Ladrones de buen corazón
Con una magnífica panorámica sobre la ciudad de Valencia, “Cien años de perdón” se inicia en medio de una tormenta muy fuerte, que según la voz en off de un locutor, complica la transitabilidad por rutas y caminos. La cámara se detiene ante las majestuosas puertas de un Banco muy importante pero donde el clima tampoco es mejor que afuera: se respira hostilidad y desánimo de clientes desesperados por hipotecas que amenazan quedarse con sus viviendas. Incluso los mismos empleados murmuran entre los pasillos, acerca de quienes figuran en las listas de futuros despidos.
En medio de este clima enrarecido (que evoca la crisis española reciente, en la que también los argentinos podemos reconocernos), inesperadamente irrumpe un pequeño grupo de atracadores enmascarados que los toma de rehenes a todos, a un lado y otro del mostrador.
La banda está liderada por “el Uruguayo” (Rodrigo de la Serna) y su mano derecha, “el Gallego” (Luis Tosar), apoyados por “el Loco” (Joaquín Furriel) y Varela (Luciano Cáceres). Aunque temibles, se manifiestan con humor y hasta con buenos modales, mientras van despojando a los presentes de sus celulares, vigilándolos al tiempo que los cabecillas se dirigen a las cajas de seguridad. Todo parece haber sido rigurosamente planificado, pero aparecerán cartas inesperadas: la lluvia que complica la salida por un túnel hacia el exterior y un secreto oculto en una de las cajas de seguridad que contiene información política secreta, muy comprometida para el gobierno oficial. Surgirán idas y vueltas, donde la vida de todos dependerá de un hilo cada vez más tirante adentro y afuera.
Romántica sin romances
El guión privilegia la acción y no hay espacio para una subtrama amorosa, aunque se insinúan un par de instantáneas en ese sentido. En lo esencial y más allá de las derivaciones y vueltas de tuerca, se trata de una historia muy masculina de amistad y compañerismo, en medio de una situación límite, de lucha contrarreloj, que espeja no solamente a la España de los días que corren sino a todo el desaforado capitalismo globalizado.
La película toma elementos de la crónica policial argentina, inspirándose en el mediático robo del banco en Acassuso de 2006, con muchos paralelismos, pero difiere en lugares y agrega mucho trasfondo cáustico.
Superando el típico molde de las películas de estafas y atracos, el guión remite siempre a denunciar los amorales juegos de poder más allá del robo. El director Calparsoro logra generar un inteligente thriller de ritmo intenso, al que le incorpora algunas breves y bienvenidas notas de humor, que permiten al film respirar entre tanta tensión, donde no ocupan poco espacio las argentinísimas puteadas argentinas que compiten con los exabruptos ibéricos. Con su accionar, estos ladrones son vistos desde una mirada idealista, que privilegia los códigos y acuerdos antes que los tiros u otro tipo de violencia que -por momentos- pareciera no poder contenerse, aunque la malicia es desplazada por el guión hacia otro enemigo múltiple, con uniforme o de traje y corbata, que justifica el accionar de estos atracadores.
La película cumple al pie de la letra cada una de las convenciones del género de robo de bancos, con una muy buena factura técnica, uno de los puntos más fuertes del filme, al igual que las logradas interpretaciones de Tossar y De la Serna, a los que se suman Joaquín Furriel y Luciano Cáceres, quienes están desaprovechados por el bajo perfil de sus personajes, pero igualmente convincentes aun desde lo pequeño.
“Cien años...” exhibe un diestro conocimiento de los mecanismos narrativos a la hora de sostener el suspenso y la atención del espectador, aunque se echa de menos el sello de un “plus” que le permita despegar de esos buenos productos industriales, disfrutables durante la proyección pero que se volatilizan prontamente en el recuerdo.