que viene a continuación es la del propio Bilott tratando de demostrar el riesgo causado por el llamado PFOA, la negligencia de la compañía y la búsqueda de justicia para su cliente y toda una comunidad ignorante de este peligro. Con el correr de los años (todo empieza en 1998), su trabajo en el bufete entra en conflicto, así también como su matrimonio, pero la tenacidad de Robert va más allá de cualquier recompensa o acuerdo económico que pueda conseguir, sino la posibilidad de salvaguardar el futuro médico de los residentes de Parkersburg, todo un precedente para este tipo de acción legal. Tarda, pero llega Haynes y los guionistas Mario Correa y Matthew Michael Carnahan parten de varios artículos periodísticos, entre ellos “The Lawyer Who Became DuPont's Worst Nightmare” de Nathaniel Rich, publicado en New York Times Magazine en 2016; “Welcome to Beautiful Parkersburg, West Virginia” (2015) de Mariah Blake, y la serie denotas “Bad Chemistry” de Sharon Lerner, además de las memorias del mismo Bilott, detallando estos veinte años de batalla legal. Sí, el film se extiende a lo largo de este período siguiendo los tropos y lineamientos de este tipo de dramas, pero con la cabeza siempre en la lucha de poderes, donde el peso socioeconómico siempre desequilibra la balanza en favor de los más ricos. A Robert le toca convertirse en abanderado de los ignorados y aquellos que no tienen voz, justamente, por no contar con los recursos. Si somos sinceros, “El Precio de la Verdad” no trae nada nuevo al panorama cinematográfico, pero sí mucha sinceridad y conciencia a través de los ojos (y la cámara) de Haynes que busca constantemente estos contrastes (visuales), poniendo el foco en las pequeñas ciudades afectadas y sus habitantes, y no tanto en lo que ocurre en la corte con los señores de traje. A veces hay que involucrarse El espectador no puede quedar inmune ante los sucesos de la pantalla -ni evitar sentir la misma empatía e impotencia que va sofocando al protagonista-, y más allá de las distancias geográficas y los diferentes escenarios que nos propone, se nos hace imposible no reaccionar (o paranoiquear) a medida que se van revelando los efectos del PFOA. Puede que queramos llegar a casa y revolear todas las sartenes, pero también podemos sentarnos a reflexionar sobre todas esas cosas que nos rodean -y en apariencia, nos facilitan la vida- que también ocultan su lado dañino porque nunca nadie se ocupó de averiguar si lo tienen. O peor aún, los que están bien arriba barrieron los riesgos debajo de la alfombra porque la economía y el capitalismo son criaturas con las que no siempre se puede luchar… ni mucho menos, ganar.
JUEGOS, TRAMPAS Y HIERBA DE LA BUENA: Guy Ritchie vuelve a sus raíces, pero pierde la inspiración El director inglés vuelve a terrenos conocidos con esta comedia de acción criminal en el marco del imperio de la marihuana. Después de probar suerte con franquicias exitosas como “Sherlock Holmes”, otras no tanto como “El Agente de C.I.P.O.L.” (The Man from U.N.C.L.E., 2015) y “El Rey Arturo: La Leyenda de la Espada” (King Arthur: Legend of the Sword, 2017), y transitar el terreno ATP con la versión live action de “Aladdín” (Aladdin, 2019), Guy Ritchie decidió volver al terrero conocido y lo que mejor le sale: las verborrágicas comedias de acción con trasfondo criminal en el ámbito de Inglaterra natal. “Los Caballeros” (The Gentlemen, 2020) es una película de Ritchie hecha y derecha que no se presta a confusión. Su cámara vertiginosa, sus personajes extravagantes, su violencia desmedida y casi caricaturesca, y sus diálogos afilados están presentes en cada una de sus escenas, pero trae poco y nada de novedoso a un estilo que se convirtió en su marca registrada desde sus comienzos cinematográficos. Entendemos que es parte de su registro “autoral”, aunque parece más un refrito de sus más grandes éxitos, más allá de que aplaudimos la idea original, algo no tan visto por estos días. Mickey Pearson (Matthew McConaughey) tuvo una infancia pobre en Estados Unidos, pero una beca y su inteligencia lo llevaron a la universidad de Oxford, donde aprendió a hacer negocios vendiéndoles marihuana a sus compañeros ricachones y adinerados. Tras abandonar la escuela y hacer carrera criminal, Mickey se convirtió en el emperador de la hierba en la ciudad de Londres, empresa que ahora quiere vender para retirarse y vivir una vida más placentera junto a su esposa Rosalind (Michelle Dockery). El comprador en potencia es el multimillonario Matthew Berger (Jeremy Strong), otro magnate norteamericano, de entrada, bien dispuesto a pagar 400 millones por el producto y los métodos de elaboración que vienen aparejados dentro de la oferta. Las cosas se empiezan a complicar cuando Fletcher (Hugh Grant) entra en escena. Este detective privado y cineasta frustrado trabaja bajo las órdenes de Big Dave (Eddie Marsan), editor periodístico de un tabloide inglés resuelto a sacar a la luz los trapitos sucios de Pearson, después de que éste lo dejara mal parado en una reunión social. Fletcher es el encargado de reunir la información inculpatoria, pero en vez de reportarle a su ‘jefe’, prefiere dirigirse a Raymond Smith (Charlie Hunnam) -mano derecha de Mickey- para intentar sacar un mayor provecho a través del chantaje. Nadie se mete con Mickey Pearson Veinte millones de libras parece ser un precio bastante razonable cuando está en juego el imperio de la droga más grande y redituable de la región, negocio del que también quieren echar mano Dry Eye (Henry Golding), discípulo del mafioso chino Lord George, y “The Toddlers”, un grupo de jóvenes peleadores de artes marciales mixtas y aspirantes a youtubers que agarran cualquier trabajo peligroso para poder juntar más seguidores. El ataque a una de las bases de producción de