Sobre héroes y tumbas Chris Kyle se ha convertido en el último gran héroe americano. Una leyenda real amparada en su efectividad para asesinar a distancia, un especialista al que se le contabilizan 250 muertes (incluyendo mujeres y niños). Pero parece que Kyle fue eso y mucho más: un soldado tardío y obsesionado con sus objetivos, un cowboy de Texas, un compañero leal, un hombre de familia. Abordar todas esas piezas de rompecabezas podía ser un interesante punto de partida, sobre todo en manos de un director que ya ha dado sobradas muestras de su capacidad para retratar situaciones ambiguas sobre el heroísmo, pero en este caso prácticamente no hay zonas grises. Una escena inicial en la que Kyle debe eliminar a un niño que se vuelve una amenaza es seguida por una serie de situaciones que pretenden justificar lo injustificable. Es más que probable que el francotirador esté convencido de que sus acciones salvan muchas otras vidas (de las vidas que cuentan para él). Pero todo da a entender que el viejo Clint comparte ese punto de vista. El presunto llamado a la reflexión inicial queda anulado y el espectador, como un marine paseando distraído por Irak, cae en una emboscada en la que lo único que sobrevive es la eficacia del estilo narrativo clásico de Eastwood. Eficacia que le permite regalar un par de escenas bien resueltas, sobre todo cuando Kyle encuentra a un rival de su altura y el duelo entre ambos se vuelve western. En La conquista del Honor y Cartas de Iwo Jima, ambas del año 2006, Eastwood supo explorar la diversidad de puntos de vista y la manipulación de los hechos heroicos. Ahora deshace y descontextualiza simplificando al máximo. Lo mismo le había ocurrido a Kathryn Bigelow, que paso de la interesante observación de Vivir al límite (2008) a la justificación tramposa de La noche más oscura (2012) (ver nota en este blog). Si las andanzas de Kyle son un inesperado éxito de taquilla en su país se debe precisamente a una lectura simple de exaltación de patriotismo y no a la exploración de un personaje con luces y sombras que en realidad nunca aparece. Se ha hablado bastante de la pereza de Eastwood en la escena del bebé de plástico, pero eso es apenas un recurso. La falsedad pasa por otro lado, mucho más peligroso.
Volver Luke ha desaparecido, por razones de fuerza mayor. La república muestra su lado endeble, sin caballeros Jedis que la defiendan. De las cenizas del viejo imperio surge la Nueva Orden, para restaurar el poder del Lado Oscuro. Ese contexto es la excusa perfecta para barajar y dar de nuevo. Ya no está Lucas, y Disney es la Nueva Orden anhelando el poder perdido. En medio de decisiones puramente comerciales, acierta al poner al frente proyecto a J. J. Abrams. Porque Lucas será un gran creador, pero Abrams es mejor intérprete, y con oficio le hace frente al desafío con convicción y cariño, sin colgarse demasiado de las viejas glorias pero sin despegarse nunca del libreto original. Más cerca de la remake que del relanzamiento, la película se integra con coherencia con el universo de la trilogía original, ignorando por completo a la segunda trilogía y su festival de excesos (de vestuario, diseño y digitalizaciones innecesarias). Se vuelve a lo básico, contar una historia con el ritmo exacto y los intérpretes adecuados. Sin que sobre ingenio ni originalidad, pero con más humor y sentido del tiempo, Abrams sale fortalecido de la experiencia. Los espectadores podrán estar agradecidos, los nuevos, pero sobre todo los viejos, aquellos que supieron vincularse con esos personajes creíbles y esos mundos increíbles, y que atesoran recuerdos de la infancia, esa galaxia muy lejana.
La isla de la distopía Hay gente demasiado empeñada en repetir los errores del pasado. Lo que falló catastróficamente en los años 90 puede volver a fallar hoy. Un proyecto consolidado a fuerza de criterio y voluntad se ve seriamente amenazado por la especulación de unos pocos que priorizan el beneficio económico antes que el bienestar de la mayoría. La referencia por supuesto tiene que ver con el Parque Jurásico, que a pesar de todo lo acontecido hace 22 años vuelve a instalarse en la Isla Nublar, allí donde el magnate John Hammond diseñó lo que creyó que era el sueño cumplido de cualquier chico, sueño que pronto se transformó en pesadilla. Tras aquel fracaso el proyecto fue retomado, los avances tecnológicos forjaron un complejo turístico tan espectacular como confiable, pero los inversores, en lugar de disfrutar lo logrado, no han tenido mejor idea que desarrollar una nueva especie de dinosaurio, mucho más inteligente, grande y letal. Como no podía ser de otra manera, el experimento sale muy mal. De no ser así, no habría película. El espectáculo está servido, con ecos del viejo Hollywood. Todos los intérpretes acompañan con justeza en el rol que les cabe, y cada escena está resuelta con indudable pericia. A diferencia de los responsables del parque, los productores de la película si saben montar un gran espectáculo sin tomar riesgos innnecesarios. El resultado es satisfactorio, a pesar de que la premisa que hace avanzar la trama es en extremo absurda. A veces la realidad puede superar a la ficción y las premisas absurdas son las que triunfan, y hasta las mejores cosas pueden desaparecer.
