Pesada herencia
Cuando una serie de películas llega a una cuarta entrega el desgaste parece ser inevitable; no es el caso de la saga The Purge, que por el contrario ha incrementado su poder narrativo y hasta se ha animado a recrudecerse sin miedos. El freno cronológico de sus creadores es la columna vertebral de 12 horas para sobrevivir: El inicio porque lleva la historia a un grado cero, sobre cómo un experimento fascista (llamado la purga) de un gobierno nace para tapar una realidad económica agobiante. Durante una noche al año el Gobierno permite de manera legal que se cometan todo tipo de crímenes (incluido el homicidio) sin que intervengan las fuerzas de seguridad. Para la prueba piloto se elige Staten Island, una zona de Nueva York rodeada de barrios de clase baja. La locación es ideal para implementar este siniestro experimento, más aún si a los habitantes se les concede una gratificación monetaria para permanecer en el lugar, la cual se incrementa si participan activamente durante la purga. El high concept creado por James DeMonaco con La noche de la expiación (2013) fue puesto en valor en cada película de esta saga porque trabajó de manera inteligente diversos géneros, aplicándolos en diferentes perspectivas sobre el asunto. En la primera se explotaba la premisa bajo el contorno de una película de encierro, en la segunda se amplificaba el miedo a unos personajes que buscaban sobrevivir en la calle, en la tercera la trama giraba sobre la dimensión política aunque sin prescindir de una arista violenta y visceral.
Una de las particularidades (y logros) de esta cuarta parte se halla en la articulación de géneros sin dejar expuestas las costuras. Hay un primer acto de tensa calma con presentación de personajes, de espacios sociales y, en términos de guión, de algunos set up y foreshadowings; todo en su conjunto se lo puede pensar como película de terror. Un terror formalmente contorneado por operaciones visuales inteligentes, desde detalles (ejemplo: los ojos de los personajes que deciden participar para cobrar un “plan” del Gobierno) hasta el uso de una cámara narrativa, factura del fotógrafo Anastas N. Mitchos. Ya en el segundo acto la historia vira hacia la acción más urbana, en una disputa entre un narco local que decide quedarse para cuidar el negocio y su ex pareja, una activista en contra de la purga. En esta fase de la película, McMurray (con un solo crédito anterior como director) propone una acción artesanal, más propia de otras cinematografías y, también, de otros tiempos de Hollywood. La última parte exhibe el costado más violento por la aparición de una variable en la ecuación en forma de mercenarios que tienen el objetivo de torcer los resultados parciales del experimento; la guerra del vale todo se impone. DeMonaco (el autor intelectual de la franquicia que aquí solo figura en los roles de guionista y de productor) también conoce el maridaje de influencias, y es por ello que en este último tramo mezcla algunas recurrencias del “cine de encierro” de la primera película de la saga con destellos de Duro de matar.
Como muchos fenómenos de la Historia del Cine (pensemos en el blaxploitation, por ejemplo), el cine de género llevado al extremo ha propuesto las mejores miradas sobre momentos sociales y políticos, principalmente por no pararse en la columna de la fábula o del cine de protesta más grueso. No hay dudas de que 12 horas para sobrevivir: El inicio es una película anti Trump, ni tampoco de que es a la vez la más contestaria, pero no pierde jamás su carácter lúdico ni expresivo en el uso discursivo de su posición ideológica sobre el cine actual. Aquí la medalla es para Jason Blum, quien desde su productora apuesta al mercado casi huérfano de la producción cinematográfica de mediano presupuesto. La saga de 12 horas… se ubica ya, con este nuevo eslabón, en una cadena evolutiva superior del cine explotation (¿un neo explotation junto a los films de la productora y distribuidora A24?) que nació cobijado por el cine de encierro hasta llegar a este monstruo maduro e híbrido de géneros textuales. Una película subversiva por la temática y también por mantener viva la llama del espíritu del cine que John Carpenter y Walter Hill (por citar solo dos casos) se atrevieron a hacer en tiempos de Reagan y Bush, período casi tan oscuro como el actual.