Pearson es apenas la punta del iceberg de un complot criminal que se extiende por varias ramas y, obviamente, va a dejar unos cuantos cadáveres por el camino. Ritchie, también responsable del guion, utiliza al estrafalario Fletcher como un narrador poco fiable, pero de lo más entretenido a la hora de llevarnos de la mano por este relato cargado de súper acción, violencia desmedida, momentos bizarros, confusiones y traiciones que siempre tienen sus consecuencias a la vuelta de la esquina. Nada que no hayamos visto antes en “Juegos, Trampas y Dos Armas Humeantes” (Lock, Stock and Two Smoking Barrels, 1998), “Snatch: Cerdos y Diamantes” (Snatch, 2000) o “RocknRolla” (2008), como para sumar algunos ejemplos, de ahí que “Los Caballeros” cumpla su función de divertimento, pero no tenga nada de nuevo para traer a la mesa. Este plano ya se ha visto El realizador se ampara en un buen conjunto de intérpretes -muchos de sus actores fetiche-, un elenco más “maduro”, como dejándonos bien en claro que él también ya está grande para este tipo de historias, aunque así es la vida… y los negocios. Tampoco podemos pedirle, a esta altura, que incluya más presencia femenina en sus mares de testosterona, pero al menos le da un lugarcito de privilegio a la experimentada Dockery, la Mary Crawley de “Downton Abbey”. El resto tiene la función de ser “un personaje en una película de Guy Ritchie”, con todo lo que ello implica, y lo que el público mejor sabe reconocer. “Los Caballeros” es una película más contenida a la hora de los artificios visuales pero, igual, Ritchie saca a relucir todos esos talentos narrativos por lo que es reconocido. Tal vez, cae demasiado en los peores estereotipos, rozando actitudes un tanto racistas maquilladas con su clásico humor inglés, un tanto caduco por estos días. El resultado no deja de ser efectivo y entretenido, más aún para los seguidores del estilo del director que saben lo que van a encontrar cuando pagan una entrada.
¿UN HECHICERO LO HIZO? Una aventura fantástica con acento en los lazos familiares Pixar nos trae un nueva aventura original que nos lleva de paseo por el mundo de la fantasía, la magia perdida y la unión familiar. Todavía celebrando el triunfo de “Toy Story 4” (2019) en la última entrega de los Oscar, Pixar estrena la primera de las dos historias originales que nos tiene preparadas para este año. Dan Scanlon, director de “Monsters University” (2013), es el responsable de “Unidos” (Onward, 2020), una aventura familiar que nos sumerge en un mundo fantástico no tan diferente al nuestro, más allá de sus extraños habitantes. Hace mucho, mucho tiempo, este solía ser un universo plagado de magia, hechizos y criaturas mitológicas que convivían en armonía. Con el tiempo, descubrieron que los avances tecnológicos se ajustaban mejor a sus necesidades, y fueron abandonando los encantamientos y las pociones para ajustarse a los placeres de la vida moderna. El presente nos transporta a una ciudad suburbana como cualquier otra, aunque habitada por criaturas fantásticas antropomórficas. Entre ellas, dos hermanos elfos, Ian (Tom Holland) y Barley Lightfoot (Chris Pratt), adolescentes que viven con mamá Laurel y todavía añoran la presencia de papá Wilden, quien falleció cuando ambos eran pequeñines. Ian es el típico muchachito antisocial que no encuentra su lugar en el mundo y busca constantemente esa figura paterna que jamás conoció. Su hermano, en cambio, es un joven temerario siempre dispuesto a meterse en problemas y avanzar hacia la próxima aventura, fantaseando con un mundo de magia y hechicería que nadie recuerda en la actualidad. Cuando Ian cumple los 16 años, ambos reciben un báculo que pertenecía a su papá y las instrucciones de un conjuro que puede devolverle la vida por unas meras 24 horas, cumpliendo ese sueño anhelado de reencontrarse todos por primera vez. Claro que las cosas no son tan sencillas como decir abracadabra. Por falta de experiencia y habilidad mágica, el hechizo no logra completarse y los Lightfoot apenas consiguen conjurar las piernas escurridizas de papá. Con la presión del tiempo sobre sus espaldas, los hermanos deciden emprender una cruzada aventurera y recorrer los rincones más peligrosos de la ciudad en busca de los elementos necesarios para completar la “resucitación” de Wilden. Unidos por la magia Scanlon, también responsable del guion junto a Jason Headley y Keith Bunin, se despacha con una road movie que le rinde homenaje a varias sagas fantásticas (Harry Potter, El Señor de los Anillos) y comedias ochentosas como “Fin de Semana de Locura” (Weekend at Bernie's, 1989). Su espíritu adolescente y rockanrolero -puntos a favor para la banda sonora de Jeff Danna y Mychael Danna- la alejan de las aventuras más clásicas de la compañía de la lamparita, pero no de su estructura más básica: ese recorrido indispensable (literal y metafórico) que deben realizar los protagonistas -abandonando su zona de confort, sus creencias y sus prejuicios-, que los ayuda a redescubrirse y a asimilar el mundo y la gente que los rodea. Acá no hay villanos, pocas películas de Pixar los tiene realmente, sino una pareja de hermanos como cualquier otra que, a veces, no se lleva tan bien y, otras tantas, deben dejar todas sus diferencias de lado para logar un pequeño objetivo en común. Puede que este propósito no sea tan sencillo, pero es la excusa perfecta para indagar en la dinámica familiar, la fraternidad y esas cuestiones más trascendentales que suelen exceder lo “fantástico” y ficcional en las producciones del estudio. No todo es lo que parece en este mundo fantástico “Unidos” no se destaca particularmente en el plano estético -al menos, no como otras producciones hiperrealistas-, pero recrea un universo mágico plagado de detalles y personajes que suman su cuota