La vida de los otros Rafa es andaluz, muy andaluz. Amaia es vasca, en extremo. Rafa vive en el sur, en Sevilla y Amaia en en el norte, en Argoitia (locación ficticia, que representa una summa de todo lo vasco). El escenario es una colección de lugares poco comunes. Rafa y Amaia no se llevan nada bien, son opuestos que se atraen sin saber bien porqué. Por una serie de forzados enredos deben convivir unos días y aparentar ser una pareja a punto de casarse. Rafa tiene que hacerse pasar por vasco para congraciarse con el padre de Amaia. La trama es una colección de lugares comunes. Con esos elementos, simples pero efectivos, se ha gestado la película española más taquillera de toda la historia (nada menos que 10 millones de espectadores). El fenómeno, a pesar de su acentuado localismo, cruza fronteras. En Argentina también ha sido un éxito. Habría que ver si una película sobre un cordobés que debe esconder su acento y hacerse pasar por santiagueño podría tener algún resultado fuera del país. Más allá de lo específico de las referencias, y de la fórmula probada, queda una película eficaz y disfrutable, que respira y se vuelve entrañable de la mano de sus intérpretes
Mancebocracia Josh y Cornelia acaban de pasar los 40 y están ahí, al filo de una crisis, viendo como algunas oportunidades se les empiezan a escapar. Afrontan conflictuados esa edad aún temprana en que empieza a ser tarde pero no tanto para ciertas cosas. La paternidad es el dilema mayor que se multiplica en otros menores. Entablar amistad con una pareja mucho más joven y despreocupada parece ser la salvación, pero el Divino Tesoro de la juventud esconde su propia oscuridad. El encantamiento por el desprejuicio deviene en alarma. Los jóvenes saben como manipular, la ingenuidad está en otro lado. La brecha generacional se degenera. Noah Baumach, que empezó como co-guionista de las mejores películas de Wes Anderson y siguió con una interesante carrera como director, sabe a donde apuntar, y acierta en la mayoría de los casos. La levedad inicial y la acumulación de neurosis que emparentan su trabajo con el Woody Allen más efectivo de los 80 están ahí pero van cediendo lugar a una mirada irónica sobre el lugar privilegiado que se le da a la juventud como valor en estos tiempos.
No todo está escrito Marc Lawrence es un eficaz creador de comedias románticas que nunca escapan del todo a la fórmula, ni lo intentan. Hugh Grant, eternamente atribulado, es el vehículo ideal para llevar adelante las propuestas de Lawrence. Y Marisa Tomei es perfecta para todo lo que se proponga. La combinación da un producto que no puede fallar, y no falla. Exigir más es no estar dispuesto a jugar con las reglas del género. Keith Michaels (Grant) tuvo su momento de gloria cuando gestó un guión perfecto para una película inolvidable, pero quince años después acumula fracasos personales y profesionales a la sombra de lo que alguna vez fue. Ya no puede ni pagar las cuentas y debe aceptar un empleo que le resulta indigno, ser docente en una universidad remota. Su irresponsable plan de trabajar en piloto automático se desvanece cuando empieza a involucrarse de manera genuina con su tarea y sus alumnos. La redención está servida. No hay alerta de spoiler que valga cuando el determinismo del género hace que uno disfrute igual aunque se advierta claramente el final. Lo que importa, lo que no está escrito, es el cómo. Es en ese espacio reducido en donde Lawrence se siente más cómodo.
