Para nosotros la libertad
Fuerte candidata al Oscar, es un filme sobre la degradación, con fuertes imágenes.
Steve McQueen, salvando todas y cada una de las distancias, tiene algo en común con el fallecido Stanley Kubrick.
Ambos sostienen en sus películas que la maldad anida en todo ser humano, y puede surgir, brotar de manera inesperada y bajo distintas formas, a veces como locura, y en cualquier momento.
El joven realizador británico de color, que ya hizo Hunger (sobre los vejámenes a un preso del IRA) y Shame: sin reservas (sobre una compulsiva adicción al sexo) aborda el racismo en 12 años de esclavitud. Y sobre el protagonista, Solomon Nothrup, se descargan todas las torturas, físicas y psicológicas en una época que en los Estados Unidos tienden a querer olvidar. Cuando la esclavitud era legal y, si cabe el término, normal.
Engañado, emborrachado y secuestrado, el hombre se despierta alejado de su familia y vuelto esclavo en una plantación en el Sur. Músico y hombre letrado, Solomon no puede creer y menos entender el calvario por el que está atravesando. Pero si se rebela, sabe que lo castigarán, o le harán cosas peores.
Basada en una historia real, el debate que plantea la visión de la película no es tanto si es o no merecedora del Oscar por su posición políticamente correcta, sino si se justifica la crudeza con que McQueen muestra la violencia a la que se somete a Solomon y otros esclavos, su manera de exponer la degradación humana.
Ya lo había explicitado en sus dos películas anteriores, así que no debería sorprendernos. McQueen estudió arte y diseño, y sus películas tienen, siempre, una lograda combinación entre el armado estético de la imagen y las actuaciones.
No podría acusárselo de regodearse con la tortura y el maltrato, aunque la crudeza que exhibe -¿en busca de verosimilitud o de hacer partícipe al espectador?- bien puede lograr el cometido contrario.
La utilización de planos secuencia, con la cámara rodeando y balanceándose alrededor de los personajes, da mayor fluidez al relato. Pero sin la fiereza y lo visceral de la actuación de Chiwetel Ejiofor otra sería la historia, lo mismo puede decirse de Lupita Nyong’o. Michael Fassbender, habitual en el cine de McQueen, es el más pérfido amo. Y si hay muchos más talentos en papeles secundarios (Paul Giamatti y Paul Dano como malvados, el muy de moda Benedict Cumberbatch como bueno), el aquí productor Brad Pitt se quedó con el personaje más bueno. El del hombre blanco que ve lo que ningún otro en ese manojo de nervios, expresividad y dolor que es Solomon.