de humor y ternura como Corey (Octavia Spencer), una mantícora guerrera que ahora regentea un restaurante, o Colt Bronco (Mel Rodriguez), centauro policía y el nuevo novio de mamá Lightfoot, demasiado cómodo para moverse en sus cuatro patas. Poco y nada aporta la cíclope lesbiana de Lena Waithe, otra oficial de la ley que, como si nada, deja entrever que su pareja es femenina. Algo así como el beso entre personajes del mismo sexo en “Star Wars: El Ascenso de Skywalker” (Star Wars: Episode IX - The Rise of Skywalker, 2019), una ‘buena intención’ que no tiene verdadero peso narrativo dentro de la trama. ¿Y si les damos un protagónico? ¿Demasiado progresista para el tío Walt? A donde vamos no necesitamos caminos A simple vista, “Unidos” resulta una propuesta menos ambiciosa, pero no por ello menos emotiva. Como es su costumbre, Pixar sabe tocar las fibras correctas y dar con los mensajes correctos, sin necesidad de caer en el golpe bajo que hizo tan famoso al estudio del ratón en sus primeras épocas de éxito. Imposible no conectar con estos dos hermanos que necesitan hacer un cierre con la muerte de papá y seguir adelante entendiendo que, a pesar de esta falta, tienen en quién apoyarse.
AHORA NO ME VES: Un thriller que crea buenas atmósferas Un clásico monstruo de Universal tiene una nueva chance de la mano de este thriller terrorífico que pone el acento en la violencia contra la mujer. El mandato cinematográfico de la década pasada parecía ser que cada estudio debía probar suerte con su propio “universo compartido”, no necesariamente superheroico. Algunos fueron por esa vía, otros le apostaron a los kaijus destructores, y Universal Pictures decidió desempolvar a sus clásicos monstruos, los mismos que se convirtieron en marca registrada de la compañía allá por la década del treinta. Así, “Drácula: La Historia Jamás Contada” (Dracula Untold, 2014) intentó convertirse en la punta de lanza de un Dark Universe moderno, donde estas figuras legendarias adquirían un nuevo significado o, al menos, una mirada diferente para estos relatos tan conocidos. La película de Luke Evans no consiguió hacer gran cosa con este emprendimiento terrorífico y el segundo intento, “La Momia” (The Mummy, 2017) de Tom Cruise, terminó por hundirlo después de presentar en sociedad a sus futuros protagonistas: Javier Bardem como el monstruo de Frankenstein y Johnny Depp en la piel del Hombre Invisible. El fracaso estrepitoso de la aventura dirigida por Alex Kurtzman, uno de los arquitectos de este universo cinematográfico, archivó todos los proyectos y cambió las riendas de la franquicia. De la mano de Jason Blum y su productora Blumhouse Productions -casa matriz de varias sagas de terror de bajo presupuesto como “La Noche del Demonio” (Insidious), “12 Horas para Sobrevivir” (The Purge), “Feliz Día de tu Muerte” (Happy Death Day) y “Sinister”, entre otras-, el Dark Universe tiene una segunda oportunidad que arranca con “El Hombre Invisible” (The Invisible Man, 2020), thriller de ciencia ficción que reimagina el clásico literario de H. G. Wells y muchas de sus adaptaciones fílmicas. Leigh Whannell, actor, guionista y director, artífice de la saga de “El Juego del Miedo” (Saw) junto a James Wan, se carga esta historia de suspenso al hombro, corriendo el ángulo de atención del personaje del título hacia su víctima, Cecilia Kass (Elisabeth Moss), protagonista que intenta escapar de una relación tóxica y abusiva. Esta metáfora poco sutil sobre los tiempos que corren, y la importancia de visibilizar la violencia contra la mujer en la era del #MeToo y el Time’s Up, es la gran excusa para crear un relato de suspenso muy bien llevado en ritmo y atmósfera, que nos hace dudar (y temer) hasta de nuestra propia sombra. Puede que Cecilia no esté alucinando... ¿o sí? Todo arranca una noche muy bien planificada, cuando Cecilia logra finalmente escapar de la aislada mansión costera que comparte junto a su controlador esposo Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen), un adinerado y brillante científico experto en el campo de la óptica. Con la ayuda de su hermana Emily (Harriet Dyer), Kass se refugia en la casa de James Lanier (Aldis Hodge), detective de la policía y un viejo amigo desde la infancia que junto a su hija adolescente le dan la contención necesaria durante este periodo de transición. Igual, Cee no deja de estar aterrada y apenas abandona la casa por miedo a las represalias. Todo cambia semanas después de su partida, cuando se entera que Adrian cometió suicidio dejándole una gran parte de su fortuna, la cual solo podrá aprovechar si sigue ciertas demandas. Hasta ahí, todo bien, y el alivio parece haber llegado finalmente a su vida, pero Kass no puede dejar de sentir la presencia invasiva de su ex, paranoia que empieza a complicar su día a día, sus ofertas de trabajo y sus relaciones más estrechas. La tecnología la servicio de los nuevos villanos Conociendo de lo que es capaz su marido, Cecilia no puede alejar la sospecha de que su muerte no fue más que una farsa, creyendo que Griffin encontró la manera de torturarla sin que nadie pudiera verlo, posiblemente con la complicidad de su hermano Tom (Michael Dorman). Pronto, una serie de extraños sucesos pone en tela de juicio la sanidad de la chica, ya sea para las autoridades, sus seres queridos y el espectador, que intenta resolver qué es verdad y qué es alucinación en este juego macabro. “El Hombre Invisible” juega con todos los tropos conocidos del thriller y el terror psicológico, construyendo una trama sólida, atrapante y entretenida aunque no pueda evitar algunos lugares comunes. Sus inconsistencias y algunas previsibilidades son apenas detalles menores que se pueden dejar pasar gracias a los climas de tensión y el buen manejo de la cámara (sobre todo de