Es raro y contradictorio lo que sucede con Flash, porque nos deja la sensación de que estamos ante una película atípica y arriesgada del Universo Extendido de DC (con ciertas licencias que la diferencian del resto de películas de superhéroes) y, a su vez, la sensación de que es más de lo mismo, ya que se apoya en los habituales giros de fórmula. El argentino Andy Muschietti en la dirección demuestra estar a la altura del personaje que aborda, y demuestra tener mucha cintura para lidiar con Ezra Miller, el actor principal, al que prácticamente se le entrega la película, porque Flash es exclusivamente de Miller, quien encarna a un Barry Allen/Flash complejo y divertido, con capacidad para hacer, simultáneamente, de dos Flash distintos. El tema de la película es el viaje en el tiempo y sus indeseadas consecuencias. Flash quiere volver al pasado para evitar la muerte de su madre (Maribel Verdú) y evitar, también, que su padre (Ron Livingston) vaya preso. Pero Batman (Ben Affleck) le advierte que esa alteración del pasado traerá consecuencias graves. Sin embargo, Flash desobedece el consejo y realiza el viaje al año 2013, provocando el estallido de un multiverso caótico y peligrosísimo, con el que, entre otras cosas, aparece el General Zod (Michael Shannon) para liquidar todo. En el pasado, Flash se encuentra con Barry de ese año, justo el día que adquiere los poderes. Por lo tanto, tiene que llevar al joven Barry al lugar donde sucedió la caída del rayo que le dio el poder para no alterar ese aspecto de su historia. Pero ya es tarde, Zod está en la Tierra y quiere a la kryptoniana Kara Zor-El, la Superchica (Sasha Calle), prima de Superman, quien está prisionera en Siberia. En el mundo alternativo en el que se encuentran, Superman aún no nació. Es decir, están en un mundo en el que no existe la Liga de la Justicia, y Flash no tiene a quién recurrir. Aunque está Batman, y no cualquier Batman, sino el Batman que para muchos es el mejor: el interpretado por Michael Keaton, quien, ya viejo, se calza de nuevo el traje del detective justiciero de ciudad Gótica para ayudar a Flash en la lucha contra Zod, lucha a la que se suma Superchica. Las paradojas temporales están diseñadas con un CGI (imagen generada por computadora) que esta vez luce como de mala calidad, quizás porque la película asume el punto de vista de Flash, quien ve el mundo de otra manera. El viaje al pasado para arreglarlo y luego volver al futuro es, en realidad, lo que se disfruta. Es decir, es el vivir de nuevo el pasado lo que Flash más quiere, porque quizás allí está la clave de su vida y su posible felicidad y salvación. Es muy destacable el trabajo de Ezra Miller, quien compone un personaje entre complejo y distendido, con momentos en los que se divierte (el Barry joven tiene una risa particular y contagiosa) y momentos en que se lo ve ajustado al guion. En la imperfección, en el riesgo, en la complejidad y en todo ese juego con actores y actrices que encarnaron a los superhéroes en el pasado, está el fuerte de Flash, una película dificultosa e interesante, con momentos brillantes y otros opacos, pero siempre ofreciendo el mejor espectáculo posible.
