Los infortunios de la virtud
Abandono por un momento la comodidad de los títulos habituales en estas reseñas, que aluden en general a letras de canciones. En este caso lo que se cita es un libro del Marques de Sade. El sadismo es esencial en la incómoda película que nos ocupa, ya que se lo denuncia y a la vez se lo exhibe con fervor.
La libertad es el tema central en la filmografía del director Steve McQueen (que, hay que volver a decirlo, nada tiene que ver con el mítico actor). Hunger (2008), su trabajo más logrado, trataba sobre una huelga de hambre en la cárcel. Luego vino Shame (2011), en la que el protagonista (el mismo de Hunger, Michael Fassbender, también presente en 12 años) estaba atrapado en su propia adicción al sexo. Su nueva película es una mirada a las penurias de la esclavitud en norteamérica, aunque el foco está puesto en un solo caso, el de Solomon Horthup, quien nació libre en el Norte y fue engañado, secuestrado y llevado a trabajar a una plantación de algodón en el Sur. Se trata, una vez más, de un hecho real, pero hay un desbalance entre ese caso particular y el de el resto de los esclavos, que operan más como un telón de fondo. Solomon se siente menos esclavo que el resto. Circunstancias muy adversas lo han llevado a ese lugar, cuestiona la injustica de su condición, pero no tanto la de sus pares. Y hasta sus propios amos lo tratan de manera diferente. Esa ambigüedad es interesante. No todo es blanco y negro.
Solomon sufre pero a la vez es testigo del sufrimiento de otros, que finalmente lo conmueve. Su estrategia de supervivencia es la simulación, evitando en lo posible confrontar o revelarse. Y la sostiene a pesar de todo. Ese todo consiste en una serie de crueles maltratos físicos y psicológicos que parece interminable y ciertamente se vuelve agotadora. Ese exhibicionismo en la tortura se vuelve el costado más discutible del film.