los espacios) que nos presenta Whannell, siempre con la ayuda de su director de fotografía (Stefan Duscio), el diseño de producción de Alex Holmes y la banda sonora de Benjamin Wallfisch, elementos que se conjugan para incomodar durante dos horas película que no dan respiro. Rodeate de gente que te quiera... y te crea Ayuda tener a Moss como cara más visible y dramática de esta historia, a pesar de que ya la hayamos visto pasar penurias parecidas (o peores) en las tres temporadas de “The Handmaid's Tale”. También que el realizador no pierda tiempo en esclarecer a este villano (es un hombre invisible), corriendo cualquier aspecto sobrenatural a un plano científico que puede explicarse en apenas un par de escenas. Esta es la película de Cecilia batallando contra sus miedos y la imposibilidad de recuperar una vida normal cuando todavía la ronda el fantasma del abuso constante, un fantasma mucho más tangible que cualquier espectro o monstruo clásico que supo alimentar nuestras pesadillas.
TIME’S UP El Escándalo, la primera película que se hace eco del #MeToo Tras la entrega de los Oscar nos siguen llegando pelis rezagadas, en esta oportunidad, uno de los primeros testimonios reales que impulsó el movimiento #MeToo. Los Oscar quedaron atrás, pero todavía hay algunos estrenos rezagados que pasaron por la 92° ceremonia. “El Escándalo” (Bombshell, 2019) se terminó llevando la estatuilla a Mejor Maquillaje y Peinado, en parte gracias a la transformación de sus protagonistas, entre ellos Charlize Theron (nominada como Mejor Actriz), Margot Robbie (nominada como Mejor Actriz de Reparto), Nicole Kidman y John Lithgow. Jay Roach es un realizador acostumbrado a las comedia ‘zarpaditas’ como “Austin Powers” (Austin Powers: International Man of Mystery, 1997) o “La Familia de mi Novia” (Meet the Parents, 2000), pero también incursionó en la política de la mano de películas originales para HBO como “Recuento” (Recount, 2008) y “Game Change” (2012). Para introducirnos en la primera historia hollywoodense que se hace eco del #MeToo y el Time’s Up, hace equipo con Charles Randolph -guionista ganador del premio de la Academia por “La Gran Apuesta” (The Big Short, 2015)-, y de alguna manera intenta reproducir el ‘estilo’ vertiginoso de Adam McKay. Lo logra, por unos breves quince minutos. Después, la película cae en narrativas más simples y menos interesantes para abordar un tema indispensable: el escándalo real en cuestión que se desató en las oficinas de Fox News en 2016, cuando los contantes abusos y acoso sexual por parte de su director Roger Ailes (Lithgow), salieron a la luz de boca de una de sus empleadas, Gretchen Carlson (Kidman). Esta es apenas la punta del iceberg para uno de los casos de “mala conducta” más resonados en los medios -junto a Harvey Weinstein y Bill Cosby- y uno de los pilares del movimiento #MeToo que alentó a las mujeres (principalmente) a contar sus historias personales y denunciar a sus abusadores, casi siempre, en posiciones de poder. Roach y Randolph toman como punto de partida los verdaderos testimonios de las víctimas -muchas de las cuales aparecen en pantalla-, pero se enfocan en la cara más conocida: Megyn Kelly (Theron), periodista y presentadora de la famosa cadena noticiosa, reconocida por su conservadurismo y su constante apoyo a los gobiernos republicanos como el de Donald Trump. Kelly es una triunfadora que se ganó su lugar (y muchos odios), y pocas veces se suma a la causa de otros si no puede sacar provecho de la situación. Cuando Carlson es despedida y alega los avances sexuales de Ailes como factor determinante a la hora de entablar una demanda, sus abogados le recomiendan que busque más pruebas y testimonios, y es ahí donde su lucha comienza, tratando de encontrar aliadas dentro de las oficinas de la emisora. Carlson, la punta del iceberg Este es el recorrido más interesante que realiza la película, mostrando el día a día y las condiciones de trabajo para las mujeres dentro de este conglomerado donde las jerarquías lo son todo. Mientras Carlson busca sus pruebas y Kelly intenta decidirse de qué lado le conviene parase -defender a su jefe (y en definitiva, su puesto de trabajo) o admitir sus propias malas experiencias con Ailes-, la historia suma una tercera arista, en este caso ficticia, en la piel de Kayla Pospisil (Robbie), una joven entusiasta que está dando sus primeros pasos dentro del periodismo y pronto se cocha con la cruel realidad de cómo funcionan las cosas (para las mujeres) delante y detrás de las cámaras de Fox News. “El Escandalo” no sólo se limita a hablar de las conductas de Ailes -fallecido en 2017-, sino que se concentra en las diferentes situaciones de las mujeres/víctimas involucradas y la sororidad, que no siempre está a la orden del día. De esto se trata el #MeToo y el Time’s Up: el impulso inicial y un clima más confortable y de apoyo, donde pueden dejar de lado sus miedos y contar sus experiencias, las que, muchas veces, alientan a otras a hablar. Esta reacción en cadena es la que termina provocando la renuncia forzada del CEO, aunque no podemos decir que haya pagado por los crímenes cometidos. Pospisil es el personaje ficticio que ayuda a entender lo que ocurre tras esas puertas cerradas Claramente, Ailes y sus compinches son los villanos de esta historia, pero los realizadores no convierten a todas sus protagonistas en víctimas de su influjo. Están las que tienen poca voz y se retiraron sin hacer ruido y las que, como Kelly, aprovecharon la oportunidad adecuada. Igualmente, ninguno de estos mecanismos de defensa justifican las conductas abusivas del ejecutivo, ni de todos aquellos que se encuentran en una posición más aventajada y sacan constante provecho de ello. Al final, son las mujeres las que cantan victoria, logran el reconocimiento y un trato más justo -ya pueden usar pantalones y no las eternas “minifaldas reglamentarias”-, pero los verdaderos “héroes” resultan ser esos hombres (Rupert Murdoch y sus dos hijos) que le pusieron un alto a Ailes y lo dejaron ir con una palmadita en la espalda y una cuantiosa indemnización. “El Escándalo” es más contundente (y necesario) como testimonio de una época y un movimiento, que como película. Por suerte, se sostiene gracias al trabajo de su gran elenco -sumemos a Kate McKinnon, Connie Britton, Malcolm McDowell y Allison Janney-, pero poco y nada logra en materia narrativa, más allá de algunas secuencias un tanto sarcásticas e inspiradoras, que apenas nos dan una muestra de lo que podría haber sido. O sea, una buena patada al sistema, en vez de un relato conformista que quiere dejar a todos contentos.