Es un error pretender que una Transformers tenga un guion sutil. Michael Bay fue quien dirigió la franquicia basada en los juguetes de las empresas Hasbro y Takara Tomy (dirigió las cinco primeras) y quien sentó las bases con orgulloso trazo grueso y con rusticidad metálica, dando como resultado un espectáculo de proporciones planetarias con mucho aroma a pochoclo recién hecho. Transformers: el despertar de las bestias, dirigida por Steven Caple Jr., pero con Bay y Steven Spielberg en la producción, entrega todo lo que una película de Transformers tiene que tener: orgía de efectos especiales computarizados, personajes de peso pesado que hacen chirriar el metal del que están hechos y peleas colosalistas entre alienígenas robotizados para salvar al mundo de Unicron, el enemigo devorador de planetas que quiere la llave Transwarp para abrir portales espacio-temporales. Y allí están los Maximals, la raza avanzada de animales-robots al mando de Optimus Primal (un King Kong transformer), para cuidar la llave de Scourge y los Terrorcons, los heraldos enviados por Unicron, con quienes tienen una dura batalla hasta que logran escapar a la Tierra para esconder la llave. A la Tierra llegan en el año 1994, más precisamente a Brooklyn, donde vive Noah Diaz (Anthony Ramos), exmilitar experto en electrónica, quien busca desesperadamente trabajo, sobre todo para ayudar a su hermano menor Kris (Dean Scott Vazquez), quien padece de una enfermedad que afecta una de sus manos. Al mismo tiempo, se presenta a Elena Wallace (Dominique Fishback), la pasante del museo que estudia la estatua de un halcón que lleva el símbolo Maximal, a la que rompe sin querer, descubriendo que en su interior tiene la mitad de la llave Transwarp, que libera una energía detectada por Optimus Prime (voz de Peter Cullen en la versión original), quien convoca a los otros Autobots que viven en Brooklyn, ya que con la llave podrán regresar a su mundo: Cybertron. A Noah le cuesta conseguir trabajo y un amigo, Reek (Tobe Nwigwe), lo convence de robar un Porsche que en realidad es el Autobot Mirage (voz de Pete Davidson), con quien Noah se hace amigo y compañero en la lucha por salvar al mundo. Por supuesto, no faltan las sorpresas y los personajes más queridos por el público, como Bumblebee (quien tuvo su spin-off en 2018). Transformers: el despertar de las bestias es un espectáculo pochocleril auténtico, que ofrece peleas que se disfrutan en pantalla grande. Es el cine como un entretenimiento mayúsculo, que le brinda al espectador un momento de evasión y disfrute con personajes a los que se les agarra cierto cariño. Con diálogos graves y medio dramáticos (como suelen ser los diálogos de los niños cuando juegan con sus muñecos y simulan hacerlos pelear), la película mantiene el ritmo y no sacrifica el humor. Además, cuenta con un enfrentamiento final desarrollado en los imponentes paisajes de Cusco, Perú, exotismo turístico que se le perdona porque está hecho a favor de la inclusión cultural, sin caer en una obvia corrección política y sin descuidar el entretenimiento y el sentido del cine de aventuras y de acción, con unos colosos de hierro que siempre responden en la taquilla y con el público.
Traten de ir descansados a ver la nueva versión de The Boogeyman, o, como le pusieron acá, Boogeyman: Tu miedo es real. El café en las venas es necesario para no dormirse ante los planos con poca luz que se suceden con ese profesionalismo técnico que a veces se confunde con calidad cinematográfica. La película dirigida por Rob Savage está basada, como otras, en El coco, el cuento de Stephen King recopilado en el libro El umbral de la noche, y cuenta con un elenco relativamente talentoso, como Sophie Thatcher en el papel de Sadie Harper, Vivien Lyra Blair como la pequeña Sawyer Harper y Chris Messina como Will Harper, el padre psiquiatra y viudo que trata de superar la reciente pérdida de su mujer. Un buen día llega a casa de los Harper un tal Lester Billings (David Dastmalchian) para pedirle ayuda psiquiátrica a Will, y para confesarle que mató a sus tres hijos (si no leyeron el cuento de King, háganlo porque es genial). Ante la incómoda situación, Will llama a la policía para informar sobre el extraño Lester, quien trae consigo un fantasma que queda en la casa para aterrorizar a la familia, fundamentalmente a las niñas. En principio, la película es sobre el duelo, sobre lo tormentoso y terrorífico que puede ser perder a un miembro importante de la familia. Tanto la adolescente Sadie (quien además es maltratada por sus compañeras en el colegio) y la niña Sawyer tratan de sobrellevar el duelo como pueden, con la ayuda y la compañía del padre Will, quien también hace lo que puede. Savage no es del todo fiel al cuento, ya que es de los que creen que las adaptaciones no tienen