Ejiofor es un negro emancipado, pero cae en manos de unos traficantes y es vendido como esclavo. Estamos en los años previos a la Guerra Civil. Y estará doce años, golpeado y desesperado, rodando entre plantaciones rotosas del sur profundo. Filme académico que no agrega nada nuevo a un tema que Hollywood, recargado de culpas y estereotipos, cada tanto retoma. Es prolijo y se mantiene en los límites de lo políticamente correcto. Es cruel y no ahorra torturas, pero no va más allá de ser un muestrario condescendiente y muy calculado sobre las penurias de este violinista bueno, culto y abnegado, un padre de familia a quien la esclavitud le quitó parte de su vida y de su dignidad. El filme entretiene pero no conmueve. Está bien ambientado y la historia, basada en un hecho real, interesa. Pero hay algo de catálogo de calamidades en estas imágenes que no transmiten ni la espesura de tanto dolor ni las profundas implicancias del tema. Steve McQueen parece regodearse en registrar en detalle los castigos físicos, pero su mirada no es rigurosa y sus personajes son muy esquemáticos y demasiado conversadores. Solo en algunos momentos (pocos) el filme se olvida de su cuidada puesta en escena para dejarnos algunos pincelazos sutiles sobre ese horror: el protagonista está colgado de un árbol y un plano largo registra la indiferencia de los otros negros. Es una secuencia implacable y silenciosa, una muestra de que el terror ya había aniquilado no sólo las espaldas sino también el alma de esos esclavos que tenían prohibido hasta la piedad.