ARMA MORTAL Y RECARGADA Bad Boys para Siempre rescata el espíritu de la buddy cop movie Will Smith y Martin Lawrence se vuelven a juntar después de casi veinte años, para una nueva aventura de esta dupla policial con mucho ritmo y métodos dudosos. Pasaron 17 años desde que Mike Lowrey (Will Smith) y Marcus Burnett (Martin Lawrence), los mejores detectives de la División de Narcóticos del Departamento de Policía de Miami-Dade, tuvieron su última aventura en la pantalla grande de la mano del explosivo Michael Bay. El tiempo no transcurre solo, y las expensan siguen aumentando, por eso la dupla vuelve a la carga con la tercera entrega de esta saga que le debe mucho a “Arma Mortal” (Lethal Weapon) y otras tantas buddy cop movies de la década del ochenta y noventa, aunque también supo impregnar su propio estilo (digamos, mucho más afroamericano). Bay se fue a explotar cosas a Netflix y los ignotos Adil El Arbi y Bilall Fallah tomaron la posta detrás de las cámaras, transformando a “Bad Boys para Siempre” (Bad Boys for Life, 2020) en una digna trecuela y, por qué no, una buena companion de “Rápidos y Furiosos” (Fast & Furious), pero con menos locura y más estereotipos dañinos. El guion de Chris Bremner, Peter Craig y Joe Carnahan -gente que de acción desenfrenada sabe algo- vuelve a juntar a estos dos amigos y policías que, cada día, están más cerca del retiro... aunque no quieran admitirlo. Sus métodos poco ortodoxos ya no se adaptan a las nuevas técnicas ni a los oficiales más jóvenes, pero esto no parece detenerlos, al menos, hasta que un viejo enemigo de Lowrey entra en acción con ganas de venganza. Isabel Aretas (Kate del Castillo), viuda del líder de un cartel mexicano, escapa de una prisión azteca con la ayuda de su hijo Armando (Jacob Scipio) y pone en marcha un plan para recuperar su poderío y su territorio en las costas de Miami, además de llevar a cabo la esperada revancha contra los hombres que llevaron a su esposo Benito a la cárcel. Entre ellos, el eterno soltero Mike que, a pesar de que su compañero ya es abuelo (literal), no pretende bajar la velocidad. La anticipada jubilación de Marcus pone en jaque a Lowrey, quien tras el primer atentado de Armando se ve obligado a unir fuerzas con un nuevo equipo de investigadores -AMMO (Advanced Miami Metro Operations)- liderado por Rita Secada (Paola Núñez) y sus jóvenes discípulos: Vanessa Hudgens (Kelly), Alexander Ludwig (Dorn) y Charles Melton (Rafe), ¿el futuro de esta serie? Juntos, en las buenas y en las malas De ahí en más, “Bad Boys para Siempre” es una seguidilla de persecuciones vertiginosas por las calles de Miami, escenas de súper acción, muchos lugares comunes (y dale con los mexicanos narcotraficantes y delincuentes) y la química de la pareja protagonista en primer plano, lo único que realmente funciona en este rejunte que no se aparta de ninguno de los convencionalismos del género y juega constantemente con la nostalgia de una franquicia que ya tiene 25 años de edad y no se adapta del todo a los tiempos que corren. La ausencia de Michael Bay en la silla del director se siente, pero de manera positiva, ya que no tenemos que aguantar su excesivo patriotismo y ese desfile constante de traseros femeninos al que nos tiene tan acostumbrados. Igual, Arbi y Fallah saben cómo tomar el testigo y continuar su legado, aprovechando la exuberancia femenina (que, al parecer, no puede faltar) y los clichés más telenovelescos. Mike se niega a bajar la guardia Por lo demás, “Bad Boys para Siempre” cumple con lo que propone: una comedia policial que se preocupa mucho más por sus coreografiadas secuencias de acción (muy bien filmadas, por cierto) que por un guion previsible y un tanto simplista cuando llega el desenlace. No es que debamos esperar mucho más de “este tipo de películas”, pero después de 17 años, podrían hacer ese pequeño esfuerzo en favor de la audiencia. La aventura de Will y Martin entretiene y se disfruta -a pesar de sus quichicientas persecuciones y sus extensas dos horas- porque la dupla funciona y su estrecha relación sigue siendo el centro de la trama. No importan los narcotraficantes, las conspiraciones vengativas, ni los superiores que quieren mantenerlos a raya, mientras la amistad sea irrompible, la música siga bien alta y los autos sean cancheros y veloces. No deberíamos ponernos tan exquisitos, pero después de que la franquicia de Dominic Toretto irrumpió en la pantalla, ya no dejó mucho lugar para la imaginación ni los trucos, y cualquier saga que quiera destacarse va a tener que mostrar su mejor carta. Por los viejos tiempos La tercera entrega de “Bad Boys” lo logra a medias, pero sigue satisfacciones a los fans más acérrimos del género y de la franquicia que comencé Michael Bay en 1995 cuando este tipo de historias eran moneda corriente y Martin Riggs y Roger Murtaugh ya nos estaban quedando demasiado vejetes para perseguir a los más malos. Ahora, ¿quién va a venir a relevar a esta dupla?