que respetar el espíritu de la fuente. El problema es que no toda película bien hecha (a nivel técnico) es buena. Esta está bien realizada, pero es apenas buena porque su terror se sostiene en la trillada fotografía con poca luz y en la construcción de un suspenso que se desarrolla a fuego lento mientras se dosifican los sustos. El juego con las luces que se prenden y se apagan y esa pelota luminosa que se desplaza por debajo de la cama para alumbrar son recursos que no están mal, pero que cansan al ser tan mecánicos, como si a los responsables no se les ocurriera otra manera de representar el terror. Boogeyman: Tu miedo es real tiene muchas escenas bajo la luz de las velas, como si más que buenos técnicos y guionistas, necesitara electricistas. Aburre un poco que los focos se rompan para justificar una oscuridad que, a veces, no pide estar en la película y que no necesariamente significa atmósfera o clima acorde a la situación. Sin embargo, es un digno exponente del subgénero de hombres de la bolsa monstruosos y del subgénero que lleva libros o relatos de Stephen King a la pantalla grande. King es garantía de éxito, por más fallidas que sean sus adaptaciones. Su genio siempre es más poderoso que la falta de creatividad de quienes lo adaptan. Es por eso que Boogeyman: Tu miedo es real funciona, además de mantener el suspenso con personajes que tratan de huir del monstruo y que aprenden a cerrar la puerta del placar antes de ir a dormir.
Decir que Spider-Man: A través del Spider-Verso es brillante es poco, ya que la película basada en el personaje de Marvel Comics, Miles Morales, no se conforma con su perfección técnica y entrega un velado y demoledor diagnóstico del estadio actual de la modernidad, a través del dilema que se le plantea al superhéroe protagonista. Dirigida por Joaquim Dos Santos, Kemp Powers y Justin K. Thompson, y escrita por Phil Lord, Christopher Miller y Dave Callaham, esta secuela de la también magnífica Spider-Man: Un nuevo universo (2018) engancha con su ritmo frenético y con su capacidad para contar una historia de más de dos horas sin permitir que ningún elemento desentone, poniendo en escena a personajes tan magnéticos como bien diseñados, que se mueven en el colorido multiverso del Hombre Araña para que Miles (voz de Shameik Moore en la versión original), el Spider-Man de Brooklyn, impida que su némesis La Mancha (voz de Jason Schwartzman) haga estragos. La historia se ubica un año y medio después de los eventos de la anterior película, y con una formidable introducción a cargo de Gwen Stacy (voz de Hailee Steinfeld), que es como estar pasando las páginas de un cómic en una sala de cine, nos presenta la actualidad de Miles, quien aún no le dijo a sus padres que es Spider-Man. Miles sigue enamorado de Gwen y un buen día la joven se le aparece en su pieza y lo convence de completar una misión para salvar cada universo de las maldades del inexperto enemigo. El costado político de la animación asoma sus narices cuando Miguel O’Hara (voz de Oscar Isaac), líder de la sociedad arácnida, le dice a Miles que no debe romper el canon del Spider-Verso, porque de ese modo se convertiría en una anomalía, y que, por lo tanto, tiene que elegir entre salvar a la gente o a sus seres queridos, recordándole que ser un superhéroe es un sacrificio. Sin embargo, la postura de Miles es firme: quiere salvar a su familia y a la gente, ¿por qué no? ¿Quién lo impide? Y ahí entra el elemento político, porque O’Hara representa las reglas del Spider-Verso, mientras que Miles propone romperlas diciéndole que se puede salvar a todos. En un momento, un personaje responde, irónicamente, “es una metáfora del capitalismo” cuando otro le pregunta qué es eso que hace La Mancha. En ese chiste, que se burla de los que decodifican todo como si se tratara de una referencia al sistema, está la clave de la película. Conscientes o no, los guionistas ponen esa frase porque la intención es que dé a entender lo contrario de lo que insinúa la ironía, es decir, que efectivamente todo se trata del capitalismo. Y lo que confirma esta lectura es cuando Stacy dice “¿o sea que nosotros (los del Spider-Verse) somos los malos?”. Claro que sí, porque son los que respetan las reglas del multiverso, mientras que Miles propone romperlas, ser la anomalía. Visualmente hipnótica, con muchísima información y con un conocimiento de la historia de los cómics y de los personajes como ninguna otra película demostró hasta ahora, Spider-Man: A través del Spider-Verso es una combinación perfecta de rigor teórico y calidad estética, de entretenimiento y subtexto político, una lección de animación moderna y de cómic llevado a la pantalla grande, una clase de filosofía política y de crítica cultural, una obra maestra para pocos que merece ser para muchos.
