De Bond queda un espectro
James Bond es un gran personaje. No tanto por lo que él representa, sino por el entorno en el que se mueve. Bond es él más su contexto, y la fricción que se genera ahí es lo que termina por construir uno de los universos más prolíficos de la historia del cine. Por eso que lo que más resiente el recorrido de esta nueva saga protagonizada por Daniel Craig es la intención de abordar el mundo interior del agente. Adentro de Bond no hay nada, el personaje es una cáscara vacía que se mueve zigzagueante en un mundo de villanías universales, lujo desmedido, chicas seductoras y peligrosas, y ambigüedad. Por eso que la síntesis perfecta del personaje son las escenas de acción, especialmente aquellas que le dan inicio a cada aventura. Intentar darle a eso una carnadura moral es una de las grandes fallas. Y Spectre es un nuevo viaje en ese sentido, tal vez el último si tenemos en cuenta que Craig se despide del 007.
Si las películas de Bond deben entenderse como segmentos individuales que intentan continuar un movimiento que simbolice la aventura (sin lograrlo nunca, existen pocas grandes películas del personaje), hay que reconocer que Spectre aprendió algunas lecciones. La enorme secuencia de arranque en México, por ejemplo, es una demostración cabal de lo que el personaje y su mundo habilitan: hay un largo y elegante plano secuencia, que culmina con un par de esos momentos donde el personaje brilla. La acción hiperbólica, desmesurada, se vuelve verosímil ante la dimensión que adquiere un personaje imposible como este. Lamentablemente, el resto de la película no está a su altura y el film se va desinflando acorde transcurren los minutos.
Más allá de lo que pueda decir cierta parte de la crítica que lo desprecia, la presencia de Sam Mendes dentro de la saga Bond permitió que el personaje disfrute algunos pasajes de buen cine, cosa que parecía bastante alejada del más prosaico mundo de acción directa del 007. Hay encuadres poderosos, un uso de la luz que es asombroso y un trabajo del sonido que refuerza la fisicidad buscada. Si bien estas películas parecen más de diseño, hay que aceptar que ese esteticismo no le sienta del todo mal a un personaje que es en primera instancia pura superficie.
Pero hay que decir que así como en Operación Skyfall ese viaje hacia el interior del personaje lograba darle cierta solidez a las secuencias de acción, en Spectre el intento cae en saco roto y resulta menos interesante. Si bien el villano de Christoph Waltz tiene motivaciones personales, se extraña esa locura y exageración de los malos que ha enfrentado el agente con licencia para matar. Y ahí está una de las falencias de esta nueva saga: si por un lado hay un arco dramático que evidencia un crecimiento del personaje de película en película (y aquí vuelve más la sexualidad y el humor, tradicionales en el personaje), también hay intensidad buscada que nunca llega y deja al descubierto la futilidad del personaje: porque un Bond con consciencia deja de ser Bond automáticamente y se convierte en otra cosa no demasiado satisfactoria. En ese viaje, Spectre tiene para lucir algunos buenos momentos y no mucho más.