EL SECRETO DEL ABISMO Amenaza en lo Profundo es una copia de muchas cosas La nueva película de Kristen Stewart no tiene vampiros, pero sí u extraño monstruo de las profundidades. Kristen Stewart sigue tratando de alejarse de su imagen young adult vampírica, probando suerte con diferentes proyectos y géneros. Manteniendo un perfil bastante independiente y alguna que otra franquicia fallida como “Ángeles de Charlie” (Charlie's Angels, 2019), la joven actriz ahora se sumerge (literalmente) en la ciencia ficción terrorífica de “Amenaza en lo Profundo” (Underwater, 2020), un drama aventurero con muy buenos climas, pero pocas ideas detrás de su historia. William Eubank no tiene muchos títulos en su haber como realizador, pero sí una vasta experiencia como director de fotografía. De ahí, que las atmósferas que recrea junto a su DP Bojan Bazelli sean de lo mejor de la película, una que toma nota de demasiados clásicos del género, pero no se preocupa en dar muchas explicaciones sobre lo que sucede en la pantalla. Brian Duffield y Adam Cozad -guionistas de cosas como “Insurgente” (Insurgent, 2015) y “La Leyenda de Tarzán” (The Legend of Tarzan, 2016)- nos trasladan a las profundidades del Océano Pacífico, más específicamente unos 11 kilómetros dentro de la Fosa de las Marianas, donde las industrias Tian se encargan de perforar en busca de recursos. Norah Price (Stewart) ya perdió la noción de cuánto tiempo lleva trabajando en la estación minera Kepler, pero la ingeniera mecánica no tiene mucho margen para pensar cuando un tremendo terremoto golpea las instalaciones, creando daños irreparables en la estructura. Con la presión y el agua como sus peores enemigos, Norah intenta buscar refugio y a otros sobrevivientes. Pronto se cruza con Rodrigo (Mamoudou Athie), Emily (Jessica Henwick), Paul (T.J. Miller), Liam (John Gallagher Jr.) y el capitán Lucien (Vincent Cassel), tratando de encontrar una salida después de descubrir que ya no quedan capsulas de escape para llegar a la superficie. La única solución que les queda a estos seis sobrevivientes es salir de la estación y arriesgarse con sus trajes presurizados a caminar más de un kilómetro por el lecho del océano hasta llegar a la próxima estación, la Roebuck. La idea no cae tan bien dentro del grupo asustado, pero no tienen demasiadas opciones, y antes de perecer bajo los escombros de la Kepler, mejor arriesgarse a los peligros que puedan aparecen en estas oscuras y profundísimas aguas. Lo que los muchachos no saben es que no están tan solos, y que allá afuera se esconde una amenaza casi inimaginable. La calma antes de la tempestad Como marca el ritmo de este tipo de relatos, no todos los protagonistas van a llegar vivitos y coleando hasta el final. Y claro, en el camino, van a sufrir muertes horrorosas, cortesía de una criatura (o criaturas) que nadie puede explicar. Ni siquiera los guionistas, demasiado concentrados en el “¿cómo?” y olvidándose del “¿qué?”. De esta manera, y después de un gran comienzo plagado de drama, acción y cine catástrofe que no da respiro, “Amenaza en lo Profundo” cae en todos los lugares comunes convirtiéndose en “Alien bajo el agua”. El clásico de Ridley Scott no es el único ‘homenajeado’ por Eubank, que toma prestados elementos de aquí y de allá para llevar adelante esta historia cargada de tensión a cada paso, pero no mucho más. La idea es que estos sobrevivientes lleguen a buen puerto atravesando todos los peligros que se cruzan en su odisea, pero poco y nada hacen al respecto para entender (y hacernos entender) qué son estas extrañas criaturas o cómo combatirlas para tener una mínima posibilidad. Todo lo que baja tiene que subir No es necesario que todas las respuestas a estas incógnitas estén contempladas en el argumento (para eso existen las secuelas, ¿no?), pero la película deja demasiadas preguntas flotando en la superficie, dudas esenciales para que la trama tenga más peso y nosotros, como espectadores, podamos relacionarnos un poco más con estos héroes. Lamentablemente, “Amenaza en lo Profundo” no puede satisfacer ni al público menos exigente, aunque de entrada parezca lo contrario. Esas primeras secuencias plagadas de caos y destrucción son la mejor herramienta de Eubank para engancharnos -a pesar de las reminiscencias de “El Secreto del Abismo” (The Abyss, 1989)-. En esos momentos la historia todavía tiene potencial, pero con el correr del tiempo se hace más evidente la falta de una idea concreta y los deseos de sumergirnos en una vacua espectacularidad que nos lleva hacia un final demasiado previsible. Su película de “monstruos” tiene demasiados antecedentes (Cloverfield, Godzilla, las ya mencionadas) que salieron mejor paradas y en la comparación, a “Amenaza en lo Profundo” sólo le queda perder. Sobre llovido, mojado Puntos a favor para las actuaciones y un grupo de personajes que, desde el vamos, no nos resultan tediosos ni improvisados (salvo T.J. Miller que no puede dejar de hacer de T.J. Miller), y algunas escenas escalofriantes. Lo demás se diluye en un mar de muertes espeluznantes pero, como dicen, en el fondo del mar nadie puede escuchar tus gritos.
