Seamos correctos
La secuela de La noche de la expiación es un poco más de lo mismo, pero logra profundizar en el universo que planteaba la primera película sin caer en las mismas torpezas narrativas, a pesar de mantener la corrección política como un estandarte imponderable. Esto, que también afectaba al primer film por sus salidas simplistas, se encuentra sin embargo más atenuado gracias a que la diversidad de personajes es mucho mayor y que existe un desarrollo considerablemente más orgánico con el concepto que se plantea.
Como sabemos de la primera parte, La noche de la expiación hace hincapié en las bondades de un acontecimiento anual llamado “La purga”, una noche en la cual la gente puede cometer cualquier tipo de crimen sin que exista una forma de detenerlo: no hay policía, no hay médicos, no hay medios de transporte, la ciudad permanece desierta y sus residentes buscan desesperadamente cualquier forma de protegerse de la furia de los que buscan “purgar” o, en caso de querer “purgar”, luchan a contrarreloj armándose con todo lo que tienen a su alcance para descargarse con las personas que tengan a su paso. A diferencia de la primera parte, que se encontraba nucleada en la familia de quien propiciaba dispositivos de seguridad para “La purga”, aquí el film amenaza con ser un relato coral (algo que hubiera beneficiado a la expansión de ese universo planteado por James DeMonaco) pero se va simplificando hasta volverse un relato más uniforme.
En primera instancia, tenemos a un tipo violento y descarriado que está armado hasta los dientes y tiene la necesidad de “purgar”, una pareja que se encuentra en una situación desesperada a minutos de que se inicie la “purga” y una familia de los suburbios precariamente preparada para el acontecimiento. Este mapa, que es mucho más rico que el planteado en la primera película, termina haciendo un film mucho más interesante ante los cuestionamientos morales que el concepto nos arroja al rostro. Por otro lado, el relato le da más relieve al horror que implica esta práctica al dar un trasfondo clasista donde se ve cuáles son los sectores que tienen más posibilidades de sobrevivir a la “purga”. Es en estos detalles y en la obvia crítica a la política armamentística de los Estados Unidos que la película logra algunos pasajes ingeniosos que merecen destacarse por la puesta en escena: el “sacrificio” que demuestra cómo “purgan” los sectores acaudalados, la surrealista secuencia del teatro que ejemplifica cómo se entretienen durante la “purga” o la amenazante presencia de los camiones con comandos entrenados por la calles son imágenes poderosas a las que DeMonaco dota de suficiente naturalidad como para que ilustren perfectamente su distopía.
Sin embargo, al igual que la primera parte, hacia el desenlace el relato termina haciéndose cada vez más simplista, hasta transformarse en un pastiche previsible. La corrección política de la cual se inunda la historia cuando alcanza el final, hace que todos los grises que presentaba a lo largo del desarrollo se pierdan en pos de una resolución forzada cuyo happy ending resulta inverosímil. A pesar de esto, no deja de ser superior por el riesgo respecto a La noche de la expiación.