Por separado, Suar y Carnevale han hecho de sus “productos” una marca registrada con varios puntos en común. Tanto en cine como en televisión, crearon una suerte de cápsula del tiempo: allí sus historias transcurren tranquilamente en un presente donde la realidad (y la sociedad) no se modifica hace unos treinta años. No es que hacen películas que huelen a naftalina vieja o que respetan un formato de la comedia dramática tradicional argentina. Su cine, estructuralmente, no es viejo (o sí, pero es para otra crítica), lo es la lente con que miran la sociedad de 2020. El problema se agrava cuando se juntan y se potencian. Sumen el clasicismo y el encasillamiento de los roles femeninos de Marcos Carnevale, al machirulismo extremo, la naturalización de la clase media acomodada (con la invisibilización y/o estigmatización de otros sectores), la idea de un único tipo de familia, la latente homofobia (espejo del machirulismo) y el rechazo a cualquier acto contestatario o liberador de Adrián Suar. Como una pareja destinada a juntarse, la unión hace a la eclosión. Como si desafiaran lo hecho con El fútbol o yo, llegan ahora a Netflix con Corazón loco. Corazón loco: Al final, sí era tu mami Poster de Corazón loco – Crítica AP Bajo la óptica de Fernando, el personaje de Adrián Suar, asistimos a lo que -según alguien- es el deseo/sueño del macho: Fernando es bígamo. Este traumatólogo, con toda la carga canchera y presuntamente simpática de Suar Inc., se casó de joven y tiene dos hijos con Paula (Gabriela Toscano, habitué de las aventuras televisivas del Don, debutando en sus aventuras cinematográficas con el mismo tipo de papel que suele hacer en la TV). Ella es una maestra jardinera, pero sobre todo, ama de casa. Paula, que como no podía ser de otro modo es nombrada con un diminutivo que la infantiliza o menosprecia, vive porque su marido le permite respirar, por lo menos por lo que podemos ver en la película. Todo su mundo gira alrededor de atender a sus críos y esperar que su maridito regrese de CABA a Mar del plata donde viven. Su trabajo no importa en lo absoluto en la historia, solo es excusa para remarcar lo peor del cliché de personalidad; rápidamente es algo que desaparece. Pero Fernando, ya hace muchos años, en uno de esos viajes a CABA, la conoció a Vera (una Soledad Villamil completamente desperdiciada, pidiendo ser rescatada). También es doctora, pero de estética porque es mujer, supuestamente más liberal, independiente y fuerte que Paula… pero que no deja de ser complaciente con las mil y una faltas del macho de Argentina. Fernando las ama a las dos. Por una falla del sistema corrupto de este país inoperante (por supuesto), logró casarse con ambas y todos viven felices; porque Fernando cuando regresa de sus ausencias sabe cómo complacerlas. Cada una le da algo distinto; y así el hombre es pleno (todo esto dicho en viva boca del personaje). Paula es chillona, viste de entrecasa y con ropa barata, no se cuida pero es servicial y sumisa a Fernando. Vera es pura clase, sensual, viste bien, más osada y también complace las ocurrencias de él. Sí, las ama a las dos. Corazón loco se cuenta desde su narración y no permite dudas sobre la materia. Para reforzar la idea de estar cumpliendo el sueño del macho, y que lo que siente es amor, tenemos al típico personaje banana del amigo (Alan Sabbagh), que no solo lo cubre sino que lo admira, le pregunta cómo lo hace y le permite a Fernando (a Suar) espetarnos que no nos equivoquemos, que no es ninguna aventurita o calentura, que lo de él es amor y que puede dejar contentas a ambas mujeres mientras estas no se enteren. El horror. Una hazaña que solo puede lograr alguien con suficiente dinero (y se sabe, ni para el director de No soy tu mami, Corazón de León y El espejo de los otros; ni para el actor de Me casé con un boludo, existe algo que no sea gente con poder adquisitivo). Y todo gracias a un bache temporal-argumental que haga ver a CABA y Mar del Plata como municipios lindantes. Bueno, como adelantan tanto el afiche, los trailers y el spot de Corazón loco, las chichis se enteran de todo por una serie de embrollos bien a la Suar. Aunque para esto ya haya ocurrido más de media película en la que nos dejaron en claro que debemos ser Team Fernando, porque ¡pobre tipo! ¡tiene mucho machismo para repartir! En esta segunda parte de la historia apuntaríamos a que la cosa mejore y empiece a desdecirse de todo lo que nos dijeron. Pero claro, inmediatamente recordamos que el equipo detrás de esto es el mismo de El fútbol o yo, y ya sabemos que no hay esperanza. Dicho y hecho, Corazón loco solo empeora. Corazón loco: Basta de mujeres Adrián Suar en Corazón loco – Crítica AP Es inevitable que la historia de Corazón loco no remita al hito televisivo que fue Naranja y media. Pero aún con toda la carga de una visión que no envejeció bien, aquella telecomedia se permitía algún escape progresista o crítica, al menos para la época. La epopeya conservadora de Suar-Carnevale es incapaz de hacerlo desde su matriz. Aún si nos remontamos más atrás, las comedias de Olmedo que suelen ser blanco perfecto de la crítica progresista, tienen algún resabio en el que se permitían mirar más allá, trataban temas tabú (si en 2020 hablar de bigamia en modo comedia es tabú estamos mal), y hasta ocasionalmente dejaron un mensaje anti conservador. Otra vez, Corazón loco vuelve a perder el match. Quizás haya que compararlas con las comedias del Suar chileno, Nicolás López, que casualmente están aprovechando esta cuarentena de streaming para llegar masivamente a nuestros servicios locales. Ahí también, el machismo, el anti feminismo, conservadurismo tradicionalista y la homofobia son los platos del menú diario. Corazón loco se permite un chiste burlándose del lenguaje inclusivo, tan antiguo y ofensivo que probablemente ni el director de Sin Filtros se animaría. Pero digamos que es ¿empate? Desde el mismo tagline del afiche nos lo dicen: la mujer es lo mejor mientras esté en el molde, complaciente, sin reclamos y sin aunarse para revelarse. Ahí comienza el infierno. Corazón loco: Triángulo escaleno Soledad Villamil, Gabriela Toscano y Adrián Suar al vacío en Corazón loco Aún si hiciésemos el esfuerzo de obviar las evidentes bajadas de línea, Corazón loco, que finalmente aterriza directo a Netflix, ofrece una película vacía, con notorios problemas de montaje, edición y continuidad (¿Quedó metraje en el camino?). Mar del Plata es presentada con una repetitiva toma turística que nos hace acordar a las placas que se usan en la TV para pasar de una escena a otra. Que Carnevale filma televisivamente no es novedad, pero acá se suman detalles que parecieran ser sacados de apuro y la hacen ver bastante menor. Suar se repite desde hace más de veinte años ¿Está peor que en otras películas? No, está igual. Toscano y Villamil tienen mucho más para entregar que lo que muestran acá. Ambas están limitadas, sin química, impuestas y forzadas a hacer algo que no las favorece. Suar no corre riesgos, y es claro que el guion está pensado para su lucimiento; las mujeres acompañan, como debe ser. Los pocos personaje secundarios que aparecen (realmente, está hecha muy a las apuradas) son deficitarios, en especial un repentino personaje de Betiana Blum cuya única explicación sería que se la tragó la tijera. Corazón loco no es graciosa (aun en los estándares retrógrados que maneja), no mantiene un ritmo parejo, pareciera más larga de lo que es, es abrupta, visualmente pasa de lo televisivo a lo carente y tiene un elenco con demasiada trayectoria para lo que ofrece(n). Ahora que llega a Netflix, los seguidores de las aventuras de ese personaje eterno que hace Suar probablemente salgan satisfechos de Corazón loco . Esta crítica apunta a todo lo que se lleva puesto en el camino.