RUN, SONIC, RUN Sonic, el erizo llega a la pantalla con una aventura para toda la familia Hollywood insiste con las adaptaciones de videojuegos a la pantalla grande y en esta oportunidad le toca el turno al erizo extraterrestre más veloz y simpático. Hay una razón específica por la cual las adaptaciones de videojuegos no siempre (bah, en la mayoría de los casos) funcionan: los medios son diferentes, y pocas veces se logra trasladar el sentido de aventura y esa “jugabilidad” que emociona a los fans, a una compleja narración cinematográfica. Los ejemplos fallidos son demasiados y aquellos que triunfan, generalmente, lo logran al desviarse de la metodología e introducir nuevos elementos a la trama. “Sonic: La Película” (Sonic the Hedgehog, 2020) toma nota de “Pokémon Detective Pikachu” (2019) y se plantea un relato bien sencillo para toda la familia. Más específicamente, para un público bien menudo que, de esta manera, puede llegar a tener su primer acercamiento al personaje de Sega. Jeff Fowler debuta como director con esta comedia inocua y amigable que, de entrada, tiene que borrar el mal sabor de boca que dejó entre los iniciados el aspecto del azulado protagonista, después de que se mostraran las primeras (y horrendas) imágenes en CGI. Por suerte, Paramount Pictures escuchó los reclamos y se tomó su buen tiempo para rediseñar al erizo creado por Naoto Ōshima, Yuji Naka y Hirokazu Yasuhara, que viene dando vueltas en las consolas desde 1991. Patrick Casey y Josh Miller, dos ignotos guionistas, tienen a su cargo la tarea de transformar las aventuras videojueguiles del “Destello Azul” en una historia entretenida para toda la familia, recargada de humor, nostalgia, acción, muchas referencias y, por supuesto, una tonelada de efectos especiales. Los retoques visuales (y el retraso del estreno, originalmente pautado para noviembre de 2019) dieron sus frutos, ya que el carismático Sonic (voz y gestos de Ben Schwartz) logra conquistar con su encanto y sus travesuras. Lo mismo ocurre con el dedicado Tom Wachowski (James Marsden), sheriff de Green Hills (Montana), que solo busca hacer el bien y ayudar a su prójimo. Todo arranca en un extraño planeta, el hogar del pequeño Sonic, el cual debe abandonar después de que sus enemigos descubren sus extraordinarios poderes (de entrada, su súper velocidad). Diez años después, y tras muchos universos descartados, el erizo hizo rancho en la Tierra y en este pueblito particular de Montana, donde rara vez ocurre algo. Sin ser detectado, más allá del viejo loco del lugar, Sonic creo un lazo invisible con el buenazo de Tom y su esposa Maddie (Tika Sumpter), aunque ellos no lo sepan. Ahora, el oficial está a punto de cambiar su aburrida vida pueblerina y mudarse a San Francisco para convertirse en detective, una decisión que afecta la latente soledad de este animalito parlanchín extraterrestre. ¿Cómo vas a decirle que no a esa carita azul? Con las emociones a flor de piel, Sonic provoca una descarga eléctrica que afecta gran parte de la zona y llama la atención del gobierno de los Estados Unidos. Creyendo que se trata de un complejo acto terrorista cuya causa no puede especificarse, los altos mandos le otorgan la investigación y todo el poder al doctor Ivo Robotnik (Jim Carrey), un científico genio, sádico y megalómano que no se detendrá ante nada hasta lograr su cometido. Su cometido pronto se transforma en atrapar a la criatura azul, fuente de una increíble fuerza energética. Al darse cuenta de que su estadía en la Tierra corre peligro, Sonic decide huir hacia otro planeta, pero antes necesita la ayuda del sheriff quien, ante las circunstancias, se convierte en su guardián y en su compañero de aventuras rumbo a San Francisco en busca de la salvación, mientras escapan de las garras y todos los artilugios de Robotnik. Así, “Sonic: La Película” se convierte en una buddy movie que debe reforzar los lazos entre estos dos protagonistas. Una historia, tal vez, demasiado sencilla y cargada de lugares comunes, pero que funciona si pensamos en su público objetivo: los más pequeñines de la familia. Más malo que la... (inserte su palabra favorita) Los realizadores se aseguraron de plagar su relato de guiños para aquellos fanáticos de los videojuegos, pero la trama y la representación de los personajes apela a un target menos exigente, que puede contentarse con varios chistes, referencias pop y un villano demasiado caricaturesco. Carrey saca a pasear sus mejores muecas de la década del noventa (las mismas que lo convirtieron en una estrella) para componer al típico antagonista malévolo y sin matices, que solo tiene un objetivo en la cabeza. Funciona por momentos y exaspera durante otros, pero es el equilibrio perfecto para toda la bondad que exuda Wachowski. Se entiende que los 85 millones de dólares del presupuesto están al servicio de la creación del erizo y poco queda para el resto, por eso la película se siente flojita en cuanto a otros efectos y momentos épicos que nunca llegan. También se nos presenta con algunos recursos que ya vimos en otros velocistas y superhéroes, aspectos muy característicos del Quicksilver de las últimas aventuras de los X-Men, o la espontaneidad preadolescente de Shazam! (2019). Igual, la adaptación cumple su mínimo objetivo de entretener, aunque la moraleja que nos deja es tan simplista como su argumento.