Cine catástrofe noruego ejecutado con solvencia y respeto por las reglas del género. Eso es Maremoto, una película que, además de mantener el suspenso, denuncia el negocio del petróleo, una de las principales causas de la contaminación de los océanos, del cambio climático y, por lo tanto, de las distintas represalias de la naturaleza. Dirigida por John Andreas Andersen, Maremoto muestra el derrumbe de una plataforma petrolífera en el Mar del Norte, costa de Noruega, y cómo los encargados descubren que se debe a una grieta en el fondo del mar, que hizo lo mismo hace miles de años y que ahora se repite por las perforaciones que se hacen desde las plataformas. Al comienzo se muestra una grabación de video en la que uno de los encargados de la empresa, William (Bjørn Floberg), expresa cierto arrepentimiento por las consecuencias trágicas del trabajo en la plataforma. Luego, la película se encarga de presentar a los personajes principales: Sofia (Kristine Kujath Thorp) y Stian (Henrik Bjelland), de mostrar la vida que llevan juntos y de introducir al personaje de Odín (Nils Elias Olsen), el hijo de Stian, como si estuviera preparando la sensibilidad del espectador para justificar la emoción del final. Sofia se entrena en una base dedicada a la robótica en alta mar, con unos aparatos diseñados para filmar bajo el agua. El amigo y compañero de trabajo Arthur (Rolf Kristian Larsen) es un experto en la técnica y la película lo muestra como alguien muy querido por la protagonista. Los efectos especiales están dosificados con prudencia, mientras se desarrolla la tensión que se genera en la empresa cuando empiezan a surgir las primeras grietas en el fondo del mar. Apoyada en el género catastrofista, el filme tiene una seguidilla de lugares comunes desarrollados con pulso, sin pretender hacer nada novedoso ni nada que se salga de la fórmula del subgénero. Un elemento importante es el surgimiento de un héroe, en este caso una heroína, Sofia, quien se involucra hasta el último para salvar a su compañero Stian, quien queda atrapado cuando el maremoto derriba la plataforma más grande del Mar del Norte. La película tiene que tener necesariamente una heroína que se vea sumida en una situación de vida o muerte junto con otros personajes para crear más suspenso, algo que el director logra a su manera. Lo que le juega en contra a Maremoto es que es muy específica, tanto en el lenguaje técnico que maneja como en el tema que plantea. En cambio, lo que sí es universal y entendible es el drama que viven los personajes. Y, por supuesto, la denuncia a la industria petrolera, que se puede hacer extensiva a otras industrias.
