Los diamantes siguen siendo eternos
Aun sin alcanzar la cima de Skyfall, la película anterior de la serie, y la mejor de la era Craig, Spectre vuelve a demostrar que con el director Sam Mendes la franquicia recobró su rumbo y es capaz de volver a los orígenes sin por eso volverse anacrónica.
Parecía difícil superar a 007 - Operación Skyfall (2012), la aventura inmediatamente anterior de la franquicia Bond, que sin duda fue la mejor de la era Daniel Craig. Y de hecho 007 Spectre no lo consigue. Pero hay que reconocer que tuvo que venir el director Sam Mendes –el mismo de la sobrevalorada Belleza americana– para volver a poner las cosas en su lugar con este par de ases, que reparan el daño causado por Casino Royale (2006) y Quantum of Solace (2008), donde Bond parecía cualquier otra cosa –desde el espía Jason Bourne hasta un burdo remedo de Bruce Willis en Duro de matar– antes que el clásico, inoxidable agente secreto al servicio de Su Majestad británica.Los veteranos de la saga seguirán (seguiremos) insistiendo en que el actual Bond no tiene, ni de lejos, la displicente elegancia de Sean Connery, que parecía nacido para ese papel. Aunque finalmente habrá que admitir que Daniel Craig aprendió a pedir sus Martinis (agitados, no revueltos) y a sentirse cómodo al volante de los Aston Martin que el MI6 pone a su disposición, ya sea el legendario modelo 1964 de Goldfinger que resucitó en Skyfall o en el prototipo de tres millones de libras esterlinas que ahora deja “estacionado” en el Tíber, después de una espectacular persecución nocturna por las laberínticas calles de Roma.Si hay algo que Spectre recupera, incluso en detrimento de una mayor consistencia argumental, es toda una serie de guiños y referencias a motivos clásicos de la serie, que habían resurgido en el film anterior, que aquí se incrementan y que para los seguidores no pasarán inadvertidos. Empezando por el título mismo de la película, que recobra el nombre de la siniestra organización dedicada al Mal absoluto imaginada por Ian Fleming, el autor de las novelas originales, y que no pudo ser utilizado durante décadas por liosos conflictos legales. Y con Spectre vuelve Blofeld, el Número Uno de la organización, archienemigo atávico de Bond, a tal punto que aquí el ejército de cinco guionistas no tuvo mejor idea que emparentarlo con el héroe, para hacerle un pasado más oscuro.Se diría que ese toque esquizoide y, paradójicamente, el propio Blofeld (también conocido como Franz Oberhauser) son lo menos interesante de 007 Spectre. A su vez, que Blofeld haya quedado a cargo del actor austríaco Christoph Waltz es una tautología de casting. ¿Por qué convocar a Waltz para que remede a su coronel Hans Landa de Bastardos sin gloria de Tarantino? Ese villano ya está, ya se hizo y su repetición inútil, viciosa, no agrega nada a la brillante galería de enemigos que supo ganarse Bond desde el inaugural y satánico Doctor No, más de medio siglo atrás.Bajo la dirección de Mendes (que en la apertura de rigor, ahora en México, se permite citar el famoso plano-secuencia inicial de Sed de mal, de Orson Welles), otros personajes, antes secundarios, ahora han ganado un sorpresivo, bienvenido protagonismo y se convierten en fieles aliados de Bond, además de adaptarse a los tiempos que corren. En la piel de la morocha Naomie Harris, la secretaria Moneypenny ya no anda suspirando de deseo por los pasillos, y el experto en gadgets Q dejó de ser un viejo cascarrabias y ahora, encarnado por Ben Whishaw, es un joven nerd tan rápido con las computadoras como con las réplicas verbales (“Le dije que me devolviera el auto en una sola pieza, no que me trajera apenas una”, le recrimina a Bond). Y muerto el rey, viva el rey: su superior M ahora es Ralph Fiennes, pero Judy Dench se las ingenia para mandar un mensaje de ultratumba. “La muerte no le iba impedir hacer su trabajo”, constata 007.¿Y las famosas “chicas” Bond? En principio, hay apenas una, la francesa Léa Seydoux, que puede llevar a 007 tanto a la tumba como al altar, lo cual para Bond no suele ser una buena señal. La otra es una mujer hecha y derecha, la italiana Monica Bellucci, suerte de viuda negra con quien Bond tiene un fugaz affaire que sirve de excusa para pasear con él y su Aston Martin por Roma, siempre a toda velocidad, como sucede además en Londres o en Tánger, por citar algunos puntos de interés que toca el tour Spectre.Quien quiera buscarlo, podrá ver en la trama de este nuevo Bond la influencia de las revelaciones de Edward Snowden sobre los peligros del espionaje informático a escala planetaria. Pero como siempre sucede, lo mejor en estos casos es dejarse llevar por los recuerdos y asociaciones (la mole letal de Spectre evoca tanto al Jaws de La espía que me amó como al OddJob de Dedos de oro; la pelea a golpes de puño en el tren remite a la de De Rusia con amor, etc. etc.) y abandonarse a las superficies de placer de una fantasía tan masculina como infantil, donde pareciera que para recorrer el mundo no hacen falta dinero, valijas ni pasaportes, que siempre habrá a mano un smoking recién planchado para ir a cenar muy bien acompañado antes de que empiece la acción.