LA CASITA DEL HORROR Una secuela que no aporta a la mitología de la saga Las leyendas japonesas vuelven a invadir las pantallas de Hollywood con una nueva entrega de esta historia de casas embrujadas y fantasmas vengativos. Palabras como “recuela” (mezcla de remake y secuela) o “sidequel” -continuación que retrata eventos que ocurren al mismo tiempo que la obra original, pero con diferentes personajes en un entorno distinto- se inventaron para intentar definir “La Maldición Renace” (The Grudge, 2020), una nueva entrega dentro de esta terrorífica saga norteamericana que arrancó en el año 2004, a su vez, una remake de la japonesa “Ju-on” (2002). ¿Queda más o menos claro? La producción de Sam Raimi, dirigida por Nicolas Pesce, iba a funcionar como un nuevo reinicio (o reboot) de este relato fantasmagórico, pero siguiendo un poco el estilo de “Halloween” (2018), los realizadores decidieron tomar elementos ya establecidos dentro de la franquicia y construir a partir de ahí, con nuevos personajes y tormentos. Como ocurre en la entrgas anteriores, la narración de “La Maldición Renace” se nos presenta de manera fragmentada, saltando a través de diferentes historias y líneas temporales que se van entrelazando. Todo arranca en Japón en el año 2004, más precisamente en una reconocida casa de Tokio al cuidado de Fiona Landers (Tara Westwood). Perturbada por lo que allí ocurrió, y por la presencia fantasmal de Kayako Saeki, la señora decide regresar a su hogar en Pennsylvania, junto a su marido y su pequeña hija Melinda. Pero la maldición de Ju-On no reconoce fronteras y Fiona convierte la vivienda del 44 de Reyburn Drive en la escena de uno de los crímenes más recordados de la ciudad. Dos años después, y tras la muerte de su esposo a causa del cáncer, la detective Muldoon (Andrea Riseborough) se muda con su pequeño hijo Burke a la ciudad, tratando de empezar de nuevo. Uno de sus primeros casos junto a su compañero, el detective Goodman (Demián Bichir), es el hallazgo de un cuerpo en el bosque ligado a los Matheson, la pareja que ahora habita en el 44 de Reyburn Drive. El entusiasmo de la oficial la obliga a seguir investigando, a pesar de que su colega no guarda buenos recuerdos y se niega a poner un pie en dicha casa. A partir de ahí, Muldoon tratará de desenmarañar los misterios que rodean el lugar y a todos los que se vieron afectados -el compañero de Goodman, un agente de bienes raíces que intentó vender la vivienda, la parejita que llegó después de los asesinatos y Lorna Moody (Jacki Weaver), el cadáver que apareció en el bosque-, mientras empieza a experimentar el acoso de Saeki y esas otras almas en pena que arrastra su maldición. Una serie de eventos más que desafortunados La película tiene nombres de peso delante y detrás de las cámaras -sumemos a John Cho, Betty Gilpin y Lin Shaye, a esta altura, una abanderada del cine de terror independiente-, buenos climas de suspenso y el gore necesario, pero poco hace por la franquicia y el género, plagando sus escenas con los típicos lugares comunes y los jump scares, y desordenando la narración para que todo parezca más “interesante” y truculento. Esto último, y la forma en cómo se van develando los hechos, puede resultar un recurso molesto que nos desvía de una trama repetitiva que no parece tener solución, más si pensamos que seguimos lidiando con el mismo ente imparable. Ahí reside el mayor problema de “La Maldición Renace”, una historia sin mucho propósito ni originalidad, que refuerza todos los tropos negativos del horror y hasta se olvida del fantasma vengativo original (onryō), acá reemplazado por las víctimas del 44 de Reyburn Drive. Claro que tiene sentido, pero alejado de la leyenda japonesa también pierde fuerza, convirtiéndose en una película de “casa embrujada” del montón, más que una nueva entrega dentro de esta saga que, en su debut, sumó más elogios que el original asiático. Lin se confundió de franquicia terrorífica En “La Maldición Renace” los personajes padecen sin poder hacer absolutamente nada al respecto. Nadie busca respuestas ni la forma de detener las horribles muertes que se suceden, justamente, porque no están conscientes de esta “maldición” que lo salpica todo. Sin este incentivo -ni conflictos, ni puntos de quiebre- la trama no se sostiene y sólo se traduce en una serie de eventos sangrientos repartidos en diferentes líneas temporales. Si no son muy exigentes y sólo buscan asustarse por un rato, los momentos de suspenso los van a mantener en vilo, pero no mucho más. Este cuarto capítulo de la franquicia no suma al conjunto, aunque tampoco es una perdida monetaria total para el estudio debido a su escueto presupuesto. Esta es una de las razones por las cuales este tipo de películas siguen apareciendo: siempre hay una ganancia mínima y un grupo específico dentro de la audiencia (los adolescentes) que disfrutan del terror sin importar su calidad narrativa.