Un nuevo carnaval criminal.
La primera entrega de la saga se centraba sobre una familia que se defendía de un ataque a su casa. La segunda reunía a un grupo de desconocidos intentando sobrevivir a través de la ciudad, y ésta termina de explicitar el trasfondo político que siempre subyació a la saga.
Wikipedia define a The Purge como una saga “de horror y acción de ciencia ficción social”. Suena a un abuso de la sumatoria de palabras, pero no podría concebirse fórmula más precisa. En el futuro próximo imaginado por el guionista y realizador James DeMonaco para esta serie fílmica iniciada en el año 2013, la nueva clase política que rige a los Estados Unidos ha hallado un modo tan radical como paradójico de pacificar a la sociedad. Consta de la llamada “depuración”. Durante una noche al año los ciudadanos tienen derecho, en una suerte de carnaval criminal, a cometer todas las tropelías imaginables sobre el prójimo, incluidos el saqueo, el crimen y la tortura. La primera entrega de la saga, que aquí se conoció en DVD, se centraba sobre una familia que se defendía de un ataque a su casa. La segunda, estrenada en cine como 12 horas para sobrevivir, reunía a un grupo de desconocidos intentando alcanzar lo del título a través de la ciudad, y ésta termina de explicitar el trasfondo político que siempre subyació a la saga.
La profusión de armas de todo calibre, la paranoia extrema, el festival de tiroteos, un hombre negro perseguido por una patota de jóvenes blancos ricos y, sobre todo, la provocativa idea de una Estados Unidos refundada por unos nuevos Padres de la Patria que daban vía libre al crimen más perverso hacían de la primera de la saga una alegoría extremadamente perturbadora y claramente alusiva. La segunda daba un paso más, con una repulsiva fiesta de ricachones que todos los años se reunían para cazar y matar pobres, y su contracara, un grupo de resistentes que denunciaban a La Depuración como una forma de limpieza social y se oponían a ella armas en mano. Ahora es tiempo de elecciones y los Nuevos Padres Fundadores, que quieren mantener el orden establecido y están convencidos de que la justicia social es una idea en la que sólo una manga de estúpidos puede creer, tienen su propio partido y su candidato, un ministro protestante que todas las noches de Depuración preside, en una iglesia de Washington, una serie de sacrificios públicos.
Al Partido de los Padres Fundadores se le opone la senadora Charlie Roan (Elizabeth Mitchell), candidata liberal cuya principal promesa electoral es terminar con la Depuración. Sus razones son ideológicas, pero también personales: dieciocho años atrás fue obligada a presenciar, un 21 de marzo, el exterminio de todos los miembros de su familia. Liderados por el repulsivo Caleb Warrens (Raymond J. Barry, veterano secundario de montones de thrillers y films de acción), los miembros del PPF están muy nerviosos ante el ascenso de “la conchuda” en las encuestas (¿suena a algo conocido?), por lo cual se proponen recurrir a “medidas extremas” en la próxima noche de Depuración, para no permitirle llegar viva a la elección. Rodeada de su gente de seguridad, al frente de quienes se halla Leo Barnes (que en la entrega previa había estado a punto de cometer una “purga”, arrepintiéndose a último momento), la senadora se abroquela en su casa. Como es de imaginar, habrá una filtración de seguridad y ése es sólo el comienzo de la guerra, que será sangrienta.
En las películas anteriores, DeMonaco, que tiene apenas una película previa y ninguna otra además de las de esta saga, se había mostrado tan certero con el procesador de palabras como en el campo de batalla del set. Aquí lo confirma, multiplicando subtramas convergentes y no dejando que el fuego se apague a lo largo de los 105 minutos del metraje. Fábula populista, la mayor parte de El año de la elección tiene lugar en dos espacios simbólicos: la residencia de la candidata y el modesto minisúper de barrio de un morocho, donde trabaja un joven inmigrante mexicano y donde suelen caerse a matar el tiempo libre otro morochón jubilado y una latina, alguna vez pesada legendaria y ahora retirada. Todos ellos –emblemas de la clase de gente a la que los miembros del PPF quieren borrar de la faz de la tierra y la senadora Roan defiende– terminarán haciéndose uno con su candidata, en una literal unión en la acción. Y atención, mucha atención a la relación que se establece, sobre el final, entre el inmigrante mexicano y el líder del PPF, porque se trata de la más extrema proposición pública apenas veladamente anti-Trump que se haya hecho hasta la fecha.
Es verdad que la explicitez política le quita sugestión y por ende poder perturbador a esta tercera parte de The Purge. Era mucho más chocante cuando en la primera los vecinos querían asesinar a la familia protagónica porque envidiaban su éxito económico, o los ricachones babeantes de crimen de la segunda parte, que este enfrentamiento político derivado a la sangre, algo finalmente no tan monstruoso, por habitual. Aun así, DeMonaco mantiene la presión alta de una punta a otra del metraje, con escuela clásica, ideas revulsivas (el “turismo criminal” de visitantes extranjeros) y pinceladas de exuberancia: el legendario monumento a Lincoln y una pintada que dice purge en la misma imagen, una guillotina que trabaja a pleno en un pasaje, una patotita sangrienta de party-teen-girls asesinas a bordo de un auto todo tachonado de lentejuelas brillantes, y un sacerdote del infierno, con pinta de Nosferatu.