La versión live action (acción real) de La sirenita, dirigida por Rob Marshall y escrita por David Magee y Jane Goldman, es otro logro de Disney, que hace algo novedoso con un personaje que viene cautivando al público desde 1989, cuando la historia de la sirena Ariel fue llevada al cine por primera vez en una versión animada y basada libremente en el cuento de hadas de Hans Christian Andersen escrito en 1837. Una de las principales virtudes de esta nueva versión es que combina sus elementos de manera efectiva y milimétricamente calculada, uniendo fantasía y realismo con una historia de amor que estalla desde el océano sin esquivar las exigencias inclusivas de los grandes estudios, a las que les saca provecho para hacer que todo sea más conmovedor. La sirenita de Marshall logra una combinación perfecta de musical, humor, drama, aventura y efectos especiales que no empalagan ni quiebran el realismo fantástico de la película, y presenta a los personajes como nunca antes se los presentó, encarnados por actores que se mezclan armoniosamente con personajes creados con CGI. Ariel, protagonizada por Halle Bailey, es la hija menor (y la más rebelde) del Rey Tritón (Javier Bardem), gobernante del reino submarino Atlántica. Ariel es la única que se muestra interesada en el mundo de los humanos, y la única dispuesta a salir de su zona de confort para ir a espiarlos mientras andan en sus barcos. Es así como conoce al joven y apuesto príncipe Eric (Jonah Hauer-King), cuyo barco pierde el control en el medio de una fuerte tormenta y se hunde en el mar. Ariel salva a Eric y se enamora profundamente. Y Eric, aún inconsciente, sabe que alguien lo salvó, pero no sabe quién, y así empieza la búsqueda de su salvadora desde su reino, en el que vive con Sir Grimsby (Art Malik), su mayordomo y confidente, y la Reina Selina (Noma Dumezweni), su madre. Por su parte, Ariel empieza a hacer todo lo posible para volver a ver a Eric (a pesar de las prohibiciones de su padre), siempre acompañada por sus amigos inesperables, el cangrejo Sebastián (voz en inglés de Daveed Diggs), el pez tropical Flounder (voz de Jacob Tremblay) y la alcatraz común Scuttle (voz de Awkwafina). Las ganas de Ariel de conocer a Eric la llevan a hacer un trato con la bruja del mar Úrsula (Melissa McCarthy), quien le quita la voz y le da piernas para que se pueda hacer pasar por humana en el mundo de Eric. Además, Ariel le tiene que dar un beso al príncipe antes de que se cumplan tres días, de lo contario, vuelve a convertirse en sirena, pero esta vez obedeciendo a Úrsula, quien quiere apoderarse de Atlántica. La sirenita se trata, en el fondo, de las ganas de amar por primera vez. La tensión amorosa que hay en la primera escapada que hacen Ariel y Eric es uno de los grandes logros de la película, porque deja en claro que el asunto va del despertar de ese sentimiento y de lo maravilloso que es cuando se siente por primera vez. Las barreras creadas por la cultura se disuelven cuando se enciende la chispa del deseo amoroso. De ahí que La sirenita siga siendo una fantasía romántica clásica y progresista. Los planos finales son un triunfo de la inclusión, de la comprensión y del amor, con un Tritón aceptando el destino de su hija porque entiende que para el amor no hay especies, no hay géneros, no hay ideologías.
Pasaron más de 20 años de la primera Rápidos y furiosos (2001) y la transformación positiva que sufrió la saga capitaneada por Vin Diesel es notoria. El actor se convirtió en una figura clave del cine de acción gracias a su personaje de Dom Toretto, hecho a la medida de una industria que es mucho más contestataria y disruptiva de lo que el lugar común del prejuicio cree. Rápidos y furiosos X es la primera parte de la décima y última entrega de la franquicia. El elenco original se mantiene inalterable (hasta el fallecido Paul Walker aparece unos minutos), se incorporan nuevos nombres y reaparecen otros fundamentales, como el de Jason Statham, John Cena, Charlize Theron, Rita Moreno y Helen Mirren. La esencia y el espíritu de la saga también se mantienen. El equipo de Toretto sigue defendiendo a los suyos y luchando contra el enemigo de turno, que esta vez está interpretado por Jason Momoa, quien hace del demente Dante Reyes, hijo del mafioso y narcotraficante Hernán Reyes, el villano al que matan en la quinta parte (de 2011). El plan de Dante lleva a los del bando de Toretto por