Uno de los estrenos nacionales más fuertes desde lo comercial llega esta semana a las pantallas. Hablamos de un co-producción que en lo cierto, tiene más de española que de argentina, Cien años de perdón.
Película de género, de fórmula, con una idea clara; si el cine entra por los ojos, se impone la estética ante todo.
Una de robo a un banco, eso es el nuevo film de Daniel Calparsoro. Las hay de todo tipo y clase, con más o menos personajes, con más o menos rigor, y algo que queda claro, Cien años… no busca innovar, no tiene necesidad de hacerlo.
La acción transcurre en Valencia, seis ladrones irrumpen en la sede principal de un importante banco con la clara idea de vaciar las arcas. Pero desde el vamos sabemos que hay algo más, que puede que los atracadores lo sepan o no, y que involucra un secreto guardado en las cajas de seguridad relacionado a una figura política de renombre.
Seis ladrones, tres argentinos y tres españoles… aunque a uno de ellos le digan “El Uruguayo” y a otro “El gallego”, ¿o no? ¿Será que El uruguayo es realmente de Uruguay y lo que se ve escrito en un papel está mal? ¿Dos de los tres ladrones españoles, serán realmente españoles? Son algunas de las preguntas que la historia no se hace, pero que sin dudas surgen durante el metraje.
Más allá de algunos problemas de sonido, con el típico volumen de la música incidental por sobre las voces, los rubros técnicos de Cien años de perdón son impecables. Valencia se presenta en permanente tormenta, con planos abiertos, aéreos, y una clara distinción en la fotografía para el interior del banco y otra para el exterior. Todo esto le otorga fluidez que se realza con un montaje ligero, que comete el pecado menor de transformarse en algo videoclipero en ciertos tramos.
Pero todo el esfuerzo puesto desde la técnica, queda nulo frente a la pobreza en el resto de los rubros. El argumento posee varios baches, visibles aún para el menos avispado. La clásica y necesaria estructura de una introducción, un nudo y una conclusión se derrumba con una introducción demasiado escueta, y un desarrollo a mitad de camino; como por el medio no supiesen como completar el tramo faltante.
La construcción de personajes no ayuda, no solo el detalle en la confusión de los “alias” (lo cual es un detalle realmente menor, circunstancial). Cada uno cumple un rol determinado y no posee personalidad propia o un background. Se acumulan los clichés, desde los diálogos y desde el modo en que son dichos. Para coronar, los mencionados dos ladrones españoles son directamente borrados del metraje (o casi) dando una extraña sensación de haber quedado en la mesa de edición.
El rubro interpretativo hace un esfuerzo, pero el peso del guión es mayor. Rodrigo de la Serna (el Uruguayo) se ve en la necesidad de gritar permanentemente y repetir modismos porteños, puteadas incesantes incluidas. Luciano Cáceres no logra impregnar de alguna característica a un personaje que nunca encuentra su lugar dentro de la historia. Luis Tosar es quien quizás salga mejor parado en una suerte de galán rudo, o ladrón noble, pero su historia no termina de cerrar. Por último Joaquín Furriel es quien más sufre en medio de un personaje realmente odioso, una suerte de ¿cliché de villero? ¿iletrado?. No tenemos dudas de la capacidad interpretativa del conjunto, cada uno lo ha demostrado con creces en otros productos, y hasta aquí mismo, en ráfagas, cuando logran por un instante salirse del encasillamiento, demuestran una gran solvencia.
Lo llamativo del guión en manos de Jorge Guerrica Echevarría (con una trayectoria rica e interesante), es su constante indefinición. Hay pasajes de comedia, y otros de rigorismo abstracto. Los dos polos no llegan a unirse creando un híbrido.
Definitivamente un film fallido, Cien años de Perdón queda en las intenciones de hacer un producto comercial con un empaque vistoso y llamativo. Lamentablemente la impericia desde el guión, que suena a una excusa para poner las cosas en acción; y la dirección de actores, hace que los resultados queden en eso, intenciones.