Entre fallas y aciertos
En “007: Spectre”, Bond se mueve con la elegancia de siempre, pero la película se enreda en pasos de comedia que le quitan eficacia.
La apertura de Spectre, la nueva James Bond, es potente, vigorosa, con planos secuencia virtuosos y pulso firme. La acción transcurre en la Ciudad de México durante la celebración del Día de los Muertos, y de entrada quedan expuestos los elementos más representativos de la saga: la elegancia del protagonista trajeado, su debilidad por las mujeres bellas, su agilidad para salir ileso de situaciones complicadas y su destreza con las armas.
Antes de los característicos créditos iniciales todo parece prometedor. ¿Podrá Sam Mendes, su director, mantener durante 150 minutos este ritmo vertiginoso?
Lamentablemente, después del impresionante arranque la película empieza a desinflarse de a poco. Lo del comienzo es sólo un veranito para el espectador. Lo que sigue es un largo invierno a modo de despedida de la era Daniel Craig (supuestamente es la última vez que estará en la piel del galán del espionaje).
Los fanáticos de la franquicia 007 quedarán agradecidos con esta 24ª entrega ya que reaparece la mítica organización criminal Spectre (la Sección de Poder Ejecutivo para Contraespionaje, Terrorismo, Revancha y Extorsión de los primeros filmes), identificada con el logo de un pulpo y liderada por el demente Franz Oberhauser (Christoph Waltz).
Spectre es el mal y quiere controlar la seguridad mundial y para eso reúne a varias organizaciones de modo de reducir las probabilidades de que se produzcan atentados terroristas (como si ellos fueran buenos). El trabajo de Oberhauser se basa en instalar el caos en las ciudades para que todos tengan miedo y se sumen a su red de seguridad: un sistema de vigilancia global. Y Bond deberá detener el plan.
No hay que olvidarse de que Bond, James Bond, es ante todo un asesino con licencia para matar y en el transcurso de sus misiones secretas, entre encamadas y vodkas Martini, no duda en ejecutar a sus objetivos, siempre con la corbata en su lugar. Esta vez, las mujeres que lo acompañan son la hermosísima Léa Seydoux, en el papel de Madeleine Swann, y Monica Bellucci como Lucía (que aparece sólo unos minutos y no se sabe bien para qué).
Hay secuencias de acción destacables en distintos lugares del mundo, con sus paisajes y arquitecturas de fondo. Sin embargo, Spectre tiene muchos puntos muertos en los que su director parece no saber adónde ir. El malo interpretado por Waltz, por ejemplo, nunca llega a meter miedo con sus muecas mecánicas, todo lo contrario de la efectiva maleficencia caricaturesca de Javier Bardem de Skyfall (2012) donde veíamos a un Sam Mendes seguro, convencido de lo que hacía, porque recurría a los elementos de su propio universo cinematográfico.
En cambio, en Spectre, no ayuda la incorporación del humor de un modo más consciente debido a que no es un recurso que le pertenezca. Usar la comedia (como se usa acá) y la artificiosidad propia de Bond para contrarrestar el dramatismo de la historia no hace más que perjudicarla.
A pesar de ser una película olvidable y una de las más flojas, siempre termina ganando la mística que caracteriza a la saga, y eso puede llegar, incluso, a salvarla del fracaso.