Escrita y dirigida por su creador, James DeMonaco, la tercera parte de La noche de la expiación introduce pocos elementos respecto de la idea original, pero esta es suficientemente buena para resistir secuelas y se alimenta de las actuales circunstancias en la política norteamericana. En un futuro distópico, los Estados Unidos son gobernados por una casta, Los Nuevos Padres Fundadores que, además de representar los aspectos más clasistas, racistas e intolerantes, sostiene una filosofía de reducción poblacional (la misma que abonan “filántropos” como Bill Gates) y tiene su propia solución: una vez al año, durante 12 horas los ciudadanos están legalmente validados para matar cuanto y como deseen. La idea es que un ciudadano sacado es un ciudadano manso durante el resto del año.
Claro que las doce horas arrancan a las 24, para hacer la carnicería nocturna tan slasher sangriento como de terror a la antigua. El año de la elección ocurre en momentos en que una candidata presidencial quiere acabar con la purga. Por eso, antes de que la senadora Charlene Roan (E. Mitchell, la rubia “milf” de Lost) ocupe el sillón de George Washington, la elite de Padres Fundadores prepara una purga en la puerta de su casa, con neonazis, banderas confederadas, chicas católicas con motosierras y rusos vestidos de Lincoln (un Halloween que se fue de mambo). Roan, alerta, contrata al ex policía Leo Barnes (Frank Grillo) para armar un equipo defensivo y sobrevivir las 12 horas. La tercera parte no tiene el efecto sorpresa de la primera, con Ethan Hawke, pero abundan escenas de buen suspenso y la idea se justifica con este escandaloso año electoral. Eso sí, por favor, que no haya cuarta.