Nicolás Savignone estrena su segunda película, Ni héroe ni traidor, un drama testimonial que aborda una temática tan dolorosa como difícil desde una óptica diferente. La decisión de ir o no ir a la Guerra de Malvinas. 1982, el Gobierno de facto de Galtieri se encontraba apretado con las denuncias de violaciones de Derechos Humanos acorralando por todos los flancos, y el desastre económico apremiante. Como manotazo de ahogado, se intenta despertar el fervor popular, así como había funcionado con el mundial de futbol en e l’78, saldando una deuda pendiente de nuestro patriotismo, recuperar la soberanía de las Islas Malvinas. El 2 de abril de 1982, Galtieri se asoma al balcón de Casa Rosada para realizar aquel fatídico discurso en el que anuncia que hacía ocho días nuestro ejército había tomado posesión de las islas, e incitaba al gobierno de Gran Bretaña a que “Si quieren venir, que vengan. Les presentaremos batalla”. Obviamente, la Gran Bretaña comandada por la Primer Ministro Margaret Tatcher, que también necesitaba distracción para su quebrado pueblo, vino con su ejército; y así se desató uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia reciente. Claro, dicen que es fácil analizar el partido con los resultados del lunes. Mirar los hechos en retrospectiva, conociendo los resultados ¿Pero acá no se sabía de antemano que era lo que iba a pasar?, y en definitiva; sea lo que sea que fuese a pasar ¿Tiene sentido la pérdida de vidas humanas por un sentido de patriotismo? Nicolás Savignone había realizado en 2013 la comedia under Los desechables, y ahora consigue estrenar su segunda película, Ni héroe ni traidor; con un cambio de registro profundo, porque acá de comedia no hay nada. Lo que sí se repite de aquella es el foco puesto en la juventud o post adolescencia. Matías (Juan Grandinetti) tiene 19 años, acaba de regresar de la colimba y aún no sabe qué hace con su vida. Su madre (Inés Estévez) lo apaña y deja que siga haciendo su vida de adolescente hasta que encuentre un rumbo. Su padre (Rafael Spregelburd) es casi la cara opuesta, no comprende a su hijo – por más que se deja entrever que él a su edad era igual –, quiere que abandone el bajo y encuentre un trabajo, donde sea; podría estudiar contabilidad y entrar a trabajar con él en el puerto. También está su abuelo materno (Héctor Bidonde) que peleó en España en la guerra por el Peñón de Gibraltar, y al que su nieto ve como héroe de guerra. Es abril de 1982, y Matías recibe la carta para presentarse nuevamente a prestar servicios militares, esta vez en el marco de la Guerra de Malvinas. Sus dos amigos (Gastón Cocchiarale y Agustín Daulte) también reciben sus cartas, aunque cada uno tiene una actitud diferente. Uno es hijo de un militar (Fabián Arenillas), bravucón, homofóbico (¿tapado?), valiente patriota de la boca para afuera; está feliz con volver al cuartel a defender a su país; aunque claro, su papi le consigue un puesto para atender el teléfono en el cuartel. El otro está aterrado con la idea, no quiere saber nada, y está dispuesto a lo que sea para no ir. Matías hace su proceso, al principio parece decidido a ir, pero poco a poco lo irá analizando. Así como Los chicos de la Guerra miraba el frente de batalla y sus consecuencias inmediatas, Iluminados por el fuego también el campo y las consecuencias más a largo plazo, y El visitante directamente las consecuencias en la adultez; Ni héroe ni traidor analiza los momentos previos. Aunque claro, como espectadores, no podemos dejar de ver el diario del lunes, y Savignone también lo sabe, y no es algo menor. No hay acá un punto gris, la posición de la película es clara, sin titubeo. Tanto desde el guion, como desde el lenguaje visual (a veces algo subrayado), está claro que ese patriotismo militar no es más que propaganda y aprovechamiento, y que se estaba mandando a nuestros chicos a un matadero seguro. La familia del joven militar tiene todos los condimentos para ser moralmente condenados, esa presunta valentía quedará clarísimo que no es tal, que en el fondo son cobardes que usan al otro como carne de cañón; y es que “alguien tiene que ir”, aunque difícilmente sean ellos. También indaga es en esa idea de patriotismo y masculinidad asociada a lo bélico, las armas, la cacería, lo patriarcal. Algo que escapa estrictamente a la Guerra de Malvinas y alcanza un cariz universal. Con frases que resuenan como una piedra contundente, y gestos controlados que expresan mucho, Ni héroe ni traidor es una película que duele. Savignone va creando una tensión atrapante y agobiante, y hace que su duración (que además es bien corta, como para no irse por las ramas) pase rapidísimo. Algo de thriller, y mucho de drama, absorbe de lo mejor de nuestro cine testimonial tradicional. Matías mira, observa, se asoma al balcón, posa sobre la ventana, quiere huir ¿pero hacia dónde, y de qué? El importante elenco también es fundamental. Inés Estévez y Juan Grandinettti logran química de madre e hijo sin necesidad de gestos enormes, cruzan miradas, roces, palabras sueltas, y se entiende la preocupación de ella y la desorientación de él. Ambos consiguen grandes trabajos. Spregelburd compone otro personaje patético en su filmografía, a este padre es difícil comprenderlo, más en sus últimas decisiones. Mara Bestelli, como la esposa del militar, brillante como siempre, le alcanzan unos pocos minutos para destacarse. Cocchiarale y Daulte, como personajes contrapuestos también consiguen un nivel alto. Ni héroe ni traidor es una película chica, deliberadamente fría; y dura, muy dura, sin necesidad de ningún asomo de golpe bajo. Savignone cala hondo en las emociones de sus personajes y transmite todo al espectador que no quedará inmóvil ante el mazazo que nos propina ¿y vos, fuiste a la plaza a festejar la toma?