distintas ciudades del mundo, como Roma, Londres y Río de Janeiro (y hasta la Antártida), siempre con largas y espectaculares persecuciones explosivas, clases magistrales del desplazamiento a toda velocidad con piruetas que se entienden a la perfección. Dante no quiere matar de entrada a Dom, ya que primero lo quiere hacer sufrir. El sadismo y la crueldad de Reyes están interpretados con desparpajo por un Momoa suelto, perverso y juguetón, que se divierte con el personaje. Tampoco faltan los autos tuneados, que son como los superpoderes de los personajes, sobre todo de Toretto, quien tiene que salvar a su hijo y a su mujer, porque la familia está por sobre todas las cosas, valor inamovible del personaje y de la saga. Rápidos y furiosos X está escrita por Justin Lin y Dan Mazeau y tiene como director a Louis Leterrier, quién agarró las riendas tras la renuncia de Lin. Leterrier entiende cómo tiene que hacer las cosas y descomprime el exceso de situaciones disfrutablemente ridículas que caracterizó a las dos entregas anteriores, incorporándole secuencias de acción más concentradas y efectivas. El director le dedica tiempo a cada grupo de personajes, los desarrolla, les da la importancia que se merecen. Allí están los amigos Roman (Tyrese Gibson), Tej (Ludacris), Ramsey (Nathalie Emmanuel) y Han (Sung Kang), quienes realizan parte de la misión en Londres. También se le dedica tiempo a Cipher (Charlize Theron), quien pasa a ser una aliada, y al tío Jakob (John Cena), quien tiene que proteger al pequeño Brian (Leo Abelo Perry). Y a Letty (Rodriguez), claro, quien tiene su pelea cuerpo a cuerpo con Cipher. Además, está el momento de la carrera en Brasil, en el que aparece Isabel (Daniela Melchior), quien también tiene su historia. La película tiene humor en su justa medida y, por suerte, no cae en la gravedad dramática de Tortetto y en su mambo con la familia y el pasado. Leterrier se concentra en el despliegue de la acción y lo único que se le puede reprochar es que al personaje de Mia (Jordana Brewster) lo olvida un poco. Rápidos y furiosos X se ajusta al universo mítico de la saga. Diesel/Toretto se arroja de cabeza al género, salta al vacío en su auto y todo es libertad, espectáculo, entretenimiento, adrenalina y cine de acción en estado puro y duro.
Una película casi nunca trata de lo que está contando, porque si no sería pura literalidad, y una película es mucho más que lo que vemos en pantalla. Las películas de género casi siempre están tratando de contar algo más, algo que corre por debajo de la historia aparente, y eso que corre por debajo es, a veces, mucho más interesante que lo explícito. Cría siniestra es el prometedor debut de la directora finlandesa Hanna Bergholm, una ópera prima que retoma el tema del doppelgänger (vocablo alemán para definir el doble o sosias malvado de una persona viva) con un manejo preciso de la puesta en escena y con una lograda mezcla de horror body y terror psicológico, y con un guion que, a pesar de algunos detalles ilógicos, entrega momentos que sorprenden gracias a la plasticidad de los efectos especiales y a un suspenso que se cuece a fuego lento. En contra se puede decir que esa precisión, esa prolijidad y esa pulcritud de la imagen atentan contra la película y la tornan aséptica, como si no quisiera embarrarse (hasta los vómitos de la pequeña protagonista y los líquidos pegajosos del monstruo huelen a limpio). Es decir, le falta suciedad y animarse a dar un paso más que el que marca la fórmula del género (un indicador de esto es cuando la niña protagonista baña al monstruo, lo mismo que hace la película con el subgénero que aborda). La historia se centra en una familia de clase media alta de Finlandia que intenta vivir en una superficialidad ejemplar, de felicidad impostada, con mamá radiante y joven (Sophia Heikkilä), papá inexpresivo y obediente (Jani Volanen) y con dos hijos hermosos: Tinja (Siiri Solalinna), la niña gimnasta, y el pequeño Matias (Oiva Ollila), el consentido del padre. La madre es “creadora de contenidos” y graba su vida cotidiana para subirla a las redes. Tinja hace gimnasia artística con barras asimétricas y trata de complacer a su madre exigente, quien la filma en los entrenamientos y la reprende cuando no logra el salto perfecto. En el inicio vemos cómo un cuervo entra al living de la casa y destroza todo. Cuando la niña lo atrapa, la madre lo mata y le dice que lo