Maldita noche
El contexto sociopolítico del filme, con clichés y moralinas cuestionables, lo vuelve más perturbador.
Purgar y purificar. Los verbos de 12 horas para sobrevivir: el año de la elección, tercera entrega de este filme en serie dirigido por James DeMonaco, siguen siendo los mismos. Pero el contexto socio político en el que se inserta esta película plagada de clichés y moralinas cuestionables, vuelve a su historia más perturbadora y atrapante que sus antecesoras.
Hablamos de lazos de verosimilitud, de la cantidad de paralelismos que afloran en este thriller y alegoría social. Más allá de su factura, el contexto electoral es sin duda un acierto. Adquiere así un carácter terrorífico por vía doble.
Esta vez, la batalla política se adueña del trasfondo de esa sociedad distópica en la que una vez al año, por decisión del partido gobernante, durante 12 horas, cualquier crimen es permitido. La purga. Ni más ni menos que un sistema para eliminar pobres impulsado por el partido de los “purificadores” que ve amenazada su herramienta de control social por el ascenso de la senadora Roan (Elizabeth Mitchell), una firme candidata protegida por Leo Barnes (Frank Grillo), un viejo conocido de esta saga.
Hay dos planos entonces. El político, donde la senadora es el objetivo de la purga, y el social, donde mercenarios, comandos, turistas de la muerte salen de cacería en una lucha de pobres contra pobres exagerada con una sobredosis de humor. Allí, en ese otro nivel, están los trabajadores, los negros y los latinos amenazados por esta demencial implicancia del capitalismo, de los conflictos raciales, de la disponibilidad absoluta de armas con permiso para matar. ¿Les suena?
Dirán que la elección se define en Florida, y Marcos, un mexicano sin papeles, contará que aprendió a sobrevivir en Ciudad Juárez, porque allí siempre es día de purga.
Claro, en esos mundos se cruzan, al de los sobrevivientes se les suma la opción del comando revolucionario, que busca acabar con el gobierno por la vía violenta mientras la rubia senadora pretende ganarles en las urnas. La sátira exagera su intención moralizadora mientras vuelve identificables a estos Donald Trumps futuristas (hay frases copiadas de sus discursos) y cuasi panfletario el hecho más que simbólico de ubicar a una candidata rubia como salvadora de negros y latinos.
Un thriller en el que la violencia, el humor, y la regla brutal en la que basa su argumento encuentra más problemas en términos de suspenso que en la alegoría que transmite más por la naturaleza del contexto que por sus propios argumentos.