La saga de 12 horas para sobrevivir es un caso extraño dentro del cine fantástico norteamericano de los últimos años. Las, por ahora, cuatro partes fueron escritas por James DeMonaco quien como alumno atento de directores como John Carpenter y George A. Romero aprendió a usar el género como arma para hablar de cuestiones tantos políticas como sociales que ocurrían en su país. El cine de DeMónaco fue contestatario en una época donde no salían muchas películas de este estilo.
Pero que sea un alumno atento no significa que sea uno bueno y la saga es un claro ejemplo de ello. Tanto Carpenter y Romero eran sutiles cuando mezclaban la imaginería política con el terror, no necesitaban subrayarlo ni sobreexplicarlo como sí hace DeMonaco con sus guiones. Pero no es sólo eso lo que hunde a esta película, esos directores mencionados venían de una época turbulenta como los sesenta y la mayoría de sus obras salieron en la década del ochenta, década que estuvo marcada por la gerencia de Ronald Reagan y un cine conservador, purista, con películas sobre guerra y poco críticas. Una época en donde las películas mostraban gente rica con problemas menores y no veían lo que realmente pasaba al costado. Hacer un cine que mostrara la otra cara era sinónimo de valentía y de suicidio comercial y algo de eso les paso a estos directores. Pero el contexto social cambio.
12 horas para sobrevivir es una película “Anti-Trump”, en una época en donde el discurso oficial de Hollywood es justamente contraria al del actual presidente de Estados Unidos. No hay nada contestario, ni de rebeldía ni nada sino una agenda política.
Esta precuela dirigida por Gerard McMurray apenas tiene las suficientes escenas de acción como para volverla entretenida. El ritmo se resiente por culpa de personajes cuyos conflictos no son lo suficientemente interesantes. El único personaje que escapa a esto y más que nada por lo ridículo que es, es el interpretado por Rotimi Paul (Skeletor) cuya actuación es tan exagerada que se vuelve lo único rescatable y recordado. Lo contrario ocurre con Marisa Tomei, cuyo personaje no tiene la mínima relevancia a excepción de poner un nombre para vender.
Y hablando de acción, lo poco que hay es igual de desaprovechado, no tienen fuerza sus imágenes para lograr su efecto deseado. Esto se ve reflejado en un clíma mal construido y resuelto a las apuradas con un muy buen doble de Donald Trump como villano que sólo aparece en una escena.
12 horas para sobrevivir es una precuela de una saga que ya agotó todo lo que tenía para ofrecer y sólo sirve como trampolín para mostrar ideas políticas sosas. Que salga una más de estas es algo que no tiene explicación.