tire en el tacho de la basura. Tinja queda impresionada con el pájaro y a la noche decide ir a sacarlo del basurero, momento en el que descubre un huevo que lleva a su pieza para criarlo. Con el tiempo, el huevo crece hasta que de su interior sale un pajarraco antropomórfico monstruoso. Con un logrado y grotesco diseño, el bicho empieza una relación de amistad y compañerismo con la niña, lo cual hace que la película se vaya, por un instante, al terreno de la comedia familiar con monstruo. Ambos viven en el cuarto de Tinja y están cada vez más unidos, lo que la directora aprovecha para introducir el juego del doble. La película pretende decir, por debajo, que las familias que viven en una burbuja de irrealidad, y que quieren que sus hijos alcancen la perfección, pueden crear monstruos. Sin embargo, no basta con que sea una película bien hecha y que tenga un villano aterrador y logrado. A Cría siniestra, que recuerda a El cisne negro, de Darren Aronofsky, le falta arriesgarse y atreverse a más. Aun así, tiene momentos que justifican la entrada al cine.
La vuelta de James Gunn a Marvel (después de haber sido cancelado y despedido, y de haber dirigido El escuadrón suicida para DC) le hace tanto bien que tendría que seguir haciendo Guardianes de la Galaxia todas las veces que quisiera. En el Volumen 3 se encarga nuevamente del guion y la dirección y demuestra que puede darle a la saga un toque personal y una onda como ninguna otra película de superhéroes tiene, además de conjugar a la perfección el carisma de sus personajes con secuencias de acción que ponen en el centro de la escena al humor y a la música. La historia gira alrededor de Rocket, el personaje del mapache (cuya voz en inglés pertenece a Bradley Cooper), al que si le sacamos las dos últimas letras queda en un contundente Rock, porque siempre en las buenas películas importa más lo subrepticio (lo que está entre líneas) que la historia que vemos en pantalla. Si seguimos el subtexto podemos afirmar que Guardianes de la Galaxia – Volumen 3 es sobre salvar al Rock(et), y es también la despedida del grupo tal como lo conocemos, o quizás no, porque Marvel se las ingenia para seguir sorprendiendo con la vuelta de personajes que mueren o que prometen no regresar. Y todo parece ser que de Rocket va el asunto, ya que muestra su origen, cómo lo crearon y lo mantuvieron enjaulado en la compañía Orgocorp, una especie de gran laboratorio en el que se experimenta con animales para, supuestamente, perfeccionarlos con intervenciones y modificaciones genéticas que los dejan como Frankenstein en versión animal. Los Guardianes están reunidos en Knowhere, su cuartel general, hasta que una noche son atacados por Adam Warlock (Will Poulter), quien quiere llevar a Rocket a su creador (y villano de turno), el Alto Evolucionador (Chukwudi Iwuji). En la furiosa pelea, Rocket queda gravemente herido y Peter Quill (Chris Pratt) y el resto de Guardianes tratan de reanimarlo, pero no pueden porque el mapache tiene incrustado un interruptor de muerte, lo que hace que el grupo decida viajar al Orgoscopio, la sede de Orgocorp, para encontrar el código de anulación del interruptor y recuperar el archivo personal del amigo moribundo. De este modo, Guardianes de la Galaxia – Volumen 3 se convierte en una aventura para salvar a Rocket, que es también el Rock, y esta lectura se apoya en indicadores que la película esparce a lo largo de sus dos horas y media, partiendo de la base de que el título es “Volumen 3″, como un disco, además de la afición a la música tanto de Rocket (cuyo nombre está inspirado en la canción de Los Beatles, Rocky Raccoon) como de Peter Quill, quienes siempre andan escuchado clásicos del rock. Las palabras rock y Rocket están juntas en un filme con la impronta del director y su melomanía exquisita, que incluye canciones de Radiohead, Beastie Boys, Rainbow, The Replacements, Bruce Springsteen, The Florence + The Machine, entre otras. Y todo al compás de escenas de acción con una estética que se parece al interior de un organismo vivo, con paredes gelatinosas y personajes grotescos. James Gunn firma (y filma) una maravillosa carta de amor al rock, al que quiere mantener como es, con sus defectos y virtudes, sin tocarlo, porque el rock, al igual que Rocket, es un animal deforme, un híbrido, un injerto valiente y rebelde. Viva el rock, viva Rocket. Y ojalá Gunn siga al mando de la franquicia.