El debut en la ficción de Nicolás Herzog, La sombra del gallo, mezcla varios géneros, para contar una historia con algo de documental, y apoyada en un elenco sólido comprometido con el tono sórdido buscado. Un realizador puede saltar de un registro al otro, pasar del documental a la ficción, y viceversa, y mantener un estilo. Tras dos documentales como Orquesta roja y Vuelo nocturno que le valieron un nombre de referencia dentro de los documentalistas actuales a tener en cuenta; Nicolás Herzog hace su debut dentro del largo ficcional con La sombra del gallo; y sin embargo, en ella podemos encontrar vestigios de su huella. Tanto Orquesta roja como Vuelo nocturno son dos documentales atravesados por sus contextos sociales, politizados, comprometidos, y con una fuerte coraza narrativa. En La sombra del gallo, esa impronta social y de contexto comprometido con lo que lo rodea también está presente, y dentro del marco de ficción hay una visión del protagonista que se asemeja a lo documental. En los pueblos chicos se cuecen historias de trasfondos, secretos, mecánicas internas y manejos que no conviene que salgan de sus fronteras. Román (Lautaro Delgado Timruk) sale de prisión y vuelve a su pueblo natal en donde su padre acaba de fallecer. Su padre era el ex comisario del pueblo, y él también cumplía como oficial de la fuerza hasta caer en prisión. Cuando recibe la posibilidad de salida transitoria por el fallecimiento del familiar, no duda en regresar al lugar en donde será recibido por un ex colega (Claudia Rissi) que parece dispuesto a ayudarlo por una deuda ¿moral? con él y con su padre. Román es un personaje oscuro, con el pasado que le pesa, y quizá volver a ese pueblo entrerriano, a esa casa vacía, no fue la mejor de las opciones. Deambula entre recuerdos y zonas oscuras, observa sin hablar, y aquello que no tenía que salir a la luz indefectiblemente asomará. Cuando el pueblo se vea conmocionado por la desaparición de una adolescente, comenzará a recibir la visita de una joven, un amor del pasado (Rita Pauls), que lo atrae a la vez que lo repele y presiona, hay algo que puja por ser desenterrado. Llevado por estas pulsiones, Román se inmiscuirá más de lo debido bajo la posibilidad de descubrir aquello que sus ex colegas quieren tapar. La sombra del gallo presenta una historia ya transitada por el cine argentino. Los casos que involucran desapariciones masivas de jóvenes, y los entramados internos con secretos a voces, es algo corriente tanto en las ficciones como, tristemente, en las noticias regulares. Obviamente, esas ficciones tienen mucho de realidad, y eso es el aporte de La sombra del gallo, que además de narrar una historia ficcional, ofrece un tratamiento desde la cámara que se asemeja a lo documental observacional, con marchas sucesivas en el pueblo. Desde la ficción, Herzog maneja varios géneros. Transita desde el western rural, al drama, el thriller, el policial, y también alguna pincelada que podría intuirse como sobrenatural. Lautaro Delgado Timruk cambia nuevamente su registro actoral. A quienes estas semanas lo vieron en Respira, les costará reconocerlo en este parco, oscuro, y atormentado Román. Nuevamente sorprende con una actuación sobresaliente que eleva la propuesta. Claudio Rissi, en un claro secundario, también es marca de calidad. Este tipo de roles turbios con algo de agrio carisma le salen de taquito. Rita Pauls se suma cumpliendo una labor correcta en un personaje enigmático. Con un ritmo algo desparejo en el que parece que todo se cuenta en el primer acto, para retomar con algún giro previsible en el final; y un abuso de los silencios y los tiempos muertos para crear un clima seco; La sombra del gallo puede hacerse algo más extensa de lo aparente. Por ser su primer paso en la ficción, es de destacar lo cuidado en la creación de limas y atmósferas desde lo técnico y la puesta en escena de ambiente, fotografía, y montaje. En su mirada hay ficción, hay realidad, y hay vestigios del pasado del país que repercute en el presente, aun cuando muchos crean que esos episodios ya están sepultados. Herzog transita con mano firme este primer paso por el cine ficcional, más allá de algunas imperfecciones, manteniendo un estilo, y mostrándose preocupado por las problemáticas reales que nos rodean en el día a día. La sombra del gallo es una película más necesaria y comprometida de lo que aparenta su base típica de género.
El nuevo film de Disney Pixar, Unidos, de Dan Scanlon, ofrece todo el nivel al que nos tiene acostumbrado la casa matriz, agregándole una calidez humana en los mensajes muy propia de la coyuntura actual. Cuando parecía imposible, es más de lo que esperábamos. A mediados del año pasado, recibíamos las primeras imágenes y el primer trailer de Unidos. No era mucho lo que se sabía de ella, pero se veía que se ubicaba en un universo fantástico, y que tenía como protagonistas a dos hermanos, de características diferentes, que debían unirse por una causa común. Vamos a sincerarnos, no parecía la propuesta más original de los dueños de la lamparita; igual comprábamos. A los pocos meses, esta sensación creció cuando nos enteramos que no sería el único estreno de este año, que Unidos se adelantaba, y para nuestras vacaciones de invierno tendríamos Soul, anunciada con bombos y platillos como LA película animada de este año (veremos). ¿Entonces qué es Unidos? Una película menor, algo de mediana calidad que no merece tanta atención como lo que veremos dentro de cuatro meses. Para tener la respuesta, quizás debamos repasar algo del pasado de Pixar; más precisamente, Un gran dinosaurio, una película con algunos problemas de producción, retrasada, que nos vendieron como algo menor, y de hecho pasó injustamente desapercibida pese a ser una película maravillosa. Unidos es eso, algo maravilloso, dejando atrás cualquier duda que tengamos. Pixar no necesita de una gran parafernalia, ni enormes redoblantes que nos prometan romper con todos los moldes. Digamos que, a esta altura, con 25 años haciendo largometrajes, invictos en calidad (me paro a defender ante cualquiera a Cars 2 y 3), no tienen mucho que probar, y sin embargo, siguen innovando. Vamos a aclararlo, no, en Unidos no encontraremos ninguna innovación tecnológica en la animación, pero tampoco algo que la haga verse menor. La técnica es perfecta, al máximo nivel, tanto en los personajes como en la ambientación de fondos que mezcla lo realista con lo caricaturesco. La clásica paleta de colores vívidos y algo oscuros, las formas redondeadas, todo está ahí en un nivel supremo, como siempre. Lo que destaca por sobre el resto acá es su argumento, y la forma de encararlo. Al igual que sucedía en Zootopia (otra gran película subvalorada de Disney – sin Pixar – ), se nos presenta un universo regido por seres antropomorfos y referencias constante a nuestra forma de vida. En aquella eran animales varios pertenecientes a una sociedad con todos los elementos con los que convivimos a diario; acá son seres mitológicos. Hace siglos estos utilizaban la magia como elemento natural para desenvolverse y desarrollarse diariamente. Pero poco a poco fueron descubriendo los adelantos tecnológicos, ya no hacían fuego con un hechizo sino con fósforos, ya no volaban con dragones sino que usaban aviones comerciales, y así, hasta llegar a la actualidad en la que viven como nosotros, olvidándose casi por completo de la magia. Solo algunos la veneran y como algo fantasioso. Ian es un adolescente retraído, muy tímido, y al que le cuesta hacer amigos. A punto de cumplir los 16 años, no tiene a quién invitar a su posible fiesta de cumpleaños. Pero su madre le tiene una sorpresa, su padre ya fallecido cuando era pequeño, le encargó entregarle a él, y a su hermano mayor Barley, un regalo especial para cuando Ian cumpla esa edad. Se trata de una vara y una gema para hacer hechizos. Ian es tan incrédulo de la magia como todos. Pero Barley es de los que la venera, aficionado a los juegos de rol y a los libros de aventuras y hechicerías, cree que es una costumbre que no debe perderse, por lo que intentará realizar un hechizo. Quiere traer a su padre de regreso