Vuelven los lentos David Robert Mitchell entrega una obra que navega saludablemente a contramano de casi todo el previsible cine de terror que viene de Hollywood. Nada de cámara en mano y falso documental, mejor volver a las fuentes, con planos extremadamente cuidados y muy buena dirección de fotografía. Y una revisión de uno de tópicos más transitados del género, el despertar sexual devenido en situación de peligro, tratato con tanto criterio que resulta nuevo. Una curiosa maldición pesa sobre la vida de Jay. Alguien, o algo, la sigue. Eso que no la deja en paz adopta formas diversas, y puede llegar a ser mortal. Un curioso fenómeno cuya transmisión es sexual. La única salida es pasarle el mal a la próxima víctima, y hay una sola forma de hacerlo. Los protagonistas también son seres de otro mundo, y otro tiempo, pero no debido a la fantasía de la trama. El mundo reflejado en la película es el de principios de los 80. La historia está conceptualmente instalada en un tiempo distinto, lo cual refuerza la sensación de extrañamiento y ambigüedad, y hasta conecta con la paranoia del SIDA de la misma época. Más allá de la referencia central al cine de Carpenter, y un guiño a Dejame Entrar con la escena de la pileta, hay toda una tradición de cine clásico de suspenso que Mitchell decide seguir. Y desde ahora habrá que seguirlo a él. No nos va a defraudar.
Una noche en La Tierra Nick Cave anda dando vueltas por este planeta hace ya bastante tiempo. 20.000 días para ser exactos. Entre tantas cosas que han llamado su atención más allá de la música están los guiones de cine, con un par de colaboraciones para su compatriota John Hillcoat. Y ahora se ocupa de escribir y protagonizar esta película de Iain Forsyth y Jane Pollard que se aleja de todos los lugares comunes de la biografía para contar de una manera lateral y muy atractiva la vida del propio Cave. Pero esto es apenas una excusa para asomarse al misterio del proceso creativo de un artista. La legión de fanáticos del australiano podrá disfrutarla pero lo mismo sucederá con los que no lo conozcan.
La banalidad del mal Eran personas normales, a pesar de los actos que cometieron. Actos que devuelven la imagen, deforme y brutal, de los años previos a la democracia. Un mundo con servicios en lenta retirada, vicios palpables, y una insana vocación por ocultarlos. En ese marco de clase media alta de San Isidro a principios de los ´80, el foco está puesto en el funcionamiento de una familia, particular y emblemática. Coordenadas muy precisas para Trapero, que apuesta por primera vez a seguir los lineamientos de una historia basada en hechos reales. Una novedad que enmascara su obsesión de siempre, meterse con las instituciones para analizarlas desde adentro. Y lo hace con las armas habituales, rigor narrativo y planos largos y cuidadosamente coreografiados, hasta llegar a una escena final que no conviene adelantar pero que dará que hablar y quizás genere polémica. Película incómoda de ver y de hacer. Todo queda en familia, desde la Rotisería devenida dólares mediante en local top de venta de artículos náuticos hasta el negocio real de secuestrar amigos y conocidos. Hay un afán casi didáctico por retratar cada caso, con nombres y fechas, como para que todo quede claro, pero el centro es el melodrama familiar de un hijo que no puede, no sabe o no quiere escapar de la órbita de su padre aunque lo cuestione (es notable el trabajo de Lanzani para encarar un personaje vulnerable y ambiguo). Arquímedes Puccio se mueve bien en su mundo, y Francella se esfuerza por desactivar sus rasgos distintivos y componer a ese personaje antipático y manipulador pero que la vez se muestra amable y comprensivo con los suyos. El resto de la familia no interviene demasiado pero acompaña cómplice. Sus motivaciones quedan en segundo plano. Más interesante es la exposición de los vínculos de Puccio con militares y con otras bandas de secuestradores que operaban en ese momento, y que le daban la libertad necesaria para actuar de esa manera en apariencia tan temeraria. Ese entramado de complicidades explica en cierta forma una historia que, si no fuera cierta, sería inverosímil. Pero todo es posible cuando todos deciden mirar para otro lado.
Costumbres argentinas El Patón Bonassiolle es el volante central de Talleres de Remedios de Escalada. Es también el capitán y el emblema del equipo. Adrián Biniez, encara su historia con solvencia, retratando con amabilidad el juego brusco del Patón, reflejando con lirismo su rusticidad. El director ya había tenido un debut Gigante y ahora opta otra vez por una historia mínima. La de un jugador con empeño pero sin demasiadas luces que está a punto de retirarse. Pero en el medio (y el medio es el motor de esta propuesta) hay otra historia, la de la relación del Patón con su mujer, que es la que genera los mejores momentos de la película. Más allá de que los protagonistas, Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg, sean pareja en la vida real, hay una química y una verosimilitud que saben trasladar a sus personajes, volviéndolos creíbles y queribles. Como en cualquier sacrificado equipo de ascenso, los personajes secundarios acompañan y ayudan sin desentonar. Mención especial para Néstor Guzzini, el actor de Tanta agua compone a una especie de Caruso Lombardi en desgracia. Con El 5 de Talleres Biniez demuestra habilidad para amagar al costumbrismo, a la comedia y al drama y resolver por su cuenta, sin hacer una de más. Cultiva el medio tono sin remedios ni escaladas.