Los créditos finales de Los Caballeros del Zodiaco: Saint Seiya – El inicio son tan largos que no queda más que preguntarse por qué si hay tantas personas detrás, entre técnicos, especialistas y artistas, ninguna fue capaz de advertir que estaban haciendo una película del montón, que no será recordada ni siquiera por el fan menos exigente del animé en el que está basada. Este reinicio de los personajes creados por Masami Kurumada es una trillada película industrial de fórmula, sin nada novedoso, sin nada creativo, sin nada que se salga de lo ya hecho en piloto automático por grandes productoras, lo que a esta altura significa una falta de respeto total a su público, a quien lo subestima con peleas y personajes que parecen diseñados por un niño de jardín de infantes. El filme dirigido por Tomasz Baginski y realizado por el estudio japonés Toei Animation, entre otros, incurre en todos los lugares comunes del género y mezcla la acción, la aventura y la fantasía sin demasiado éxito, además de contar con personajes superpoderosos que apenas se destacan por su destreza para las peleas, lo que la emparenta con las películas de superhéroes. La historia se remonta a los tiempos en los que la diosa griega Athena cae a la Tierra y reencarna en un bebé para proteger a la humanidad de las fuerzas del mal. La niña se convierte en la joven Sienna (Madison Iseman), quien crece con sus padres adoptivos, Alman Kido (Sean Bean) y Guraad (Famke Janssen). Sienna necesita encontrar a los guerreros que la protejan, sobre todo de Guraad, quien se convirtió en su enemiga número uno y quien quiere el “Cosmo”, ese poder que tienen los dioses y que solo algunos pocos guerreros lo poseen. Por otro lado, está el joven luchador callejero (y huérfano) Seiya, interpretado por el actor japonés Mackenyu, quien demuestra una habilidad tremenda para las peleas en jaulas, y que tiene el Cosmo, al que descubrió cuando vivía con su hermana mayor, quien se encargaba de cuidarlo antes de que Guraad la secuestrara creyendo que era ella la que tenía la energía poderosa. Alman, con la ayuda de su compañero Mylock (Mark Dacascos), encuentra a Seiya en una pelea con Cassios (Nick Stahl) y lo lleva a su isla para entrenarlo y para que proteja a Sienna, porque sabe que Seiya tiene el Cosmo y que es uno de los futuros Caballeros del Zodiaco. Seiya aprende a sacar su armadura (la armadura de Pegaso) y a manejar su energía interior con una guerrera enmascarada en una montaña donde se entrenan los guerreros. Es muy difícil que los fanáticos de Los Caballeros del Zodiaco salgan contentos con este producto desangelado. El cine tiene la obligación de alejarse de la fórmula remanida e intentar algo nuevo, que no solo entretenga, sino que también aporte algo original a la tradición del género. Hay algunas escenas con un gran despliegue de efectos especiales y un par de peleas que se disfrutan. Pero en general es una pieza cansadora, que pierde puntos en sus momentos dramáticos y, sobre todo, cuando coquetea con la historia romántica entre Seiya y Sienna.