por 24hs. Cuando finalmente Ian lo intente y descubra que tiene el don, las cosas comenzarán bien pero no terminarán igual, “a media reconstrucción” la gema estalla, quedando medio padre reconstruido, piernas y cadera. La única posibilidad de terminar el hechizo es conseguir una nueva piedra, por lo que Ian, Barley, y el medio padre, emprenderán un viaje sin un destino muy cierto. Más allá de los guiños a los elementos de nuestra vida cotidiana, que no necesariamente se traducen en los mismos chistes de siempre a la cultura pop (por suerte), Unidos se apoya en pilares de los conflictos de familias actuales. Ian y Barley son casi antagónicos. Ian tiene los pies sobre la tierra, es retraído y pretende encajar dentro de los círculos habituales de cualquier adolescente. Barley es un veinteañero volátil, que cree y sustenta en la magia, mucho más desinhibido, pero no por ser popular, sino porque no le interesa encajar; tiene un perfil de rockero ochentoso, y su actitud es siempre positiva… aunque algo infantilizada. ¿Esto hace que confronten? A Ian le cuesta aceptar la forma de ser de su hermano, sobre todo por ese deseo de pertenecer, pero no hay un franco rechazo, más bien representa aquello latente que se oculta para ser aceptado. Barley adora a Ian, y quiere tener un vínculo fuerte con él. Entre ellos se siente un gran amor fraternal. La madre apoya a ambos e intenta amoldarse a lo que cada uno necesita, estando. No es una madre perfecta, es una posible. Tiene una nueva pareja, policía (un vínculo que tampoco es cuestionado), pero no es dependiente. Cuando sus hijos partan con su medio padre, ella no se quedará esperando, llorando, porque sus hijos regresen, saldrá en su búsqueda viviendo su propia aventura. ¿Qué decir del medio padre? Con muchos gags al estilo Fin de semana de locura, hablamos de un hombre que necesita de sus hijos para completarse, que no se sostiene por sí solo, y el que, aún después de muerto, le sigue preocupando el vínculo entre ellos. Bueno, también está la Mantícora dueña del restaurante, un personaje que mejor que descubran por sí mismos. Súmenle mensajes a favor de no perder las tradiciones (sin que esto se lea como conservador, al contrario), del uso de la modernidad arrasando con la estructura del ser, de la importancia de anteponer los vínculos activos; de no olvidar a los que ya no están; de aceptar al diferente y aceptarse tal cual somos. Pareciera que todo Pixar está dentro de Unidos, y en un envase que no se siente para nada pesado, alejado del sermón. Es cálida, desopilante, chispeante, y con personajes que nos compran sin mucho esfuerzo. El ritmo de aventura es permanente, sin caer en lo abrupto ni en el desenfreno innecesario. Su banda sonora, incluido un bellísimo leit motiv en los créditos finales, es como la cereza del postre. Por supuesto, como casi todo Pixar, se trata de esas películas que uno imagina perfectamente como representadas por personajes de carne y hueso. Comedia humana y de la buena. Quienes tengan la posibilidad de verla subtitulada, a por ella. Tom Holland, Julia Louis Dreyfuss, y sobre todo Chris Pratt y Octavia Spencer hacen un trabajo maravilloso. Unidos vino silbando bajito y nos sorprendió como uno de los mejores títulos de una casa productora que siempre se las ingenia para volvernos a enamorar. Un paso adelante.
Guy Ritchie Vuelve, a medias, a sus fuentes con Los caballeros; una aproximación a su cine de gánsteres modernos más similar a los orígenes en su temática que en su estilo. El talentoso elenco es fundamental para que la experiencia sea positiva. “Le haré una oferta que no podrá rechazar”, una de las frases más famosas de la historia del cine, que aplicaría a la perfección, y no sería raro escuchar, dentro de Los caballeros. Primero porque el nuevo film de Guy Ritchie entremezcla el manejo de la mafia inglesa con el negocio del mundo del cine al que ve como una oportunidad y una pata más. Segundo, porque podría ser un guiño a la propia historia del director. Desde su debut en 1998 con Juegos, trampas, y dos armas humeantes; Ritchie había construido una sólida filmografía con sellos muy personales; de esos que con tan sólo ver diez minutos de película ya podemos intuir quién la dirige. Sí, en 2002 le dio el gusto a su mujer por ese entonces, Madonna, de dirigirla en una disparatada (y subvalorada) remake de Insólito destino; pero por el esto, fueron diez años en los que dirigió cuatro películas que bien podrían formar un solo bloque. Pero a todo cerdo le llega su San Martín, y como ni Revolver, ni RocknRolla tuvieron buena respuesta, él también recibió una oferta irrechazable. El siguiente paso fue una seguidilla de tanques para los grandes estudios, impersonales (por supuesto), y con suerte dispar. Ahora estrena Los caballeros, y de alguna forma podemos decir que sus fans lo tienen de vuelta. Muchos de sus elementos están presentes, quizás más en el tono de Snatch, cerdos y diamantes que en el de Juegos, trampas, y dos armas humeantes; y eso es lo que los hace sentir cómodos. Pero también hay mucho que no, en donde se lo siente establecido, más tradicional, y en la búsqueda de un público más amplio ¿Un híbrido entre el Ritchie de los inicios y el de los tanques? Lo primero que notamos es cierto caos narrativo que nos llevará a perdernos, sobre todo en los primeros tramos de la película. Un juego de muchos personajes, mucho diálogo ligero, ritmo precipitado, y una línea de tiempo cambiante gracias al juego de flashbacks y relato por parte de uno de los personajes. Todo esto lo veíamos ya en el cine clásico de Ritchie, y acá está especialmente incrementado, casi a modo de querer capturar la atención del fan. Fletcher (Hugh Grant) es un detective privado y guionista amateur, bastante patético, que se reúne con Raymond (Charlie Hunnam), mano derecha y encargado de los negocios sucios de Mickey (Matthew McConaughey), un magnate del narcotráfico estadounidense, establecido hace años en Inglaterra. Mickey desea retirarse y venderle su lugar y estrategia a Berger (Jeremy Strong), para tener una vida tranquila junto a su esposa (Michelle Dockery). Pero Fletcher parece saber más de lo conveniente, y quiere aprovechar esto para chantajear a Raymond/Mickey, o hacer un guion con la historia y venderlo a la industria. De hecho, lo que vemos es el relato del guion que Fletcher le relata a Raymond. Hay más personajes, como George (Tom Wu), otro narco que quiere comprar el sector de Mickey de “malos modos”, y una banda de boxeadores asaltantes liderada por alguien que parece un Hooligan (Colin Farrell), que se meten en el negocio de Mickey. Tramas, subtramas, un protagonismo muy dividido (sobre todo entre Grant, McConaughey, y Hunnam), muchas idas y vueltas. Muchos de los diálogos son graciosos y tienen chispa, además de respirar ese aire cool que nos hace reconocerlo. Pero por otro lado, visualmente, hay toques ausentes, y que estaban, aún en sus obras impersonales, como los ralentis, el flashforward, los planos contrapicados, el punto de vista de un arma, etc. También se distingue por una estética más elegante, fría, de colores opacos fuertes como el cuero; alejados del sucio ocre que también era su marca. En este sentido, Los caballeros parece más un film del Matthew Vaughn de Kingsman, que algo del Ritchie posmoderno. El tiempo no pasa en vano, y esta película huele a intento de pedir que no olvidemos quién es, luego del éxito taquillero muy reciente de Aladdin. Da la sensación de que Ritchie está, nos saluda, pero que los años de tanques le pesan e hicieron mella, ablandándolo. Por suerte, lo que sí está a punto, es el elenco, que así como muy numeroso, es también muy talentoso. Todos se manejan armoniosamente, con mucha química, entregando trabajos más que aceptables. En especial un Hugh Grant que se encuentra en una nueva etapa en la que se permite autoparodiarse. Los caballeros es un intento de Guy Ritchie por capturar las viejas glorias, pero como aquel que descongeló algo y lo vuelve a congelar; en el proceso hay algo de frescura que se perdió. ¿Está mal? No, pero tampoco permite que digamos que es el plato más sabroso.
