Otra fuga de película
Cien años de perdón no es más que otra película de robos. Los dilemas éticos que anuncia el título y un reparto -a priori- interesante se funden en una historia que se agrieta con el paso del metraje. Jorge Guerricaechevarría, guionista distinguido de Alex de la Iglesia, en esta ocasión está más cercano a su trabajo aceptable en Los crímenes de Oxford que al notable de El día de la bestia. Como thriller no funciona y tampoco se salva con las constantes dosis de humor exagerado, compitiendo para estar entre las apuestas por el cine de género argentina–españolas más olvidables. El director, Daniel Caparsoro, plantó bandera española en el set y a pesar de contar con un elenco mayoritariamente argentino fijó como destino principal la audiencia del viejo continente. Ahí comienzan y terminan muchas de las fallas en el idioma y en los vocablos. A veces es irritante y otras confusa, pero no deja de ser entretenida.
El objetivo es un banco de Valencia y por lo poco que sabemos, antes de la irrupción de los ladrones, la realidad supera la ficción. “¿Quién roba a quién?”, anuncia el cartel de la película y el anclaje con la realidad nos deja entrever como contexto ineludible la burbuja financiera que asola el país europeo. En ese bodoque de cemento nadie parece estar ganando nada: a los empleados los están por echar y los clientes se anotician de sus embargos. El presidente de Bankia estuvo preso, un uruguayo (nacionalidad y apodo del personaje de De la Serna) encabezó el motín al Banco Río de Acassuso y la mitología del hampa de personalidades como Dani el Rojo ayudan a delinear historias que no nos parecen tan descabelladas, pero en este caso está contada de manera tan irregular que deja casi tantos interrogantes como las páginas de policiales.
Una tormenta imprevista tuerce el destino de una fuga subterránea y el paso fugaz por el banco termina siendo una eternidad. La negociación está signada por el trasfondo político, donde funcionarios esconden pruebas en cajas de seguridad. Hay una que termina siendo el propósito fundamental del golpe, la 314. Los climas están bien recreados e incluso se pueden establecer ciertos paralelismos de la crisis española con la argentina: en un momento Tosar y De la Serna piden pizza y brindan con champagne (de una de las cajas) como metáfora de ciertas políticas de libremercado.
Respecto a los seis ladrones, sabemos que saben bien lo que hacen desde los primeros minutos, de ahí la construcción de esos personajes es muy difusa. De algunos no conocemos nada más y los principales van perdiendo tensión a medida que ven inmersos en pequeñas historias dentro y fuera del banco.
Luis Tosar reafirma que es uno de los mejores actores del cine español y Rodrigo de la Serna que casi cualquier traje le queda bien; el que desentona (y mal) en este sexteto de atracadores profesionales es Joaquín Furriel. Es raro. Viene de hacer uno de sus papeles más jugados en El patrón, radiografía de un crimen, donde confesó que le habían ofrecido interpretar al opresor pero optó por el oprimido y se lo ponderó por su gran desempeño. Furriel es “El loco” y en ese trastorno se justifica lo injustificable: es una caricatura del pibe chorro que de buenas a primeras se ve inmerso en un golpe grande. No se termina de entender la relación con su padre, porque su incorporación a esta banda surge de un supuesto favor en circunstancias desconocidas.
Cien años de perdón es una película para ver un domingo en cable (puede ser Telefé, involucrado en la producción) después que tu equipo de fútbol haya perdido y así te conformás con que puede haber cosas peores. El exceso de connotación moral termina de vapulear una historia que tenía todos los ingredientes para ser, al menos, interesante. Hablando de robos, hay graves denuncias de plagio con un largometraje venezolano que cuenta una historia muy parecida.