Después de un comienzo autocomplaciente -el color de la piel del protagonista parece solo una curiosidad a mediados de 1800, en medio de una población mayoritariamente blanca- “12 años de esclavitud” entra de lleno en el horror de esa práctica, legal en esa época en los estados del sur de Estados Unidos, pero no en el norte. Lo hace de la manera más cruel: la traición. Solomon Northup, negro, libre y músico, es estafado, separado de su familia, vendido como esclavo y enviado al sur. La historia de Solomon es real y la dejó escrita en un libro del mismo título. El director Steve McQueen (“Hunger”, “Shame”), la rescató del olvido y obtuvo una película impactante, cruel y conmovedora. “12 años...” muestra su parentesco estilístico y narrativo con los filmes anteriores del director -en los tres casos a cargo de Michael Fassbender-, más cercano al cine de autor e independiente que al industrial, como el plano secuencia, el detalle, los silencios y un gran trabajo de edición de sonido, fotografía y montaje.
En el último año dos películas se dedicaron a explorar desde distintos puntos de vista la esclavitud, “Django sin cadenas”, de Tarantino, sobre la liberación y la búsqueda justicia por mano propia, y “El mayordomo”, de Lee Daniels (dos Oscar por “Preciosa”) con una historia inversa, la de un hijo de esclavos que viaja al norte progresista y asciende en la escala social sin olvidar su pasado. Pero en “12 años...”, Solomon no tiene tiempo para pensar en una revancha, justicia o progreso: solo intenta sobrevivir. Y si lo logra, quizás, recuperar su dignidad.