La Costa es de quienes la trabajan Algunos trabajamos todo el año esperando estos dos primeros meses para poder tomarnos unas vacaciones y escapar a algún lado. La tradición local nos indica que La Costa bonaerense es una referencia ineludible. Por el contrario, para otros es la oportunidad ideal para conseguir el dinero que no pudieron reunir durante el año o hacerse de unos ingresos extras. En palabras limpias, poder trabajar ofreciéndole espectáculos o mercancías a los que están vacacionando. Como una contracara de aquel mítico Balnearios de Mariano Llinás, la tercera película y primer documental de Pablo Stigliani, Días de temporada, nos habla de los trabajadores de las vacaciones en La Costa, más precisamente, en Santa Teresita. Mientras que nosotros llegamos al hotel o a la casa de veraneo con todos nuestros bártulos y de inmediato nos desprendemos de cualquier obligación con el solo pensamiento de tomar sol, zambullirnos en el mar y que nos quede resto para a la noche ir al teatro o a caminar por la peatonal; los casos que presenta Stigliani en Días de temporada se preparan para atacar nuestras billeteras que estarán más propensas a un consumo casual. Soleros, lentes de sol, pulseras, helados, churros, pochoclos, espectáculos callejeros, obras de varieté autosustentadas y/o a la gorra; de todo nos ofrecen y accedemos. La intención de Días de temporada será que, a través de pequeñas viñetas, conozcamos a las personas detrás de estos vendedores y/o artistas. Yo vengo a ofrecer mi corazón Días de temporada presenta seis historias, las de Bamba, Ale y Eli, Gitano, Peter, Aye y Valen, y Lola. El común denominador es lo que dijimos, todos fueron ese enero de 2018 a Santa Teresita para trabajar. Así también, sus historias van desde la mañana hasta la noche, abarcando la duración de un día y por supuesto, el foco principal está puesto en el horario laboral, pero no será lo único; veremos también su entono personal. La mirada del director elige no solo no aparecer en cámara, además, no hace uso de recursos narrativos evidentes. Las historias se cuentan solas, Stigliani presenta un día de rutina, no hay voz en off, entrevistas ni miradas a cámara. Todos actúan como si nadie estuviese del otro lado. Bamba es un inmigrante africano, reside en un departamento muy chiquito compartido, vende anteojos de sol y parlantes portátiles en la playa. Tiene una pareja argentina con un hijo en Buenos Aires que tiene pensado ir a visitarlo, pero espera la oportunidad de poder comprar pasajes económicos. Ale y Eli son un matrimonio. Él trabaja amasando toda la medianoche, y durante el día salen a vender churros a los veraneantes. Al llegar la noche, tendrán su oportunidad como pareja para disfrutar de un tiempo en compañía en la peatonal. El Gitano es un imitador de Sandro full time, en la playa y a la noche en la peatonal. Le pone énfasis a la seducción de las espectadoras y se produce para eso. Peter es un nene que, durante el día se prepara para rendir un examen de Ciencias Naturales con su madre y por la noche saca el disfraz de Spider-Man para subirse al trencito de la alegría. Apenas tendrá algo de tiempo para pelotear en el frente de su casa. Aye está en La Costa para vender pochoclos junto a una socia a orillas del mar. Todo lo hace por su hijo bebé, Valen. Lola es una artista de varieté en un espectáculo de transformismo. Mientras llega la noche comienza a producirse y ya cerca de la medianoche, recorrerá la peatonal promocionando junto a sus compañeras el espectáculo para toda la familia, desplegando el carisma y desparpajo necesario. No son grandes historias movilizantes. Seamos sinceros: ni siquiera son trascendentes. Son historias humanas, pequeñas, de rutinas, que terminan diciendo más de lo que parece. Al calor de la vida A diferencia de Balnearios, Stigliani no solo posa su mirada en los que trabajan, sino que mantiene una mirada ausente. No hay humor ni refuerzo dramático, nada. Si la sensibilidad se trasluce es por ese ojo en saber qué elegir, en qué hacer foco. Las historias, cuadros, momentos; de alguna forma hablan de la soledad, del esfuerzo, del compromiso, de sueños, de encontrar los momentos de distensión en medio de las obligaciones, de las pasiones, y por supuesto, del amor. El director nos muestra que ese período vacacional es como una cápsula particular perdida en una serie de costumbres y tradiciones propias. Tanto para los que veranean como para quienes trabajan. La vida es distinta a la de cualquier otro momento del año y a la de cualquier otra zona. Un tiempo detenido entre quienes solo quieren descansar y los que buscarán hacer placentero, cada uno a su manera, ese momento de relajación. Había demostrado solvencia como apacible narrador en sus dos films anteriores (Bolishopping y Mario on Tour), con una mirada puesta en la humanidad de sus personajes y el foco en las relaciones más personales. En su paso al documental, la mirada no varió, si algún momento resulta risueño es por las mismas personas delante de la cámara; para nada hay una intención burlona o sarcástica. Días de temporada es un documental sencillo, concreto y profundamente humano. Pablo Stigliani se consolida como un realizador que sabe cómo capturar los momentos adecuados para que sus personajes, ficcionales o “reales”, hablen por sí solos contando lo más identificable de sus rutinas. Con pocos elementos, en su simpleza, es mucho más que una curiosidad.
