Para su ingreso al mundillo de Hollywood el realizador británico Steve McQueen vuelve a retratar una historia real (como lo había hecho con su opera prima Hunger). Se trata de un recorte de la vida de Solomon Northup, un hombre negro que era libre antes de la abolición de la esclavitud y pese a ello fue secuestrado y esclavizado a lo largo de un decenio.
McQueen es un cineasta talentoso, y en 12 años de esclavitud esto queda de manifiesto en todo momento. Hay rigor en las actuaciones (muy merecidas la nominaciones de Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender y Lupita Nyong’o) y en el tenor del relato, así como un ritmo cadencioso y constante que permite el disfrute de la obra. El director se muestra especialmente hábil a la hora de reconstruir cinematográficamente un espacio determinado (en este sentido es notable la secuencia en la que el protagonista permanece colgado).
Pero da la sensación de que esta película llega algunos años tarde. En las últimas temporadas hubo una serie de filmes que abordaban la temática de la esclavitud como gestas políticas (Lincoln), colectivas (Django sin cadenas) y hasta una actualización social de la problemática a través de los descendientes de esos esclavos (Historias cruzadas). En ese contexto esta batalla de un solo hombre reviste un interés algo menor.
Por ese motivo señalaba al comienzo del artículo que lo que se representa en escena es tan solo un recorte de la vida de un hombre. La historia de Solomon tiene aristas mucho más interesantes, como es su activismo político. Northup se convirtió en activista del movimiento abolicionista que brindó conferencias y ayudó a otros esclavos fugitivos pero Steve McQueen solo lo menciona fugazmente en una serie de frases que aparecen antes de los créditos de cierre
12 años de esclavitud alcanza el clímax de emotividad sobre el final del relato, es entonces cuando puede sensibilizar profundamente al público. Porque esa es la apuesta y esos son los logros de esta película: emoción y rigor. Algo menos que en la obra precedente de Steve McQueen, algo más que la media del cine estadounidense.
Por Fausto Nicolás Balbi
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