De la mano de Sam Mendes por segunda vez, llega la cuarta película de la saga del James Bond encarnado por Daniel Craig. En esta ocasión, 007 tendrá que luchar con fantasmas de su pasado para poder establecer paz en un mundo que se ve atormentado por las atrocidades de Franz Oberhauser, quien es interpretado por, nada más y nada menos, que Christoph Waltz.
James Bond es uno de los personajes más icónicos del cine de acción, así como también de la literatura de dicho género. Varios actores lo han interpretado (resaltan Sean Connery, Roger Moore, Pierce Brosnan), algunos mejor y otros peor (pero eso corre a gusto del consumidor). Entre tantos 007, la particularidad del de Daniel Craig, desde Casino Royale (2006), atravesando Quantum of Solace (2008), Skyfall (2012), hasta hoy Spectre, está en el matiz introspectivo que se le otorgó al espía. Sin duda, ser Bond es una responsabilidad enorme que Craig supo cómo llevarla.
En la primera secuencia de la película, aparece Bond en México durante el Día de los Muertos, única ocasión del año en el que la puerta entre el mundo de los vivos y de los muertos queda abierta. Después de la explosión de un edifico que termina con un tal señor Sciarra muerto luego de ser arrojado de un helicóptero por 007, el espía vuelve a Inglaterra para revelar que él estuvo allí solo por pedido de M. No, no Ralph Fiennes, sino de M(other) Judi Dench: sin dejar que la muerte se interpusiera en su trabajo, le pidió a Bond que asesinara a este hombre y fuera a su funeral.
El desastre en México hace que M suspenda a Bond, mientras le cuenta que el jefe de seguridad nacional, Max/C (Andrew Scott), podría usar esto como excusa para eliminar el programa de los “00”, al querer fusionar al M16 con otros organismos de protección internacional. No sería una película de James Bond si éste no hiciera todo lo contrario: con la ayuda de Moneypenny (Naomie Harris) y Q (Ben Whishaw), 007 acude a Roma para el funeral de Sciarra en donde conoce a la seductora viuda (Monica Bellucci), quien le cuenta sobre la organización a la que su esposo perteneció. Todo apunta a una siniestra y misteriosa entidad llamada SPECTRE. Este es solo el comienzo de la aventura en la que Bond se encamina, donde conocerá a su nueva compañera Madeleine Swann (Léa Seydoux) y luchará con fantasmas del pasado en lo que podría llegar a ser su última misión.
Si en Skyfall Sam Mendes dirigió a un Bond oscuro, solitario e introspectivo, en esta ocasión se ocupa de sacarlo un poco de ese lugar. Por el contrario, se lo ve apoyarse en los pocos aliados que le quedan. Sin embargo, 007 siempre será 007: bonito, irónico, seductor, astuto, “una cometa bailando en un huracán”. El icónico personaje de Ian Fleming, como se dijo antes, está interpretado muy bien por Craig, cuya arma más poderosa es el celeste de sus ojos.
El problema principal está en el resto de los protagonistas. Qué alegría fue escuchar que el maravilloso Christoph Waltz iba a ser el nuevo villano, y qué decepción fue verlo en pantalla: un actor que era la elección obvia y segura, se transforma en un personaje muy desaprovechado y al que no se le da la profundidad que merece. Por otro lado está la hermosa Léa Seydoux (quien compartió pantalla con Waltz en Inglorious Basterds, 2009, de Quentin Tarantino), a la que algo le falta para ser una verdadera chica Bond: la dinámica con el espía no luce natural, sino más bien forzada, mientras que ella se ve un tanto exagerada.
La música merece mención aparte: al igual que en Skyfall, ésta estuvo a cargo de Thomas Newman, un clásico colaborador de Mendes. La canción principal, “Writings on the wall”, es interpretada por Sam Smith, una composición igual de obvia que la de Adele en la película anterior de 007 (¿dónde habrá quedado el rock de Chris Cornell y la osadía de Jack White y Alicia Keys?).
Spectre es una buena película de acción, no cabe duda de eso: a Mendes hay que reconocerle su virtuosismo para mantener al espectador al borde del asiento. Sin embargo, se queda corta: no está entre las mejores de Bond, ni se encuentra cerca de lo que fue Skyfall, que por su brillantez, resulta la culpable de las expectativas que se crearon alrededor de esta 007. Pero de todas formas, James Bond es sinónimo de adrenalina, y el que busca un poco de entretenimiento y no tanto un producto reflexivo, podrá disfrutar sin problema de la nueva aventura de uno de los mejores espías de la historia del cine.