Más propaganda que polémica, Jojo Rabbit, la nueva película de Taika Waititi, prometía ser algo que ni lejanamente termina siendo. Lo que entrega es una buena idea ácida que se diluye en el típico melodrama de Holocausto. A duras penas llega a algo aceptable. Todo gran realizador comenzó alguna vez siendo una gran promesa. Todos tienen ese film, que puede o no ser el primero de su filmografía, que los puso en el candelero y sobre el que después erigieron una carrera. También algunos quedan en esa sola promesa. Una gran película que dio esperanzas de haber encontrado a alguien que se haría notar, y siguientes pasos que lejos estuvieron de estar a nivel. Este parece ser el caso del neozelandés Taika Waititi. En 2014, su tercer película, What we do in the shadows fue un éxito rotundo tanto de taquilla como en las opiniones de crítica y público que hablaban de un clásico instantáneo. El desopilante falso reality show vampírico nos sorprendió gratamente a todos, y ya queríamos más de él. Dos años después, Hunt for the Wilderpeople no fue tan exitosa, pero el resultado igualmente es notable. El tema es lo que vino después, cuando finalmente Hollywood posó su mirada. Marvel se lo llevó para hacer otra de sus secuelas genéricas, Thor: Ragnarok, un pastiche indigesto que pretende tener sabor a todo, y no tiene sabor a nada. Desde entonces, si bien no había concretado otro film, se lo cuenta en las filas de Disney/Marvel colaborando en distintos proyectos de la marca. Finalmente vuelve a estrenar otra película, y desde que se la anunció levantó revuelo. El régimen Nazi debe ser uno de los temas más delicados para abordar en una obra de ficción. Mucho se habló, se habla, y se hablará sobre el Holocausto, Hitler, la Alemania Oriental, y el nacismo como régimen totalitario. Pero también es un asunto muy sensible que hay que saber cómo abordarlo para no ofender. No es la primera vez que alguien intenta hacer humor con los Nazis, y con Hitler, y siempre fue un tema polémico. Desde El gran dictador a Mi Führer o Ha vuelto; hablar de un Hitler paródico es sinónimo de controversia; y Jojo Rabbit, lo nuevo de Taika Waititi, no es la excepción. Piensen, es la película en la que un niño tiene como mejor amigo al líder Nazi; a más de uno le sonó el alerta; más viniendo de un director que supo ser irreverente. A partir de ahí, comenzamos a poner el pie en el freno. En realidad, Hitler es un amigo imaginario; y en realidad su presencia no es ni de cerca lo más importante del argumento, es casi una excusa o un adorno; y en realidad, Jojo Rabbit termina teniendo más de (melo)drama que de comedia; y en realidad, vamos a tener que despejar la sala por el excesivo humo creado. Alemania, último período de la Segunda Guerra Mundial, Jojo (Roman Griffin Davis) es un niño algo introvertido, solitario, con un solo amigo, Yorki (Archie Yates), y pocas habilidades físicas. Vive con su madre Rosie (Scarlett Johansson), una agente del gobierno, y cree que su padre es un heroico soldado en el campo de batalla. Jojo es un ferviente admirador del régimen Nazi, con inocencia, defiende todo lo que tenga que ver con Hitler y los suyos. Por supuesto, sus sentimientos hacia los judíos es una mezcla entre rechazo y temor, lleno de torpes prejuicios. Su idolatría llega al punto de tener al propio Führer (interpretado por el mismo Taika Waititi) como amigo imaginario. En su mente Hitler es un personaje algo añiñado, con cierta inocencia, pero también “candorosamente” despiadado hacia su defensa contra ese amenazante pueblo judío. Uno de los principales problemas de Jojo Rabbit (que es el apodo despectivo que le pone un soldado alemán cuando el nene se niega a matar un conejo), es que pareciera haber sido pensada bajo esta idea de “un régimen Nazi bajo la añiñada mirada de un nene fanático”, pero no se supo avanzar desde ahí. Por eso es que cambia su argumento cada veinte minutos, media hora. Al principio conocemos a Jojo, su entorno, y vemos sus (des)venturas en un campamento de verano tipo colonia, en donde todo es morbosa diversión. Esto, sin dudas, es lo mejor de la película, las carcajadas brotan y la inventiva para la broma sarcástica ácida es certera y creativa. Sam Rockwell y – sobre todo – Rebel Wilson, como el capitán encargado de ese campamento y su secretaria, brillan. Pero el chiste se termina rápido, y cuando se hace reiterativo, recurre a otra cosa. Jojo descubre que en el sótano de su casa, su madre mantiene oculta a una refugiada judía, la adolescente Elsa (Thomasin McKenzie), y básicamente cree que ella es de otra raza diferente, casi una alienígena. Elsa se aprovecha y le infunde temor a Jojo para sacar algún beneficio. Pero este juego también se termina antes que la película, y habrá que buscar con qué seguirla. Cuando nos queremos dar cuenta, Taika Waititi nos prometió una comedia irreverente y corrosiva, y estamos viendo un dramón, muy forzado y golpebajero, más cercano a La vida es bella y El niño del piyama a rayas, con todo el edulcorante encima. Podíamos suponerlo, Jojo Rabitt es Hollywood puro, Taika Waititi ya es un director bien hollywoodense, y no es algo que vaya a correr riesgos. La supuesta polémica no es tal. Ni el Adolf amigo imaginario es trascendente en la historia (perfectamente podría no estar, ni siquiera los mejores chistes pasan por él), ni hay algún atisbo de ambigüedad; todo es tan bien pensante y con moralina como siempre, como en los dos films antes mencionados. Como es bien, pero bien Hollywood, también habrá lugar para un muy rancio patriotismo estadounidense fuera de lugar, falso. Waititi filma con soltura, mantiene buen ritmo, hace un buen uso de la banda sonora (algo remarcada) con canciones pop en alemán; y también hace que se destaquen todas las actuaciones. Los dos niños tienen carisma, y refuerza la química entre Jojo y Elsa. Formalmente es un film aceptable. Jojo Rabbit no nos muestra a esa promesa de gran director que se suponía sería Taika Waititi. Parece una película hecha por alguien amoldado, acomodado. Su guión vende algo que no es, y no logra mantener una historia sólida. Quizás, más acostumbrado a los cortometrajes, Waititi debió dejar su cuento en ese formato más estrecho. Si extraemos las escenas del campamento queda una comedia casi brillante, todo lo que viene después va perdiendo fuerza hasta estrellarse vergonzosamente. Una lástima.
Acá no progresa el que no quiere Más afianzada en el documental, con una fuerte perspectiva de género, la realizadora israelí Michal Aviad vuelve a la ficción luego de la prometedora Invisible de 2011; y lo hace, afortunadamente, sin correrse de su eje, poniendo el foco en el rol de la mujer frente a cuestiones sociales y en la problemática del mobbing o acoso laboral. Desde hace años, décadas, se viene denunciando cómo la inserción de la mujer en el mundo laboral es inequitativa en relación al hombre, por varios factores. No se respeta una paridad, no hay equiparación de salarios frente a igual tarea, y todavía se sigue considerando que la mujer debe cumplir con los quehaceres del hogar aún luego de cumplir una jornada laboral igual o mayor a la del hombre. Pero hay otro problema más, un padecimiento aún mayor. Cualquier estadística arroja que los casos de mobbing o acoso laboral son ampliamente mayores en mujeres que en hombres. Esto sumado a la sexualización y cosificación de la figura femenina en un ámbito laboral en el que se le exige mostrar una imagen de sensualidad. Aviad no aplicó eufemismos. En El acoso presenta un claro caso de mobbing que servirá como botón de muestra para algo que es expuesto de forma realista, sin ningún tipo de exageración dramática. Pero no solo eso; expandiendo esta mirada evidente, también desliza una posición de la clase media trabajadora, obligada a determinadas concesiones en pos de un progreso exigido por el sistema capitalista que no ve con buenos ojos el conformarse. Bajo falsos preceptos de méritos, esfuerzos, y valoraciones, debemos aceptar todo tipo de resignaciones con tal de tratar de estar en una posición (económica) mejor de la que estamos; porque si aceptamos que es suficiente, podemos quedarnos afuera. Total, todos partimos desde las misma condiciones, no importa la clase ni el género: solo importa cuánto empeño le pongamos a nuestros deseos materiales. Orna sale a trabajar Orna (Liron Ben Shlush) está casada con Ofer (Oshri Cohen), y juntos tienen tres hijos. Pertenecen a una clase media humilde y tienen deseos de avanzar. Sobre todo Ofer, que abandona su trabajo para ser un emprendedor poniéndose un restaurante. Claro, el negocio necesita de un tiempo para asentarse, y en el mientras tanto los gastos no frenan; por lo que Orna deberá volver al mercado laboral. Produciéndose no le cuesta mucho esfuerzo. Fácilmente consigue un trabajo como asistente en la constructora de Benny (Menashe Noy), un arquitecto que reconocerá su trabajo haciéndola ascender rápidamente; por supuesto, a cambio de… Aviad expone desde el principio lo que se conocen como señales de micromachismo. Claramente Benny contrata a Orna porque es atractiva, exigiéndole producirse, “cortejar” algún cliente, y también hacer labores de secretaria que no le corresponden. La empuja cada vez más, la lleva hasta el límite esperando que ceda, hasta que finalmente