James Bond nunca sabe cuándo morir
De unidad conceptual con la precedente Skyfall, la nueva película de James Bond indaga en el pasado del célebre personaje, en las películas previas, y abre interrogantes críticos sobre el nuevo siglo. ¿Qué lugar le queda al viejo James Bond?
Después de tantas películas, actividades espías, asesinatos a sangre fría, mujeres y bebidas, ¿cuánto más podía esperarse de este agente doble cero? No demasiado pero, sin embargo, el glamour que exhibe, las marcas publicitarias que lo financian, su proceder fascista, todavía prosperan. ¿Alguien lo duda?
Por eso, James Bond es signo de los tiempos: de aquéllos -fríos, de guerra encapsulada- y de éstos. La manera desde la cual se articula hoy, lo señalan no sólo sus películas, sino la estela que permanece, que repercute en otras aventuras, como las protagonizadas por el espía Jason Bourne. En este sentido, no sería exacto decir que con el actor Daniel Craig, Bond toma prestadas características del personaje de Matt Damon sino que 007 continúa como el eje de gran parte del árbol genealógico del espionaje. O también, ¿cómo leer a Robert Ludlum sin la influencia de Ian Fleming?
Ahora bien, no es casual que personajes tan drásticos, de simpatías ideológicas deleznables, cumplan a veces el mejor móvil narrador. En este sentido, tampoco es coincidencia que las mejores películas de los estudios Marvel sean las de Capitán América. Hay algo en este tipo de caracteres que abre posibilidades inesperadas, que sin deshacer lo que los personajes son, imprimen una mirada que dialoga de modo problemático con el entorno.
Tanto Bond como Capitán América son hijos de sus años, de luchas resueltas. Continúan en la marquesina de novedades porque son franquicias que explotar pero, acá lo mejor, porque reúnen aspectos que todavía dicen algo. Mitos de la sociedad de consumo, pero mitos al fin. Éste fue el aspecto nodal que Operación Skyfall (2012) abordó. Con el director Sam Mendes a cargo, el agente tuvo que soportar su deconstrucción pausada, gradual, última: Mendes/Craig destrozaron el mito para aportarle un brío nuevo. La continuación sólo podía ser de ellos.
En este sentido y antes que segunda parte, Spectre es consumación de un díptico. Para ver Spectre debe verse Skyfall. Una está hecha pensando en la otra, entre las dos construyen la reflexión final sobre el mundo Bond, sobre sus más de veinte películas, sobre su lugar en el mundo actual y en el cine digital. Este aspecto es tomado en Spectre de manera argumental, a través de este fantasma tentacular que tiende su vigilancia sobre todos y, particularmente, sobre Bond. Las nuevas tecnologías están en el centro de la trama; con ellas, los mecanismos de espionaje dejaron de ser lo que eran, con el cine -con Bond- sucedió otro tanto.
Este es el aspecto que abre un interrogante en Bond, porque lo hiere en su esencia. Las películas de Sam Mendes han tomado esta herida como lugar central para su puesta en escena; es decir: James Bond es un personaje desajustado, es un maniquí que reitera pasos de comedia ya vistos. Sus viejos trucos no guardan correlato con las estridencias del cine de efectos digitales. Un auto que dispara fuego ya no es momento de asombro para el espectador. Es esta contemplación de Bond como héroe anacrónico la que Sam Mendes acentúa para, de acuerdo con ello, permitirse que Spectre contenga, otra vez, un auto que escupe fuego. No es lo que se espera de un film actual; por eso mismo, Spectre es una película sorprendente.
Por otra parte, el enigma que encierra "Spectre", la clásica organización que Bond combate, tendrá resolución doble: de manera general, con la continuidad iniciada con Sean Connery en El satánico Dr.No (1962); de manera puntual, sobre el ciclo protagonizado por Craig desde Casino Royale (2006). Pero esto es apenas epidérmico, lo más profundo radica en lo que allí se cifra, en la habilidad del film para jugar con las referencias que la larga lista de títulos de Bond ofrece sobre esta organización, para ahondar en algo que será personal -presagio ya supuesto por Skyfall-, con muchos guiños hacia los seguidores de la saga -de talante lúcido, apenas referidos, reformulados-, pero con una mirada impiadosa sobre los tiempos vigilantes actuales.
Sin quererlo, con Spectre Bond culmina por asomar como garante de una libertad individual, privada, que parece en vías de extinción. Ya no hay resquicios donde desaparecer. Todos vigilados, pero en síntesis, ¿quién vigila? No es que se trate de una mirada reaccionaria, de melancolía por tiempos idos, sino crítica por acorde con el cine del director de Belleza americana y Soldado anónimo, quien sabe mirar la sociedad e instituciones como ámbitos problemáticos, integrados por individuos perseguidos por su entorno pero también por sí mismos.
En este sentido, y tal vez como uno de sus mejores momentos, sobresale la resolución formal que de la visita a la cueva secreta del lobo hace el héroe. Allí donde todo terminará con una explosión, con él erigido como portavoz involuntariamente lúcido de una sociedad que todavía resiste, que no confía en depositar sus secretos en las manos de corporaciones con sonrisas de empresa. Mendes lo articula desde una operación argumental brillante. Se ha dicho de esta película que parece interesada en desocultar lo que hasta ahora nunca se supo de la vida de Bond. Es todo lo contrario. El Bond de Mendes no permitirá, nunca, que se sepa lo que él prefiere mantener sólo suyo. Por esta premisa, es que Bond revienta todo.
Eso sí, quizás nunca actuó antes de esta manera. Por eso, es una incertidumbre saber cómo proseguirán sus aventuras. Si Craig y Mendes continúan, la historia tendrá puntos suspensivos que invariablemente habrán de conformar una tríada de rigurosa unidad formal y conceptual. De no ocurrir esto, podrá entonces decirse que con Spectre lo que se ha visto es al héroe en una salida de escena genial, imposible de perpetuar.
Haber logrado esta síntesis, que es repaso y reformulación, que es mirada lúcida sobre un personaje pero, sobre todo, respecto del contexto en el que se desenvuelve, hace de Spectre una obra grande dentro de la galería fílmica del personaje, pero también de cara al cine que todavía dice llamarse Hollywood.