Cuando uno recorre el cast de este último James Bond (quizás la despedida de Daniel Craig de la franquicia), se entusiasma porque el conjunto es bueno. Un villano jugado por Christoph Waltz, dos chicas Bond (una, la francesa Léa Seydoux; otra, la italiana Monica Belluci, que aparece demasiado poco), y un jefe como Ralph Fiennes, más otro villanito por ahí jugado por Dave “Guardián de la Galaxia” Bautista. Está todo bien. Y no. La única verdadera razón por la cual este film sobreproducido, sobreescrito, sobredecorado es digno de verse es porque Daniel Craig es el mejor Bond de todos los tiempos (sí, de todos los tiempos). Una mezcla de brutalidad y humanidad que ninguno de los anteriores había logrado porque, probablemente, sea el único actor que haya comprendido cabalmente la persona de Bond y no solo el personaje. Así, incluso si hay grandes secuencias muy entretenidas, incluso si en cada una se desparrama de manera incluso grosera el lujo y el presupuesto, nos vamos dando cuenta de que al realizador Sam Mendes le importa mucho menos lo que está contando que el “que quede lindo” que brilla por todas partes. No así Craig, que como un director de sí mismo, es no James Bond contra Spectre sino Ethan Hunt en la misión imposible de transformar esta sucesión poco cohesiva de secuencias costosas en una película. Lo logra porque, digamos la verdad, la película es él y da gusto. Si es cierto que se retira del rol, la verdad, lo vamos a extrañar. Demasiado.