termine avanzando en un acoso concreto. Orna ve su sueño de progreso roto, pero su familia depende ella. ¿Hasta dónde está dispuesta a soportar? Así, en El acoso, se va tejiendo un juego de tensión en donde el hombre no acepta un no como respuesta, parece retroceder para luego avanzar más y más; y la mujer no puede salirse de su propio corset social. Siente la obligación de ese progreso. Retirarse es resignarse, estancarse, y eso en el sistema en el que vive no es posible. La tercera pata de este juego, Ofer, está tan metido en sus propio deseos que -indirectamente- también impone su condición de hombre frente a Orna. Imágenes del consumo Más allá de la lectura que flota sobre la superficie de la historia, Michal Aviad construye una sublectura mediante imágenes, gestos, y actitudes, que no necesitan ser expresadas en palabras. Orna y su madre, pequeñas, entrando a un shopping gigante, en una ciudad rodeada de fuerte consumo. Ahora ella puede acceder, ¿pero a qué costo? El trato que Benny le da a su propia esposa, como si fuese un adorno funcional. La degradación de la figura de Orna en su vida familiar mientras mejora la profesional. El cuerpo habla, no calla. Podemos encontrar un paralelismo entre El acoso y la recordada miniserie argentina Maltratadas que exponía diferentes casos de violencia de género. En especial los episodios La mejor y Acosada sin salida que abordaban un acoso sexual laboral, y un hostigamiento por cuestiones de género con exigencias fuera de lo racional. Hablamos de cuestiones universales del mundo en que vivimos. Orna intenta suplir su propio dolor y el descuido a su familia, comprándoles cosas, permitiéndose acceder. Aun dañando su integridad. ¿Será casualidad que su título global Working woman sea similar al título original de aquella oda al capitalismo mercantil disfrazada de comedia romántica Secretaria ejecutiva – Working girl? Mientras que aquella aceptaba a la sexualidad de la mujer como un arma para escalar, en El acoso se condena que la mujer sea relegada a esa situación. Una diferencia sustancial. Con una correcta progresión dramática, y sin remarcar las tintas sobre lo evidente, Aviad se apoya en las solventes interpretaciones de Liron Ben-Shlush y Menashe Noy. Ella consigue conmover, él se hace odiar. Ambos con naturalidad.
La vida secreta de tus mascotas Durante la década de 1930, el reconocido escritor T.S. Eliot le regaló a sus ahijados una serie de cartas en las que en forma de poemas se explicaban las costumbres y ritos de los gatos. Las mismas fueron recopiladas y publicadas a finales de esa década como El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum. Textos que no tardaron en ser adaptados en puestas teatrales recitadas y orquestales. Pero, por lejos, la adaptación más famosa, que hasta superó a la popularidad del texto, llegó de la mano de Andrew Lloyd Weber a inicios de los años ’80 con la puesta en el West End de Londres de Cats. Este musical, al desembarcar en Broadway se convirtió durante mucho tiempo en la obra más exitosa y longeva en ese circuito, hasta ser superada por otro musical del mismo productor, El fantasma de la Ópera. Cats forma parte de la cultura popular moderna, es un ícono de los ’80 y’90, y podemos encontrar referencias al mismo en productos como Friends, Los Simpsons, o The Nanny. Pero su éxito guarda algo de misterio o paradoja: pese a reconocérsele su trascendencia y el éxito indiscutido, siempre se lo consideró un producto cuasi kitsch, y para no pocos, el peor musical de Broadway. Hollywood estuvo tentado varias veces de llevar la obra a la gran pantalla, pero siempre se la sintió “inadaptable”. Una cosa era ver personas disfrazadas de gato en el teatro, y otra era llevar eso al cine que pretende más realismo. Finalmente, alguien pensó que las avanzadas técnicas de CGI eran la solución. Así tenemos esta versión cinematográfica de Cats en la cual los personajes parecen actores disfrazados… en fin. Rugidos de melancolía Algo que siempre se le criticó a Weber era haber cambiado el tono humorístico y casi infantil de los poemas de Eliot (que tampoco son una maravilla), por un tono profundamente dramático, melancólico, y presumiblemente profundo. Un tono usual en las puestas del afamado productor. Ahora, la versión de Tom Hooper para el cine agrega algunos personajes y canciones, inclinando más el tono hacia lo dramático; haciendo de estos animalitos un verdadero penar de 110 minutos. Lo que se contrapone con las imágenes que vemos: sí, cuesta tomárselas en serio. La historia gira en torno a un grupo de gatos, algunos callejeros, otros con dueños, que se reúnen durante una medianoche para presenciar la llamada “elección Jelical” tomada por la Señora Deuteronomy. Les permitirá ascender hacia una nueva vida, o ciclo de vida. Para esto, los gatos “postulantes” irán haciendo presentaciones en las que contarán qué es ser un felino y qué cualidades posee. Todo esto, a la par que reciben la visita de una nueva allegada, Victoria (Francesca Hayworth) que es arrojada en el inicio a un basural. No hay que ser muy avispado para comprender que en Cats abundan las referencias hacia la muerte, el renacimiento, la reencarnación, y otras teorías metafísicas con tufillo a autoayuda; todo eso que nos invita a dejar de sufrir para renacer con esperanzas… o pagar con sufrimiento esta vida para pasar a otro plano “jélico” de prosperidad. Para lo que sí habrá que ser avispado es para seguir y entender el argumento completo de Cats. Entre los muchos problemas que tiene, el principal y que no puede ser saldado ni aún bajo una mirada adversa/risueña, es el completo tropiezo narrativo que presenta. Prácticamente hablamos de un film sin diálogos, es una canción seguida de otra, y sin una cohesión muy clara entre ellas. No hay progresión dramática, no hay nada que nos introduzca, todo es azaroso y repentino, se habla de cosas que no se entienden. Para empeorar aún más, en estas tierras se presenta con un doblaje que pretende hacer rimar las canciones en su traducción, cambiando las palabras y su significado. Por lo tanto, la incertidumbre es total. Cats carece de ritmo, carisma, y empatía. Sobrevuela un tono apesadumbrado, sombrío, frío; todo lo contrario a lo que debe tener un musical, aún los dramáticos como Los miserables o Rent. Sí, muchos de esos inconvenientes ya vienen desde el origen del texto y de la obra de teatro, pero Hooper, lejos de mejorarlo, lo empantana aún más, con más personajes y más escenas que agigantan ese tono triste y confuso. Los aristogatos Pareciera que la intención de Hooper es llenar de oropel la puesta. Abunda el neón, los colores en contraste, exagera los adornos y los movimientos en un sentido ¿sensual? El resultado es eso que ya se percibía en el trailer. Intencionalmente o no (pareciera ser que no), Cats tiene imágenes muy bizarras, todo se siente superficial y armado en plástico sellado. Imágenes que incluyen algo de violencia, insinuaciones sexuales, actores en poses y actitudes denigrantes, el hacerlos caminar mediante animación CGI de modo que contorneen sus caderas elusivamente… todo lleva a una sensación incómoda. Alguien en el set está obsesionado con la entrepierna de estos gatos antropomorfos, y permanentemente los vemos flexionando sus piernas, abriéndolas de par en par, hasta rascándose los inexistentes genitales… porque es Apta para todo público. Otro personaje deambula desnudo, lógicamente, como todo animal, pero en reiteradas veces se abre su pellejo como si fuese un disfraz con cierre para dejar asomar otro vestuario/piel con un trajecito. Todo así, muy, muy extraño. Un dato extra: no está muy en claro cuál es el tamaño de estos gatos, los problemas de proporción son notorios y confusos. Si la idea era que con el CGI quedaría mejor, o sería menos ridículo que un live action completo con actores disfrazados, todo lo contrario. Estos actores con captura de movimiento se ven como humanos disfrazados, y a su vez no se ven reales, ni como gatos, ni como actores interpretando. Nada. A todos estos problemas conceptuales se puede sumar que no hay fuerza en los cuadros ni las canciones (Memorysuena tres veces y no genera ningún tipo de sensación), y que a todos los actores se los siente incómodos, como si supiesen que están a bordo de un barco a la deriva rumbo a estrellarse. Particularmente, el rostro duro de Hayworth y el compungido de Jennifer Hudson, la mirada de perdón de Judy Dench, lo impostado del villano de Idris Elba, y lo pésimo que entona Ian McKellen. El resto, pasa desapercibido. Finalmente, ¿estamos frente a un nuevo clásico del consumo irónico? Elementos no le faltan. Tom Hooper hizo de Cats un gran despropósito con muchos momentos ridículos, todo pareciera indicar que involuntariamente. Algunos provocan la franca carcajada por lo increíble. Pero también, esa falta de carisma y el aburrimiento general, hacen que las risas puedan ser menos en quienes buscan consumir algo malo en forma de sorna. En todo caso, en sucesivas revisiones y ya previendo con qué nos topamos, se pueda apreciar mejor ese oculto sabor por lo involuntariamente berreta. Por el momento, solo se puede asegurar que Cats, de Tom Hooper, es un enorme y fallido muestrario de lo que no hay que hacer si queremos que los resultados sean correctos.
