Sangre, sudor y lágrimas
Steve Mcqueen (todavía hay quien le confunde con el mítico actor estadounidense) es un realizador de origen británico formado en el terreno del video arte vanguardista que alcanzó fama y prestigio en 2008 gracias a su aclamada ópera prima Hunger (vista en algunos Festivales de cine argentinos) que, entre otros, le sirvió para ganar el Premio Cámara de Oro de Un Certain Regard en el Festival de Cannes.
Siempre acompañado de su inseparable actor fetiche y reciente megaestrella Michael Fassbender, el director repitió elogios y parabienes con su siguiente trabajo, Shame: sin reservas, por lo que su salto a terrenos hollywoodienses era tan sólo cuestión de tiempo. Y parece ser, por la cálida acogida de público y crítica a 12 años de esclavitud -su primer trabajo en tierras americanas- que ha entrado con muy buen pie, ya que se habla de este film como uno de los firmes candidatos a alzarse con un buen puñado de estatuillas en la próxima edición de los Oscars.
Basada en un hecho real ocurrido en 1850, narra la historia de Solomon Northup, un músico negro que vivió con su familia en Nueva York hasta que fue secuestrado y vendido como esclavo en una plantación del sur de Louisiana. Durante más de una década, sufriría multitud de vejaciones y humillaciones por parte de una serie de amos (massas) que lo trataron como si fuera un animal. Aunque no se trata de la primera película sobre el tema de la esclavitud en los EEUU (ahí están títulos como la clásica Mandingo o la más reciente Django sin cadenas, sin olvidarnos la mítica serie de televisión de los años setenta Raíces), puede afirmarse que es una película que aborda el tema sin ningún tipo de tapujos ni limitaciones ante la cámara. Así, las escenas de latigazos y demás muestras de violencia física son tan crudas como escalofriantes.
Desde un punto de vista épico, la película narra lo que ocurre cuando se obliga al cuerpo y a la mente a actuar por encima del límite, y el resultado del conjunto visto en pantalla es simplemente espectacular. No hay que olvidarse cuando se nombran las virtudes del film de la presencia de un elenco actoral en auténtico estado de gracia. Empezando por el protagonista, un sublime Chiwetel Ejiofor (visto en Gánster americano y Niños del hombre), quien aguanta el peso de la acción mediante una actuación matizada y apabullante. Especialmente en secuencias como en la que debe azotar a su compañera de penas o en aquella otra en la que, rompiendo en mil pedazos la cuarta pared cinematográfica, fija su dura y brutal mirada en el impertérrito pero arrepentido espectador; siguiendo por una pléyade de grandes actores contrastados, que cumplen a la perfección su cometido: el obligado Michael Fassbinder, en otra interpretación impresionante (y van…); el emergente Benedict Cumberbatch (en un papel no muy extenso pero que le permite lucirse igualmente); el guapo Brad Pitt (quien ejerce a su vez labores de productor y a quien se le ha encomendado el rol de bueno de la función, lo que no le favorece en demasía) y otros de la talla de Paul Dano, Paul Giamatti o Sarah Paulson; y finalizando con la que para quien suscribe es la auténtica revelación de la función: la joven actriz Lupita Nyongó, quien nos regala un auténtico recital interpretativo sobre todo en las escenas más duras del film.
Los seguidores más acérrimos de Steve Macqueen, aquéllos que gustan de su estilo visual más aséptico y neutro, quizás no estén muy contentos con que el cineasta haya primado en esta ocasión más el contenido que el continente, en una clara muestra de domesticación por parte de una industria, la americana, que no suele ser muy amiga de artificios y experimentos. Aquí la estructura narrativa de 12 años de esclavitud es lineal y simple, pero no por ello el desarrollo de la trama pierde un ápice de su fuerza y brío.