Cuando todo está tan elaboradito desde el discurso hay cierta sospecha volando en el aire. ¿Qué querrá decir en realidad? ¿Es una trampa dialéctica? Algunas de estas preguntas me hacía yo el año pasado frente al estreno de “La noche de expiación” (2013), una película cuyo planteo inicial era el siguiente: futuro cercano en Estados Unidos; Sociedad intolerante, cruda y violenta; Olas de crímenes; Al no poder controlar la situación, “otra gente” toma el poder político; Para bajar la tasa de criminalidad y que los muchachos descarguen la maldad natural de una sociedad enferma los “nuevos fundadores del país” han decretado una noche de “purga”, en ella todos los ciudadanos están habilitados durante 12 horas para cometer todo tipo de crímenes, incluido el asesinato.
En aquella oportunidad se abordaban dos temas fundamentales: El primero, la paranoia de una sociedad enferma por la inseguridad interna y externa plasmada a través de un personaje orgulloso por haber instalado el mejor sistema “anti-purga” del mercado para esa noche. El segundo, tenía que ver con las clases sociales, así la clase alta se toma muy a pecho esa noche practicando una forma sádica de violencia en especial (aquí va lo de la trampita), cuando el protagonista esconde involuntariamente a un linyera sin techo y el líder de una banda de gente adinerada le pide que lo entregue para poder descargar su ira sobre el tipo. “Entréguenos al puto pordiosero para que podamos purgar” y “…esta es la forma en la que los nuevos fundadores eliminan la clase baja…”, y cosas por el estilo. Viniendo de Hollywood, era demasiado raro. Menos mal que ya no hay caza de brujas allá. ¡Bah!…
En fin, como ya no hay macarthismo, James DeMonaco se puso a escribir una secuela que acá se tituló “12 horas para sobrevivir”. Más allá del discurso de ambas, se puede decir que en la primera al menos había una construcción coherente del relato, pero sobre todo personajes sólidos, creíbles. En esta segunda parte, el discurso no cambia. En todo caso se agrega un tercer factor político (la traducción del título original es “La purga: Anarquía”), un grupo de fanáticos liderados por un tal Carmelo (Michael K. Williams) “en contra de un sistema que utiliza la exclusión de la clase baja como método para la redistribución de la riqueza”. Interfieren los medios monopólicos de la información, sabotean todo lo que pueden… ideal para una rutina de Stand Up made in Argentina.
De todos modos sigue siendo supuestamente una de acción Acá es donde se encuentra la falla mayor. Hay un personaje que en la misma noche de purga anda vigilando, buscando vaya a saber qué. El hombre decide salvar dos pares de víctimas inocentes instalando la ruptura del verosímil por falta de justificación de las acciones, no de él; sino de todos los personajes. De ahí en más, usted decidirá si compra o no. En especial una escena de celos en un departamento que tira a la basura lo poco que quedaba de sentido común.
Por cierto, el manejo de climas con respecto a la generación de tensión dramática dado el escenario, la dirección de fotografía y la compaginación serían valores para destacar frente a un guión endeble y poco creíble al cual se suman, con excepción de Kiele Sánchez (la novia del tipo que al principio le falla el auto y los deja desamparados), actuaciones poco convincentes de todo el elenco, empezando por un desperdiciado Frank Grillo.
¡Ah! Las preguntas del principio (¿Qué querrá decir el discurso en realidad? ¿Es una trampa dialéctica?), no son respondidas aquí. Tal vez en la tercera, pero lo más probable es que ya deje de importar.