Continuación directa del film de 2017, "Jumanji: El siguiente nivel", de Jake Kasdan, se las ingenia para ampliar sus horizontes y mantener el mismo espíritu, para contentar tanto a los que querían más de lo visto, como a los que buscan algo nuevo. A esta altura, cada uno hará el conteo como quiere. Para algunos, "Jumanji: El siguiente nivel", es la primer secuela de "Jumanji: En la selva"; para otros es la tercera entrega de la trilogía que inició en 1995 con "Jumanji"; y para los más receptivos, es la cuarta entrega de una saga que también incluye a "Zathura" de 2005. Sea como sea, habrá que reconocer que la saga, basada en los personajes e historia creados por Chris Van Allsburg para sus libros ilustrados, sabe cómo mantener viva la aventura variando su fórmula y atractivos con cada entrega. Durante más de veinte años se había intentado continuar con el éxito protagonizado por Robin Williams, y cuando ya la idea parecía desterrada luego del fallecimiento del actor, apareció "En la selva" sorprendiendo a todos los que no tenían fe en los resultados de una película que cambiara tanto la reglas del juego. "Jumanji: En la selva" creaba sus propias reglas, apenas se si ligaba con el film de 1995, pero mantenía un espíritu similar, y supo trasladar perfectamente la mecánica de un videojuego de plataformas en medio de la jungla. Como taquilla y críticas acompañaron, era evidente que la secuela ya no se haría esperar tanto. Por eso, dos años después llega "Jumanji: El siguiente nivel", un título justo para lo que entrega. La misma historia, en un nivel superior. Esta vez, el equipo es el mismo, tanto delante, como detrás de cámara, y se le suman más personajes. Sí, la excusa para traer esta secuela es algo antojadiza y apurada. Los cuatro amigos finalizaron la secundaria, y cada uno emprendió su vida por separado. El que más sufre es Spencer (Alex Wolff), que, separado de Martha (Morgan Turner) no se siente cómodo en Nueva York habiendo abandonado el pueblo. Al llegar las vacaciones, todos regresan, pero esa sensación de soledad y no pertenencia de Spencer, hará que quiera escapar, por lo que intentará reparar Jumanji, perdiéndose otra vez dentro del videojuego. Cuando sus tres amigos vayan a buscarlo a su casa, terminarán también encontrándose con el videojuego, y en un descuido, Martha y Fridge (Ser Darius Blain) también terminarán introduciéndose en el mismo. Aunque esta vez no están solos, en la escena aparecen Eddie (Danny De Vito) el abuelo de Spencer, y Milo (Danny Glover), ex socio de Eddie en un restaurante. Ellos dos también terminarán en Jumanji. La única que esta vez quedará afuera y deberá ir en ayuda es Bethany (Madison Iseman). Hasta ahora, toto es más o menos igual, pero una vez en el juego, las cosas son distintas. Principalmente porque ahora los avatares cambiaron sus posiciones, el Dr. Bravestone (Dwayne Johnson) es Eddie, el profesor Oberon (Jack Black) es Fridge, el zoologo Finbar (Kevin Hart) es Milo, y la aventurera Ruby Roundhouse (Karen Gillian) sigue siendo Martha… pero atentos, porque todo puede cambiar. Los cuatro deben recorrer el lugar buscando a Spencer, que no saben qué avatar tiene; y así, el juego vuelve a comenzar, pero en otro nivel, otra pantalla, una nueva historia, nueva aventura; y aquí está el segundo elemento expansivo, díganle adiós sólo a la jungla. Para algunos, esto puede ser controvertido, Jumanji era la jungla, los tambores, el safari, la estampida, el cazador. Ahora, pasamos a otra etapa, y se nos presenta una historia que incluye un pueblo nórdico simil vikingos, un desierto de arena, y nieve, mucha nieve; además, de alguna criatura sobrenatural. Lo cierto es que, guste o no, el guion se las arregla para justificar los cambios, y lejos de afectar la dinámica, la potencia. A los personajes mencionados habrá que agregar el regreso del aviador Jefferson McDonough (Nick Jonas), y una ladronzuela, Ming FleetFoot (Awkwafina), y que las virtudes y defectos de cada avatar han cambiado. "Jumanji: El siguiente nivel" sigue teniendo el mismo estilo de la entrega anterior, balancea muy bien entre la comedia (con escenas desopilantes) y la aventura; y ahora hay más aventura todavía. Los personajes mantienen su química, carisma, y frescura, y los protagónicos están más divididos. El hecho de no contar con la sorpresa que suponía "En la selva", acá es suplido por el ingrediente del cambio de los personajes con avatares, y hasta el gancho de que los avatares puedan ser cambiados en el medio de la historia, lo que le dará una mayor soltura interpretativa a los actores, todos muy buenos comediantes. "Jumanji: El siguiente nivel" nunca aburre, pero no es convulsiva, sabe cómo dosificar cada momento, y cuándo presentar algo nuevo para reavivar lo que se está poniendo repetitivo. Es de ese tipo de secuelas que se hacen por obligación y medio de taquito. Les diría que si no les gustó la entrega anterior, con esta ni lo intenten, porque el camino que recorre, en definitiva, es el mismo, sólo que más variado. Pero el hecho de que sea una secuela encargada y funcional, no quita que no pueda ser una pochoclera de calidad, que no subestima al espectador, y le ofrece poco más de dos horas de puro entretenimiento para salir con una gran sonrisa. Quédense atentos, para los amantes de 1995, hay dos sorpresas, una que si son memoriosos se ve venir desde el principio (aunque recién se resuelve al final), y otra en el medio de los créditos finales. "Jumanji; El siguiente nivel" se puede decir que es una prueba superada.